Privacy Club - Cuatro años después (06)

Un hombre y una mujer desnudos, a solas en la terraza. La oscuridad cómplice. ¿Qué puede suceder?

Marta

La oscuridad cómplice

«¿Para qué ha cogido la pelirroja la toalla y las llaves?» —me pregunté.

Bueno, cada cosa tenía una explicación: la toalla, para tumbarse a tomar… la luz de las estrellas, y las llaves, por si Unai y yo estábamos demasiado ocupados como para salir a abrirles… Por más que me daba en la nariz que el paseo sería muy, muy largo… —No pude evitar sonreír con la idea.

«Si te lo pide, ¿de veras estás dispuesta a hacer el amor con Unai?» —me pregunté, ahora en serio—. No soy una naturista militante, y para mí, desnudez sí equivale a sexo; durante las horas que me he mostrado como mi madre me trajo al mundo, la profusión de cuerpos sin ropa a mi alrededor, más la conciencia de mi propia desnudez, me habían mantenido en un estado de excitación permanente».

De nuevo había salido a relucir la “otra” Marta; la que se tendió en una tumbona para recibir un masaje que terminó siendo a seis manos y una boca femenina…

«Y, si hago el amor con Unai, ¿cómo lo tomaría Sergio?» —me pregunté.

Bien, cuando decidimos definitivamente pasar las vacaciones con los vecinos, ambos habíamos asumido que el intercambio con la parejita, más que una probabilidad era casi una certeza, de manera que no creo que lo considerara un mundo, máxime teniendo en cuenta que ya lo habíamos hecho dos veces anteriormente. Bien que entonces no estábamos casados, pero estarlo ahora tampoco marcaba una diferencia. Y además, cuando se planteó lo de pasear Nekane y él solos, podía haber dicho algo como “lo dejamos para otro día”, y no. Se notaba a la legua que la vasca lo quería entre sus piernas, y a él no le amargaba ese dulce…

—¿En serio no sabíais que se trataba de una urbanización naturista? —preguntó Unai interrumpiendo mis pensamientos.

—Después de que Nekane dijera lo del nombre de la urbanización, caí en la cuenta de que lo de “Natura” no viene de “Naturaleza” o así, como pensé, sino de “Naturismo”. Pero no, en serio, no sabíamos nada. Aunque debí haberlo imaginado: Sergio me contó que tu mujer le había dicho que practicabais el nudismo.

—Lo preguntaba porque has aceptado con mucha naturalidad lo de prescindir de la ropa… —Unai se acercó a mí, hasta que su cadera quedó en contacto con la mía.

«Va a poner la mano en mi muslo en tres, dos…» —sonreí divertida.

Justo al contar uno. Solo que esta vez no estábamos vestidos, ni estaba la excusa de la jugada emocionante. Y tampoco en su salón, con Sergio y Nekane a unos metros de nosotros.

Sentí un estremecimiento en el vientre con el contacto.

—Como os dije antes, me costó un poco salir a la calle desnuda. Y cuando nos sentamos en el restaurante deseaba que la tierra se hundiera bajo mis pies… Pero bien, pasado el trago, la experiencia está siendo agradable, es… una sensación de libertad que no imaginaba.

—¿Por qué estamos a oscuras? —preguntó Unai retóricamente.

Se dirigió a la entrada de la terraza y accionó el interruptor. Después de estar en la oscuridad muchos minutos, la luz me deslumbró… aunque no lo suficiente como para no ver que Unai volvía hacia el sofá con su pene horizontal precediéndole.

«No es el de Sergio, pero no está mal» —me dije.

—¿Te apetece una copa de cava? —preguntó antes de sentarse.

Pues sí, tenía la boca seca. Se lo dije. Me puse en pie y me acodé en la barandilla de la terraza. Abajo, el mar era una mancha negra, y la playa una franja solo algo menos oscura.

Volvió tras unos minutos con la botella en una cubeta con hielo, y dos copas. Sirvió el líquido espumoso y me entregó una antes de ubicarse a mi lado… de nuevo bien pegadito a mí. Bebí un sorbo.

—¿Qué piensas de la especie de complicidad entre Sergio y Nekane cuando están juntos? —preguntó.

—Diría que hay entre ellos… una cierta atracción física.

—¿Te preocupa? —quiso saber Unai.

—Ya he pensado en ello alguna vez, y no especialmente. Si la pregunta es si tienen relaciones sexuales, pues estoy segura de que no… al menos hasta hoy. Primero, porque Sergio me lo habría dicho, y después porque esas cosas se notan; por ejemplo, en un cambio de actitud hacia ti, y no, Sergio sigue siendo el hombre con el que me casé.

—Has dicho “al menos hasta hoy”… —insinuó él.

—Bueno, un paseo a la luz de las estrellas, en la oscuridad cómplice, los dos solos… —sonreí—. Todo puede pasar…

—Imagina que pasa que hacen el amor… —insinuó.

—Pues no sería un mundo.

—Tengo que confesarte algo… Esa atracción física que decía entre ellos… pues yo también la siento por ti. No te ofendas.

—No me ofendo. ¿Desde cuándo?

—Desde siempre. La primera vez que te vi me impresionó la belleza de tu rostro…

—¿Nada más? —pregunté, con una sonrisa de picardía.

—Bueno, también tus pechos. Ahora sé que se mantienen tiesos sin necesidad de sujetador. Y tus pezones… ¿Siempre los tienes así? Esta tarde, cuando te vi por primera vez desnuda pensé que el hecho de que se estuvieran erectos se debía, no sé, al efecto de la ducha. Pero es que no han disminuido de tamaño…

—Siempre; son así —confesé.

—Me encantan —afirmó—. ¿Puedo?

Pero no esperó mi permiso. Apresó el más cercano y lo amasó suavemente entre el índice y el pulgar. Me recorrió un ramalazo de excitación desde el punto del contacto hasta el vientre… o quizá más abajo.

—¿Solo te gustan mi rostro y mis pechos? —le estaba provocando nuevamente.

—Tu vientre, tus caderas, tus nalgas, tus muslos…

Acercó su cabeza a la mía, y susurró en mi oído:

—Pero hay una parte de tu precioso cuerpo que estoy seguro de que me gustará aún más, pero no he podido verla aún…

Dirigí un vistazo rápido a su pene: estaba muy empalmado. Tanto como yo excitada por el contacto de sus dedos.

—No sé a qué te refieres… —dije con una sonrisa pícara—. ¿Las plantas de los pies, quizá?

Una de sus manos se introdujo entre mis muslos, y comenzó a recorrer arriba y abajo mi sexo. La otra me tomó por la barbilla; estuvo mirándose fijamente en mis ojos unos segundos, y después me besó. Y el beso no fue de los de ¡gooool!, sino pasional.

Besaba bien, se notaba que tenía experiencia. No tan bien como Sergio…

«¿Por qué hago continuamente comparaciones entre Unai y mi marido, que estará ahora mismo follando con su mujer?» —me pregunté—. «Porque estoy enamorada de Sergio, y siento mucho afecto por Unai, pero hasta ahí» —me respondí a mí misma.

—En el dormitorio estaremos más cómodos —insinuó con la boca pegada a mi oído.

Tiró ligeramente de mi mano. Apuré la copa de cava, y le seguí. Advertí que apagaba la luz de la terraza cuando salimos.

★ ★ ★

Me condujo hasta su dormitorio. La imagen de los dos desnudos reflejada en los espejos del ropero me excitó aún más. Ahora ya no era “si me lo pide”, porque estaba dispuesta… no, más bien deseosa de hacer el amor con él. Y si no tomaba la iniciativa él, lo haría yo.

Pero la tomó: me aferró por las nalgas, atrayéndome hacia él, y me besó. Sentí su erección oprimida contra mi vientre, y sentí que me derretía con el contacto.

Una de sus manos se introdujo entre mis glúteos desde atrás, y percibí sus dedos en mi vulva, que acarició arriba y abajo. Mi clítoris, estimulado por el contacto, envió un ramalazo de placer que me recorrió por entero.

—Quiero hacerte el amor —susurró en mi oído con voz ronca.

Por toda respuesta, tomé la iniciativa de besarle.

Y continuaba con sus caricias entre mis piernas, que me estaban llevando al límite de la excitación. Tras dudarlo unos segundos, tenté entre los dos cuerpos hasta encontrar su erección, y cerré los dedos en torno a ella, provocando en él una especie de gruñido.

No era la primera vez que me entregaba a un hombre distinto de Sergio desde aquella noche en el Club; primero fue Yasuhiro y después Aarón, pero en aquellas ocasiones lo hice con una especie de fatalismo, porque era lo que se esperaba de mí en aquella situación, aunque no puedo decir que no lo disfrutara; pero esto era diferente. Tampoco percibía esa especie de chispa que saltaba entre mi marido y yo en similares ocasiones. Pero sí sentía mucho afecto hacia Unai, y no había fatalismo, sino deseo auténtico.

Mis corvas tropezaron con el borde de la cama. Desasiéndome de él, me senté y, tras unos segundos de duda, separé los muslos. Unai se arrodilló ante mí, mirando con ojos como carbones mi sexo, que le estaba ofreciendo. Después deslizó los dos pulgares por mis ingles, que enseguida pasaron a acariciar suavemente mis labios mayores, separándolos.

—También esta parte de tu cuerpo es bella, como toda tú —musitó con voz ronca.

Y posó la boca abierta sobre mi vulva. Me contraje sin poder evitarlo, transida de placer. Su lengua comenzó a titilar sobre mi clítoris, que enviaba ramalazos de placer que me recorrían por entero. Sin cesar en sus caricias, sus manos fueron a mis pezones, que amasó entre los dedos índices y pulgares.

Me encontraba muy cerca ya.

Y entonces introdujo dos dedos en mi vagina, mientras su boca continuaba mordiendo levemente y su lengua lamiendo mi sexo.

Se desencadenó en mí un orgasmo intensísimo. Espasmos de placer que partían del punto de contacto con la boca del hombre irradiaban hacia mi vientre, llevándome cada vez más y más arriba… Y aquello no parecía ir a acabar. A una contracción devastadora seguía otra, y luego otras más…

Al fin cesó, y me dejé caer de espaldas sobre el lecho, circunstancia que fue aprovechada por Unai para tenderse sobre mí, piel contra piel. Y sentí mi sabor en su boca cuando me besó apasionadamente, mientras sus manos acariciaban mis pechos; y cada roce en mis sensibilizados pezones incrementaba mi deseo, que no había sido saciado.

Sonreí malévolamente.

«No vas a olvidar esta noche así como así» —me dije.

Le empujé sin violencia, hasta que ahora fue él quién quedó tumbado boca arriba, mirándome con gesto expectante.

Me tumbé sobre sus pantorrillas, e introduje su erección entre mis pechos, oprimiéndola entre ellos. Ligeras contracciones de mis caderas causaban que el pene de Unai quedara oculto entre mis senos, para después asomar el glande entre ellos.

Noté que su respiración se iba haciendo audible; le estaba llevando al mismo borde de la eyaculación, pero no era eso lo que pretendía: quería sentirle dentro, dilatando mi vagina, rozando sus paredes…

Me incorporé, y me acuclillé a la altura de sus caderas, con una pierna a cada lado.

—Eres increíble —musitó, mirándome con los ojos brillantes.

Tomé su pene con una mano entre mis muslos, conduciéndolo hasta que el glande quedó enfrentado al orificio de mi vagina. Hizo un intento de penetrarme, que corté elevando el cuerpo.

—Chsssst, tu quieto, déjame a mí… —musité.

Regresé a la posición anterior. Me mantuve sobre él unos instantes, observando su rostro. Después descendí un poco más. Ya tenía la mitad de su erección dentro de mí, y me invadió la conocida sensación de plenitud que experimentaba con un pene en mi interior.

«Aunque la sensación de estar colmada es mayor con mi marido» —me dije, desechando inmediatamente el pensamiento.

Un poco más. Unai se aferró a mis caderas, con el rostro desencajado.

Me dejé caer, y me mantuve así unos segundos, disfrutando la sensación de estar empalada en el miembro de Unai. Después, poco a poco, comencé a realizar un movimiento de vaivén, que retiraba su pene para después introducirlo de nuevo dentro de mí. Unai se aferró a mis pechos, jadeando.

Dirigí la vista a los espejos. Nunca me había visto a mí misma cabalgando a un hombre, y la visión me excitó aún más.

Inconscientemente fui incrementando el ritmo, según aumentaba mi excitación, espoleada por la imagen reflejada, de la que no podía apartar la vista.

Sentí el orgasmo imparable, dejándome sin fuerzas, y me tendí sobre el pecho del hombre. Mi extrema exaltación me llevó a cubrir el pecho de Unai de mordiscos indoloros, solo con los labios, mientras me dejaba invadir por las sensaciones.

Y entonces él suplió mi inmovilidad, aferrando mis nalgas con las dos manos, y bombeando rápidamente. Segundos después noté los estremecimientos de su pene en mi interior, y me dejé llevar por un nuevo clímax, aún más intenso que el anterior.

Tiempo después salimos de nuestra inmovilidad. Volví a mi posición previa, sentada sobre sus muslos.

—¿Sabes? —dijo él con la voz quebrada—. En mis sueños contigo no era ni la mitad de intenso.

—¿Soñabas conmigo? —pregunté.

—Muchas veces. He estado deseando esto casi desde que te conocí. Pero nunca llegué a imaginar que un día se haría realidad.

Tomé conciencia del momento y el lugar. No sabía cuánto tiempo hacía que Sergio y Nekane habían salido, pero intuía que no tardarían mucho en regresar. Y no quería que nos encontraran así. Me puse en pie, y bajé de la cama.

—¿A dónde vas? —preguntó.

—A darme una ducha rápida, y a esperar a nuestros contrarios en la terraza donde nos dejaron, como dos buenos chicos.

—¿Vas a decírselo a tu marido? —inquirió.

—Lo decidiré a la vista de lo que él me cuente sobre su paseo con tu mujer…

—¿Qué imaginas que han hecho? —preguntó.

—90% seguro, o más, que han hecho el amor —respondí, mientras me introducía bajo los finos chorros de agua.

Unai me abrazó desde atrás, pegándose a mi cuerpo.

★ ★ ★

Por la puerta de la terraza entreabierta solo se escuchaba el rumor de las olas cuando encendí la luz, entrando en el recinto.

Quedé parada con la boca abierta. Nekane estaba sentada sobre los muslos de Sergio, abrazada íntimamente a él. Y estaban haciendo el amor.