Privacy Club - Cuatro años después (11)

2+1 (continuación)

Marta

Todo lo que había vivido en aquella casa estaba más allá de mi experiencia. Sí, el masaje al que me había prestado con Aarón y Noemí había sido lo más excitante de mi vida… hasta ese momento. Pero esto… Era otro nivel.

Las contracciones de un nuevo orgasmo, que irradiaban de mi vagina dilatada por la erección de mi marido, para desde allí extenderse por todo mi cuerpo, anunciaban el clímax inminente.

El rostro de Nekane, de rodillas sobre el rostro de Sergio, era la prueba más clara de que ella también estaba a punto de experimentar un orgasmo.

Sin pensar en lo que hacía, me aferré a los pechos de Nekane e, inclinándome, la besé. Ella a su vez tomó los míos, y jadeó en mi labios.

«¿Y Sergio?» —me pregunté.

No veía su rostro más allá de su boca, que continuaba sorbiendo y lamiendo la vulva de Nekane, pero intuía que estaba a punto…

El orgasmo estalló en mi interior, obligándome a convulsionar sin control, y chillé estremecida por las oleadas de placer que me invadían. Sergio eyaculó en mi interior, pude percibirlo aun asaltada por mi intenso placer, mientras Nekane, unos segundos después, alcanzó también el clímax.

Sergio

Poco a poco fuimos abandonando nuestra inmovilidad. Tanto Marta como Nekane se tendieron boca arriba en la cama, jadeando como yo mismo.

—Ha sido… ¡guau! —dijo al fin Nekane—. ¿Qué tal? —preguntó a Marta, acariciando perezosamente uno de sus pechos.

—Que podría acostumbrarme a esto… —susurró mi mujer, sonriendo.

—Pues no debes, porque Unai necesitará algún que otro desahogo… digo yo —su rostro mostraba su característica sonrisa de malicia.

—¡Ea, chicas! —palmeé los muslos de las dos mujeres—. No sé vosotras, pero yo necesito urgentemente una ducha: estoy bañado en sudor.

Tiré de una mano de cada una de ellas, incitándolas y ayudándolas a la vez a levantarse, y nos dirigimos al aseo. Nekane accionó los grifos de uno de los dos difusores, y se introdujo bajo los hilillos de agua. Marta y yo la seguimos.

Nos enjabonamos unos a otros. En un momento dado, Nekane se encontraba entre mi mujer y yo, y ambos acariciábamos su cuerpo con las manos llenas de espuma; después me tocó a mí ser atendido por las dos mujeres, y finalmente Marta obtuvo el mismo tratamiento mío y de la vecina.

Tras secarnos, nos dirigimos a la terraza. Unai llevaba fuera más de dos horas, y ya comenzaba a extrañarme el retraso. Confié en que no hubiera tenido un accidente.

—¿Queréis beber algo? Os confieso que estoy medio deshidratado —ofrecí.

—Agua —pidieron las dos al unísono.

Volví con tres botellines del frigorífico. Las dos mujeres se habían sentado en los extremos del sofá grande, y yo lo hice entre medias de ellas. Bebí el mío en tres tragos.

Marta subió los pies al asiento con los muslos separados, e imaginé el espectáculo de su sexo entreabierto por la postura visto desde delante, lo que me produjo una especie de cosquilleo en el vientre, que no fue acompañado de un principio de erección.

—Mi marido se retrasa —Nekane pareció haber adivinado mi pensamiento.

—Supongo que a estas horas, y en el mes de agosto, habrá mucho tráfico… —traté de tranquilizarla.

—Pero es que son —Nekane tomó mi muñeca izquierda, para ver el reloj—, las seis y cuarto ya…

—Ya verás cómo de un momento a otro le veremos entrar por la puerta —la animó Marta.

—¿Cómo os sentís? —preguntó Nekane.

—Yo, en el mismísimo cielo —respondí—. Ahí es nada, dos mujeres preciosas para mí solito… —pasé un brazo sobre los hombros de cada una, y comencé a acariciar sus pechos perezosamente.

—No lo sé… —comenzó Marta—. Lo de esta tarde ha sido lo más… pervertido que he hecho en mi vida.

—¿No te ha gustado? —pregunté.

—¡Oh, sí! —respondió con una sonrisa—. No es eso. Es que ni en mis fantasías más locas me habría atrevido a imaginar algo como esto.

—¡Huy! —exclamó Nekane—. Pues yo tengo otra más pervertida aún —dejó ver los pliegues en las comisuras de su boca—. Dos hombres para mí sola.

—Pues nunca tendrás mejor oportunidad —replicó rápida Marta.

—Bueno, pues ahora que ya conocéis mi fantasía más depravada, quiero conocer las vuestras —pidió Nekane.

—Yo, hacer el amor al aire libre, a ser posible en plan cuarteto —dije.

—Pero eso ya lo has hecho conmigo, la primera noche que pasasteis aquí —reprochó Nekane.

—Mmmm, en parte solamente. Primero, estábamos tú y yo solos, y segundo, estaba oscuro como boca de lobo. No, la idea es hacerlo a la luz del día —repliqué—. ¿Y tú, Marta?

Mi mujer quedó pensativa un rato, ligeramente ruborizada.

—Muchas veces he recordado el inicio de la orgía en casa de Aarón y Noemí, y he pensado que igual me habría gustado…

—A ver, aclara eso —la urgí.

—Pues en esas ocasiones veo a toda aquella gente elegante… Mujeres y hombres desnudándose mutuamente… Infinidad de cuerpos desnudos dando y recibiendo placer.

—Y tú, ¿qué haces mientras? —Nekane tenía una mano entre sus piernas, y la deslizaba arriba y abajo lentamente.

—Pues… —Marta me dirigió una rápida mirada y se ruborizó aún más—. En esas ocasiones, me veo penetrada por más de un hombre.

—¿A la vez? —pregunté, frunciendo el ceño, aunque la idea no me causaba celos, sino una difusa excitación.

—¡Puag! —exclamó Nekane—. Sexo anal. ¿Lo habéis practicado alguna vez? A mí la idea me causa repelús…

—No, no —se apresuró a negar Marta—. Uno a la vez, aunque… Bueno, a lo mejor podría… digamos, atender a un segundo varón mientras otro me penetraba.

—Me estás poniendo… por las nubes. No imaginaba que fueras tan… liberal —dijo Nekane.

Sin cortarme, aparté la mano de Nekane con una de las mías, y la froté contra su vulva. Luego hice lo mismo con la otra en el sexo de Marta. Las dos estaban húmedas. Mi pene se había endurecido, aunque no presentaba una erección completa.

«Espero estar a la altura» —me dije.

—¿Por qué no continuamos esta conversación en un lugar más cómodo? —pregunté, mirando a mi mujer.

—Creí que no lo pedirías nunca —dijo Nekane, poniéndose en pie.

—Tu marido debe estar a punto de llegar. ¿Y si nos sorprende… liados? —dudó Marta.

—Pues que se una a la fiesta —concluyó Nekane con su típica sonrisa de malicia.

Nos dirigimos de nuevo al dormitorio. A nuestra vecina le faltó tiempo para tenderse boca arriba, flexionar las piernas y separar los muslos.

—¿Empiezas tú o yo? —pregunté a Marta.

—Eres… —reprochó, toda ruborizada, aunque se sentó en la cama sobre los talones, mirando el sexo ofrecido de Nekane.

Empujé su cabeza por detrás, en dirección a la vecina. Había visto a Nekane lamiendo a Marta entre las piernas, pero no al contrario. Mi mujer dudó. Volvió la cabeza en mi dirección, con las mejillas rojas. Dudó de nuevo, aunque se arrodilló frente al sexo de Nekane. Y finalmente inclinó la cabeza, posó las manos en las ingles de la otra mujer separando sus labios mayores, y deslizó la punta de la lengua por toda su longitud. El cuerpo de Nekane se contrajo, elevando el pubis, mientras dejaba oír un gemido excitado.

Decidí participar: me puse de rodillas detrás de Marta, separé las dos partes de su vulva con los dedos, y apliqué la boca sobre su clítoris.

Nos mantuvimos así un buen rato. No veía a Nekane, aunque escuchaba sus quejidos. En cuanto a Marta, su temblor de piernas era la mejor prueba de que se encontraba cerca del orgasmo.

Nuestra vecina comenzó a gemir en voz alta:

—¡Ay Marta! Estoy… a punto… Sigue, sigue… ¡Oh!

Succioné el clítoris de mi mujer, lo que provocó en ella un respingo, y comenzó a convulsionar. Delante de ella, Nekane gemía en voz alta…

Había algo que encantaba a Marta y que, en sus palabras, nadie antes de mí le había hecho: se trataba de introducir la punta de la lengua en la entrada de su vagina, y lamerla en círculos. Requiere insertar un par de dedos como preparación previa, y lo hice, dilatando el orificio, para después dirigir la lengua hasta el punto del pequeño ensanchamiento así conseguido, y lamer, profundizando todo lo que pude.

Marta se estremeció, y escuché sus gemidos exaltados, mientras se entregaba a su placer.

En ese punto, advertí la presencia de Nekane en mi costado, y una de sus manos aferró mi erección.

—No veo lo que haces a tu mujer, pero yo también quiero —musitó, mientras comenzaba a hacer subir y bajar la mano por el tronco.

Marta se dejó caer de costado, jadeante. Nekane continuaba con sus manoseos en mi pene, que poco a poco comenzaba a adquirir la dureza precisa para penetrar…

—«¿A cuál de ellas? —me pregunté—. A Nekane, —me respondí a mí mismo—. Antes ya había concedido la primicia a mi mujer».

La vecina me empujó con una mano entre mis omóplatos, de manera que me dejé caer, primero boca abajo, para después rotar hasta quedar mirando al techo.

—¿Me ayudas? —preguntó a Marta, mientras reiniciaba los movimientos de subida y bajada de su mano sobre mi miembro.

Durante unos instantes, con los ojos cerrados, sentí manos que acariciaban mi pene o amasaban suavemente mis testículos, y lenguas que lamían el glande, o se deslizaban por el tronco, y bocas que engullían una parte de mi erección. No quería saber cuál de las dos mujeres hacía qué, pero la sensación era maravillosa. Como antes, notaba la eyaculación ya cercana.

Me incorporé. Marta y Nekane me miraron expectantes. Empujé suavemente a la vecina, hasta que quedó tendida boca abajo.

—He dicho antes que no me gusta el sexo anal… —protestó ella.

—No pretendo hacértelo “por” sino “desde” atrás… —aclaré.

Sentado sobre los talones, elevé ligeramente el trasero de la vecina con un brazo pasado bajo su pubis; con la otra mano conduje mi erección hasta que quedó apoyada en la entrada de su vagina, y empujé suavemente. Un poco más. Nekane exhaló una especie de “ohhhh” excitado. La lubricación de la mujer ayudó a que mi pene penetrara completamente en el siguiente envite. Hasta el fondo.

Inicié los avances y retrocesos con las caderas, que extraían mi erección unos centímetros, para después introducirla profundamente en su interior. Nekane comenzó a jadear audiblemente.

Marta entretanto, se masturbaba cerca de la cabeza de Nekane. También eso era nuevo para mí: nunca había contemplado cómo se daba placer a sí misma.

Aunque eso no duró: Nekane la sujetó por las nalgas, atrayéndola hacia su cabeza, y posó su boca entreabierta en la vulva de mi mujer.

Continuamos así unos pocos minutos. Nekane dejaba oír una especie de gruñidos mientras lamía en círculos el clítoris de Marta, que había introducido las dos manos bajo los pechos de la vecina, y los acariciaba.

Nekane finalmente hubo de abandonar sus lamidas, estremecida por los estertores de su orgasmo. Yo continué penetrándola y retirándome, sintiendo mi propio clímax cada vez más cercano. Marta sustituyó la boca de Nekane por su mano, frotando su propio clítoris con una expresión de concentración.

La vecina, una vez alcanzada su culminación, penetró a Marta con dos dedos, y volvió a aplicar la boca sobre la cúspide de su sexo; Marta se envaró toda, para después proferir sonidos que eran una mezcla de quejidos y gemidos excitados. Sus piernas comenzaron a flexionarse y extenderse, y se dejó caer de espaldas sobre la cama, elevando y descendiendo el pubis al ritmo de las oleadas de placer que la recorrían.

Y ya no pude contenerme más: experimenté las sacudidas que acompañaban la emisión de semen en el interior de Nekane, que duraron demasiado poco para el ansia que me embargaba.

Me tumbé sobre la espalda de la mujer, aspirando grandes bocanadas del oxígeno que precisaba mi corazón, que latía aceleradamente.

Nunca me había sentido tan excitado como en aquellos instantes. Y aunque yo no había fantaseado nunca con un trío, reconocí en mi interior que quienes sí lo hacían tenían razón en desearlo.

Marta

Como Nekane, pensé que la intención de Sergio era penetrarla por el ano; nosotros tampoco habíamos experimentado esa clase de sexo. Sergio me había dicho en una ocasión, en la que estuvo a punto de equivocar el orificio, que no entendía por qué utilizar ese conducto, cuando la Naturaleza había provisto a las mujeres de otro al efecto.

Yo ya había tenido el pene de mi marido para mí sola, por lo que no me sentí preterida cuando Sergio penetró a Nekane “desde atrás”, como había dicho, y me prometí a mí misma que tenía que probar esa postura.

La imagen del coito que tenía lugar ante mi vista, y el rostro de Nekane con la boca abierta, gimiendo al ritmo de las penetraciones de Sergio, me excitó hasta el punto de hacer algo que también estaba fuera de mi experiencia: masturbarme a la vista de los otros dos.

Y entonces Nekane, tras atraerme en su dirección, introdujo dos dedos en mi vagina, y aplicó la boca sobre mi clítoris. Fue como una explosión; una conmoción que me invadió por entero, y volví a experimentar el placer, casi olvidado, que puede proporcionar otra mujer.

El orgasmo me arrasó, y chillé exaltada, mientras sentía oleadas de un goce intensísimo que irradiaban desde mi vientre por todo el cuerpo.

★ ★ ★

—Vamos a tener que ducharnos de nuevo —Sergio rio bajito.

De nuevo nos dirigimos al aseo, y se repitió la escena de hacía unos minutos: cada uno de nosotros enjabonado por los otros dos, aunque en esta ocasión, el roce de las cuatro manos sobre mi cuerpo no me excitaba: me sentía ahíta de sexo y satisfecha.

—Mira Marta —Nekane llamó mi atención con el pene fláccido de Sergio apoyado sobre su mano—. Creo que si Unai tarda más, vamos a tener que emplearnos a fondo para poner “esto” en forma…

—Las mujeres sois afortunadas en eso —arguyó mi marido, mientras enjabonaba los pechos de la vecina—. Nosotros, los varones, carecemos de la capacidad de estar “en disposición de” hasta al menos después de un buen rato.

No quise decir nada: Aarón me había follado dos veces en un corto intervalo de tiempo. Y estaba segura de que, si lo intentábamos una tercera vez, el “esto” de Sergio respondería; nunca me había fallado.

Y entonces, escuchamos la señal de llamada del teléfono de Nekane; ni el de Sergio ni el mío tenían aquel tono de llamada.

La mujer corrió fuera del aseo, goteando agua a su paso.

Sergio me atrajo hacía sí, y me besó.

—¿Cómo te sientes? —preguntó en mi oído.

—Exhausta. Ahora mismo lo que me apetecería sería acostarme y dormir…

—¿Solo dormir? —preguntó con una sonrisa.

—Bueno… Una vez en la cama, si la compañía es buena… ¿Quién sabe? —repliqué guiñando un ojo.

—Supongo que será Unai… —especuló mi marido—. Está bien que vuelva, que esto ha estado un tanto desequilibrado…

—Si dices que no te ha gustado tener a dos mujeres a tu disposición, mentirás como un bellaco.

—Bueno, sí —me enseño la lengua—. Ha sido la experiencia más sensual de mi vida.

Nos interrumpió la entrada de Nekane.

—Era Unai. Que está llegando, y que no vayamos a cenar, que trae comida de un restaurante chino. ¿Os gusta?

★ ★ ★

—¿Recogéis vosotros todo esto? —preguntó Unai, poniéndose en pie—. He sudado lo que no está en los escritos, y debo oler a tigre. Necesito una ducha.

—¡Huy sí! —exclamó Nekane sonriendo, mientras se tapaba los orificios de la nariz con dos dedos—. Desde aquí percibo tu hedor…

Nos afanamos entre los tres en despejar la mesa del comedor. Tras un intercambio de pareceres, Nekane decidió guardar los restos —que eran poco menos que la mitad de lo que había traído Unai— “para la comida o la cena de mañana”.

Nos dirigimos a la terraza. Había anochecido hacía un buen rato, y ante nosotros el Mediterráneo era una masa oscura.

«¿Cómo era aquello que escuché durante un viaje a A Coruña? —me pregunté—. Y en seguida vino a mi memoria el dicho: “Vento da serra, mariñeiro a terra; vento do mar, mariñeiro a pescar ”. Algo así».

Pues ahora el “vento do mar” representaba un alivio después del calor del día, aunque no había ningún “mariñeiro” que saliera a faenar… O sí, porque veía luces de navegación de barcos que rompían la negrura del mar.

—Me apetece dar un paseo por la playa… —sugirió Unai entrando en la terraza—. ¿Alguien se apunta?

No es que me motivara especialmente, pero el hombre mostraba un gesto esperanzado, y ya traía una gran toalla en la mano, con lo que quedaba claro qué entendía por “pasear”. Me puse en pie.

—Yo misma.

Sergio calló, aunque no parecía muy decidido.

—Id vosotros. Sergio se queda a hacerme compañía —ofreció Nekane.

«¿”Follar” se dice ahora “hacer compañía”? —me pregunté, con un punto de diversión—. Aunque, bien mirado Unai y yo también nos “haríamos compañía”, más que probablemente».

Salimos.