Privacy Club - Cuatro años después (08)

Sexo lúdico

NOTA PREVIA DE DANY:

Creemos que esta es la única manera de ponernos en contacto con nuestros lectores habituales. Hace muchos días ya desde la anterior entrega, y queremos explicaros que no ha sido por gusto. Me quedo sin vacaciones, al menos en el mes de agosto, debido a un asunto de trabajo inaplazable, y esta es la razón por la que no podemos dedicar demasiado tiempo a este hobby .

Pero no nos hemos ido. Privacy Club tiene aún muchas cosas por descubrir.

Sergio

Marta se separó rápidamente de Nekane con el rostro encendido.

En cuanto a mí… Una cosa es que me hubiera dicho en la playa “Nekane me metió mano”, y otra distinta verlo en vivo y en directo. El previsible resultado fue una erección.

Unai se acercó a la pileta e introdujo una mano en el agua:

—Tibia. Perfecta.

Manipuló los controles y los jets hicieron burbujear el agua. Luego se metió en el jacuzzi seguido de su mujer, que se sentó abierta de piernas sobre sus muslos, de frente a nosotros, sin perder su sempiterna sonrisa de malicia.

Empujé ligeramente a Marta, que tras un ligero encogimiento de hombros acabó por sentarse en el asiento frontero al del vecino. Y yo lo hice a su lado. Las dimensiones eran las precisas para que cupiéramos sin estrecheces, aunque Marta y yo teníamos las caderas en contacto.

En su día, la temperatura del agua del ofuro había sido demasiado alta. No digo que ese tipo de baño japonés no tenga propiedades beneficiosas para la salud, que no tengo ni idea, pero el agua tibia es más agradable para permanecer sumergido en ella mucho tiempo… y tenía la corazonada de que ese iba a ser el caso.

Unai contemplaba a mi mujer con una semisonrisa —cosa que no era de extrañar, porque los remolinos de agua causaban que sus pechos oscilaran sugerentemente—. Marta tenía aún signos de rubor en las mejillas, pero parecía relajada, no violenta por la situación. Y Nekane continuaba sonriente.

Permanecimos unos instantes en silencio. Parafraseando a Unai, “todos estábamos deseando hacer el amor con el contrario de la otra pareja, pero nadie se decidía a dar el primer paso”.

—Estáis muy tensos… —reprochó Nekane dirigiéndose a nosotros—. Y no disfrutaréis verdaderamente de la situación hasta que no os relajéis. Solo sexo lúdico.

«O sea, que va de sexo»… —me dije.

—Dices “sexo lúdico”. ¿Es que hay más clases de sexo? —pregunté.

—Tengo una amiga un tanto… desinhibida —hizo los gestos de comillas con las manos en el aire—, que es la que clasifica el sexo en iniciático (el de las primeras veces) de pareja, transgresor y lúdico.

—¿Cuál es el significado de “transgresor”? —quiso saber Marta.

—En su opinión, el que se realiza con persona distinta de su pareja oficial, normalmente sin conocimiento de esta o este —replicó la vecina—. Y antes de que preguntéis, el sexo lúdico se practica como diversión, a la vista o, por lo menos, con la anuencia del cónyuge. En sus palabras, se distingue del transgresor en que no hay sentimientos de culpa.

—Oye, ¿conozco a esa amiga tuya? —dijo Unai con una sonrisa lúbrica.

—No te la he presentado nunca porque sé de qué pie cojea, y habría querido ensayar contigo lo del sexo transgresor… —Nekane sonrió con ironía—. En su concepto, el lúdico es lo más: es disfrutar del sexo sin condicionamientos, prejuicios, tabúes, ni falsos pudores, normalmente entre tres o más personas.

«Blanco y en botella: quieren follar, y nos están “haciendo el artículo”» —pensé.

La verdad es que estaba deseando practicar el sexo lúdico (o de no importa qué otra clase) con Nekane, e imaginaba que Marta no le haría ascos; al fin y al cabo, ya lo habíamos hecho otras dos veces anteriormente.

Nekane abandonó su posición, y se sentó sobre los talones frente a Marta, posando las manos sobre sus rodillas.

—Oye, no nos habéis contado nada apenas sobre vuestro encuentro con los japoneses. ¿Cómo fue?

Marta

Miré a Sergio con las mejillas seguramente encendidas de rubor. Pero él se limitó a sonreír. Me decidí a contarlo:

—Bueno, de acuerdo con las categorías que has dicho, fue más bien sexo transgresor, por más que fuéramos cuatro. Los japoneses nos propusieron terminar la velada en casa de ellos… Es que estábamos cenando, junto con otras parejas, con los propietarios del Club…

—¡Guau! Esto se pone cada vez más interesante. ¿Qué hacían esas otras parejas? —preguntó Nekane.

Callé; no me atrevía a contarlo.

—Antes de marcharnos, pudimos presenciar el inicio de una orgía —explicó Sergio.

—Y, ¿por qué no participasteis? —quiso saber Unai.

—Las cosas no estaban, digamos lo suficientemente maduras, entre Marta y yo, como para prestarnos a algo así —explicó Sergio.

—¡Oh! —exclamó Nekane—. ¿Y con los japoneses?

—Pues fue algo que vino rodado… Ofuro , por si no lo sabéis, es una especie de tina grande, con el agua muy caliente. Y claro… —vacilé—, pues no se estilan los bañadores. De modo que nos encontramos los cuatro… sin ropa… dentro del agua, y… pues ya podéis imaginar el resto —concluí.

—Igualito que ahora —dijo Nekane guiñando un ojo—. Pero dime: ¿es cierto que los orientales la tienen pequeñita? —me miraba con su típica sonrisa de malicia.

—Bueno… —me causaba mucho pudor hablar de ello—. No sé otros. La de Yasuhiro… este… pues sí, era más pequeña que la de tu marido o el mío…

Me escocían las mejillas de rubor.

—¿No volvisteis a ver a los propietarios del Club? —preguntó Unai.

Me revolví en el asiento, incómoda; deseaba terminar con esa conversación.

—Pues sí —confesé—. Tiempo después nos invitaron a cenar, los cuatro solos.

—¿Y? —Nekane me dio pie para continuar.

—Tienen un casoplón, con piscina interior y todo… ¡joder, Sergio! Cuéntalo tú.

—¿En serio? Bien, alguien dijo de probar la piscina, pero obviamente Marta y yo no habíamos llevado bañadores. Me habían oído hablar de que había prometido a Marta un masaje con aceite corporal, y quisieron ver cómo era. Cubrieron los ojos de mi mujer con un antifaz negro, se tendió en una tumbona… y bien, el masaje terminó siendo a seis manos y… —Sergio calló el resto.

—Lo del masaje es un modo de romper el hielo… —dijo Unai.

—Se me ocurre… Igual podemos haceros nosotros el masaje… a los dos —propuso Nekane—. Se nos da bien, ya veréis…

Salió de la bañera, y se dirigió chorreando al interior de la casa, de donde volvió poco después con dos máscaras parecidas a aquella con la que Noemí había tapado los ojos de Marta.

Nos cubrieron la vista a los dos, y nos pidieron que nos sentáramos en el centro del jacuzzi . Como en casa de Aarón y Noemí, la falta de visión surtía el efecto de aislarte, como si no fueras tú quien…

Unai se sentó detrás de mí. Sentí sus manos acariciando mi cuello y mis hombros. Luego descendieron por la parte superior del pecho, y llegaron a los senos… Sus dedos amasaron suavemente mis pezones…

Sergio

Nekane pasó los brazos por debajo de mis axilas desde atrás. Había pegado su cuerpo al mío, porque notaba perfectamente la dureza de sus senos en mis omóplatos.

Acarició mi pecho en círculos unos segundos, pasó a mi vientre, y después fue derecha a su objetivo: una de sus manos aferró mi erección, mientras la otra manoseaba suavemente mis testículos.

—¿Cómo son los propietarios del Club? —susurró en mi oído.

—De piel oscura, altos y muy bien formados —dije.

—Y el pene del propietario del Club, ¿también era pequeño? Es que dicen que los hombres de esa raza la tienen muy grande… —Nekane se dirigía seguramente a mi mujer.

Pero Marta no respondió; posiblemente ni escuchó la pregunta.

Marta

Noté una de las manos de Unai introducirse entre mis muslos, y los separé para facilitarle el trabajo. Estaba muy excitada, y tener los ojos tapados me permitía abstraerme de lo que estaba sucediendo a mi lado, por más que Sergio y yo teníamos las caderas en contacto en aquel espacio tan reducido, y percibía en mi costado los movimientos del brazo de Nekane… de la misma forma que Sergio debía estar notando los de Unai.

Representé en mi mente la imagen de la vecina masturbando a mi marido, y la idea incrementó varios puntos mi ardor.

Unai comenzó a masajear la cúspide de mi sexo en círculos, muy despacio, mientras su otra mano pasaba de un pecho al otro, friccionando mis pezones entre dos dedos. Me estaba llevando al clímax. Era como trepar por una suave pendiente en cuya cima me esperaba el orgasmo. Pequeños ramalazos de placer recorrían mi vientre desde el punto en que la mano de Unai insistía en sus caricias circulares.

Luego comenzó a amasar mi clítoris entre dos dedos, de la misma forma que lo estaba haciendo con el pezón. Me envaré toda, y no pude evitar emitir un gemido de placer.

Sergio

—Dime, Sergio, ¿era más grande que esta? —Nekane estaba acariciando en círculo mi glande con uno de sus dedos.

—Ligeramente.

«Como siga así voy a eyacular en la bañera» —pensé.

Su voz se convirtió en un susurro, con los labios rozando mi oído derecho.

—Hasta anoche no había gozado con un pene como el tuyo. El de Unai no está mal, pero “esto”…

Oí a mi lado los ligeros gemidos de placer de Marta, y sentí las contracciones de su cuerpo en mi cadera.

—Anoche te prometí que la próxima vez sería en una cama, con todo el tiempo del mundo, pero… —reí—. Parece que tú y yo estamos condenados a hacerlo en sitios raros y de maneras extrañas…

—Puedes cumplir tu promesa ahora. ¿A qué estamos esperando? —Nekane mordió ligeramente el lóbulo de mi oreja.

Me puse en pie, e intenté quitarme el antifaz, pero Nekane me lo impidió:

—No te lo quites. Es más morboso así… —susurró—. Ven, vamos a secarnos.

Marta

El orgasmo se desató en mí como una explosión. Sergio DEBÍA estar notando mis espasmos, pero curiosamente no sentía ninguna vergüenza por ello. Incluso sin los antifaces, no habría sido la primera vez que él contemplaba cómo hacía el amor con otro hombre.

La cuestión es que, si aparentaba estar pudorosa como una virgen, era porque me daba vergüenza demostrar que no sentía ninguna vergüenza al mostrarme desnuda, o por hacer el amor con Unai delante de los otros.

El cuerpo de Sergio perdió el contacto con el mío, y supuse que se había puesto en pie. Escuché que decía algo sobre una promesa hecha a Nekane, y me pareció que ambos salían del jacuzzi .

Acababa de experimentar un orgasmo, pero quería… no, necesitaba más.

—¿Dónde han ido? —pregunté a Unai.

—Probablemente al dormitorio grande… No, no te quites el antifaz —me sujetó las manos cuando estaba a punto de hacerlo. ¿Salimos?

Me secó someramente el cuerpo con una toalla, que luego debió utilizar para enjugar el agua del suyo. Después me tomó por la cintura, y me guió. A estas alturas ya tenía memorizada la disposición de la planta superior, y supe que íbamos hacia el dormitorio que ocupaba con Nekane. El mismo en que la noche anterior había hecho el amor con él. Antes de llegar, escuché indistintamente susurros y la risa de Nekane.

—Ven, tiéndete —me pidió.

Hice lo que me pedía. Extendí un brazo para llegar al otro lecho (el dormitorio constaba de dos, ambos de tamaño matrimonio) y mi mano tropezó con los pechos de Nekane. La retiré rápidamente. Pero el mal ya estaba hecho.

Noté movimiento en el colchón, y enseguida el cuerpo de la otra mujer estaba sobre el mío.

—Supongo que eso ha sido una invitación —dijo con voz risueña.

—No, realmente yo… —no pude continuar; había cerrado mis labios con los suyos.

Traté de quitarla de encima de mí, pero se resistió; me sujetaba los muslos entre sus rodillas, y entre ello y su peso, me tenía inmovilizada. De nuevo, el casi olvidado contacto del cuerpo de una mujer sobre mí me enervó. Ahora sí sentía vergüenza de que los dos hombres me vieran con las piernas enredadas con las de Nekane, y probablemente mostrando…

—Déjame, Nekane —conseguí articular, en un momento en que separó su boca de la mía.

—¡Bah! No seas tonta… —reprochó.

Noté su mano entre mis piernas, y me vino un subidón. A pesar de ello la empujé, pero no conseguí con ello sino girar 180º, y que Nekane quedara debajo de mí.

—Me encantan tus pechos —dijo, antes de cerrar la boca sobre una de mis aréolas.

«Me gusta, pero no quiero demostrarlo» —dije para mí.

—¡Eh! ¿Qué hay para nosotros? —oí decir a Unai.

—Diviértete con Sergio —rió Nekane.

Dos manos masculinas me tomaron por las ingles, elevándome ligeramente al tiempo que me hacían rodar. Quedé tendida boca arriba, con los muslos separados. Pero de nuevo, la conciencia de que Unai estaba posiblemente contemplando mi intimidad no me produjo rubor alguno.

Sergio

Nekane y Marta se estaban revolcando en la cama, o al menos eso deduje de los movimientos del colchón y de sus palabras.

Al poco, Nekane se tumbó sobre mí, y comenzó a besarme apasionadamente. Tras unos segundos, separó sus labios de los míos, e hizo resbalar su cuerpo hacia abajo. Otra vez, una de sus manos se cerró en torno a mi erección, pero esta vez noté algo diferente: un roce húmedo en mi glande. Lo lamió varias veces, y luego cerró los labios en torno a él.

No me gusta especialmente que me hagan una felación, y Marta tampoco es muy proclive a hacerla. Siempre he pensado que es una práctica que podría tener sentido para conseguir una erección cuando el pene está más o menos fláccido, pero no era el caso. Sin embargo, en esta ocasión las subidas y bajadas de la boca de Nekane sobre él, me estaban llevando cerca del punto de no retorno. La tomé por las mejillas e hice que levantara la cabeza.

—Si continúas, vas a conseguir llenarte la boca de algo que seguramente no deseas —dije en tono zumbón.

Ahora sí, me quité el jodido antifaz. En la cama de al lado, Marta estaba tumbada boca arriba, con las rodillas flexionadas y muy separadas. Unai, arrodillado entre sus muslos, lamía concienzudamente su sexo.

«Igual tendría que sentirme, no sé, celoso, pero el caso es que no experimento más que una leve excitación» —me dije con extrañeza.

Le imité. Nekane adoptó una postura similar a la de mi mujer, y luego pasó las dos manos tras mi nuca, obligándome a enterrar la boca en su sexo.

Marta

Notaba la lengua de Unai recorriendo arriba y abajo mi vulva, y sentí que el segundo orgasmo se estaba formando en mi vientre.

No sabía que hacían Sergio y Nekane en la cama de al lado, y estaba deseando verlo, de modo que me quité el antifaz: la vecina tenía el pene de mi marido en la boca, que hacía bajar y subir sobre él, sin introducirlo totalmente (algo imposible, salvo que fuera capaz de no sentir arcadas cuando llegara a la glotis)

«Debería sentir deseos de arrastrarla por los pelos, pero el caso es que lo único que me provoca ver cómo da placer a Sergio es una curiosa sensación de ternura» —pensé extrañada.

Unai cerró los labios sobre mi clítoris, y succionó ligeramente. Elevé la pelvis en su dirección sin poder evitarlo, sintiendo las primeras contracciones del orgasmo.

Las manos del hombre atraparon mis dos senos, y volvió, como en el jacuzzi , a amasar mis pezones entre los dedos índices y pulgares.

Comencé a convulsionar, experimentando sacudidas de placer que se difundían por mi vientre desde el punto en el que la lengua de Unai titilaba sobre mi clítoris, sin sentir pudor alguno por expresar mi gozo con los gemidos que surgían de mi boca.

El húmedo roce cesó, y miré al vecino con una sonrisa.

—Creo que tendré que devolverte el favor… —dije con voz melosa.

Él se tendió boca arriba, y me hizo señas con un dedo de que me acercara. Pensé que quería que le hiciera una felación, pero no era eso: me tomó por las axilas, y tiró de mí, hasta que quedé sentada sobre sus muslos. Y entonces comprendí que se trataba de penetrarme desde abajo. Me puse en cuclillas con un pie a cada lado de sus caderas, tomé su erección desde detrás de mis nalgas, la conduje hasta la entrada de mi vagina, y descendí poco a poco hasta que la penetración fue completa, provocando en él una especie de gruñido, y en mí la conocida sensación placentera de dilatación de mi conducto.

Y tampoco esta vez sentí pudor alguno cuando comencé a hacer subir y bajar mi trasero sobre el pene del hombre, a pesar de ser consciente de que Sergio probablemente estaría contemplando cómo cabalgaba al otro hombre.

Sergio

Elevando ligeramente la vista, mientras continuaba lamiendo el sexo de Nekane, asistí a la colocación de Marta sobre los muslos de Unai, y cómo ella misma se introdujo el pene del hombre. Sus nalgas comenzaron un enloquecedor movimiento de subida y bajada. La erección del vecino penetraba profundamente en su interior, para luego salir arrastrando con ella el anillo de carne del vestíbulo de la vagina de mi mujer.

Nekane comenzó a emitir pequeños grititos excitados, para después contraer su cuerpo, elevando el pubis en mi dirección. Con los ojos cerrados, su cabeza rotaba a derecha e izquierda, y pequeños temblores denotaban que estaba experimentando un orgasmo.

Estuve a un paso de derramar mi carga sobre las sábanas, pero conseguí contenerme.

—¿Ya? —dije, separando mi boca de su sexo.

—¡Síiiii! Y ha sido mejor que el de anoche —dijo ella en tono meloso.

Me senté en la cama, dando frente a la pareja formada por Unai y Marta, que seguían en la misma actitud… solo que mi mujer estaba emitiendo pequeños gemidos excitados.

Marta

Estaba de espaldas a la otra pareja, por lo que no podía ver qué hacían. Antes de comenzar a cabalgar a Unai, Sergio le estaba comiendo la cuquita, y por un instante deseé ser yo el objeto del cunnilingus . El de Unai había estado bien, pero mi marido era un maestro. Sobre todo, cuando yo estaba a punto de correrme y el lamía la entrada de mi vagina. Me recorrió un estremecimiento al recordarlo, que se unió a la excitación que, de nuevo, iba creciendo en mi interior.

—Siéntate de espaldas a mí —susurró Unai en mi oído.

Me negué.

—¿Eres boba? Si lo haces porque tu marido no te vea… hum… de frente, ahora mismo puede contemplar lo mismo en el espejo.

Lo pensé un instante, y decidí que sería muy excitante experimentar otro orgasmo mientras veía a Sergio haciendo el amor a Nekane.

Apoyándome en el pecho del vecino, giré 180º; ellos habían adoptado la misma postura en la que les sorprendimos la noche anterior en el sofá de la terraza, esto es, Nekane sentada sobre él, dándome la espalda, y haciendo oscilar su culito adelante y atrás abrazada a mi marido, y besándole apasionadamente.

Separé los muslos todo lo que pude. Esta vez fue Unai el que condujo su erección hasta que el glande dilató ligeramente el vestíbulo de mi vagina. Descendí poco a poco, hasta que la totalidad de su pene quedó alojado en mi interior…

Sergio

Marta se había vuelto, dándome frente. Tenía las rodillas separadas en un ángulo imposible, y asistí a la penetración de Unai. Hay algo muy excitante en la imagen de una mujer abierta de piernas, mientras es embestida por un hombre, algo que solo puedes contemplar cuando el sexo se practica entre dos parejas, a la vista una de otra. Podía ver indistintamente la “Y” invertida entre los muslos de Marta con el clítoris ligeramente inflamado, y los labios mayores separados para alojar el pene de su pareja ocasional.

Marta, sin duda acalambrada por la postura, cesó casi en sus movimientos. Unai la tomó por las nalgas, elevándola ligeramente, y mi mujer dobló el cuerpo hacia atrás, apoyando las manos sobre el pecho de él. Entonces el vecino comenzó un frenético mete-y-saca.

Marta

Cuando hago el amor, me gusta separar los muslos hasta tocar las sábanas con las rodillas (obviamente, estoy hablando de la clásica “postura del misionero”) porque en esa posición, el pene de mi compañero de sexo penetra muy profundamente, excitando puntos de mi vagina que solo en ella pueden ser acariciados. Ahora estaba de la misma forma, pero encima de Unai, que se había tendido de espaldas.

La excitación iba creciendo en mi interior, incrementada por la visión de Sergio entregado al coito con Nekane, y me encontraba a un solo paso del orgasmo.

Los ojos de mi marido estaban prendidos en mi entrepierna, y decidí darle un espectáculo que nunca olvidaría: comencé a masturbarme, rozando al paso la erección que avanzaba y retrocedía en mi interior.

Unai comenzó a jadear sonoramente. De seguro que él también estaba a punto…

Sergio

Nekane se estremecía entre mis brazos, entregada a sus sensaciones. Y yo, de nuevo, trataba desesperadamente de contener mi inminente eyaculación, esperando que el orgasmo se desatara en ella.

Marta, frente a mí, comenzó a rozar con la palma de la mano simultáneamente su vulva y el pene que la acometía.

Y ya no pude contenerme más. Me derramé en el interior de Nekane, y de nuevo sentí esa especie de fusión con ella que había experimentado la noche anterior. Éramos un solo cuerpo estremecido y jadeante, que convulsionaba en los estertores del gozo compartido.

Marta

La contemplación del placer de la otra pareja me produjo una especie de conmoción, y se desató un profundo orgasmo en mi interior. Y percibí algo totalmente fuera de mi experiencia: me sentí flotar, con todo mi cuerpo estremecido por las contracciones que irradiaban desde mi sexo, y el cuerpo de Unai era el mío propio, y su placer mi placer.

Después quedé tendida de espaldas sobre él, y aún pequeños ramalazos placenteros recorrieron mi vientre, hasta que fueron cesando lentamente.