Privacy Club - Cuatro años después (04)

Confidencias...

Sergio

Confidencias

Marta y Unai habían tomado posesión del sofá frente al televisor. Él había traído una cubeta llena de hielo en la que se refrescaban varias latas de bebida.

En la pantalla, la imagen de un campo de fútbol que no reconocí (ni me importaba lo más mínimo) mientras el locutor hablaba sin parar de alineaciones, tácticas (¿qué sería aquello del 4-2-4?) y otras cuestiones por el estilo, que tenían para mí interés cero.

Nekane y yo nos sentamos en el comedor, que era donde pasábamos las tardes de fútbol hablando de lo divino y lo humano.

—Oye, ahora que no escucha Marta puedes contarme lo de la azafata… —pidió con una expresión juguetona.

—No pasó nada —reí—. Veras, en el vuelo había una auxiliar muy atractiva, y me pareció que me hacía “ojitos”. Por una de esas casualidades de la vida, la encontré en la recepción del hotel. La saludé, y ella correspondió. Sentí el impulso de invitarla a cenar, y después, lo que surgiera… pero no lo hice.

—Y, ¿por qué no?

—Básicamente porque como dije antes, soy un hombre fiel, pero también por no verme obligado a contárselo después a Marta, que no sé cómo lo hubiera tomado. Mal, me temo.

Puso una mano sobre mi brazo. Lo hacía con alguna frecuencia cuando charlábamos a solas, y era algo que me erizaba el vello y me producía un estremecimiento en el vientre.

—¿No te has permitido nunca una aventura de una noche? —me miraba muy seria.

—No. Desde que nos casamos no he hecho el amor con ninguna otra mujer.

Me acarició una mejilla, con los ojos brillantes. Tras unos segundos sacudió la cabeza, como ahuyentando algún pensamiento.

—Háblame un poco más acerca de eso que dijiste de enamorarse de más de una persona.

—No soy un experto —reí—. Solo recuerdo retazos de mis lecturas al respecto. Hay un dicho: que no importa qué busques en Internet, terminarás en una página relacionada con el sexo de una u otra manera. Pues encontré el término “poliamor” cuando buscaba… he olvidado qué, algo que seguramente comenzaba por “pol”.

Hice una pausa.

—¿Has leído la serie “Millennium” de Stieg Larsson? —pregunté.

—Sí, pero la temática no tiene nada que ver con lo que estamos hablando —dijo Nekane extrañada.

—Tangencialmente, sí. Si recuerdas, la editora de la revista en la que trabaja el protagonista, Mikael Blomkvist, se va a dormir con éste, con el conocimiento de su marido, que no se opone a ello. Esto me chocó, digamos, culturalmente.

—Ya recuerdo —convino Nekane.

—Pues eso sería una forma de poliamor —remarqué.

Traté de hacer memoria de un escrito que me pareció especialmente relevante.

—Un artículo muy bien documentado que leí, establecía como base que las relaciones poliamorosas se realizan con el conocimiento y la aceptación de todos los implicados. Algo como lo de la novela a la que acabo de referirme. Citaba, si la memoria no me falla, tres categorías principales: en la primera de ellas, una pareja estable con una relación intensa, cuyos miembros tienen relaciones amorosas, (y normalmente sexuales, aunque no necesariamente) con otras personas secundarias. En la segunda, creo que lo llamaba “polifidelidad”, las relaciones íntimas se mantienen entre un conjunto de personas, siempre las mismas, y no está permitido, o al menos no bien visto, que alguno de los participantes lo haga con alguien fuera del grupo, y por último, la tercera categoría sería el amor libre, creo que no tengo que explicar en qué consiste —sonreí.

—Lo de la relación mujer-mujer-hombre-hombre sobre la que te pregunté antes puede entrar en la segunda categoría… —insinuó Nekane.

—Tienes razón; no se me ocurrió entonces —acepté.

—¿Sabes si estas prácticas están muy extendidas? —preguntó.

—¡Huy, cariño! Mi memoria no llega a tanto. No sé si hablaba de que lo practica… —traté de recordar— como un 0,5 o 0,6% de la población solo en España, no estoy muy seguro. Sí recuerdo que, en contra de lo que cabría imaginar, es mayor con diferencia el número de mujeres implicadas.

—Pues no es tan difícil de entender —refutó Nekane—. Supongo que el tipo de relaciones hombre-mujer-mujer estará más extendido, porque el hombre hispano medio sentirá más reticencia ante el hecho de compartir una mujer con otro…

—No había pensado en ello, estás en lo cierto.

—¿Y en cuanto a las relaciones homosexuales en esos entornos? —preguntó.

—Eso podría solucionar en gran medida el problema de, digamos, rendimiento masculino, en las relaciones mujer-mujer-hombre —dejé ver una sonrisa de oreja a oreja—. Sí había algo sobre el particular en ese artículo. —Hice un esfuerzo de memoria—. No estoy seguro de las cifras, pero creo que esas prácticas las realizaban en torno a un 50% de las poliamorosas, mientras que en el caso de los varones era… como el 10%, o algo así.

—Es que las mujeres no somos tan estrictas como vosotros en lo tocante a nuestra identidad sexual —rio—. ¿De veras es una fantasía recurrente en los hombres follar con dos mujeres a la vez? —el rostro de Nekane era la misma imagen de la malicia.

—Intelectualmente, supongo. Porque no debe ser nada fácil satisfacer sexualmente a más de una al mismo tiempo… Digo yo.

Nekane echó la cabeza hacia atrás, riendo a carcajadas.

—Me encantas —dijo al fin—. Cualquier varón español habría dicho que se basta y sobra para satisfacer a todo un harén…

—Pues mentiría como un bellaco —repliqué—. En los hombres, como sabes, el placer sexual está relacionado con la emisión de semen, y aunque es posible tener dos coitos (alguno dice que más) en una sesión, hay que esperar un rato (un buen rato, añado) entre uno y otro a… ¿cómo diría? Que se recargue el depósito. —Nekane reía con ganas—. En las mujeres sin embargo, y aun cuando también puede haber emisión de fluidos, el orgasmo es más una cuestión psicológica, o eso tengo entendido. Dicho en otras palabras, que una chica, en principio, puede tener un número mucho mayor de orgasmos que un varón en el mismo (y corto) espacio de tiempo, es cuestión de estímulos. Desde ese punto de vista, en una relación mujer-hombre-hombre, la parte femenina estaría, digamos, más satisfecha…

Nekane rio de nuevo a carcajadas.

—¿Interrumpo algo? —preguntó Marta a mi lado.

—No, mi amor —repliqué. Advertí que Nekane y yo hablábamos con las cabezas casi juntas, y que Nekane mantenía la mano sobre mi antebrazo. Y que Marta nos miraba raro, aunque no parecía molesta.

—Es que resulta que a Unai le apetece un whisky, y no os queda hielo porque lo ha echado todo en la cubeta de los refrescos —se dirigía a Nekane—. ¿Serías tan amable de bajar a casa y traer un poco? —ahora me miraba a mí.

—Por supuesto —dije yo poniéndome en pie.

★ ★ ★

Mi vuelta a la casa de los vecinos coincidió con un gol del equipo español. Observé cómo mi mujer y el vecino se ponían en pie alborozados, se abrazaban y besaban en la boca. No fue un beso pasional aunque tampoco un piquito, pero que daba idea acerca del grado de confianza que había entre ellos.

Minutos después, Nekane y yo habíamos vuelto a nuestra situación en el comedor. Ella había servido bebidas para los cuatro, (una cerveza en mi caso, una Coca-Cola light en el suyo) Pero su mano ya no estaba posada en mi brazo. Maldije la interrupción.

«¿Y por qué no la toco nunca?» —me pregunté.

Posé una mano sobre una de las suyas. Nekane me miró con una semisonrisa.

—A ver: con todo esto que hemos hablado, parece que hay tres conceptos, swingers, intercambio de parejas y poliamor, y no tengo muy claro qué diferencias hay entre ellos… —Nekane dio pie para continuar la conversación donde la habíamos dejado.

—Bueno… Quizá sea una errónea impresión mía, pero identifico “swinger” con “orgía”, y algo de eso vimos en el Club, mientras que en mi concepto un intercambio de parejas se realiza entre cuatro. —Reí—. Me preguntas como si fuera experto en la materia. Ser swinger, además, es algo como un estilo de vida, y sus practicantes lo hacen con frecuencia, mientras que quienes realizan un intercambio ocasionalmente imagino que no lo harán todos los fines de semana, como quien va al cine… —me rasqué la cabeza, confundido; realmente nunca había pensado demasiado en ello—. El primer tipo de poliamorosos, si lo entendí bien, se trataba de otra cosa; antes Marta bromeaba con el hecho del encuentro con un compañero de universidad, y yo con lo de la auxiliar de vuelo. Pues bien, si esto lo hiciéramos, no solo con el consentimiento, sino sin ocultárselo al otro, entraríamos dentro de esa categoría. El otro tipo, la polifidelidad, no tiene más relación con los otros dos que el hecho de que hacen el amor con personas distintas de su pareja “oficial”, aunque sean siempre las mismas.

—Así, en abstracto, suena muy excitante —Nekane me estaba mirando con una de “esas” sonrisas.

—Verás, de lo del intercambio de parejas simple o el poliamor no puedo opinar. Sobre los swingers, lo poco que vimos en el club aquel me dejó claro que no siempre se trata de un conjunto de personas jóvenes y guapas. Más bien, la media de edad debe estar más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Y me dio tiempo a advertir que había tetas caídas… No como las tuyas —añadí mirando descaradamente su escote.

Nekane dejó oír su risa.

—Eres malo… —reprochó en tono zalamero.

—Decía que vimos tetas caídas, barrigas cerveceras, celulitis, o sea, gente madura corriente, lo que no me parece demasiado excitante. Y luego el tipo de prácticas sexuales… La impresión que sacamos es que se trata de un ambiente un pelín sórdido.

—Y, ¿cómo podría funcionar en la práctica el aspecto sexual de una relación de polifidelidad? —preguntó Nekane con carita inocente.

Me rasqué de nuevo la cabeza.

«La niña está llevando la conversación por unos derroteros que ya, ya…» —me dije.

—Pues no tengo la menor idea —respondí al fin—. Hay distintas posibilidades, por ejemplo, todos juntos en la misma cama. O las chicas (o los chicos) cambiando de dormitorio… Quizá… se establece un calendario: los días pares, cambio de cama, los impares, cada quién con su pareja oficial… ¡Yo qué sé! —concluí.

—Unai y yo hicimos una vez un intercambio —dijo como si nada, con la misma expresión de colegiala virgen.

Se me cayó la mandíbula inferior. O sea, que abrí la boca dos palmos, y quedé en shock .

—Mi marido y yo hemos tenido de siempre ideas poco convencionales sobre el sexo, la fidelidad y esas historias. A mí no me habría parecido motivo de divorcio que Unai me hubiera contado que había tenido un “rollo” de una vez, y del mismo modo, estoy segura de que él no habría reaccionado como Othello si hubiera sabido que yo había tenido un “desliz” con otro hombre…

»—Pues ocurrió que hace un par de años, el puente de la Constitución era de cinco días —continuó— y no sé cómo, se nos ocurrió pasarlos en el Caribe. Cuando llegamos al hotel, resulta que se les había ido la mano con lo del overbooking , y no había habitación, ni para nosotros, ni para otra pareja más o menos de nuestra misma edad. Tras mucho discutir, nos dijeron que tenían disponible una suite de dos dormitorios, pero que teníamos que pagar un sobreprecio. Nos negamos. Más discusiones, ahora con el director del antro aquel. Al final, retiró lo del sobreprecio, y nos dijimos que, bueno, parecían personas agradables, y eran atractivos. —Nekane dejó oír una carcajada—. Mi marido miraba como hipnotizado los pechos de ella, que eran parecidos a los de tu mujer —ahuecó las manos sobre sus propios senos, ilustrando sus palabras—, así que no tuve que hacer demasiado esfuerzo para convencerle.

»—Total, que nos presentamos —se llaman Gus y Bea— y subimos a la tal suite. No hubo problemas para elegir dormitorio, porque eran idénticos, así que deshicimos las maletas. Unai y yo estábamos sudorosos, (allí la temperatura era de más de 30º y había mucha humedad) y decidimos ducharnos. La habitación de ellos estaba abierta, y no estaban tampoco en el salón, por lo que colegimos que habían salido. Unai abrió la puerta del baño, que no tenía el pestillo corrido por dentro, y allí estaban: en pelotas, metiéndose mano en la ducha.

—¿Y qué hicisteis?

—Esperar en el salón a que terminaran. Ante nuestra sorpresa, salieron desnudos, y se fueron a su dormitorio. Durante la cena, (decidimos bajar con ellos al restaurante) nos explicaron que practicaban el nudismo, y nos animaron a ir con ellos al día siguiente a una playa cercana en la que no se estilaban los bañadores. Bueno, como sabes, nosotros también lo practicamos, y nos pareció bien.

«Pues no, no lo sabía» —me dije, imaginando a Nekane sin ropa, lo que me puso malísimo.

Ella hizo una pausa mientras bebía un sorbo de su refresco.

»—Bien, pues después de pasar todo el día en bolas con ellos, el desnudo no parecía nada del otro mundo en la dichosa suite. Antes de bajar a cenar, estábamos mi marido y yo duchándonos, y entraron tan campantes, pero ellos no se excusaron, sino que ocuparon la otra ducha (había dos en la misma cabina)

«Vosotros tampoco habíais corrido el cerrojo» —dije para mí.

»—Salimos a cenar los cuatro juntos, como la noche anterior. Después fuimos a un lugar en el que había espectáculo con baile, y puedo contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que bailé con mi marido. El tal Gus se arrimó todo lo que pudo cuando la cosa iba de agarraditos, amén de ponerme las manos en el culo de continuo. A todo esto, Unai estaba sometiendo a Bea a un tratamiento similar.

»—Era ya tarde cuando volvimos al hotel, pero a pesar de ello, parece que a nuestros nuevos amigos les quedaban ganas de juerga, de manera que pidieron champagne al servicio de habitaciones. No bien se hubo ido el camarero, Gus comenzó a desnudarme. Mi marido y la otra mujer no parecían molestos con ello, y se limitaban a mirar, hasta que Unai comenzó a quitarle la ropa a ella. Me dije “¡qué demonios! el chico me gusta”, y le permití dejarme en pelotas. Luego le desnudé yo a él… Total, cuando quise darme cuenta estaba en la cama con Gus.

»—Bueno, por no alargarme, los dos días siguientes fueron un festival de sexo con las parejas cambiadas. Ellos viven en La Coruña, y mantuvimos el contacto un tiempo; luego nos trasladamos a Madrid, y la relación se fue enfriando. Hace mucho que no les vemos.

«¿A qué ha venido contarme esto? —me pregunté—. Además, la historia suena como el manido argumento de un vídeo porno. Y, ¿por qué había sentido unos estúpidos celos al imaginar a Nekane con el tal Gus entre sus piernas?».

★ ★ ★

De vuelta con Marta en nuestra casa, le faltó tiempo para tratar de satisfacer su curiosidad:

—¿De qué hablabais Nekane y tú tan amarteladitos?

Se lo conté.

—¡Jooooder! —exclamó—. Mira tú la mosquita muerta. Por más que ella no aparenta ser tímida y recatada, no hay más que ver el modelito que vestía… —rio—. Casi debería decir más bien “desnudaba”…

—¿Qué conclusiones sacas acerca de la invitación, después de lo que te he contado?

—Dime tú.

Conté con los dedos.

—Uno, les va el nudismo. Por cierto, ha dado por supuesto que yo estaba enterado. ¿Te lo comentó a ti alguna vez? —Marta negó con la cabeza—. Bien, sea como sea, es posible que, como en el cuento de Nekane, nos propongan ir a alguna playa nudista, que hay varias en la zona, por lo que tengo entendido. ¿Qué piensas al respecto?

—Bueno —había enrojecido ligeramente— mostrarnos en pelotas ante otros no será para nosotros una novedad.

—Pero hay una diferencia, un poco como lo de su intercambio en el Caribe. Imitando sus palabras, “después de eso, andar desnudos por el apartamento no parecerá nada del otro jueves”. Así que la pregunta es ¿estás dispuesta a ello?

—Bueno, tampoco es un mundo… Te recuerdo que desnudos estuvimos con los japoneses y con Aarón y Noemí… —arguyó.

—Pero en esas ocasiones estaba claro que habíamos ido a follar con ellos… Lo tomo como un sí. Dos —continué contando—. La historia de Nekane puede ser verdad o no, pero en todo caso, que me lo contara tiene toda la pinta de constituir un globo-sonda. ¡Vaya! Para que vayamos pensando qué hacer si nos proponen cambiar individualmente de dormitorio, ya sabes. Porque no se me ocurre ninguna otra razón por la que la vecina me haya hecho esa confidencia…

»—Y tres, —continué— que hemos vuelto en círculo a nuestra conversación de esta mañana, esto es, que teniendo en cuenta los puntos anteriores, debemos decidir si acompañarlos. Pero ahora, Marta, lo del sexo con ellos no se trata de fantasías poco probables y lejanas, sino de posibilidades cercanas y reales.

—Y por lo que he visto, a ti ha dejado de importarte lo de la intimidad… —dijo muy seria.

—Si con ello quieres preguntar si me apetece ir, la respuesta es sí. Pero antes de que me digas qué quieres hacer al respecto, tengo que advertirte que me sentiría muy mal si accedes solo por darme gusto. Siempre hemos sido sinceros uno con el otro, de manera que quiero que expreses tu opinión con total libertad. Y si no quieres ir, bueno, pues buscaremos hotel por la zona de Cádiz.

Se hizo el silencio. Segundos después, Marta, completamente ruborizada, asintió con la cabeza.

—Creo que… sí quiero ir —dijo al fin, en tono decidido.