Privacy Club - Cuatro años después (10)

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A las lectoras y lectores que nos siguen habitualmente:

Nuestras más sinceras disculpas. Hemos aprovechado unos días para hacer una escapada de vacaciones (aunque no a la urbanización naturista) y dejamos el portátil en casa para no sentir la tentación de hacer nada que no fuera disfrutar del sol, el Mediterráneo, y nuestra mutua compañía.

Este relato va a continuar. Hemos vuelto llenos de ideas, pero el problema es que, de plasmarlas en el procesador de textos, tendríamos para cincuenta o más capítulos, y hemos recordado lo de “lo poco agrada, pero lo mucho enfada”, de manera que igual vamos a tener que abandonar alguna de ellas.

Hasta muy pronto.

Sergio

Aunque me levanté temprano, Nekane ya estaba esperando en el salón. Se puso en pie al verme. Sin cortarme un pelo, la abracé, y le propiné un beso con lengua.

—¿Tienes pensado salir a correr? —me preguntó, tendiendo en mi dirección un vaso de zumo.

—Pues sí —bebí la mitad del vaso.

—¿Hablasteis anoche Marta y tú?

—Pues… Marta tiene una curiosa particularidad. Puedo saber si ha quedado satisfecha después de hacer el amor, porque si es así se duerme inmediatamente. O sea, que no.

—Después de la carrera de ayer, tengo agujetas en músculos que no sabía que tenía —sonrió—. ¿Podría ser hoy un paseo?

—¡Claro! Lo mejor de estas actividades matutinas desde que estoy aquí, no es el ejercicio, sino la compañía y la conversación.

Cogió las llaves de encima de la mesa, y salimos. La tomé de la mano en cuanto salimos de la casa, y ella me miró con una sonrisa brillante. Llegamos a la playa y, como el día anterior, comenzamos a andar sobre la arena húmeda. A esa hora no había apenas gente en la playa, y solo muy de tarde en tarde nos cruzábamos con algún paseante ocasional.

—Me quedaron varias preguntas sobre el relato de tu marido… —comencé.

—Y, ¿por qué no se las hiciste a él?

—No hubo ocasión, porque los cuatro nos dedicamos al sexo de pareja… Además, una de las primeras es para ti: ¿qué piensas de la relación de Unai con su hermana?

—Pues ahora que no me oye, me produce unos ligeros celos. Es que ya me ha dicho por activa y por pasiva que se trata de un plano… de un amor diferente al que siente por mí, pero me produjo un poco de envidia verlos hacer el amor, porque estoy excluida de esa relación. No es lo mismo que cuando lo vi antaño hacer el amor con Bea, o cuando contemplo ahora cómo lo hace con tu mujer, porque la primera era sexo lúdico, y con Marta… ¿cómo dijisteis ayer?

—Sexo amistoso.

—Eso. Cosa diferente sería si me permitiera participar, porque… —sonrió—, la verdad es que Arantxita me gusta mucho. A veces me he imaginado a mí misma lamiendo su cosita rosadita, y me mojo toda… Por cierto, tu mujer me dijo ayer que me contaría cómo se inició en lo del sexo con otra chica, pero al final no lo hizo…

—A mí me lo contó después de casarnos. Tuvo una compañera de habitación en la universidad, que primero le rasuró… entre las piernas, y con ese pretexto le estuvo metiendo mano. Una cosa llevó a otra, al parecer, y descubrió que el sexo con otra mujer no era algo tan terrible como su educación le había hecho creer. Distinto del que se practica con un hombre, porque no puede haber penetración…

—Existe algo llamado “ dildo ” —me interrumpió con su sonrisa maliciosa.

—¿Hablas por experiencia? —pregunté, sonriendo a mi vez.

—En mi caso… Tengo dos amigas, Puri y Helena. Antes de empezar a salir con Unai éramos inseparables. Yo no sabía que vivían en el mismo piso, aunque cuando quedábamos, siempre aparecían juntas. —Rio—. Yo era muy ingenua entonces, porque había un montón de evidencias de que su relación era otra cosa. Por ejemplo, que nunca les conocí un noviete, y jamás ninguna de ellas contó que había hecho esto y aquello con un chico.

Quedó pensativa unos instantes.

—Una tarde, después de cenar y tomar unas copas, me invitaron a “la penúltima” en su casa, y ahí me enteré de que compartían alquiler. Bueno, pues dijeron que iban a ponerse “más frescas”, y eso consistió en braguitas y camiseta en el caso de Puri, y braguitas y sujetador en el de Helena. Me animaron a quitarme algo de ropa, y ahí comencé a pensar que la cosa podía acabar “de aquella manera”, pero tenía mucha curiosidad al respecto y muy pocas inhibiciones, dicho sea de paso, de modo que me quité el vestido, aunque debajo no llevaba más que un tanga. Me hicieron dar una vuelta en redondo, y para mi sorpresa, no me sentí avergonzada ni nada parecido, sino excitada al sentir sus miradas sobre mi cuerpo.

—»Tenían una conversación muy alegre y desenfadada, y en medio de ella, las dos chicas se besaron. Nada apasionado, solo un piquito. Pero al cabo del rato, entre bromas sobre mis tetitas, ambas las acariciaron y jugaron a poner duros mis pezones, cosa que consiguieron enseguida. Ya me conoces lo suficiente como para saber que me encanta experimentar, y si no lo sabes te lo digo, y pedí a Helena que se quitara el sujetador. Sin cortarme, yo también probé a poner erectos los suyos entre dos dedos. Intercambiaron una mirada de sorpresa, pero inmediatamente Puri cerró la boca en torno a uno de mis pechos, y lamió el botoncito. Ante mi extrañeza, comencé a experimentar deseo físico por las dos. Y es que nunca había tenido una experiencia parecida, pero aquello no me resultaba desagradable. Quizá, —echó la cabeza atrás, riendo—, porque la palabra “lesbiana” no fue nunca para mí sinónimo de algo horrible y pecaminoso.

—»Cuando quise darme cuenta, Puri, completamente desnuda, me estaba besando igualito que un hombre, con lengua y todo, mientras Helena había metido la mano bajo la parte delantera de mi tanga, y estaba acariciando mi cuquita. Me dije “igual puede ser agradable”, e introduje la mía entre las piernas de Puri. Y efectivamente, el contacto de mis dedos con la vulva de la chica, no solo no me resultó desagradable, sino que me gustó.

—»Unos segundos después, me encontré sentada entre ambas. Cada una de ellas porfiaba por tener su mano en exclusiva sobre mi sexo, y me dije que, bueno, yo también tenía derecho, y tenía dos cuquitas a mi disposición, de manera que comencé a acariciar a las dos entre las piernas. Y no era solo eso, sino que ambas me besaban de vez en cuando, y entre los manoseos en los bajos y los senos, y los besitos a dos bocas, me corrí… Oye… —se interrumpió de repente—. Unai dijo anoche de ir por la mañana al súper, que hará menos calor. Igual deberíamos volver. Por cierto, queridito, que te has empalmado… Y yo estoy un poco… húmeda. ¿Nos bañamos?

★ ★ ★

Encontramos a Marta y Unai sentados muy modositos en el comedor, a punto de comenzar a desayunar. Pero su actitud no me engañó ni por un momento: primero, porque mi mujer estaba ruborizada y un poco tensa, y segundo, porque tenía la parte superior del pecho enrojecida por el roce de la barba incipiente del vecino.

—¿Qué tal el sexo transgresor? —pregunté mirando a Marta, que enrojeció aún más.

—¿Y tú cómo sabes que Unai y yo…? Además, a saber qué estabais haciendo vosotros en la playa, que traéis el pelo mojado —replicó

«”¿Cómo sabes que Unai y yo?…”, en lugar de “¿Por qué crees que Unai y yo”…» —pensé, y la sutil diferencia entre las dos frases me confirmó que, efectivamente, habían echado un polvo en nuestra ausencia.

—Una nueva categoría, sexo submarino —guiñé un ojo en su dirección.

Unai rió por lo bajo, mientras servía café para su mujer y para mí.

—¿Cómo hacéis para manteneros bajo el agua? —preguntó él, risueño.

—Mmmm, hace falta cierta práctica —replicó Nekane.

—Nos estáis tomando el pelo… —concluyó Marta.

—¡Va! Terminad de desayunar y duchaos, que más tarde está todo lleno de gente —nos apremió Unai.

★ ★ ★

—Esto está adquiriendo un cariz que ya, ya —dijo Nekane mientras probaba la temperatura del agua de la ducha. Pero no parecía molesta.

—¿Te importa que Marta y tu marido hayan follado en nuestra ausencia?

—A mí no, nada —replicó ella, mientras se introducía bajo los hilos de agua templada—. ¿Y a ti?

—Pues por un lado, tú ya sabes, y por otro, ¿qué quieres que te diga? —comencé a enjabonar su espalda.

—Nos deben un polvo transgresor —dijo ella con voz intencionada.

—…que pienso echarte más temprano que tarde —repliqué.

Llegué hasta su cintura, y bajé, restregando sus nalgas con las manos. Me tentó, y poniéndome en cuclillas, mordí ligeramente una de ellas.

—¡Oye tú, so!… —chilló, en el instante en que los otros dos entraban en el aseo… vestidos—. ¡Pasad, pasad, no os cortéis! —reprochó con voz risueña.

—No me digas que sientes vergüenza… —dijo Marta, con una media sonrisa.

Yo había puesto más gel en mis manos, y comencé a frotar entre sus piernas sin cortarme por la presencia de nuestros respectivos cónyuges.

—Queríamos evitar que vuestra ducha terminara como el rosario de la aurora, que no tenéis tiempo —advirtió Unai con voz juguetona.

—Habéis hecho bien, que este se pone como una moto por nada… —replicó Nekane tomando mi pene que estaba comenzando a endurecerse.

—Pues eso, que os deis prisa, —concluyó Marta, mientras salía del aseo, seguida por Unai.

Mordí ligeramente el lóbulo de una orejita de Nekane.

—¿De veras no tenemos tiempo para uno rapidito? —susurré.

Ella me empujó, juguetona.

—¿Qué hay de aquello de que “querías hacérmelo en la cama, con todo el tiempo del mundo”? —preguntó con su sonrisa de malicia.

—Tienes razón. Te prometo que la próxima vez, será de esa manera… —Comencé a enjabonarme, mientras contemplaba las tetitas de Nekane recorridas por sus manos. Preferí volverme de espaldas para no verlo.

★ ★ ★

¡Clac!

El giro de la llave de contacto del Mercedes de Unai produjo un sonido seco, en lugar de dar paso al ruido del motor en funcionamiento. Habían dicho de ir en su auto, porque ellos conocían el camino.

Dos “clacs” después, se volvió en mi dirección.

—No sé qué le pasa —dijo dubitativo.

—Yo sí: batería R. I. P. —repliqué.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó Nekane.

—Pues es obvio, ir en nuestro coche —replicó Marta.

Transbordamos a nuestro SUV, que se puso en marcha sin ningún problema. Nekane a mi lado, para indicarme el trayecto, y Marta y Unai detrás.

—Tenías que haber hecho la revisión antes de salir —reprochó Nekane a su marido.

—Eso quería, pero…

—No habría servido de nada, salvo que hubiera fallado en el taller —acudí en defensa del vecino—. Estas cosas pasan de repente: paras el motor, y cuando intentas encenderlo de nuevo, no va. Además, ¿a que tu batería tiene más de cuatro años?

—Es la de fábrica, cinco y medio.

—Pues has tenido suerte, porque estas cosas suelen durar justo hasta un mes después del fin de la garantía… —dije yo.

—¿Tienes alguna idea de mecánica? Porque es claro que no puedo llevarlo al taller… —preguntó Unai.

—Sí hombre, aunque arreglarlo, nones. Hay que cambiar la batería, y eso es fácil. Después de comer nos ponemos a ello.

★ ★ ★

Después de la compra en el súper decidimos que, dada la hora, comeríamos en el pueblo. Encontramos una terraza muy agradable en el paseo marítimo, con vistas al Mediterráneo. Pedimos unos aperitivos, y después encargamos el almuerzo. Se me hizo extraño estar vestido; hasta tal punto me había acostumbrado ya a prescindir de la ropa todo el tiempo.

Volvimos a la urbanización. Hubo que hacer tres viajes desde el parking , porque habíamos cargado con mucha bebida.

Una vez colocada toda la compra, dije de desmontar la batería y ponerla en nuestro coche. Cambié mis pantalones largos y polo por una camiseta y pantalones cortos.

—¿Para qué te cambias? —preguntó Marta.

—La batería es un dispositivo muy sucio, y no quisiera manchar la ropa de salir a la calle… Luego volveré a ponerme la ropa de salir para acompañar a Unai a comprar una nueva…

—¡De eso nada! —saltó rápida Nekane—. No nos vais a dejar solas. ¿Se ha roto el coche de Unai? Pues que vaya él.

—Hay un servicio oficial Mercedes Benz en Almería —dijo Unai, que había estado consultando su teléfono.

—Que las chicas dicen que vayas tú solo —tendí las llaves de nuestro SUV al otro hombre.

—¿Y yo qué sé de baterías? —arguyó.

—La pondré en el maletero, más que nada para que se queden con ella, porque en un servicio oficial sabrán cuál es la adecuada para el modelo de tu auto, aunque solo debes pedir una igual a la que entregas, tanto en amperios/hora como en tamaño. La traes, y yo la monto.

Y así quedamos.

Marta

Nada más quedarnos solas, tanto Nekane como yo prescindimos de vestido y braguitas. En mi caso con un suspiro de alivio, porque me había hecho a estar en pelotas todo el día de tal modo, que la ropa me molestaba.

Nekane preparó dos cafés con hielo, y nos sentamos en la terraza. Me dirigió una de sus sonrisas con pliegues, y temí lo peor.

—Oye, que he pensado que Unai tardará más de dos horas, y mientras vuelve, podríamos beneficiarnos a tu marido… Las dos.

—¿Estás loca?

—A ver… ¿por qué no? No me digas que a estas alturas de la película te da vergüenza… —reprochó.

—Es que… no sé… Nunca he hecho algo así —argüí—. Además, ¿qué hago yo mientras él… está contigo? Y a lo mejor a Sergio no le parece bien…

—Yo tampoco lo he hecho, pero ya verás cómo se nos ocurre algo… —Comenzó a acariciar uno de mis pechos—. Y en cuanto a Sergio… Ya verás cómo, no solo no le molesta, sino que se presta de muy buen grado. Tengo entendido que una fantasía recurrente en los tíos es hacerlo con dos mujeres…

Traté de imaginar la escena: Sergio haciendo el amor a Nekane, mientras yo a su lado… ¿qué? No lo sabía, pero lo cierto es que la idea me estaba excitando.

Nekane me empujó suavemente con una mano en el pecho, y permití que me dejara tendida boca arriba en el sofá. Aún tuve un resto de resistencia:

—Sergio va a volver de un momento a otro… —comencé a argüir, pero ella cerró mi boca con la suya.

—¿Sabes qué te pasa? Que en el fondo piensas que hacerlo con otra mujer es algo sucio y pecaminoso, porque lo has hecho con Unai delante de Sergio sin problemas —replicó cuando nos separamos—. Si vuelve tu marido y nos sorprende “jugando”, lo que sucederá es que tendremos una erección majestuosa a nuestra disposición… —se echó a reír.

«Y, ¿por qué no? —me pregunté—. ¿Qué diferencia hay entre que Sergio contemple como hago el amor con Unai, o con su mujer?».

De manera que permití que Nekane, de rodillas con una pierna a cada lado de mis muslos, cerrara la boca sobre uno de mis pechos, mientras su mano se movía arriba y abajo entre mis piernas. Un rato después, su boca descendió depositando pequeños besos sobre mi ombligo, vientre y pubis para, tras unos segundos, cerrarse sobre mi clítoris. Y a pesar de que estaba muy excitada, y de las palabras de Nekane sobre que no había ninguna diferencia entre que Sergio viera como me entregaba al sexo con Unai o con su mujer, mi vista iba de vez en cuando a la puerta, temiendo el regreso de mi marido…

Hasta que Nekane comenzó a lamer mi clítoris; cerré los ojos y mis sentidos se concentraron en la parte más sensible de mi cuerpo, que estaba siendo excitada por la lengua de nuestra vecina.

Casi sin pretenderlo, mi mano se introdujo entre los muslos de Nekane, y comencé a acariciar su sexo con la mano abierta.

Sergio

Sentía voces femeninas en sordina que me llegaban desde la terraza. Me dirigí allí, pero quedé parado en la entrada con la boca abierta sin acabar de creer, a pesar de todo, que lo que estaba viendo no lo estuviera creando mi calenturienta imaginación: Nekane, con las manos magreando los pechos de Marta y, aunque su cabeza me lo ocultaba, —sus movimientos eran reveladores—, haciendo un cunnilingus a Marta. Pero había más: desde mi posición podía contemplar el sexo de Nekane entre sus muslos entreabiertos por la postura, acariciado por la mano de mi mujer.

Experimenté una ola de deseo instantáneo. Mi pene, que se endurecía a marchas forzadas, me impulsaba a intervenir, penetrando a Nekane. Pero ganó la razón: si lo hacía, la mujer reaccionaría de algún modo, dejando a Marta probablemente al borde del orgasmo. De manera que me limité a quitarme la ropa silenciosamente, y continuar contemplando el espectáculo.

Segundos después, Marta comenzó a contorsionarse sobre el sofá, profiriendo pequeños gemidos excitados. Aun aguardé hasta que su cuerpo quedó relajado, después del clímax. Di un paso al frente. Marta abrió los ojos, sonrió a Nekane… y me vio.

Marta

¡Hacía tanto tiempo! Casi había olvidado lo excitante que podía ser el sexo con otra mujer. Cada movimiento de la lengua de Nekane sobre mi clítoris producía en mí una especie de convulsión que recorría todo mi cuerpo desde el punto del contacto.

Alcancé el clímax en unos segundos. No podía contener las contracciones que me impulsaban a elevar mi pubis hacia el rostro de la vecina, ni los quejidos que denotaban el inmenso placer que estaba experimentando.

Pero todo acaba. Abrí los ojos y sonreí, agradecida. Y entonces vislumbré la imagen de Sergio, que se acercaba a nosotras. Quedé como paralizada. Y volví a decirme a mí misma lo de que no había diferencia etcétera, pero no podía evitar la sensación de vergüenza que hacía escocer mis mejillas.

Nekane se tumbó sobre mí y me besó, al mismo tiempo que frotaba su pubis contra el mío, lo que incrementó aún más mi confusión.

—¿Admitís un tercero? —preguntó Sergio sonriente, inclinándose sobre el sofá.

Nekane dejó ver su sempiterna sonrisa de malicia, y volvió la cabeza en su dirección.

—¡Claro! —exclamó—. Yo aún no me he estrenado en lo que llevamos de día…

—Eso es muy estrecho para tres… ¿Vamos al dormitorio? —sugirió él.

Cuando Nekane me liberó de su peso, me incorporé y me puse en pie. No me atrevía a mirar a los ojos a Sergio, aunque su pene horizontal expresaba a las claras su opinión sobre el espectáculo que habíamos protagonizado Nekane y yo.

«Y ahora, ¿qué?» —me pregunté.

Sergio

Conduje a las chicas al dormitorio que ocupábamos Marta y yo. Parado ante la cama, atraje a las dos contra mi cuerpo, tomándolas por la cintura. Besé a mi mujer, y después hice lo mismo con Nekane. Comencé a acariciar las nalgas de las dos. Una mano se cerró sobre mi erección: Nekane.

—Ven, túmbate —susurró la vecina en mi oído.

Lo hice. Nekane se tendió enseguida sobre mí, apresando mi muslo entre los suyos, mientras me propinaba besos hambrientos. Marta quedó de pie, mirando.

—No seas tonta, ven aquí —pedí a mi mujer.

Marta finalmente se tumbó sobre mí, en una posición similar a la de la vecina. Abandoné la boca de Nekane, y me dediqué a besar a mi mujer. Nekane comenzó a frotar una de mis tetillas.

—¡Mira, Marta! —exclamó—. Sus pezoncitos también se ponen tiesos… No como los tuyos, por supuesto, pero esto no le pasa a Unai…

—Ya me había dado cuenta… —concedió mi mujer—. A mí también me gusta ponérselos duros…

—Y a mí que lo hagáis —afirmé—. No sé qué sentís vosotras cuando os lo hacen, pero a mí me pone como una moto…

Las empujé ligeramente, y me arrodillé entre los dos cuerpos femeninos que ahora estaban tumbados boca arriba. Me dediqué a mirar alternativamente los dos sexos.

—¿Qué miras? —preguntó Marta.

—Ya sabes que me gusta contemplar tu sexo…

—¿Y el mío? —preguntó Nekane con su sonrisa característica.

—También. —Comencé a frotar el clítoris de cada mujer con un dedo pulgar.

—Pues no sé qué tiene de especial… Además, todos son iguales —dijo Marta con tono de suficiencia.

—De eso nada —rebatí—. Todos son diferentes. Por ejemplo, el color de los labios menores. —Entreabrí la vulva de cada mujer entre dos dedos—. Los tuyos, Marta, son de color rosado, mientras que los de Nekane son oscuros… Luego está el tamaño. Nekane los tiene más anchos. Y hay otras características. No sé si te has fijado en que el clítoris de Nekane se pone… —digamos erecto—, cuando está excitada. El tuyo también se inflama, pero menos… Y luego está el sabor.

Apliqué la boca sobre la vulva de Marta, que se envaró toda al sentir el contacto, mientras seguía realizando movimientos circulares sobre el clítoris de Nekane. Tras unos segundos, cambié a lamer el de Nekane, mientras acariciaba el de Marta. Y seguía sin saber cómo debía proceder teniendo a dos mujeres a mi disposición en la cama.

Una cosa tenía clara: Marta debía tener la preferencia, evitando así que se sintiera postergada, que al fin y al cabo estábamos casados, y Nekane pasaría… o no, pero ella seguiría a mi lado…

Introduje primero un dedo, y luego dos, en la vagina de cada una de las mujeres, y simulé con ellos los movimientos del coito. No tardaron mucho tiempo en estar las dos “a punto”. Siguiendo mi idea de la preferencia a Marta, cambié de postura, y me senté sobre los talones entre las piernas de mi mujer. La sujeté por las nalgas, elevándola ligeramente sobre mis rodillas, y la penetré.

Después, volví a atender con los dedos la vagina de Nekane.

Marta

Sergio me estaba llevando al cielo con los dedos insertados en mi vagina. Y, sorprendentemente, el contacto con la otra mujer a mi lado, y el hecho de que mi marido la estuviera sometiendo al mismo tratamiento, me excitaba enormemente.

Cuando me quedaba muy poquito para el orgasmo, Sergio me elevó sobre sus muslos, y me penetró. Me envaré toda, experimentando la conocida (y placentera) sensación de dilatación de mi vagina. Él comenzó a moverse cadenciosamente adelante y atrás.

Volviendo ligeramente la cabeza, advertí que mi marido continuaba estimulando la cuquita de Nekane con la mano, y la visión me excitó aún más. Estaba próxima al orgasmo, pero quería alargar aquello todo lo posible.

Entonces Nekane se volvió de costado en mi dirección y elevó una de sus piernas para facilitar que mi marido continuara con sus manoseos. Tomó mi rostro entre sus manos y me besó. La sensación fue indescriptible; nunca en mi vida había experimentado algo parecido: estaba la conocida excitación del pene de Sergio resbalando adelante y atrás en mi interior, pero había otra persona proporcionándome placer con la boca. Y entonces, la mano de Nekane se cerró sobre uno de mis pechos, mientras su boca mordió ligeramente el otro.

Experimenté un subidón indescriptible. El orgasmo era inminente, todo mi cuerpo participaba en el placer que estaba percibiendo. Pero no quise alcanzar la liberación tan pronto: me incorporé y empujé ligeramente a Sergio que, con una expresión de incertidumbre, permitió que le dejara tumbado boca arriba sobre la cama.

Sergio

Estaba intentando retrasar la eyaculación, que sentía próxima. Era la sensación de mi erección oprimida dentro de la vagina de Marta, incrementada por el tacto de la mano que seguía penetrando a la otra mujer con dos dedos. Nekane se tumbó de costado, acariciando con una mano uno de los generosos senos de Marta, mientras su boca abarcó la aréola del otro, cerrándose sobre ella.

Traté de abstraerme. Comencé a recitar interiormente un pasaje de La Guerra de las Galias, de Julio César:

Gallia est omnis divisa in partes tres, quarum unam incolunt Belgae, aliam Aquitani, tertiam qui ipsorum lingua Celtae, nostra Galli appellantur. Hi omnes lingua, institutis, legibus inter se differunt. Gallos ab Aquitanis Garumna flumen, a Belgis Matrona et Sequana dividit.

[La Galia está dividida en tres partes: una que habitan los belgas, otra los aquitanos, la tercera los que en su lengua se llaman celtas y en la nuestra galos. Todos estos se diferencian entre sí en lenguaje, costumbres y leyes. A los galos separa de los aquitanos el río Carona, de los belgas el Marne y Sena].

Entonces Marta se incorporó, y me empujó hasta dejarme tendido boca arriba. No sabía qué pretendía, pero mi erección abandonó su vagina, impidiendo así mi eyaculación inminente.

Marta

Me acuclillé con un pie a cada lado de sus caderas, tomé con la mano su erección, y muy lentamente, me dejé caer sobre ella, hasta sentirme otra vez colmada por su virilidad.

Me detuve un momento, sentada sobre sus ingles. Después, muy despacio, inicié un movimiento de avance y retroceso con las caderas, que extraía el pene de mi marido de mi interior unos centímetros, para después introducirlo de nuevo hasta el final.

A nuestro lado Nekane, sentada con las rodillas flexionadas y los muslos muy separados, se masturbaba frenéticamente…

Sergio

Me aferré a uno de los pechitos de Nekane, que se masturbaba con una expresión concentrada, e hice lo mismo con uno de los de Marta, que continuaba con su enloquecedor movimiento de avance y retroceso. Me faltaba muy poquito ya, pero traté de contenerme hasta que Marta llegara al clímax.

Nekane, probablemente insatisfecha con el placer que se proporcionaba con los dedos, se puso en pie, para después acuclillarse sobre mi cabeza. Contemplé su vulva húmeda a centímetros de mi boca, y decidí complacerla. La sujeté por las caderas atrayéndola hacia mí, y enterré mi boca en su sexo. Con un gritito excitado, inició un movimiento similar al de Marta, frotándola contra mi boca.

Estaba a punto de eyacular. Aún traté de abstraerme recurriendo a recitar interiormente otro pasaje de La Guerra de las Galias:

Proximo die instituto suo Caesar ex castris utrisque copias suas eduxit paulumque a maioribus castris progressus aciem instruxit hostibusque pugnandi potestatem fecit. Ubi ne tum quidem eos prodire intellexit meridiem exercitum in castra reduxit.…

[Al día siguiente César, como lo tenía de costumbre, sacó de los dos campos su gente, la ordenó a pocos pasos del principal, y presentó batalla al enemigo; mas visto que ni por eso se movía, ya cerca del mediodía recogió los suyos…]

Las dos mujeres se abrazaron sobre mí, y comenzaron a besarse, mientras cada una magreaba los pechos de la otra a dos manos. Aún hice un último intento por contener mi inminente eyaculación:

Tum demum Ariovistus partem suarum copiarum, quae castra minora oppugnaret, misit. Acriter utrimque usque ad vesperum pugnatum est. Solis occasu suas copias Ariovistus multis et inlatis et acceptis vulneribus in castra reduxit.

[…a los reales. Entonces por fin Ariovisto destacó parte de sus tropas a forzar las trincheras de nuestro segundo campo; peleóse con igual brío por ambas partes hasta la noche, cuando Ariovisto, dadas y recibidas muchas heridas, tocó la retirada.

Marta comenzó a convulsionar sobre mí. Sus movimientos se volvieron descontrolados, pero ello contribuyó aún más a incrementar mi excitación. Nekane profería pequeños grititos rítmicos, abrazada al cuerpo de mi mujer…

Y ya no pude contenerme más; eyaculé sintiendo un placer más intenso que cualquier otro que hubiera experimentado en mi vida.