Privacy Club - Cuatro años después (03)

Sergio y Nekane no son aficionados al fútbol. Por esa razón, ellos se van a charlar al comedor, mientras Unai y Marta ven el partido.

Marta

El partido de fútbol

Sergio y Nekane se fueron a charlar al comedor, como hacían siempre que Unai y yo veíamos un partido de fútbol. Alguna vez les había sorprendido en una actitud… digamos “íntima”, e incluso llegué a preguntarle si se había follado a la vecina, y respondió que no.

Le creí; no necesitaba mentir, porque al principio de nuestra relación lo habíamos hecho con otras parejas, y no me habría parecido monstruoso que se hubiera acostado con Nekane… de la misma manera que la idea de echar un polvo a Unai me había rondado por la cabeza en algunas ocasiones, aunque en abstracto, y no sé si habría accedido si me lo hubiera propuesto, cosa que no había hecho.

Aunque en todo esto de la infidelidad hay casos y casos. Ni a Sergio ni a mí, a estas alturas de nuestra relación, y después de las experiencias vividas, nos parecería un mundo follar con otros, pero eso es una cosa, y otra diferente el ambiente que se creaba entre ellos dos cuando estaban a solas, actitud que, vista por alguien externo, podía dar la impresión de que se trataba de enamoramiento, y esto… Echar un polvo a Nekane, pues bien, no pasaba nada, ya incluso le había visto hacerlo con otras. Pero enamorarse de otra mujer… Eso sí que sería algo que pondría nuestra relación patas arriba. Por más que la actitud de Sergio no había cambiado conmigo desde que conocimos a la pareja vasca. Si a eso íbamos, puede que él también podría sentir el mismo recelo por la actitud de Unai conmigo. Porque…

La mano del hombre posándose en mi muslo interrumpió mis pensamientos.

—¡Mira, mira!… ¡Huyyyyy!

Esto (lo de apretar uno de mis muslos cuando se emocionaba con algún lance del juego) lo hacía con bastante frecuencia. Y era habitual que después dejara la mano allí, lo que me producía un estremecimiento en el vientre.

No solo no me importaba, sino que debo confesar, (no sin cierto rubor) que en esas tardes de partido vestía siempre minifaldas, porque de ese modo podía sentir su mano directamente sobre mi piel.

Llegó el descanso. Unai desvió la vista de la pantalla del televisor, y me miró intensamente.

—Oye, lo que hablaba tu marido sobre intercambios de parejas y eso… ¿lo habéis experimentado, o se trataba solo de teoría?

Debí enrojecer hasta las pestañas.

—No… realmente… Ya dijo que en el Club simplemente nos dedicamos a mirar. Y siendo muy sincera, no me sentí para nada impulsada a participar.

«¿Se lo cuento, o no?» —me pregunté. Y decidí que sí…. Al menos en parte.

—Realmente, aquello fue el principio de nuestra relación. Cuando ya nos íbamos vi a una conocida, y nos refugiamos en una cabina en los vestuarios. Pero la mujer y su grupo entraron tras nosotros, y cuando ella fue a asomar la cabeza por encima de la media puerta del compartimento, Sergio no encontró mejor modo de evitar que me reconociera que besarme. Luego… una cosa llevó a otra, ya me entiendes, y terminamos haciéndolo allí mismo.

—Por lo que sé, entonces estabas casada con otro hombre, ¿no?

—Sí. Precisamente el hecho de que mi ex frecuentara el club a mis espaldas fue lo que me llevó a divorciarme de él.

—¿En serio no te tentó?… Quiero decir: ¿ver a la gente follando a la vista de los demás no resultó excitante para ti?

—En cierta medida… Pero debes entender que en aquél momento me sentía muy cabreada con Marcos. Luego… Bueno, debo reconocer que Sergio siempre me había atraído, aunque por supuesto, ni él me propuso nunca nada ni yo me insinué… ya sabes. Encontrarnos allí… Por primera vez nos veíamos a solas, y cuando me besó… Pues ya puedes imaginar.

—¿De veras no habéis vuelto por allí? —quiso saber.

—No, en serio. Te digo más: Sergio guarda una ficha “cero” que nos obsequió el propietario del Club… —Me detuve; me había ido de la lengua. Continué como pude—. Es que cuando salíamos encontramos a una pareja de color que resultaron ser los propietarios, y estuvimos charlando con ellos en una cafetería cercana. Creo que nos obsequiaron la ficha con, digamos, ciertos propósitos, pero nunca la hemos utilizado. —No había mentido, solo omitido algunas cosas.

—Lo decía por la disertación de Sergio sobre lo del intercambio de parejas y el poliamor… No sé, es que me dio la impresión de que hablaba por experiencia propia… —insinuó.

—No, ¡vaya idea! Simplemente es un tema que le fascina. Pero te puedo asegurar que desde que nos casamos no hemos tenido ninguna experiencia de ese tipo. —Tampoco mentía; nuestros “encuentros” con otras parejas habían tenido lugar antes de la boda.

—Disculpa un instante, voy a preparar un whisky para mí. ¿Te apetece algo? —Unai se puso en pie.

—No, estoy bien —repuse.

Volvió a los pocos instantes con un vaso vacío y una botella.

—No queda hielo… —revolvió el agua de la cubeta de los refrescos—. Y esto no es ya potable.

Me puse en pie a mi vez.

—Espera, voy a pedir a Sergio que suba unos cubitos de casa.

Me dirigí al comedor. Mi marido y la vecina hablaban en una de esas actitudes que decía antes, y ella tenía la mano posada en el antebrazo de Sergio… además de los dos pechos al aire.

No debí haberlo hecho, pero escuché unos segundos. Estaban hablando de orgasmos, me pareció. Al fin me acerqué, y aún acerté a escuchar una frase de Sergio:

“Desde ese punto de vista, en una relación mujer-hombre-hombre, la parte femenina estaría, digamos, más satisfecha…”

Nekane rió a carcajadas.

—¿Interrumpo algo? —pregunté.

★ ★ ★

Cuando volví al salón, acababa de reanudarse el juego.

—Ahora sube Sergio con el hielo —informé, sentándome al lado de Unai.

—¿Has escuchado de qué hablaban? —preguntó él en tono de confidencia—. Es que me llena de curiosidad el hecho de que siempre tengan tema de conversación cuando están a solas.

—¿Estás celoso? —pregunté con una sonrisa.

—Para nada. No sé si has advertido que se comportan a solas como si estuvieran a punto de irse a la cama… —sonrió con malicia.

—¡Huy! Conociendo a Sergio, si tuviera la intención de acostarse con Nekane ya se lo habría propuesto… No, creo que seguían con lo del poliamor —informé, sin apartar la vista de la pantalla.

—Es un tema interesante… —se detuvo. Se estaba produciendo un ataque del equipo español a la portería alemana, que terminó cuando un defensa del Bayern zancadilleó al delantero que llevaba el balón.

Penalty.

El jugador encargado de tirar la falta se acercó al punto marcado con el balón. Tras de él, jugadores de ambos equipos moviéndose para conseguir una buena posición. El árbitro les obligó a retirarse unos pasos.

Unai y yo nos pusimos en pie.

Chutó. El balón describió una parábola engañando al portero, y el balón entró en la red.

—¡Gooool! —gritamos a dúo.

No sé cómo, me encontré abrazada a Unai, saltando alborozada. Y él me besó. No fue un beso “de cama”, pero tampoco un simple roce de los labios. Algo intermedio.

—Aquí tenéis el hielo —dijo Sergio detrás de mí.

★ ★ ★

Nos mantuvimos en silencio mientras Nekane preparaba el whisky para su marido.

—¿Tú crees que se habrá molestado Sergio? —preguntó Unai cuando de nuevo nos quedamos solos—. Lo digo porque nos ha sorprendido besándonos…

—Hay besos y besos —repliqué—. Una cosa habría sido que nos hubiera encontrado tendidos en el sofá, tú encima de mí, pero esto… —Noté que la nuez de Adán del hombre subía y bajaba espasmódicamente al oírlo—. Ha sido algo inocente. No, no te preocupes. Le conozco lo suficiente como para saber que luego, cuando volvamos a casa, no se referirá siquiera a ello.

Tomó el mando a distancia y suprimió el sonido del televisor.

—Mi mujer tenía curiosidad por las teorías de tu marido sobre el poliamor, pero yo la tengo por otra cosa: cuando estuvisteis en ese Club… —pareció escoger las palabras—. Es que no tengo mucha información al respecto. ¿Es cierto que hombres y mujeres lo hacen unos a la vista de los otros?

—Cierto. Había una habitación con el suelo cubierto de colchonetas, y en ella se encontraban varias parejas. Ni que decir tiene que la única prenda que vestían era la máscara, aparentemente obligatoria allí. Presenciamos una demostración de varias de las posturas del Kamasutra. —Reí para disimular mi turbación; cuatro años después me estaba excitando con el recuerdo—. Lo que más nos impactó fue que de repente dos parejas que estaban follando casi pegados, hablaron algo entre ellos, y las mujeres cambiaron de varón, y continuaron como si no se hubiera producido ninguna interrupción…

—¿O sea, que todo el mundo se desnuda y se van a… así, sin más?

—No, verás, por lo que vimos hay preliminares, en el bar. La gente conversa, bromea… Nada más llegar, se acercó una pareja, y entablaron conversación con nosotros. Bueno, la mujer algo más, porque vi cómo tentaba a Sergio en… Bueno, entre las piernas.

Unai tragó saliva.

—Y, ¿qué hizo él? —preguntó.

—Disimular, todo confundido. Y yo estuve así de arrastrarla por los pelos, aunque entonces Sergio no era más que un amigo de mi marido, que me estaba haciendo un favor… En el sentido literal, no figurado… —Reí—. En la conversación que tuvimos después con los propietarios nos dijeron que existen reglas, puede que no escritas, para efectuar la primera aproximación. Imagina que nos encontramos con vosotros, y a Sergio le gusta Nekane…

—Bueno, no hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación… —Sonrió con expresión irónica.

—Decía que para preguntar a Nekane si… está dispuesta, Sergio le haría una caricia en una parte, digamos, poco comprometida, como un brazo. Si ella acepta, pues sonríe y afirma con la cabeza…

—O sea, que las veces que tu marido coge a Nekane de un codo cuando le cede el paso ¿le está haciendo proposiciones deshonestas? —Sonreía de oreja a oreja.

—Quizá —respondí sonriendo a mi vez.

Nos echamos a reír, quizá para resaltar que se trataba solo de una broma.

—Pues por lo que me dices, la mujer con la que pegasteis la hebra tocó a tu marido en una parte nada inocente…

—A lo mejor para animarle…

Reímos de nuevo.

—Quizá… Bueno, si queréis, podríamos ir un día a uno de esos cinco “clubes liberales” que hay en el pueblo donde tenemos la casa… no quiero decir que a hacer nada, no, ¡que va! —Negó enfáticamente con la cabeza—. Solo a ver el ambiente y eso…

«Ya te veo yo a ti —me dije—. Luego me acaricias un brazo… o un muslo —advertí que había vuelto a poner la mano donde solía, solo que ahora sin excusa alguna, porque sí».

—Bueno, estoy seguro de que en otras circunstancias, entre aquella dama y mi marido habría habido más que palabras… —sonreí, evadiendo responder.

—Y tú, ¿qué habrías hecho en ese caso? —preguntó con una sonrisa maliciosa.

—Pues como dice el refrán, “a donde fueres, haz lo que vieres” —reí con ganas—. No, como os decía antes, estaba demasiado cabreada con mi ex al ver a qué se dedicaba a mis espaldas.

—¿Nunca lo hablaste con él?

—¡Claro! Dijo que “un hombre tiene ciertas necesidades”, lo que fue aún peor, porque me daba a entender que yo no las satisfacía.

—No me parece una actitud correcta. Quizá debería haberte hablado del Club, e incluso pedirte que le acompañaras —insinuó.

—Pues la Marta que era entonces le habría enseñado la puerta… —De nuevo había hablado de más, dando a entender que ahora era otra Marta, a la que quizá no le habría importado. Pero si lo captó, no le dio mayor importancia.

—Dado que, como sabéis, hay muchas parejas que frecuentan esos lugares, imagino que habrá mujeres predispuestas… —agregó.

«Cambiemos de conversación» —me dije.

—Oye, me ha gustado el modelito que vestía Nekane…

—Imagino que a tu marido le habrá gustado más… —Rió—. Mira, no impongo a Nekane qué ropa puede o no ponerse. Realmente, es un poco… —buscó la palabra—, exhibicionista, pero bueno, entre los cuatro hay confianza, y tampoco me parece un mundo que haya estado mostrando… más de lo que se considera apropiado.

—Podía haberme avisado. Habría elegido otra ropa más… sexy —sonreí con malicia.

—Estás muy bien así. Esa minifalda deja al descubierto una gran parte de tus bonitos muslos, y tu camiseta deja traslucir… —Tragó saliva—. Perdona, creo que me he pasado varios pueblos.

—No pasa nada. Como decías antes, hay confianza entre nosotros. La suficiente como para que tengas la mano puesta en mi muslo, sin que a mí me parezca inapropiado…

—¿Quieres que la quite? —preguntó. Pero no la retiró de allí.