Privacy Club - Cuatro años después (05)
Llegó el 1 de agosto, y Marta y Sergio se dirigieron a la casa en la costa. Y encontraron algo que no esperaban...
Sergio
Un “pequeño” detalle omitido…
Lo tomamos con calma. Aunque no salimos muy temprano, extrañamente, para ser 1 de agosto, no encontramos tráfico denso, por lo que el viaje de más de 700 km. resultó cómodo, excepto por el calor asfixiante: aquel día todo el Levante estaba en alerta amarilla por altas temperaturas. Como a 100 km. de distancia de nuestro destino paramos en un área de servicio, (afortunadamente había estacionamiento a la sombra) e invertimos algo más de una hora en comer. Total, que llegamos ante el complejo pasadas las cinco de la tarde.
Los vecinos nos habían dicho que si nos preguntaban en la recepción, diéramos sus nombres, que ellos habrían dejado nota, y ya nos extrañó lo de “recepción”, aunque pensamos que habrían querido decir “conserje”, “vigilante” o algo así. Pero no, en el recinto por el que se accedía había un mostrador como en los hoteles. La urbanización disponía de parking subterráneo, donde dejamos el automóvil después de pagar por el alquiler de la plaza.
Estaba yo haciéndome con las maletas en la recepción, por lo que no advertí nada; fue Marta la primera en darse cuenta.
—¡Ostrassss! —la oí decir en tono bajo.
—¿Qué pasa?
—Mira hacia fuera.
Lo hice. Por el camino que conducía hacia los apartamentos, transitaba una pareja joven, con dos niños pequeños tomados de la mano. Todos ellos en pelotas. Me asomé. A la izquierda vi una piscina: gente en el agua, algunos tomando el sol. ¿Normal? Si, salvo que no se veía más tela que la de las sombrillas. Y en esto entró en el recinto una dama como en la cincuentena, que no llevaba encima más prenda que un pañuelo anudado en la cabeza.
—¡Joooooder! —exclamé, mirando las mejillas encarnadas de Marta—. Una urbanización naturista. ¿Tenías idea acerca de ello?
—Creo que Nekane obvió ese “pequeño” detalle.
—O sea, que no se trata de acompañarles a una playa nudista alguna vez, sino de estar en pelotas todo el tiempo…
—Bueno, ya lo hemos hablado, y ambos decidimos venir. Mira la parte positiva: el culito de Nekane, que no dejas de mirar, al aire de continuo —dijo Marta con tono socarrón.
—Y su contrapartida: tú enseñando el chichi a Unai… Vamos antes de que nos arrepintamos.
Cogí las maletas. Me llenaba de curiosidad saber qué haría mi mujer cuando se encontrara desnuda delante de la parejita. Y no expresé en voz alta lo que me vino al pensamiento: que la posibilidad de follar con las parejas cambiadas había aumentado hasta un 90% o más.
★ ★ ★
«¡Madre mía!» —exclamé para mí.
Y es que Nekane vestida o en bikini es algo digno de ver, pero ahora no llevaba nada encima, y el efecto era… espectacular.
—¡Por fin! Pensábamos que ya no vendríais —dijo la mujer, mientras nos miraba tras la puerta abierta.
«¡No, no!» —gemí interiormente.
Pero fue sí. Se acercó a mí, puso una mano en mis riñones (lo que causó que sus dos preciosos senos se apretaran contra mis pectorales) y me plantó dos besos “de verdad” en las mejillas. A dos pasos, su marido saludaba a mi mujer de la misma forma, aunque él se abstuvo de arrimarle el “muñeco”.
—Pero pasad, pasad —invitó Unai.
—Mucha maleta para estar desnudos todo el tiempo… —Nekane me miraba con gesto risueño.
—Bueno, verás, ha habido un pequeño malentendido… —señalé—. No sabíamos que se trataba de una urbanización nudista.
—¡Oh! —Nekane se tapó la boca con una mano—. Te comenté que éramos aficionados al nudismo, y como no dijiste nada, pensé que os lo habíamos dicho; pero el nombre de la urbanización es suficientemente descriptivo.
A mí no me lo había parecido, pero en fin…
—Venid que os enseñamos la casa. Como visteis en las fotografías se trata de un dúplex. En esta planta tenemos la cocina —abrió una puerta que daba al recibidor—. Pasad por aquí… El salón-comedor. Y hay un aseo —abrió otra puerta.
Me quedé ojiplático. Aquello estaba muy, pero que muy bien. La cocina era amplia, con muebles de color claro, algunos de los cuales eran vitrinas. Un frigorífico de dos puertas inmenso, de esos que fabrican cubitos de hielo. Había también una pequeña lavadora, y hasta un lavavajillas minúsculo.
El salón, de buenas dimensiones, estaba amueblado con un sofá de tres plazas más dos butacas a los lados, en torno a una mesa de centro, ante una especie de cómoda sobre la que había un televisor de como 50” —calculé—. La mesa del comedor y las seis sillas colocadas alrededor parecían de madera maciza.
Una cristalera daba paso a una terraza cubierta, dotada de muebles propios para intemperie: un sofá de tres plazas y otro de dos enfrentados, cubiertos de cojines, con una mesita en medio. Daba a la playa, y había una vista muy hermosa del Mediterráneo, plano como una balsa. En la arena dorada, se veía algún que otro grupo de personas, irreconocibles en la distancia; la mayoría, en apariencia, con la misma ropa que nuestros anfitriones, o sea, en pelotas.
—Aquí es donde hacemos la vida desde la caída de la tarde, que es cuando la brisa del mar aporta un poco de fresco —explicó Nekane.
—La escalera de caracol conduce al piso superior —indicó Unai—. Igual podríais aprovechar para subir el equipaje… ¿Nos acompañáis?
Nos precedieron. Unai delante, y Nekane detrás.
Cuando una mujer vestida se encuentra cuatro escalones por encima de ti, le es difícil evitar enseñarte las bragas, salvo que la falda le llegue a los tobillos; pero Nekane estaba desnuda, con lo que mostraba hasta el último centímetro de la abertura entre sus piernas, aunque al parecer a ella no le importaba mayormente mostrarla. Aún se detuvo un momento y se volvió hacia nosotros:
—Hay dos dormitorios. El nuestro tiene dos camas de matrimonio juntas, y el otro una sola, también de matrimonio. Estaréis cómodos, ya lo veréis.
¡Madre del amor hermoso! Tuve varios segundos para contemplar un sexo rosadito, del que sobresalían ligeramente los labios menores. Ella advirtió que tenía la mirada fija entre sus muslos, pero su única reacción fue una sonrisa traviesa.
—Este es el baño —Unai se apartó para permitirnos entrar.
Debí abrir la boca tres palmos. Ducha e inodoro ocupaban dos cabinas con puertas de cristal en un extremo, transparente la primera y opaca la segunda. La cabina de la ducha era alargada y amplia, y tenía un difusor en cada extremo «igual que en el relato porno de Nekane», —pensé— Había un mostrador de mármol, con dos lavabos encastrados y un enorme espejo detrás. Pero lo que me dejó boquiabierto fue una bañera de hidromasaje con espacio para cuatro personas (lo digo no solo por el tamaño, que también, sino porque en cada una de las esquinas había como un respaldo)
—Esto no era así en el plano original —explicó Nekane—. Al parecer, el primer propietario lo pidió como extra, y bueno, es una gozada.
Los dormitorios eran tal como había dicho nuestra vecina. El de ellos inmenso, con un armario empotrado que ocupaba toda la pared, cuyas puertas estaban cubiertas de espejos de arriba a abajo. Imaginé el efecto de follar con tu imagen reflejada… Aparté el pensamiento: me estaba empalmando.
—Estamos… Impresionados, es la palabra —manifestó Marta—. En las fotos no parecía tan grande, de modo que imaginábamos el típico apartamento de playa, todo pequeñito, pero esto… ¡Es un palacio!
—Cariño, vamos a dejarles que deshagan las maletas… más que nada para que no se arrugue la ropa, porque… —rio con malicia— no es que vayan a usar la mayor parte. —Nekane se volvió hacia nosotros—. Imagino que querréis ducharos. Las toallas de los estantes están limpias. Nosotros os esperamos en la terraza. Y, cielo, podrías abrir una de esas botellas de champagne para celebrar el encuentro —se dirigía a su marido.
★ ★ ★
Diez minutos después, todo estaba colocado en los cajones y colgadores del armario. A los dos nos apetecía la ducha.
Detuve a Marta cuando pretendía salir del dormitorio vestida.
—Mira, cariño, esto es como lo de entrar en el agua fría: de golpe hace menos sensación. Y además, después tendremos que reunirnos con ellos en pelotas; no tiene sentido postergarlo.
—Es que me da mucho corte —dijo ruborizada.
—Pues no es la primera ni la segunda vez que te muestras desnuda ante otra pareja, te recuerdo.
—Eso fue en otra vida. Y además, en esas ocasiones sabíamos perfectamente a qué íbamos. Esto es distinto: se trata de nuestros vecinos, a los que seguiremos viendo después de las vacaciones.
Se quitó la ropa y salió, sin dejar de dirigir miradas avergonzadas a todos lados. Pero no vimos a Unai y Nekane por parte alguna.
Tras una rápida ducha llegó el momento de la verdad: reunirnos con los ellos en la terraza.
Mientras iniciábamos el descenso, Marta dijo en voz baja:
—¿Crees tú que nos propondrán esta noche que… ya sabes?
—De nuevo, como lo de bañarte en agua fría: de golpe hace menos sensación —sonreí de oreja a oreja.
★ ★ ★
Los vecinos estaban sentados en el sofá de tres plazas. Nos recibieron con una sonrisa, acompañada en el caso de Unai de una mirada apreciativa que azoró a Marta, y un recorrido con la vista a mis genitales por parte de Nekane, que parecía tener la mirada prendida en esa parte.
Marta y yo tomamos asiento en el otro. Mi mujer lo hizo con las rodillas juntas y desviadas a un lado, evitando enseñar… lo que Nekane mostraba despreocupadamente entre sus muslos entreabiertos.
Sirvieron cuatro copas de la botella que se enfriaba en una cubeta con hielo, y Unai levantó la suya:
—Por nuestra amistad, que espero que a partir de ahora será aún más estrecha, si cabe.
Los cuatro bebimos un sorbo de nuestras copas.
—¿Habíais hecho nudismo alguna vez? —preguntó la otra mujer.
—Nunca —respondí.
—Realmente, no sé por qué tenemos tanto recelo a mostrarnos sin ropa —Nekane me estaba poniendo de los nervios con sus nada disimuladas miradas a mi pene. Aunque bien visto, a mí también se me iban los ojos a su sexo entreabierto.
—Bueno, es algo que nos implantan desde pequeños —me obligué a dirigir la vista a la línea del horizonte—. Y es que asociamos “desnudez” con “sexo”, por lo que nos enseñan a mantener cuidadosamente ocultas según-qué-partes.
—Nosotros ya frecuentábamos esta playa desde hace algunos años, y cuando surgió la oportunidad de comprar esta casa, no lo dudamos. Y como veis —Unai abarcó con un gesto de las manos el entorno— es una especie de paraíso, de antes de que Eva le diera a Adán la dichosa manzana —sonrió irónicamente.
—A mí lo que más me va a costar es salir a la calle… así. Estar con vosotros sin ropa, pues no me importa, pasada la primera impresión —Marta sonrió algo azorada— pero la idea de que todo el mundo me mire, pues…
—No te preocupes por eso —la tranquilizó Nekane—. Realmente, nadie se fija… demasiado en nadie. Aunque, bueno, —sonrió con picardía—, puede que si te vuelves de repente, encuentres los ojos de algún salido prendidos en tu culo, pero nada diferente de lo que sucede, por ejemplo, en la piscina comunitaria de casa. ¿O no te has percatado de las miradas del vecino del tercero, el tal don José?
—Sí, —aceptó Marta riendo—. Pero allí llevamos bikini, y no es lo mismo.
Unai consultó su reloj:
—Habíamos pensado ir a cenar al restaurante al aire libre del complejo, en el que está permitido estar sin ropa, y aunque es un poco pronto, las siete y media, podemos hacer tiempo tomando un aperitivo, que más tarde se llena de gente. —Se puso en pie.
—Pero me permitiréis que pague yo —ofrecí.
Nada más vernos en el exterior, Nekane se llevó aparte a mi mujer tomada del brazo. Las vi que cuchicheaban, y en un momento determinado Marta nos miró un tanto ruborizada. Unai y yo las seguimos.
★ ★ ★
La cena transcurrió charlando agradablemente con los vecinos. Al principio, Marta no hacía más que dirigir miradas aprensivas a su alrededor, pero poco a poco pareció aceptar la situación, y se comportó de manera idéntica a como lo habría hecho llevando un hábito de monja.
Decidimos marcharnos cuando ya quedábamos solo otra pareja y nosotros cuatro.
A la vuelta, me dio la impresión de que Marta había asumido la situación, y se mostraba desnuda con absoluta tranquilidad. Aunque, realmente, no había apenas nadie por la calle.
★ ★ ★
—¿Una copa? —ofreció Unai, de nuevo en la terraza—. Tengo Chivas 25 años, y un Armagnac que traje de un viaje de trabajo a París…
—¿Y algo sin alcohol? —preguntó Marta.
—El típico licor de manzana –respondió el hombre.
Volvió con unas botellas, y sirvió las copas. Yo elegí whisky. Había luna nueva, y el mar, ante nosotros, era como una mancha de tinta china, cuya negrura rompían únicamente las luces de navegación de un par de barcos en la lejanía. La playa se distinguía como una franja solo ligeramente más clara que la oscuridad circundante.
—¿Os gusta? —preguntó Nekane. Se levantó, y accionó el interruptor al otro lado de la puerta, dejando la terraza a oscuras.
El espectáculo era increíble. El lejano resplandor del escaso alumbrado público, apenas alcanzaba a permitirnos distinguir las siluetas dentro del recinto, y no impedía contemplar el cielo estrellado en todo su esplendor. Un espectáculo imposible de ver en la ciudad.
—Es precioso… —exclamó Marta, en tono admirativo.
—Incluso hemos dormido aquí algunas noches especialmente cálidas —dijo Nekane—. Aunque lo que me apetecería de verdad ahora es dar un paseo por la arena. ¿Alguien se apunta?
—Yo mismo —me puse en pie.
—¿Marta? —preguntó la mujer.
—Estoy algo cansada, y me da un poco de miedo andar por la playa a oscuras.
—Bueno, ya habrá otra ocasión —afirmé, sentándome de nuevo.
—No, podéis ir los tres, no me importa quedarme sola —ofreció Marta.
—Sola no, yo me quedo a hacerte compañía —afirmó Unai.
Lamenté haberme ofrecido tan rápido. El resultado había sido que mi mujer y Unai, ambos en bolas, se quedarían solos y a oscuras en la terraza. No eran propiamente celos, pero sí una sensación no muy agradable. Pero claro, Marta no se prestaría de repente a…
«¿O sí?» —dudé.
Me encogí de hombros.
—No olvides las llaves —recordó Unai a su mujer.
«¿Para qué? —me pregunté—. Él puede perfectamente ir a abrirnos la puerta. ¡Vamos! salvo que esté ocupado en otros menesteres…».
Sacudí la cabeza, desechando la idea.
—Espera, voy a coger una toalla —indicó Nekane.
Paseando bajo las estrellas
En contra de lo que yo imaginaba, la playa no estaba solitaria. Había algunas personas, normalmente parejas, a veces grupos, caminando por la arena dura y húmeda que la bajamar había dejado al descubierto. Todos desnudos, sin excepción.
La única luz la proporcionaban las estrellas, una vez nos alejamos de la urbanización.
Busqué la mano de Nekane, y entrelacé mis dedos con los suyos. Ella volvió la cabeza en mi dirección, sin decir nada. Intuí su sonrisa, aunque no podía verla cabalmente.
—A pesar de todo, no estábamos seguros de que vinierais —dijo.
—Bueno, después de la conversación que mantuvimos la tarde de fútbol, la suerte estaba echada… aun sin saber que estarías desnuda, y eso ha sido un plus. Un maravilloso plus, debo añadir.
—¿Cómo te sientes? —preguntó en voz baja.
—Me parece estar viviendo una experiencia onírica.
—No es un sueño, es realidad. Yo tampoco acabo de creer que esté paseando a tu lado, ambos desnudos. Y ya que hablas de sueños, ¿has soñado conmigo alguna vez?
—Sí, en varias ocasiones tuve sueños pecaminosos en los que intervenías tú.
—¡Oh, vaya! —rio—. ¿Y qué pecados fueron esos?
—Contravenía en ellos el noveno mandamiento, y también el sexto, obviamente.
Nekane dejó oír su risa.
—No estoy muy puesta en eso de los mandamientos. Explícamelo.
—El noveno mandamiento prohíbe los pensamientos impuros. En un viejo catecismo de mis padres se expresaba de otra manera: “no desearás la mujer de tu prójimo”. El sexto lo mismo, con respecto a los actos, no a los pensamientos.
—¡Guau! Me deseabas en sueños…
—Mmmm. También despierto. Con la confianza que da estar paseando contigo en pelotas cogidos de la mano, debo confesar que te he deseado desde el día que nos conocimos.
—¿Por qué no me lo dijiste nunca? —preguntó con un hilo de voz.
—Las represiones, ya sabes. Y también estaba el hecho de que tu rechazo hubiera supuesto el fin de nuestra amistad.
—Pero yo no te habría rechazado… Al contrario.
Una especie de escalofrío, que no tenía nada que ver con la temperatura, recorrió mi columna vertebral.
—Bueno, ahora lo sé, pero entonces —me encogí de hombros—. Lo primero que me cautivó de ti fue tu sonrisa. No sé si te lo han dicho, supongo que sí, pero cuando sonríes, todo tu rostro adquiere una expresión de picardía. Dije a Marta una vez que esa sonrisa tuya me produce una erección instantánea…
Nekane volvió a reír con ganas.
—Así que te fijaste en mi sonrisa… ¿Es que lo demás no te gustaba?
—Luego me fijé en tus pechos, que llevas siempre sueltos bajo el vestido. Son perfectos: cónicos, y tiesos, y tienen aspecto de duros. Después, cuando nos encontramos por primera vez en la piscina, pude contemplar la mayor parte de tu precioso cuerpo. ¿Y sabes qué? Descubrí el contoneo de tus nalgas al caminar. No podía apartar mi vista de ellas, hasta Marta lo advirtió. Y estaba esa depresión alargada que se forma en la entrepierna de tu bikini… No quería mirar, pero se me iba la vista a esa parte de tu anatomía. Bien, te toca.
Nekane se colgó de mi brazo, y comprobé que el seno que se apretó contra mi bíceps era en verdad turgente, como había imaginado.
—El día que nos conocimos te miré de lejos en la asamblea de la Comunidad, y me dije: ¡vaya chico apuesto! Cuando terminó, te busqué en los corrillos, y fue cuando tú me dirigiste la palabra. Quedé embobada mirando esos ojazos gris-verdosos tuyos. La burra de mi amiga Marisol suele decir de una mirada como la tuya que hace que se te caigan las bragas…
Reímos al unísono.
—¿Nada más? —la animé a seguir.
—Advertí que vestías bien, y que parecías tener un cuerpo proporcionado. Yo también me quedé embobada mirándote cuando te vi en las piscina… Lo único malo es que siempre utilizas pantaloncitos de esos de baño, y a mí me habría gustado verte alguna vez con slip , para tener una idea de cómo era “esa” parte de tu anatomía…
—Bueno, después de estar mirándome toda la tarde, ahora ya lo sabes… Si usara slip , igual me detenían por escándalo público.
—Sí, y he quedado impresionada. Cuando te vi desnudo por primera vez, pensé que tenías una erección, pero luego me di cuenta de que era así en reposo… —dejó oír una carcajada—. ¡Qué vergüenza! Qué pensarás de mí…
—Que no eres mujer de andar con circunloquios ni medias palabras. Te voy a contar un secreto: después de estar contigo hablando como en una burbuja de intimidad la primera vez que subimos a vuestra casa a ver el fútbol, me sorprendí en lo sucesivo buscando en la prensa si televisaban un partido del equipo de Unai y Marta, e insinuaba a mi mujer, “este fin de semana dan el partido de tu equipo en tv. ¿Vas a subir a verlo a casa de los vecinos?” Y cuando la respuesta era “no” me desilusionaba. Porque quería volver a sentir esa cercanía a ti. Y cuando me tocabas…
—Tú casi nunca me tocabas, sin embargo —reprochó.
—Aún no sé por qué. O sí lo sé. Porque temía que la descarga eléctrica que me producía el contacto con tu piel me impulsara a besarte. No te lo he dicho nunca, pero tus labios han sido siempre una tentación para mí.
Bueno, estábamos como en otra burbuja de intimidad. Solo que desnudos y a solas, en la oscuridad cómplice de aquella noche. Me detuve, la tomé por la barbilla y la besé con la boca entreabierta. Y encontré la suya también dispuesta a recibir mi beso. La atraje hacia mí, piel contra piel, y la abracé estrechamente. Ella pasó tras mi cuello el brazo libre.
—En aquellos sueños húmedos, hacíamos el amor al aire libre —murmuré roncamente—. Me encantaría convertir esos sueños en realidad. Ahora.
—¿Aquí en medio de la playa? —dirigió la vista a su alrededor.
—No, mira: detrás de aquellos arbustos estaremos al abrigo de las miradas de los ocasionales paseantes… por más que no se ve un huevo a dos metros. —Entonces caí en la cuenta—. Igual has traído esa toalla por si acaso…
—Una chica tiene que ser previsora… —respondió, e imaginé que con una de sus sonrisas pícaras, permitiendo que la condujera hasta la especie de dunas que bordeaban la playa.
Tendimos la toalla en la arena. Me senté en uno de los bordes cortos, y ella hizo lo mismo en el otro, dándome frente.
—Me ha gustado besarte. ¿Repetimos? —propuse.
Se acercó hasta quedar a muy poca distancia, sentada entre mis piernas y con las suyas flexionadas pegadas a mis costados. Tomé su cara con las dos manos, y uní mi boca a la suya. Ella cerró los brazos en torno a mi espalda, con las manos en mis omoplatos.
Seguía inmerso en una sensación de irrealidad, como si aquello no estuviera sucediendo. Sentía sus firmes pechos apretados contra mis pectorales, y su vientre oprimía levemente mi erección.
Enredé mi lengua con la suya en el interior de su boca, y Nekane jadeó. Al fin separamos los labios.
—¿Esto que noto es…? —dijo, respirando entrecortadamente.
No terminó la frase, pero supe a qué se refería, porque inmediatamente sentí sus manos en mi pene. Doblé mi cintura, y atrapé uno de sus pezones con los labios, mientras posaba mi mano en el otro. Succioné ligeramente, y luego atrapé el pequeño abultamiento con los dientes, sin apretar. Nekane echó la cabeza hacia atrás, y dejó oír un gemido excitado.
Ahora acariciaba con una mano mi dureza en toda su extensión. La otra parecía sopesar mis testículos inflamados.
—Es… increíble —musitó.
Deposité pequeños besos en las dos comisuras de su boca. Se trata de una caricia que me excita enormemente, y tengo pruebas de que a la mayoría de las mujeres también. Nekane no era una excepción: su respiración se tornó audible. Y continuaba mimando mi pene con ambas manos. No me estaba masturbando; se limitaba a recorrer el tronco con los dedos suavemente. Y a pesar de que sus manos no realizaban los movimientos de la masturbación, mi excitación se incrementaba. Decidí dar un paso más allá:
—Túmbate, cariño.
—Pero no podré seguir acariciando esa cosa enorme tuya —se quejó.
—No importa. Quiero probar tu sabor —susurré en su oído, tras morder ligeramente el lóbulo de su oreja.
Nekane se tendió sobre la toalla, con los muslos muy separados. Lamenté que la oscuridad reinante me impidiera contemplar su sexo en detalle, y traté de suplir el órgano de la vista con el del tacto.
Pubis y labios mayores tenían la misma suavidad de sus mejillas. Deslicé mi dedo índice desde el principio de la separación, y encontré algo que no esperaba: el clítoris estaba inflamado y se elevaba desafiante. Lo amasé suavemente entre el índice y el pulgar.
—¡Oh, Dios, Sergio! —musitó, mientras su espalda se arqueaba y su vulva se elevaba hacia mí.
La abrí con dos dedos. Sus labios menores sobresalían apenas, formando un óvalo que reseguí con el dedo. Nekane jadeó.
—Sergio, por favor… —susurró con voz casi inaudible.
Apliqué los labios sobre la protuberancia. Nekane se tensó, y de sus labios escapó un gemido. Rodeé con la lengua el botón que creía escondido, pero que emergía ligeramente en la intersección de la Y invertida. Luego la introduje en la elipse alargada, y comencé a lamer arriba y abajo el interior de su vulva. La punta de mi lengua notó perfectamente el pequeño orificio del vestíbulo de su vagina, que lamí en círculos.
Ante mi sorpresa, Nekane comenzó a convulsionar.
—¡Ay, Sergio! Me estoy… ¡oh, por favor! —jadeó, mientras su cuerpo se debatía sobre la toalla.
La sujeté por las nalgas, y sorbí la perlita que percibía en mi lengua. Sus manos se aferraron a mis cabellos, al tiempo que dejaba oír una sucesión de pequeños gemidos. Su cuerpo se envaró, manteniéndose elevado mientras los ligeros gemidos se convirtieron en algo entre quejido y sollozo sostenido, para finalmente, relajarse sobre el improvisado lecho, jadeante.
—¡Vaya! Eres rápida —musité—. Porque eso ha sido un orgasmo…
—Calla… túmbate sobre mí. Quiero sentirte en todo mi cuerpo —pidió con voz entrecortada.
Hice lo que me pedía, y deposité besos livianos en sus facciones.
—Sergio, por favor —gimió.
—Despacio, tenemos todo el tiempo del mundo —yo sabía qué quería ella, pero deseaba demorarlo.
—Por favor, lo necesito… —sollozó, mientras tentaba con una mano en busca de mi erección.
La encontró al fin, y tras un par de intentos, noté perfectamente que mi glande se hundía en su interior. Me detuve.
—Espera, quiero saborear este momento… susurré en su oído.
—No me hagas esto… —gimió.
Decidí complacerla. Empujé ligeramente, notando al inicio de mi miembro su vagina apretada.
Un poco más. Ya tenía la mitad de mi erección dentro de ella.
—¡Sergio! —casi gritó.
Me dejé ir en su interior, hasta el fondo. Nekane se envaró entre mis brazos, y su pubis osciló ligeramente arriba y abajo.
—Ya, ya, yaaaaaa —musitó en voz baja.
¿Se estaba corriendo otra vez? Mi pregunta fue contestada inmediatamente, cuando sentí en mi pene las contracciones de su vagina. A pesar de mi excitación extrema, traté de contenerme, porque quería que aquello durara más, pero no fue posible: los estremecimientos de aquel precioso cuerpo de mujer entre mis brazos me llevaron a lo más alto, y llegó imparable mi eyaculación.
Y entonces sucedió: perdí conciencia del tiempo y del lugar. Me sentí por unos instantes transportado a otra dimensión, como levitando. Y su orgasmo fue mi orgasmo, y chillé exaltado en el clímax de un placer sexual intensísimo.
Poco a poco volvió mi conciencia. Escuché el ligero rumor de las pequeñas olas que rompían en la playa. Volví a percibir la piel sudorosa de Nekane debajo de mí. Sentí su aliento entrecortado en mi mejilla, y percibí el abrazo de su vagina en mi erección. La besé con la boca entreabierta.
—¿Qué… nos ha pasado? —susurró en mi oído.
—Tú también lo has sentido… —afirmé más que preguntar—. No voy a saber explicarlo. Ha sido como si… —me detuve, me faltaban las palabras.
—¿Cómo si nuestros dos cuerpos se hubieran convertido en uno? —insinuó.
—Algo así —la besé nuevamente antes de continuar—. Nunca había experimentado algo parecido.
—Yo tampoco había sentido algo semejante.
—Espera, te estoy aplastando —inicié un giro de 90º. Nekane me acompañó, y quedamos tumbados de costado frente a frente, sin que mi miembro, que comenzaba a perder su dureza, abandonara su cálido interior.
—Lo único que lamento es que no habrá muchas ocasiones para volver a tenerte entre mis brazos.
—Más de las que imaginas —respondió enigmáticamente—. Creo que tendré que entrar en el agua un poco ¡jiji!… Ayúdame a ponerme en pie. —Me incorporé y tiré de sus brazos. Y nos volvimos a besar apasionadamente. Luego nos dirigimos hacia las calmas aguas del Mediterráneo tomados de la mano.
★ ★ ★
Habíamos llegado al apartamento. Nekane introdujo la llave en la cerradura.
Nos recibió el silencio más absoluto.
En el salón no había nadie. Nos dirigimos a la terraza, que seguía a oscuras, pero solitaria. Sentí una especie de retortijón en el bajo vientre. Porque solo quedaba un lugar donde podían estar Unai y Marta: el dormitorio. Y una cosa era pensar en ello en abstracto, y otra muy distinta enfrentarse al hecho en la realidad.
Nekane puso un dedo sobre su boca, exigiéndome silencio. Después, se dirigió a la escalera de caracol.
—Quítate las chanclas, y procura no hacer ruido —pidió en un susurro.
Ya cuando estábamos en la mitad de la escalera, comenzamos a escuchar gemidos proferidos en tono bajo, así como a Unai hablando en susurros. Temí lo peor…
…Que se confirmó cuando atisbamos por la puerta entreabierta del dormitorio de las dos camas, ahora en penumbra: Unai tendido boca arriba. Marta en cuclillas sobre él, con las manos apoyadas en su pecho, haciendo oscilar su trasero adelante y atrás. Quedé como hipnotizado, sin poder apartar la vista del pene del hombre entrando y saliendo del sexo de mi mujer. No era la primera vez que lo veía, pero aquello había quedado escondido en un recóndito lugar de mi memoria, del que no permitía salir al recuerdo.
Nekane tiró de mi brazo, imponiéndome silencio de nuevo con un dedo sobre los labios.
Bajé la escalera con la mente hecha un lío, y me dejé conducir a la terraza. Ninguno de nosotros encendió la luz. Nos sentamos en el sofá grande.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, y la preocupación se traslucía en el tono de su voz.
—Pues no lo sé, sinceramente. Bueno, —compuse una sonrisa crispada—, no siento deseos homicidas, y… —lo pensé un segundo—, tampoco unos celos insoportables…
Y de repente, advertí anonadado que me había empalmado con el espectáculo. No podía ser. ¿O sí? ¡Me había excitado la visión de mi mujer follando con otro hombre! Aunque tampoco era nuevo… Recordé lo que había sentido al contemplar el pene de Aarón dilatando la vagina de Marta…
De nuevo, experimenté el deseo incontenible de poseer de nuevo a la mujer sentada a mi lado.
—Ven, siéntate sobre mis muslos —susurré en su oído.
Lo hizo, rodeando mi cintura con sus piernas. Y tentó con una mano mi dureza.
—No lo puedo creer… ¡Estás de nuevo…!
—¿No te apetece?
—¡Oh, sí, sí, síiiii! —exclamó, mientras ella misma asía mi pene, dirigiéndolo hacia la abertura entre sus piernas.
Entró hasta el fondo, y otra vez experimenté la sensación mágica de mi erección abrazada por su vagina.
Nos mecimos acompasadamente, con las bocas hambrientas devorando la del otro. Dirigí una mano hacia sus pechos inflamados, y acaricié sus pezones erectos.
—¡Sergio, por favor, por favor! —exclamó con voz entrecortada.
Yo estaba a punto. Y ella también, a juzgar por los estremecimientos que la recorrían…
Y entonces, se encendió la luz.
Volví la cabeza en dirección a la puerta: Marta, con los ojos como platos, nos miraba desde el umbral, tapando su boca con una mano.
En otras circunstancias, me habría “cortado”, y allí habría terminado la historia. Pero extrañamente, la imagen de mi mujer contemplándonos, me sirvió de acicate. Además, había alcanzado el “punto de no retorno”. Me corrí largamente, mientras Nekane gemía y se estremecía entre mis brazos.
Se hizo el silencio, mientras ambos, jadeantes, tratábamos de normalizar la respiración. Segundos después, Nekane deshizo el abrazo, y se sentó a mi lado.
«¿Qué se dice cuando tu mujer te acaba de sorprender follando con otra? —me pregunté—. Claro que no se trataba de una situación normal, porque ella, hacía unos momentos, estaba cabalgando con entusiasmo a otro hombre».
—Bueno, creo que deberíamos tener una conversación… los cuatro —dijo Unai, mientras tomaba asiento en el sofá de dos plazas. Marta lo hizo a su lado.
—No deberíais hacer un mundo de lo que ha sucedido —afirmó Nekane—. Unai y yo no tenemos ningún problema con ello, ya expliqué a Sergio que tenemos una relación abierta. Pero para vosotros, entiendo que es la primera vez, y debéis tomarlo exactamente como lo que es: sexo, sin más connotaciones. Ninguno de vosotros le ha quitado nada al otro; simplemente os habéis encontrado en una situación en la que el deseo físico se ha impuesto por encima de todas esas represiones y tabúes que nos empujan a pensar en esto como una abominación o poco menos. Y no lo es.
«¿La primera vez? Si tú supieras…» —dije para mí.
—Lo que ha sucedido estaba cantado, dadas las digamos, atracciones cruzadas que había entre los cuatro —Unai tomó el relevo de su mujer—. Lo de Nekane y Sergio era obvio, no había más que verlos charlando, a veces con las manos entrelazadas, mientras Marta y yo veíamos un partido de fútbol. Realmente, lo que me extraña es que no lo hubieran hecho antes, habida cuenta de que mi mujer me ha confesado en más de una ocasión que estaba loquita por follar con Sergio. Por mi parte, me he sentido atraído por Marta desde que nos conocimos, aunque jamás me atreví a hacerle una proposición, más que nada, porque imaginaba que habría sido rechazada y, todo hay que decirlo, porque no estaba seguro de la reacción de Sergio si se lo hubiera planteado a ella. En cuanto a Marta… Bien, quizá debía ser ella la que nos dijera… No, no te estoy pidiendo que confieses si sentías atracción hacia mí, aunque debo remitirme a las pruebas… —añadió con una sonrisa de oreja a oreja, al ver que mi mujer había enrojecido y tenía la vista baja.
Movió la cabeza de un lado a otro.
—Los humanos somos unos animales de lo más estúpido. Resulta que los cuatro estábamos deseosos de hacer el amor con quien no era nuestra pareja oficial, pero ninguno nos atrevíamos a dar el paso. ¿No hubiera sido más natural que lo dijéramos en lugar de andar como gato en celo durante todo un año?
Hizo una pausa.
—Y vosotros, me refiero a Marta y Sergio, no debéis consentir que lo que ha sucedido se interponga entre vosotros —continuó—. Olvidad todas esas represiones, no penséis en palabras viejunas como “infidelidad”, “cuernos”, “celos”… Sois los mismos, no ha cambiado nada, seguís amándoos como siempre, y, —hacednos caso—, debéis pensar en ello como un juego excitante, algo intrascendente.
—¿Nos habéis… visto? —me preguntó Marta con la vista baja.
—Pues sí —respondí—. Y, aunque quedé en suspenso por unos instantes, no me he sentido como Othello.
Nekane me dirigió una mirada irónica. Pero no podía decirle a Marta que me había excitado contemplar cómo se follaba a Unai.
—Bueno, son las… —el otro hombre consultó su reloj—. ¡Joder!, las dos de la madrugada. Creo que deberíamos ir pensando en acostarnos. —Dejó ver una sonrisa lobuna—. Y cuando digo “acostarnos”, quiero decir cada oveja con su pareja… oficial. —Se puso en pie—. ¿Vienes, cariño?
★ ★ ★
Marta y yo llevábamos un rato en silencio, tendidos uno al lado del otro, y ya me estaba pesando. Finalmente, fue ella la que salió de su mutismo.
—¿Me sigues queriendo? —preguntó con los ojos húmedos.
—Claro, ven aquí —pasé un brazo en torno a sus hombros y la atraje contra mí, frente a frente. Sentí que esperaba que la besara, y lo hice—. Creo que esos dos tienen razón. Te he dejado a solas con un hombre por el que sientes cierta atracción… —Fue a protestar, pero le cerré los labios con un dedo—. Pero además, estando los dos desnudos. No me tienes que contar el resto, ya lo imagino. Simplemente, te has dejado llevar por el ambiente sensual, la noche…
—¿Te culpas de lo que ha sucedido? —preguntó en voz baja.
—¡Oh, no! Lamento haberme expresado mal. Pensé que podía suceder, pero… Siendo muy sincero, a mí también me resultaba excitante la idea de pasear con Nekane, los dos solos, a la luz de las estrellas.
—Es que imaginé… Que, bueno, te la habías follado a modo de represalia después de verme con Unai…
—No, quítate eso de la cabeza. En realidad, Nekane y yo ya lo habíamos hecho entre unas matas, en la playa. Al llegar os vimos, nos excitamos nuevamente con la peliculita porno que estabais protagonizando, y… —me encogí de hombros.
—¿Dos en una hora? —me interrumpió con un cómico gesto de incredulidad.
—Pues sí. Y no te creeré si me dices que tú no estabas más excitada de lo habitual…
—Lo que me acojona es pensar qué va a suceder… mañana —musitó, sin responder.
—Bueno, pasará lo que nosotros queramos que pase. Y volvemos a la conversación de esta tarde, cuando nos dimos cuenta de que esto iba de andar en pelotas. Tenemos dos opciones: les damos amablemente las gracias y nos volvemos a casa, o nos quedamos con todas las consecuencias. Y quiero decir con ello que lo de esta noche no va a ser una excepción, sino que volverás a hacerlo con Unai. Más de una vez, presumo.
—Y tú con Nekane —afirmó.
—Pero hay una derivada —continué—: son vecinos nuestros, no dos desconocidos a los que no volveremos a ver. Puede que, salga de ellos o de nosotros, nos reunamos a cenar para, por ejemplo, celebrar el fin de las vacaciones. Y mucho me malicio que acabaremos en la cama con ellos. Y que la cosa se repetirá.
—¿Tú que quieres hacer? —preguntó, muy seria.
—No te voy a ocultar que quedarme. Y, hablando claro, follarme a la vecinita más veces. Pero dime tan solo una palabra, y hacemos las maletas.
—¿Qué palabra?
—Por ejemplo “no me ha gustado” —sonreí—. O “no pienso ni loca volver a acostarme con él”.
—Eso son varias palabras. —Marta quedó pensativa unos instantes—. Me vas a matar, pero sí me ha gustado, y, salvo que te opongas, pues… sí, pienso follar más veces con Unai.
—¿Qué te parece si intentamos dormir un poco? —insinué.
—Pero antes, cuéntame cómo habéis llegado Nekane y tú a… ya sabes.
Me incorporé y la miré.
—¿De veras quieres saberlo?
Se acomodó entre mis brazos, y me acarició las mejillas.
—Me muero por escuchar un buen relato erótico, esta vez de verdad, no como el de Nekane en el Caribe —dijo con una sonrisa traviesa.
Comencé a describir cómo me sentí paseando con Nekane a la luz de las estrellas, y el ambiente erótico que se había creado entre ambos. Me detuve, a punto de relatar cómo acabé proponiéndola follar, porque Marta estaba dormida.
Con mucho cuidado para no despertarla, retiré el brazo de debajo de su cabeza, y me volví sobre el costado derecho.