Privacy Club - Cuatro años después (07)

El primer día tras la primera noche...

Sergio

Mañana de playa

Me desperté desorientado. Enseguida tomé conciencia del lugar en que me encontraba, y recordé los acontecimientos de la noche anterior. Miré mi reloj: las siete y cinco.

Marta dormía en posición fetal de espaldas a mí, y la luz que entraba por la ventana incidía en su cuerpo, resaltando la raya cerrada de su sexo bajo sus nalgas.

Me embargó un profundo sentimiento de amor por aquella mujer, que no empañaba el hecho de haberla visto follando con otro. Me levanté, y fui hacia el aseo.

★ ★ ★

Nekane estaba en la cocina. Debió sentir mis pasos, porque se volvió sonriente. La abracé, e intercambiamos un beso “como es debido”.

—¡Ufff! —exclamó cuando nos separamos. ¿Tan de mañana y ya dispuesto?

—Mmmmm, no exactamente. Se trata de un saludo matutino…

—¿Quieres un vaso de zumo? Es de frasco, pero está bueno —ofreció.

Bebí la totalidad del jugo; tenía sed.

—¿Qué vas a hacer mientras se despiertan los lirones? —preguntó.

—Pues pensaba salir a correr por la playa. ¿Vienes?

—Vale, pero esta vez sin tumbarnos detrás de los arbustos, que hay luz y probablemente habrá gente…

—Hmmm. Tengo el propósito de que la próxima vez sea en la cama, con todo el tiempo por delante para disfrutarlo como se merece…

—¿Es una proposición en firme? —me dirigió una sonrisa traviesa.

—Es el anuncio de lo que pretendo que hagamos más temprano que tarde… si tú quieres.

—Espera, que cojo las llaves…

Salimos.

★ ★ ★

Corrimos por la parte de la arena donde mueren las olas, salpicándonos cuando una de ellas rompía más allá de nuestros pies. Los menudos pechos de Nekane apenas botaban ligeramente al ritmo de sus zancadas. Disminuí la velocidad a propósito para contemplar sus nalgas mientras corría, admirando el espectáculo de su cuerpo desnudo.

Un rato después se detuvo, inclinándose con las manos apoyadas en los muslos, jadeante.

—¿Hasta dónde… pensabas… ¡ahhh! llegar?

—Normalmente suelo correr una hora diaria, entre ida y vuelta.

—Si seguimos haciendo esto todas las mañanas, podré seguir tu ritmo —dijo—. Pero hoy dame cuartelillo…

Pasó un brazo en torno a mi cintura, y nos dirigimos caminando hacia la urbanización.

—¿Qué tal anoche con Marta, cuando os quedasteis solos? —preguntó.

—Bueno, el día que nos invitasteis, después de que me contaras vuestra aventura caribeña con otra pareja, se nos ocurrió que existía alguna posibilidad de que quisierais revivirla con nosotros…

—¡Guau! —exclamó con su típica sonrisa de malicia—. Y a pesar de todo, vinisteis… ¿Lo habíais hecho antes? Me refiero a un intercambio de parejas…

—Antes de casarnos, nos presentaron a un matrimonio de japoneses. Nos invitaron a su casa, y… ¿sabes qué es un ofuro ? —Se lo expliqué ante su gesto de duda—. Los cuatro desnudos en el agua… Ya puedes imaginar.

—¡Un polvo exótico! Esto no me lo habías contado —me dirigió un gesto de reproche—. ¿Qué tal estaba la japonesa? —Nueva sonrisa de malicia.

—Menudita y tal. Me llegaba por aquí —señalé mi hombro— pero en horizontal la diferencia de estatura no se nota…

—Pero dime, dime, ¿es cierto que los orientales la tienen pequeñita? —preguntó.

—Pues la verdad es que no me fijé demasiado, estaba más pendiente de los encantos de su mujer. Puedes preguntar a Marta… Pero sí, más o menos así en erección —señalé el tamaño aproximado con las manos en paralelo.

—Dicen que el tamaño no importa… Mentira cochina —sentenció, mirando descaradamente mis genitales.

—¿Qué crees que están haciendo Marta y Unai? —pregunté—. Como anoche, les hemos dejado solos.

—¿Tú qué crees? —Me dirigió una de sus sonrisas maliciosas.

—¿Marta a estas horas? Dormir.

—Puede que alguien la haya despertado… —insinuó.

—Bueno, pues si les encontramos en una pose como la de anoche, igual tendríamos que unirnos a ellos… —insinué.

—Te has empalmado —susurró.

Habíamos llegado ante su apartamento. Nekane utilizó su llave y entramos.

★ ★ ★

Se reprodujo la situación de la noche anterior, esto es, silencio absoluto, y a Marta y Unai no se les veía por parte alguna.

«Seguirán en la cama. Cada uno en la suya» —imaginé.

—Voy a darme una ducha, estoy sudorosa —indicó Nekane, mientras comenzaba a subir la escalera.

Esta vez me quedé parado a propósito, admirando sus nalgas firmes y su sexo. Ella lo advirtió, se volvió con una sonrisa juguetona, y me hurtó la visión con una mano.

La puerta de nuestro dormitorio estaba entreabierta, y la cama vacía.

«¡Joooder! —exclamé para mí—. Estos han empezado de buena mañana».

Nekane debió pensar lo mismo, porque se asomó a su habitación.

—Unai sigue “haciendo seda” … solo —susurró, cerrando sin ruido la puerta a su espalda.

Abrí la correspondiente al aseo. Marta estaba abriendo los grifos de la ducha, de espaldas a nosotros. Sin duda nos oyó, porque se volvió, y advirtió la presencia de Nekane.

—¿Es que no hay intimidad en esta casa? —su sonrisa desmentía el aparente reproche de sus palabras.

—Sí mujer, lo que pasa es que… —Nekane se interrumpió, y miró especulativamente a mi mujer—. Tu marido va a preparar el desayuno, mientras las chicas nos aseamos. —Me empujó fuera del cuarto de baño—. Y voy a correr el pestillo, por si tienes algún mal pensamiento…

Me encogí de hombros, y me dirigí a la cocina. Me rasqué la cabeza, dudando qué hacer, porque no tenía ni idea acerca de las costumbres matutinas de la otra pareja. Serví otro vaso de zumo que bebí de un trago, y rebusqué en los armarios. Encontré un paquete de pan tostado industrial y cápsulas de café, que dejé sobre la encimera. En el frigorífico había mantequilla, y dos clases de mermelada.

Tras unos segundos de investigación, me encontré en disposición de utilizar la cafetera. Introduje una cápsula, y mientras se calentaba el artilugio, llevé tazas, platos y cubiertos a la mesa del comedor.

En estas, me sorprendió la presencia de Unai, con una cómica cara de sueño.

—Buenos días. ¿Dónde están las chicas?

—En la ducha, pero me han echado…

—Por eso estaba la puerta cerrada a cal y canto… —Sonrió—. Cuando he despertado, al ver que no estaba mi mujer, pensé que igual os encontraría… en la terraza, ya sabes.

Oprimí el botón de la cafetera.

—Pues sí estaba conmigo, pero nos hemos dedicado a algo más inocente: running por la playa. —Le tendí la taza llena—. No tengo ni idea de vuestras costumbres…

—Seudozumo de naranja —sonrió irónicamente—, un par de tostadas…

—He puesto todo en la mesa de comedor.

★ ★ ★

Marta estaba ruborizada, y mantenía la vista baja, lo que atribuí a que se sentía cohibida en presencia de Unai.

—Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Nekane mientras comenzaba a recoger la mesa.

Me puse en pie, y la ayudé.

—¿Sois mucho de playa? —pregunté.

—Vamos todos los días por la mañana —Unai apuró su segunda taza de café—. Pero si os apetece otra cosa…

—Por mí está bien —aceptó Marta.

—Deberíais poneros crema de protección, sobre todo en ciertas partes que no han conocido nunca el sol —insinuó Unai.

—Tengo un frasco en el dormitorio. ¿Eres un cielo y subes a por él? —Marta me besó ligeramente en los labios.

Cuando bajé, la parejita parecía no haber esperado a que la trajera: Nekane estaba frotando a mi mujer por detrás, nalgas incluidas, mientras que su marido “trabajaba” entusiasmado los pechos de una Marta ruborizada hasta la raíz del cabello.

—Te toca a ti, —Nekane vino en mi dirección.

Deposité en las palmas de sus manos una buena cantidad de crema del recipiente que había traído, que ella extendió por mi espalda y glúteos. Luego tomó más, que fue a parar a mi pecho y vientre, obviando mi pene.

—“Ahí” te lo pones tú. No porque me dé corte hacerlo yo, sino porque intuyo que si lo hago tendrías que salir a la calle con una toalla por delante, —bromeó—. Que ya llama bastante la atención estando “chof”.

★ ★ ★

La playa a la luz del sol era una maravilla: arena fina y dorada, y de una anchura espectacular. Por ambos lados se alargaba hasta perderse de vista. La concurrencia, como la de otra cualquiera, con la diferencia de que una gran mayoría de la gente estaba en pelotas. Y como en las playas convencionales, no había demasiadas cosas que excitaran la líbido. Muchos senos que habían sucumbido a la fuerza de la gravedad, muchos michelines y barrigas cerveceras, bastante celulitis en las damas, y penes que perdían claramente en la comparación con el mío, modestia aparte. Una considerable cantidad de mujeres lucían el pubis tan desprovisto de vello como los de Marta y Nekane, aunque también había algún que otro triángulo recortadito, e incluso felpudos selváticos. El mar estaba como una balsa, sin apenas oleaje.

Tendimos las toallas en la arena.

—¿Os apuntáis a un paseo? —insinuó Unai.

—Por nosotros, de acuerdo —decidió Marta por los dos.

Empezamos a caminar descalzos por el mismo borde, donde rompían las olas. Era muy agradable sentir el frescor del agua salada en los pies.

Nekane y Unai caminaban delante de nosotros, enfrascados en una risueña conversación.

—Anda, que ahora puedes contemplar el culito de Nekane a tu sabor —Marta me miraba con sorna.

—Mmmm, casi me hacía más impresión en bikini… Por cierto, ¿te pasa algo? Lo digo porque has estado muy callada desde que salisteis de la ducha.

—Es que… —titubeó.

—Sea lo que sea, no podrá avergonzarte más que lo de anoche…

—Bueno, pues ahí va —dijo Marta no muy decidida—: Nekane me ha metido mano…

—¡Oh! Define “metido mano”.

—¡Joder! ¿Quieres avergonzarme aún más? —Lo pensó unos segundos—. Bueno, pues está pirrada por mis pezones, como su marido. Se puso a alabarlos, y terminó amasándolos con los dedos. Luego dijo de frotarme la espalda, y lo hizo, pero al final se entusiasmó… —se encogió de hombros— bajó hasta las nalgas, y terminó frotándome el chichi, como tú dices.

—Y, ¿qué hiciste?

—Pues de puro “corte” me quedé como si me hubiera dado un aire, lo que ella debió tomar como conformidad…

Bajó la vista, y se ruborizó.

—Creo que te has quedado a la mitad…

—Déjalo, Sergio —me miró con gesto de súplica.

—Oye, no tienes por qué avergonzarte. Anoche te follaste a Unai, y eso sí que de seguro te habría costado contarme, si no fuera porque…

—…porque te pillé con Nekane en la terraza. —Lo pensó unos segundos—. Bueno, ahí va: me corrí.

—¡No jodas!

—Si cierras los ojos, da igual si te introduce los dedos en la vagina un hombre o una mujer, el efecto es el mismo… Y luego… —titubeó unos instantes— pues que me pidió que le frotara la espalda a ella, y… lo hice.

—¿Sólo la espalda? —la miré con sorna.

—Por favor, déjalo ya —tenía el rostro como la grana.

—Bueno, ya tuviste experiencias parecidas con tu compañera… ¿Cómo se llamaba?

—Emma.

—Y con Noemí, si a eso vamos —añadí.

Nekane venía caminando en dirección a nosotros. Se colgó de mi brazo, con una sonrisa traviesa.

—¿Te importa prestarme a tu marido? —empujó a mi mujer con una mano posada en las nalgas—. Y tú, vete a hacer compañía al mío.

—Precisamente estábamos hablando de ti. Y más en concreto de cómo te dedicaste a pervertir a Marta en la ducha… —expliqué.

—¡Oh!, —dejó oír su risa—. Imaginé que no te lo contaría. Bueno, no fue nada. Es que, como te dije una vez, algunas mujeres no somos tan estrictas en lo relativo a nuestra identidad sexual como vosotros… —me dirigió una sonrisa juguetona—. Y además, no sé qué tiene Marta, que resulta de lo más incitante.

—Aparte de los pezones siempre tiesos y largos como la primera falange de mi dedo meñique—la interrumpí.

—Sí, ¡jeje! Unai no puede separar la vista de ellos.

—Ni yo de tu culito —dije sin cortarme.

En ese momento, el otro hombre había cogido de la mano a Marta, y tiraba de ella en dirección al agua. Terminaron cayendo, en un revuelo de brazos y piernas.

—Pues no es mala idea —afirmé, mientras tomaba su mano.

Pero Nekane no hizo ni el remedo de resistirse. Cuando nos llegó a los muslos, la chica se lanzó de cabeza. Se me ocurrió mirar hacia la playa; dos tíos y una matrona no perdían ripio de lo que hacíamos. Los tres apartaron la vista azorados. Me fui detrás de ella.

Emergimos a un metro de distancia uno de otro. Mientras ella escurría su mata de cabello rojo, con los pechos adelantados por la postura, busqué con la vista a los otros dos: estaban unos metros más allá. Unai se había colocado a la espalda de mi mujer, y parecía decirle algo al oído, con la boca muy cerca. El agua los llegaba al cuello, con lo que no veía dónde tenían las manos, aunque en el caso de Unai, no era difícil suponerlo.

Quedé pensativo. Solo dos días antes, una escena como esa habría sido impensable. Aunque, bien mirado, resultaba casi inocente, después de lo que había visto ayer.

—Un euro por tus pensamientos —Nekane se pegó a mí por detrás, poniendo las dos manos sobre mi vientre.

La dureza de los pechos de la mujer en mi espalda aventó mis elucubraciones.

—Desperdiciarías tu dinero.

—Marta y mi marido salen del agua. ¿Los acompañamos? —me besó en el cuello, tras el oído.

★ ★ ★

Dos minutos después de estar tendido boca abajo al sol, estaba hasta los mismísimos. No me va nada ponerme a la parrilla como una gamba. Me di la vuelta. Marta en pie, extendía más crema por sus muslos. Puso un pie sobre mi pecho, y separó ligeramente las piernas. Crucé las manos tras la cabeza, y disfruté del espectáculo: su sexo se me mostraba en su totalidad, ligeramente entreabierto por la postura.

—Tú, ¿qué miras? —preguntó con una sonrisa.

—Pues hay mucho que ver, te lo aseguro. Y muy bonito, por cierto.

—¿Os dejamos solos? —preguntó Nekane en tono juguetón.

—¿No tienes que ponerte crema tú también? —le pregunté, incorporando la cabeza.

—No —rio—. Además, lo mío es enseñártelo en la escalera —bromeó.

Marta se tendió a mi lado.

—Necesito que un caballero me traiga algo de beber, estoy sedienta. Por cierto, Nekane, ¿cómo se hace para tumbarte sin enseñar la cuquita al personal?

—Pues no hay mucho que puedas hacer al respecto. Lo mejor es que te olvides de ello —respondió la aludida.

Me había dado una maravillosa excusa para dejar de cocinarme al sol. Me puse en pie.

—Voy yo. ¿Queréis algo? —pregunté a los otros dos.

—Te acompaño —Unai se incorporó.

★ ★ ★

—No hemos tenido ocasión de hablar hasta ahora —comenzó Unai, caminando a mi lado—. No sé qué pensáis de lo que sucedió anoche…

—Marta y yo no lo hablamos mucho. —Me encogí de hombros—. No lo habíamos planeado, pero bien, ocurrió.

—La verdad es que lo habéis tomado mucho mejor de lo que suponía. Sobre todo tu mujer, aunque no estaba nada seguro de cuál sería tu reacción.

—Y, ¿qué quieres? No puedo sino darte la razón en lo de que esto habría sucedido más temprano que tarde como dijiste anoche, y… Casi prefiero que haya sido así.

—Imagino que no tendréis reparos en que… bueno, que lo hagamos más veces… —Me miraba dubitativo.

—Ese tema copó la mayor parte de la charla entre Marta y yo, y la conclusión fue que a ninguno de nosotros nos horroriza la idea.

—Es que no quisiera que tomaras a mal que me… que digamos, me propase con tu mujer. Te aseguro que Nekane no le va a hacer ascos a… estar contigo.

«¡Joder! Qué conversación más violenta —pensé—. Pero está bien que digamos a las claras que cada uno está loco por follarse a la mujer del otro».

—No va a haber ningún problema en ello —concedí.

Seguimos caminando en silencio unos segundos.

—Vamos al apartamento, tengo que coger dinero —advertí—. Y ya que ha salido el tema, tendríamos que hablar sobre lo de pagar los gastos. Vosotros ponéis la casa, así que lo lógico sería que Marta y yo nos hiciéramos cargo del resto...

Al final, convinimos en sufragar comidas y demás a medias.

Marta

…y tarde de relax

Comimos de nuevo en el restaurante al aire libre. El pudor que sentí la noche anterior se había disipado, y ya no sentía nada especial por mostrarme desnuda en público.

La conversación fue una más de nuestras desinhibidas y alegres charlas en casa de alguna de las dos parejas o en la piscina. Sergio había dicho que le parecía estar soñando. Para mí, por el contrario, era muy real y disfrutaba la experiencia, impensable hacía unos días, pero de lo más agradable.

Miré distraídamente a la mesa de al lado, y me incliné sobre Sergio.

—No mires fijamente, pero echa un vistazo a la mujer de la mesa de tu izquierda —susurré, con gesto malicioso.

Los otros dos volvieron la vista, pero no debieron encontrar nada raro, porque me miraron con gesto interrogativo.

—Es que la susodicha es un compendio de las cosas que horrorizan a Sergio en una mujer —expliqué, lo que no pareció satisfacer la curiosidad de los vecinos.

Al fin mi marido giró la cabeza, y dirigió un rápido vistazo: una mujer delgada, de alrededor de 50 años, cuyo cuerpo parecía el catálogo de un tatuador loco. Torció el gesto

—¿Quién la habrá engañado? —preguntó retóricamente.

—¿Qué pasa? —inquirió Nekane.

—A Sergio le horrorizan los tatuajes —expliqué.

—¿Sí? —Nekane le invitó a hablar.

—No puedo evitarlo, los percibo como suciedad, por pretendidamente artísticos que sean, y los de esa mujer lo son todo menos eso. Y no entiendo cómo alguien puede gastar su dinero y pasar por muchas molestias físicas para hacerse… “eso”. Para mi gusto, ha estropeado su cuerpo, que no es que sea demasiado agraciado, pero que ahora es… repugnante, a mi modo de ver —explicó mi marido.

Nekane dejó oír su risa.

—Pues hay más cosas —añadí—. Por ejemplo la lencería “sexy”… —Reí.

—¿Qué hay con la lencería? —preguntó Unai—. A mí me resulta… estimulante, ya sabes… —guiño un ojo.

—Pues a mí, nada —replicó Sergio—. Lo más horrible en mi apreciación, los ligueros. Rompen la línea de la cintura, caderas y muslos, y unas medias tirantes en la parte del broche de la prenda, y arrugadas en el contrario son de lo más antiestético.

—¿Hay algo más que no debo ponerme nunca? —Nekane obsequió a Sergio con una de sus sonrisas maliciosas.

Piercings —añadí.

Él dirigió otro rápido vistazo a la mujer; yo había visto que tenía los pezones atravesados por una especie de pasadores. No pudo evitar hacer una mueca.

—Jamás sería capaz de lamer unos pechos estropeados de esa manera, o besar unos labios atravesados por aros. Me produce repelús —afirmó.

—Y, ¿qué prendas utilizas para motivar a tu marido? Ya sabes… —Nekane se dirigía a mí.

—Saber que una mujer no lleva nada bajo una bata o un vestido liviano le erotiza al máximo —expliqué.

—¿Y el desnudo integral? —quiso saber Unai.

—Me vuelve loco —dijo Sergio—. Bien, no es que en este lugar encuentre demasiadas imágenes que me exciten, excepto mi mujer… y la tuya, of course ; de todas maneras, en este momento puedo mirar a ambas sin ponerme como ciervo en berrea, pero en el interior del apartamento…

—O en la playa, bajo la luna nueva… —insinuó Nekane.

Nos interrumpió el camarero, que dejó la cuenta sobre la mesa.

★ ★ ★

Cuando nos vimos fuera, me quedé mirando las tentadoras aguas azules de la piscina al aire libre.

—Cuando Sergio y yo vamos a un hotel cercano a la playa que además tiene piscina, nos damos un baño en ella antes de subir al apartamento… —insinué.

—Pues no se nos había ocurrido nunca, pero me apetece —afirmó Nekane—. Estoy pegajosa por la sal, y debo tener arena en sitios innombrables —sonrió con malicia.

La piscina estaba más o menos solitaria. Tan solo tres o cuatro mujeres, dos hombres y un par de niños, la mayoría de los cuales tomaban el sol tendidos en las tumbonas como lagartos. Durante unos minutos nos dedicamos a nadar, separados unos de otros. Por fin, fuimos saliendo del agua.

—¿Volvemos a casa? —insinuó Unai.

★ ★ ★

Y de nuevo nos encontramos en el apartamento.

Nuestro vecino apareció con otra botella de champagne en hielo, y cuatro copas.

—Mañana a más tardar tendremos que ir a un super grande que hay en el pueblo cercano, porque las existencias de algunas cosas se están terminando… —Sirvió el líquido espumoso, y tendió un vidrio empañado a cada uno de nosotros. Nekane levantó el suyo:

—Ayer brindábamos por la amistad. Hoy lo hago por el sexo.

Elevamos las nuestras.

—Por el sexo sin tabúes ni malos rollos —dijo Unai.

—Anoche decía a Nekane que tenía la impresión de que todo esto era un sueño. Por continuar soñando y no despertar. —propuso Sergio—. ¿Marta? —me invitó.

—Porque no me acometa un ataque de pánico y eche a correr —sonreí.

Los otros tres rieron ante mis palabras.

—¿Qué hacemos? —preguntó Unai.

—Pues esta mañana en la playa Sergio me contó algo acerca de un baño caliente con unos amigos japoneses… Y nosotros tenemos un jacuzzi… —Nekane nos miró con una expresión angelical. Yo dirigí un gesto de reconvención a mi marido, con las mejillas ardiendo.

—Las chicas vamos a preparar el baño —dijo Nekane, tirando de una de mis manos para que me pusiera en pie—. Y no hace falta que vengáis enseguida… Disfrutad de vuestras copas… —Rió con gesto de malicia.

★ ★ ★

Nekane abrió el paso de agua del jacuzzi . Luego se volvió en mi dirección:

—Esta mañana no hemos tenido ocasión de hablar después de la ducha. Me han sorprendido unas cuántas cosas de vosotros desde que estáis aquí, pero la que más, es que tengo la impresión de que tú ya tenías experiencia en hacer el amor con otra mujer…

Noté que el rubor subía a mis mejillas.

—No te equivocas. Hace unos cuantos años tuve una experiencia con una compañera de la universidad… —repliqué.

—¡Guau! El lote completo —se echó a reír—. ¿Y a tu marido le importaría… que tú y yo?… Ya sabes —sonrió, y aparecieron los pliegues en las comisuras de sus labios, que comenzaban a hacer en mí el mismo efecto que en Sergio—. No creo… —se había acercado a mí, y estaba acariciando una de mis mejillas—. Siempre me has gustado vestida —dijo, mientras su mano descendía poco a poco hasta uno de mis pechos—. Y desnuda tienes una figura espectacular… ¿Puedo?

«La parejita tiene querencia por mis pezones» —pensé.

Pero no: pasó una mano en torno a mi cintura, y me atrajo hacia ella. Sus senos se aplastaron contra los míos, y el roce de sus pechitos tiesos y duros en mis pezones me puso… Y entonces me besó con la boca abierta.

Reviví el primer beso de Emma, y reviví las sensaciones que producía en mí, aunque la mujer no era la misma. Sentí el mismo deseo insensato de no sabía muy bien qué, y yo también la abracé y correspondí a la caricia.

—¡Uffff! —exclamó, separando su boca de la mía—. Besas muy bien, y…

Me envaré toda. Como por la mañana, había introducido una mano entre mis piernas, y me estaba acariciando el sexo. Y también como en la ducha, el contacto me enervó.

«Ya está bien que sean su marido y ella los que tomen siempre la iniciativa, y yo permanezca pasiva, dejándome hacer» —dije para mí.

Puse la mano en uno de sus pechos. No podía imaginar cómo los tenía tan firmes y duros, pero era un hecho. Sentí sus pezones crecer bajo mis dedos, y los acaricié en círculos. Me apetecía otro beso, de manera que pegué mi boca entreabierta a la suya.

Con un gesto de sorpresa, Nekane correspondió separando los labios, y atrapando uno de los míos entre los suyos. Se apartó un instante y me miró fijamente. Pero su mano continuó con sus caricias circulares sobre mi clítoris.

«Pues sea —me dije—. A mí también me apetecía tentar con los dedos su cuquita rosada».

Sorpresa: su clítoris, normalmente oculto cuando mostraba impúdicamente el sexo cuando estaba sentada, sobresalía en la cúspide, inflamado.

«¡Ella también está excitada!» —constaté.

Y en esto, Sergio y Unai entraron en el aseo…