Privacy Club - Cuatro años después (09)
Sexo fraternal... y sexo cariñoso
Sergio
Sexo fraternal
Quedaba aún más de una hora para cenar, de manera que decidimos dar un paseo por la playa. En contra de lo acostumbrado, cada quién se emparejó con su esposo o esposa. Fue uno de los escasos momentos en que Marta y yo pudimos hablar sin la presencia de los otros dos.
—Si te pregunto ¿cómo lo llevas? me dirás seguramente que primero yo, por lo que lo voy a decir: lo que ha sucedido desde anoche entre las dos parejas es algo que está bastante más allá de mi experiencia.
Durante unos segundos pensé como continuar.
—Nuestros, ehhh, encuentros, primero con los japoneses y después con Noemí y Aarón fueron otra cosa…
—Sobre todo, porque no estábamos casados —me cortó Marta.
—¿Y eso hace alguna diferencia? —repliqué—. Por aquel entonces yo ya estaba enamorado de ti. Lo único que ha cambiado, aparte lógicamente de que ahora vivimos juntos, es que tenemos un cuadernito que dice “Libro de familia”. Pero lo que había comenzado a decir es que lo de entonces no tiene nada que ver con esto: siguiendo las clasificaciones de Nekane, aquello fue sexo transgresor, mientras que ahora… Bien, habría que inventar una nueva categoría, porque lo de sexo lúdico no se aplica exactamente. En mi concepto, nuestra relación con Nekane y Unai sí involucra sentimientos, que la llevan más allá del simple juego.
—¿Estás enamorado de ella? —preguntó con gesto tenso.
—No, de la forma que estás pensando. Ese tipo de amor solo lo siento por ti. Pero tampoco es Kiomy, una chica exótica y atractiva, a la que echar un polvo y olvidar. Ni Noemí, icono del sexo. En ambos casos fue lujuria y nada más. Pero Nekane… Los conocemos hace más de un año, tenemos con ellos una buena relación, y le tengo mucho cariño… Él sexo con ella es algo un poco más allá… No sé si sabré explicarlo… Quizá con un ejemplo: si un día nos separáramos de la pareja vasca, tendría una sensación de vacío y la añoraría durante mucho tiempo. Sin embargo, si me faltaras tú… La vida dejaría de tener sentido —noté que mi voz se habría quebrado al decirlo.
Marta pasó un brazo en torno a mi cintura, y se apretó contra mí. Tenía los ojos brillantes.
—Creo que has expresado bastante bien mis sentimientos hacia Unai. Yo también siento por él algo que está más allá de la simple amistad —dijo al fin.
—¿Y por Nekane? —pregunté con gesto irónico.
—Nekane es el diablo tentador —sonrió—. No sé cómo pudo saber… bueno, que no me parece una monstruosidad… “jugar” con otra chica. Y antes de que preguntes, sí, siento por ella algo parecido a lo que me inspira su marido. ¿Cómo llamamos a esta nueva categoría de sexo?
—¿Sexo cariñoso? —insinué.
—A falta de mejor definición, puede valer —dijo Marta con una semisonrisa. Luego siguió la dirección de mi vista—. ¿Ya estás mirando el culito de Nekane?
—No me digas que a ti no te tienta…
—Pues sí —me mostró cómicamente la lengua—. Aunque no he tenido ocasión de jugar con él…
—…cosa que puedes hacer cuando quieras —la interrumpí.
—¿No te molestaría?
—Para nada. ¿Acaso no sabes que la imagen de dos mujeres haciendo el amor excita a cualquier hombre?
—A mí también me excitaría verte… con Unai —insinuó con una sonrisa juguetona.
—Bueno, eso… No recuerdo si estabas presente cuando Nekane dijo que “las chicas no somos tan estrictas como los chicos en cuanto a nuestra identidad sexual”. Pues eso no es así entre nosotros, por el rechazo atávico hacia ese tipo de sexo que sentimos la mayor parte de los varones heterosexuales. O sea que, al menos durante las vacaciones, sexo cariñoso —dije a modo de conclusión.
—Y después de las vacaciones, ¿qué? —me miraba con gesto de malicia.
—Mmmm. Pues que me da que Unai y tú os perderéis muchos partidos de fútbol. Porque estoy razonablemente seguro de que Nekane y yo tendremos en esas ocasiones algo más que charlas… —guiñé un ojo en su dirección.
Alcanzamos a la otra pareja, que se había detenido a esperarnos.
—¿Se puede saber de qué hablabais tan risueños? —pregunto Nekane, mientras se colgaba de mi brazo.
—Hemos establecido una nueva categoría de sexo, porque a Marta y a mí no nos cuadra que lo de antes haya sido sexo lúdico: sexo cariñoso.
—Me parece más apropiado —intervino Unai, que había pasado un brazo en torno de la cintura de Marta.
Comenzamos a andar en dirección a la urbanización. Ahora lo hacíamos los cuatro juntos, porque Nekane y Marta se habían situado cada una a un costado de mí, lo que nos obligaba a separarnos cuando nos cruzábamos con los ocasionales paseantes.
—¿Y de qué más iba vuestra charla? —quiso saber Nekane.
—Este —Marta me señaló con un dedo—, iba admirando tu culito.
—¿De veras te gusta? —me miraba con su gesto de malicia habitual—. Pues el de tu mujer es más bonito…
No quise entrar al trapo, porque un caballero no debe establecer comparaciones entre los atributos físicos de dos damas.
—Estaba pensando… —comencé—. Imaginad que sois espectadores ocasionales. Estáis sentados en vuestras toallas, y ante vosotros pasan dos parejas. Un rato después, vuelven a hacerlo en sentido contrario, pero ahora las chicas van abrazadas a otro varón distinto que a la ida. ¿Qué pensaríais?
—Que hay “rollito” entre los cuatro —saltó rápida Nekane.
—No quiero pensar en ello, porque me muero de vergüenza —dijo Marta.
—Que me importa un bledo. Total, no los conocemos de nada —intervino Unai.
Nekane miró al frente con los ojos entrecerrados.
—Oíd. La chica que camina allí delante, ¿no es la hija de los vecinos del 3º 2ª?
—¿Te refieres a la señora entrada en carnes que nos precede? —preguntó Unai.
—No, bobo. Delante de ellos.
Me fijé mejor. Un cuerpo joven desnudo con una figura espectacular, tomada de la mano de un chaval más o menos de su edad. Aunque no podía ver sus rostros.
—Pues no sé —dijo Unai dubitativo.
—Yo tampoco, pero sea o no la vecinita, está para mojar pan —añadí en tono de coña.
¡Plas! ¡plas! Cada una de las chicas me propinó un cachete en una nalga.
—¡Marta! Tu marido está pensando en sernos infiel —exclamó Nekane fingiendo haberse escandalizado.
—A mí no me produce celos —afirmó Marta—. ¿Y a ti?
—Pues a mí sí —respondió Nekane.
Habíamos llegado al camino que conducía a la urbanización. Y para cuando los cuatro nos detuvimos a mirar a la chica, estaba ya demasiado lejos como para que pudiéramos distinguir sus rasgos, aún en el caso de que se hubiera vuelto en nuestra dirección, cosa que no hizo.
Marta
Después de cenar, nos reunimos una vez más en el salón del apartamento de los vecinos. La conversación que habíamos mantenido Sergio y yo, me había reafirmado en la idea de que la nueva Marta en la que me había convertido podía mostrarse al natural, sin fingimientos ni rubores, y disfrutar del sexo con quién me apeteciera.
«Porque yo tengo tres partenaires para elegir» —pensé con una sonrisa.
Y en ese momento me apetecía. Mucho.
—Se ha acabado el cava —informó Unai volviendo desde la cocina—. Tendrá que ser cerveza o refrescos. ¡Ah! —se dio una palmada en la frente—. Que Marta solo bebe licor de manzana.
—Eso fue anoche —le contradije—. Hoy me apetece algo un pelín más fuerte. ¿Hay vermouth ?
—¿Y si mientras lo preparo las chicas hacéis unos cafés? —propuso Unai, de camino sl mueble bar.
★ ★ ★
Yo no conocía el contenido de los armarios, por lo que hubo de ser Nekane quién buscó las cápsulas y llenó el depósito de la cafetera.
—Ahora que estamos solas, ¿qué tal con mi marido? —Nekane me miraba con su sempiterna sonrisa con pliegues en las comisuras.
—Bien…
—¿Sólo bien? Porque antes me pareció que estabas gozando como loca.
—Vale. Me gusta follar con tu marido. ¿Satisfecha?
—Pero a mí me tienes muy abandonada… —dijo con un fingido tono meloso, mientras su mano acariciaba mis nalgas.
«Te vas a enterar» —dije para mí, mientras la tomaba por las mejillas y le propinaba un beso con lengua.
—¡Guau! —exclamó cuando me separé de ella—. Mira tú la mosquita muerta, cómo se ha liberado. Oye, —continuó en tono de confidencia—, tú ya habías estado antes con otra chica…
—Pues sí, algún día te lo contaré. Pero deberíamos dedicarnos a los cafés…
Nekane puso en marcha la cafetera. Me pegué a ella por detrás, y besé su cuello.
—¿Y tú con Sergio? —pregunté.
—Pues que me encanta follar con tu marido, y que, como decía anoche Unai, no sé por qué no lo llevé a la cama una de las tardes de fútbol… ¿Qué habrías hecho en ese caso?
Retiró la taza y la cápsula, y volvió a introducir otra.
—Pues habría dejado que Unai me quitara la ropa —sonreí aunque ella no podía verlo—. Sergio pagaba después las calenturas que me provocaban los besos de tu marido para celebrar un gol.
Nekane rió con ganas.
—Hubo días que, nada más salir vosotros por la puerta, mi marido medio me violó del calentón que arrastraba.
—¿Volvemos con los chicos? —pregunté.
★ ★ ★
Removí los cubitos de hielo de mi vaso con un dedo, que después introduje en mi boca, pretendiendo dar a mi gesto un significado sexual. Me apetecía hacer el amor, no importaba con quién, y me estaba preguntando si los varones aguantarían el ritmo al que los estábamos sometiendo.
Sin ninguna intención preconcebida, cada mujer se había sentado al lado de su pareja, en distintos sofás.
—Tenemos… —Nekane contó con los dedos—, sexo iniciático, de pareja, transgresor, lúdico, y ahora también cariñoso. Pero hay otra categoría de la que no hablé: fraternal. ¿No, Sergio?
Noté perfectamente que el aludido se removía en su asiento. Parecía molesto.
—¿Qué parte de la palabra se-cre-to no has entendido? —preguntó a Nekane.
—Bueno, nuestros amigos ya nos han contado sus aventuras con los japoneses y la pareja de piel oscura. Yo relaté a Sergio nuestro episodio caribeño, pero falta que les expliques tu idilio en Roma…
—No hay mucho que explicar… —dijo él, renuente.
—¡Oh, sí! —insistió Nekane.
Yo me había dado cuenta de que la vecina había incluído “fraternal” entre las categorías, y me pregunté si es que Unai había tenido relaciones con su hermana (sabía que tenía una)
—Déjalo, cariño —suplicó Unai.
—Pero si no es tu hermana. ¿Acaso te da vergüenza?
—Realmente no lo es; se trata de la hija del matrimonio anterior de la segunda esposa de mi padre —aclaró él.
—Pues eso. Cuéntalo, anda —insistió Nekane.
Él ganó tiempo mientras soplaba su café, del que luego bebió un sorbo. Al fin pareció decidirse.
—Como he dicho, Arantxa es mi hermanastra. No tenemos más parentesco que el hecho de que su madre y mi padre contrajeron matrimonio, hace bastantes años.
Se detuvo, pensativo.
—Ocurrió cuando ella tenía 18 años, y yo 20. Arantxa había planeado un viaje a Roma con una amiga, Idoia. Una semana antes de la fecha de inicio del viaje, el padre de Idoia sufrió un infarto. Esa noche, a la hora de la cena, Arantxa nos lo contó, llorando. Dijo que el viaje se había ido al traste, porque su amiga no quería ni oir hablar de marcharse mientras su padre continuara en estado grave.
Unai dio un sorbo a su café antes de continuar.
—No recuerdo muy bien si fue idea de mi padre o de mi madrastra (¡que feo suena lo de madastra!) El caso es que nos propusieron que acompañara a mi hemana a Roma. Me jodió, no voy a negarlo. No es que tuviera una mala relación con Arantxa, todo lo contrario, teníamos mucha confianza entre nosotros, pero es que ir con ella excluía cualquier posibilidad de ligar con una italiana. Pero, bien, me convencieron entre los tres, y al final me dije que no conocía Roma, y que aunque hubiera de tener la bragueta cerrada esos días, pues tampoco era un mundo, porque tampoco es que en aquel momento tuviera muchas posibilidades. O sea, que accedí.
»—Mi padre hizo los arreglos con la agencia de viajes, devolvió su parte del importe del viaje a Idoia, nos entregó una tarjeta de crédito con un saldo de 5.000€, (“gastad juiciosamente, pero no escatiméis”, nos dijo) y por fin llegó el día. Mi hermana estaba ilusionadísima, y no parecía que el cambio de acompañante le disgustara. Durante el vuelo, me dio por pensar que el bono del hotel indicaba “habitación doble para uso doble”. O sea, que Arantxa y yo teníamos que compartir habitación.
—Espera —le interrumpí—. ¿Vuestros padres no tuvieron ningún recelo sobre el hecho de que fuérais a dormir los dos juntos?
Unai se encogió de hombros.
—Lo habíamos hecho otras veces, cuando los apartamentos de vacaciones solo tenían dos dormitorios. Claro que en esas ocasiones la habitación de ellos estaba puerta con puerta o pared por medio con la nuestra, y esta vez estaríamos los dos solos. Pero no sabemos en qué pensaban.
—»Continúo —dijo—. Al llegar al hotel, la mujer de la recepción nos preguntó con una sonrisa intencionada si queríamos “due letti o letto matrimoniale”. Yo me volví hacia Arantxa, y le pregunté qué le parecía. Ella se ruborizó toda, me dio un pisotón y respondió “due letti”. Después, cuando deshicimos las maletas, sentí cosquillas en el estómago cuando vi su ropa interior en el cajón superior del que contenía la mía. Que conste que hasta ese momento no había pasado nunca por mi cabeza la idea de tener sexo con mi medio-hermana. Bueno, es una mujer muy atractiva, y alguna vez me vino el pensamiento de que era una pena que fuera familia, porque en otro caso le habría “tirado los tejos”. Pero pensar conscientemente en… Pues no.
—»Pasamos aquel día recorriendo los lugares esos en los que los turistas tienen que hacerse una foto, y nos las hicimos. La Fontana de Trevi, por ejemplo, o la escalinata de la Piazza de Espagna. Nos regalamos una cena comme il faut en una trattoria de la Via Margutta, y llegó el momento de acostarnos.
—»Creo que solo entonces comenzamos a tomar conciencia de la situación. Ofrecí a Arantxa usar el baño primero, pero ella pretextó que iba a hablar por teléfono con los papis. Me duché, pero no se me había recordado llevar al baño el pijama corto que uso en verano (cuando utilizo alguna prenda) —Unai dejó ver una sonrisa lobuna—, así que volví a la habitación con una toalla arrollada a la cintura. Mi hermana me miró (más tiempo de lo normal, debo añadir) se ruborizó, y siguió hablando con su madre. Le hice un gesto con un dedo para que se volviera, y cambié la toalla por la ropa de dormir. Tarde, advertí que Arantxa habia quedado de cara al espejo, y que si no me vio como mi madre me trajo al mundo, habría sido únicamente porque cerró los ojos.
—»Me pasó el teléfono —prosiguió—, y se dirigió al aseo. Yo hablé unos minutos con mi madre, saludé después a mi padre, y colgué. Tendido boca arriba sobre mi cama, escuchaba el ruido de la ducha, e imaginé a Arantxa desnuda, bajo los hilos de agua… Me empalmé. Al poco salió, y ella sí había sido previsora: vestía un top que le llegaba algo más arriba del ombligo, y unas braguitas. El top dejaba traslucir las aréolas con los pezones erectos, y la prenda inferior formaba una sugerente depresión entre los muslos…
Nekane se echó a reír, interrumpiendo el relato de su marido.
—Pues mira tú en qué te fijabas para no haber tenido nunca un mal pensamiento…
—Bueno, es que uno no es de piedra —respondió él con una sonrisa avergonzada.
Yo estaba imaginando la escena, y casi podía sentir la tensión sexual que debió haber en aquella habitación de hotel.
—Prosigo —dijo Unai—. Hacía calor, por lo que me había tumbado sobre la cama, sin taparme, y ella hizo lo mismo. Yo había llevado un libro, y leí —o fingí leer más bien—. Arantxa se había tumbado de costado, dándome la espalda, y la vista se me iba de la lectura, a la figura de mi medio hermana: se había acostado casi en posición fetal. Las braguitas no eran del todo transparentes, pero dejaban adivinar el canal entre sus nalgas. Más abajo, estaba el bultito entre ellas… Total, agradecí que no pudiera ver el bultazo que se había formado bajo el pantalón corto de mi pijama.
—»La habitación daba a una calle muy concurrida, y escuchábamos la algarabía de la gente que pasaba. Pensé que entre el ruido y el calor iba a ser difícil conciliar el sueño. Me puse en pie, y manipulé el termostato del aire acondicionado. “He pensado que con el aire, podríamos cerrar la ventana” —le dije—. Ella se volvió, se incorporó, y me dijo que cerrara también las cortinas. Su magen boca arriba no contribuyó precisamente a calmar mi calentura, porque de nuevo pude contemplar la depresión esa de la que hablaba antes. Y, tarde, advertí que Arantxa debía haber visto el bulto que me precedía al andar…
—»Apagué la luz. Ahora nos llegaban muy amortiguados los sonidos de la calle, pero el acondicionador de aire producía una vibración de lo más molesta. La habitación estaba totalmente a oscuras. De la cama contigua me llegaban los roces de la ropa de cama cuando mi medio hermana giraba sobre sí misma. Mi mente calenturienta recreó su imagen completamente desnuda, aunque no era cierto, lo que incrementó aún más mi erección. Al poco, me pidió que desconectara el termostato, porque el ruido no la dejaba dormir. Hube de encender la luz para no tropezar y, aunque aparté rápidamente la vista pude contemplar durante un segundo uno de sus pechos que había escapado casi al completo por el escote, y de nuevo la arruga entre sus muslos, que ahora tenía algo separados.
—»Me acosté de nuevo. Mi calenturienta imaginación no me daba tregua. El calor había vuelto, por lo que terminé optando por quitarme la prenda superior. De la cama de Arantxa no llegaba ningún ruido, y supuse que había conciliado el sueño. Pero yo no podía dormir. Finalmente no pude soportarlo más, y me dirigí al baño descalzo, de puntillas, tratando de no hacer ruido. Me quité los pantalones cortos, me senté sobre la tapa del wc, y este… comencé a aliviarme con la mano.
No pude evitar echarme a reir al imaginar la escena.
—Sí, entonces me masturbaba con alguna frecuencia. ¿Tú no? —me preguntó directamente.
—Bueno, lo normal —concedí.
—»Ni me acordé de pasar el cerrojo —prosiguió—, lo que no fue malo, sino todo lo contrario —sonrió irónicamente—; segundos después, Arantxa entró en el aseo. Quedó parada en la entrada, con los ojos muy abiertos, y balbuceó que no podía dormir, y había pensado ducharse para aliviar el calor, algo así.... Pero no apartó la vista, y tardó bastantes segundos en salir. Me había cortado el rollo, por lo que me puse el pantalón, y le dije que podía utilizar la ducha, mientras salía del baño. No sé cómo, (o sí) me vino la idea de tomar el desquite, observándola desnuda por la puerta entreabierta, aunque dudaba que ella hubiera olvidado bloquear la puerta. Pero no lo había hecho. Y ahora no fueron imaginaciones, sino algo real: Arantxa completamente desnuda, con una mano moviéndose entre sus piernas, y la otra manoseando sus propios pechos.
—Eres un mirón pervertido —reprochó Nekane con su habitual sonrisa de malicia.
—¿Qué quieres? Además, ella ya me había visto desnudo… No me pareció estar haciendo algo malo.
—Porque no pensabas con la cabeza, sino con el pene —reproché, sin avergonzarme por ello.
—Bueno, ya sabes, los hombres tienen dos cerebros, uno en cada cabeza —añadió Nekane, dando una palmada en el muslo de su marido.
—A este paso, nos quedaremos sin oir el final de la historia… —dijo Sergio—. ¡Va!, continúa.
—Bien, pues al cabo del rato, Arantxa asomó la cabeza por una rendija de la puerta, y me pidió que apagara la luz. Lo hice, pero después empecé a pensar que antes había salido medio desnuda con la luz encendida. Ergo en esta ocasión había una diferencia… que no podía ser otra que estuviera en pelotas. Me quité el pantalón, y ahora mi imaginación tenía bases sólidas para recrear sus tetitas descaradas, su cintura estrecha, sus muslos apetitosos, y el triángulo de vello recortadito en su pubis.
—Pues ahora lo lleva depilado —le interrumpió Nekane.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sergio.
—Es que el año pasado Arantxa vino a Madrid y se alojó en casa. Bueno, yo hice por salir antes del trabajo para verla, y los sorprendí en la cama —informó Nekane.
—Ya te lo dije entonces: a mi hermana y a mí no nos parece nada mostruoso echar un polvo en las escasas ocasiones en que podemos hacerlo. Ya sé que pocas personas comprenderán una relación así, pero para mi hermana y yo es… Bueno, seguro que para vosotros abrazar a un pariente es algo natural. Pues para Arantxa y para mí es como ese abrazo… solo que desnudos y en la cama.
—Y, ¿qué hiciste? —preguntó Sergio a Nekane.
—Disimular para no avergonzarla. Afortunadamente no me vieron, así que esperé un rato en una cafetería cercana, y cuando volví, Arantxa estaba muy modosita sentada en el sofá, con las mejillas encarnadas. Una lástima, porque me habría gustado unirme a ellos… —Nekane dejó ver otra de sus sonrisas con pliegues.
El morbo del relato de Unai me había excitado, y con tanta interrupción estaba viendo que no lo acabaría.
—Venga Unai, continúa —le animé—. Y los demás, calladitos, que quiero escuchar el final.
—Estaba en que Arantxa y yo estábamos desnudos sobre las camas contiguas, y a estas alturas yo estaba loco por hacerle el amor. Pero había que romper el hielo de alguna forma, de manera que le pedí perdón por no haber bloqueado la puerta, habiendo dado lugar con ello a que me sorprendiera masturbándome. Ella dijo que no había nada que perdonar, que ella tampoco lo había hecho, y sabía que yo había estado mirándola mientras se duchaba. Luego me preguntó si me estaba “tocando” de nuevo, y le dije que sí. Me quedó claro que mi hermana también estaba dispuesta, y encendí la luz. Ella gritó “¡Noooo!”, pero pude ver cómo estaba efectivamente en pelotas, y tenía una mano entre los muslos. Me dije que así se las ponían a Felipe II, y continué masturbándome ante ella. Y Arantxa no apartó la vista, ¡quiá!
—»Segundos después —prosiguió— pasé a su cama, casi pegado a ella. Estaba ruborizada, pero su mano pecadora había comenzado a moverse arriba y abajo entre sus piernas. La aparté con una de las mías, y la relevé. Ella comenzó a contorsionarse en la cama. “Un paso más” —me dije—, y cogí su mano, poniéndola sobre mi erección. La dejó unos segundos inmóvil, pero luego la cerró en torno al tronco, y la hizo subir y bajar. Dejé que aquello continuara un rato. Luego estuvimos un tiempo tumbados de costado frente a frente, intercambiando besitos suaves, que poco a poco fueron convirtiéndose en ansiosos, con las manos de cada uno acariciando los genitales del otro. Le pregunté si estaba dispuesta, y por toda respuesta se tendió boca arriba y separó los muslos. Me habría gustado probar su sabor, pero me dije que, para ser la primera vez era suficiente, de modo que me arrodillé entre sus piernas, y la penetré muy despacio…
Unai quedó callado unos segundos.
—Bueno, desde aquel día he tenido sexo con unas cuántas mujeres. Pero aquel primer coito con Arantxa fue… No sé si sabré explicarlo: como la sublimación del cariño que sentía por ella, a pesar de que no éramos propiamente hermanos.
Hasta entonces mi vista había estado fija en el rostro de Unai, que transparentaba los sentimientos del encuentro con su hermanastra. Ahora miré al matrimonio en conjunto, y experimenté un subidón: Nekane, con los pies sobre el sofá y los muslos muy abiertos, se estaba haciendo un dedo, mientras la otra mano masturbaba despacio a su marido.
Jorge debía estar como yo porque, sin dejar de contemplar el sensual espectáculo que ofrecía la vecina frente a nosotros, pasó la mano que había dejado sobre mi muslo a mi entrepierna.
Me envaré toda, y aferré su erección. Mi marido estaba rodeando en círculos mi clítoris con el dedo pulgar. Frente a nosotros, Nekane tenía como la mitad del pene de Unai introducido en la boca, pero se las había apañado para colocar la cabeza en un ángulo tal, que sus ojos no se perdían el espectáculo que ofrecíamos Jorge y yo.
Dejé al aire el glande de mi marido, y cerré los labios en torno a él. Sé que no le gusta excesivamente que le haga una felación, pero aquellas eran circunstancias extraordinarias. Además, antes él no había hecho ascos a la mamada que le obsequió Nekane. Continué unos segundos. El dedo de Jorge entre mis muslos me estaba excitando hasta extremos inconcebibles, y mi calentura se incrementaba al contemplar a los vecinos entregados a su placer.
Jorge me tomó por la barbilla, obligándome a elevar la cabeza; colegí que estaba al mismísimo borde de eyacular en mi boca.
Nekane se sentó sobre los muslos de su marido, dándonos frente. Separó mucho los muslos, y ella misma se introdujo el pene, dejándose caer poco a poco hasta que quedó completamente alojado en su interior. Después, comenzó a hacer avanzar y retroceder su culito, y miré hipnotizada como el miembro aparecía y desaparecía al compás de sus movimientos. Nekane comenzó a gemir en tono bajo.
Me senté con la espalda apoyada en uno de los brazos del sofá, adelanté el pubis, y separé los muslos. Jorge se sentó sobre los talones, y colocó mis corvas sobre sus caderas. Luego condujo su erección con una mano, apoyó el glande, y lo introdujo muy despacio en mi vagina.
Me corrí solo con ese estímulo, tal era mi excitación, y no me importó que la otra pareja escuchara mis gemidos, ni que presenciara los espasmos que recorrían mi cuerpo.
Finalmente pasó, y me quedé quieta. Pasé una mano tras la nuca de Jorge, y le besé intensamente. Estuvimos un rato así, intercambiando besos húmedos, hasta que mi marido no pudo más: me aferró por las nalgas, y comenzó a acercarme y retirarme de sí. Y cada vez que sus testículos golpeaban mi periné, sentía una ola de placer que subía y subía, hasta que poco a poco, el segundo orgasmo me fue invadiendo. Y, a pesar de que teníamos espectadores, —aunque ya no les miraba, concentrada en mis sensaciones—, me sentí como las primeras veces que había hecho el amor con mi marido.
Y la ola fue creciendo y creciendo, hasta que todo mi cuerpo participó en las convulsiones que producía en mí aquel sensual encuentro de los cuatro…
Recobré la conciencia, y advertí que Nekane y Unai estaban aplaudiendo, con una sonrisa maliciosa.
—¿Qué pasa? —saqué la lengua en su dirección—. ¿No habeís presenciado nunca un polvo matrimonial?