Privacy Club - Cuatro años después (02)

Nekane y Unai

Sergio

La invitación

—¿Habéis hecho planes para las vacaciones? —preguntó Nekane, mientras extendía crema de protección solar por sus muslos.

—Bueno, hemos contratado un crucero de ocho días por el Mediterráneo para la segunda quincena de agosto —respondió Marta por los dos—. Para los primeros quince días, aún no. Todos los años, hacia el mes de marzo, hacemos el firme propósito de dedicarnos a buscar algo, pero al final, por una u otra razón, lo vamos dejando…

—¡Guau! Un crucero —exclamó Nekane en tono admirativo.

—Pues a estas alturas, no sé yo si encontraréis alguna cosa en condiciones. —Unai nos miraba con gesto de duda.

—Siempre está lo de reservar en algún hotel —intervine yo—. Nunca hemos dejado de encontrar habitaciones libres…

—Y, ¿en qué parte de España habéis pensado? —preguntó Nekane.

—Nos han hablado muy bien de las playas de Cádiz… —insinuó Marta.

—Nosotros vamos un poco más al norte del Mediterráneo —informó Nekane—. Hace dos años compramos un apartamento en la provincia de Almería. Una ganga, para los precios que se estilan por allí… De manera que no tenemos que buscar. La otra ventaja es que eso permite que hagamos el viaje un día entre semana a finales de julio, cuando aún no están las carreteras a tope… De hecho, nos vamos el martes próximo.

Nekane dirigió una mirada interrogativa a su marido. Finalmente, él asintió casi imperceptiblemente con la cabeza.

—Estaba pensando… Nosotros tenemos un dormitorio libre en el apartamento, y las vacaciones son más divertidas en compañía de unos amigos tan agradables como vosotros. ¿Qué os parece?

—Bueno, no sé… —dije yo, dubitativo.

—Sería divertido, ¿no crees, cariño? —Marta puso la mano sobre una de las mías.

—Venga, decídete. Se trata de un lugar privilegiado, y nuestro apartamento está en primera línea de playa —Nekane me dirigió una de sus sonrisas que podían producir una erección instantánea (y de hecho, lo hacían)

—Está bien —concedí.

—Ya verás, lo pasaremos muy bien —Nekane puso una mano sobre mi rodilla.

—Hagamos una cosa —propuso Unai—. Esta tarde dan en la tele un partido de la International Champions Cup entre el Bayern de Munich y el Real Madrid. Venid a comer a casa, y lo hablamos detenidamente. —Se puso en pie—. ¿Os apetece un baño?

—Id vosotros. Nosotros lo haremos más tarde —respondí en nombre de ambos.

★ ★ ★

Nekane y Unai constituyen una pareja de lo más atractiva. Ella es alta, solo unos centímetros menos de estatura que yo. Pelirroja natural. Un gracioso rostro de ojos verdes, nariz recta y labios carnosos, que realza con un pequeño toque de carmín, de tono solo ligeramente más oscuro que el de su piel atezada. ¡Y su sonrisa! Sendos pliegues verticales que se forman en las comisuras de su boca al sonreír, le prestan una expresión de picardía que me vuelve loco. Pechos de los que hacen volver la vista; de tamaño mediano, pero tiesos, cónicos y con aspecto de dureza. Unos hombros redondeados, a juego con sus brazos bien formados. Vientre plano, en el centro de unas caderas incitantes. Unas nalgas tentadoras, que oscilan al caminar de un modo muy sugerente. Muslos y piernas a juego, o sea, de lo más atrayente. Una mujer preciosa, en suma. Y el bikini aquel parecía hecho para resaltar sus formas.

Él tiene mi misma estatura, más o menos. Hombros anchos, y torso discretamente musculado. Cabello de color castaño claro como sus ojos, en unas facciones regulares a las que una cicatriz como de cuatro centímetros en el pómulo izquierdo presta un aire peligroso (según Marta) en contraste con su permanente sonrisa. Caderas estrechas y muslos a los que se ciñe el pantalón.

Se habían mudado al 4º A de nuestro bloque hacía año y medio. Entablamos conversación con ellos después de una asamblea de la comunidad de propietarios. Luego, coincidimos en una cafetería cercana. Después hubo una cena en su casa y otra en la nuestra. Marta y Unai descubrieron su afición compartida al fútbol en general, y que eran seguidores del mismo equipo en particular, con lo que las tardes de los fines de semana que daban un partido por televisión, las pasábamos en casa de ellos. Por no alargarme demasiado, tenemos una buena relación. Y casi todos los sábados y domingos, en cuanto abren la piscina de la urbanización, nos encontramos con la pareja allí. Como hoy.

★ ★ ★

—Te veo aún dubitativo… Pero, a ver: ¿qué problema tienes? —preguntó Marta—. Nos llevamos muy bien con ellos, y lo pasaremos en grande. Además, tendrás ocasión de contemplar de continuo el culo de la vecina, que no dejas de mirar…

Aparté la vista de las nalgas de Nekane.

—Cierto, nos llevamos muy bien, pero es que convivir con personas a las que no conocemos demasiado puede ser un tanto… violento —argüí.

—Tú y tu desmesurado sentido de la intimidad. Tampoco es un mundo…

—Bueno, hay ciertas cosas… Imagina que estamos en el dormitorio y nos apetece echar un polvo. A mí me cortaría un poco pensar que ellos nos están oyendo… O al contrario, ellos follando y nosotros escuchando. Y luego está lo de las distintas costumbres. Sabes que yo me despierto muy temprano, e igual a ellos les gusta dormir hasta las tantas…

—Pues cerramos la puerta. Y si te levantas de madrugada, como sueles, te vas a correr por la playa, como sueles cuando estamos de vacaciones —concluyó Marta.

Se me ocurrió un pensamiento malévolo, y sonreí.

—¿Imaginas que estos dos sean aficionados a lo de cambiar de compañero de cama de vez en cuando?

—No creo… —refutó Marta—. Aunque, —sonrió con malicia—, tampoco me importaría echarle un polvo…

—¿Solo uno? Pues Nekane tiene unos cuántos—afirmé.

—En serio, Sergio. A pesar de nuestras experiencias con otras parejas, no a todas tiene que irles el asunto…

—Pues es una lástima… Fíjate, si ese fuera el caso, no me pondría tan estricto con lo de la intimidad…

¡Plas!

Marta, sonriente, me había propinado un cachete en una nalga.

—Y por cierto, tú también miras el culo de Nekane, que lo he visto… —dije, guiñando un ojo.

—¿Cuál de los dos culos te gusta más, el suyo o el mío? —preguntó en tono jocoso.

—Pasando por alto lo de las comparaciones odiosas, debo reconocer que tu culo tiene una belleza… canónica, estilo Venus. Pero las dos nalguitas prietas de Nekane, que se frotan entre sí al caminar… No me digas que a ti no te “ponen”…

El apartamento en la playa

Eran como las 14:00 cuando pulsé el timbre de la puerta de la casa de Nekane y Unai. Casi inmediatamente se abrió la puerta, y quedé parado, con los ojos desorbitados:

Nekane vestía —mi libido me indicó que “únicamente”— un pareo largo hasta los pies, con una abertura que cuando caminaba permitía contemplar casi la totalidad de una de sus kilométricas piernas. En la parte superior, una camiseta de tirantes de talla apropiada para el Increíble Hulk, que sobre el torso de una mujer de 65 kg. de peso era todo un espectáculo: por delante, el escote dejaba a la vista más de la mitad de sus pechos. Pero es que cuando la veías de costado, era la totalidad del seno de ese lado lo que quedaba a la vista.

—To… toma —balbuceé—. Pon estas botellas de champagne en el frigorífico.

★ ★ ★

Durante la comida, por más que trataba de no mirar a la vecina, mis ojos terminaban por incidir en el espectáculo de su camiseta “Hulk”. En dos ocasiones sorprendí uno de sus pechos no cubierto por la tela. Y Nekane parecía indiferente a ello, como si no tuviera conciencia de estar mostrando los senos o no le importara mayormente.

★ ★ ★

Aparté el plato, ahíto. Hasta entonces no se había tocado el tema que nos había llevado allí, esto es, lo de compartir el apartamento de la pareja.

—¿Preparas tú los cafés, cariño? —preguntó a su marido—. Mientras, mostraré a Sergio y Marta fotografías del complejo y el apartamento. ¿Por qué no pasamos al salón? —insinuó, dirigiéndose a nosotros.

Marta y yo quedamos solos, mientras Nekane iba a buscar información sobre su segunda residencia.

—Anda, que buena ración de vista te ha estado dando Nekane… —susurró Marta—. ¿Lo has disfrutado?

—Pse. Trataba de no mirar, pero…

—Pero no lo conseguías —me interrumpió mi mujer—. Lo que me maravilla no es que haya estado enseñando las tetas toda la comida, que con esa ropa era imposible, sino la tranquilidad con que las muestra. Vamos, como si no fuera nada del otro mundo.

—Bueno, tú ya tienes experiencia en eso de mostrarte desnuda en público…

No tuvo ocasión de responder. Lo impidió la entrada de Nekane, que portaba un álbum de fotografías.

Enseguida, Unai trajo los cafés, y descorchó una de las botellas de champagne que habíamos traído.

—Hacedme sitio —pidió Nekane.

Se sentó en el sofá entre Marta y yo, y abrió el álbum que había puesto sobre sus rodillas. Había una serie de tomas de una urbanización de casitas encaladas de no más de dos alturas, que parecían rodear por tres lados una piscina de buenas dimensiones. En el cuarto se distinguían una serie de construcciones.

Césped muy cuidado, arriates con flores y palmeras por todos lados constituían una imagen muy atractiva del lugar. Y ni un automóvil a la vista.

—Además de la que veis hay otra piscina cubierta… —pasó página, y al inclinarse, sus dos pechos salieron a tomar el fresco.

Nos mostró imágenes de una pileta bajo techado, desde varios ángulos. Luego, las de un restaurante interior, y de otro bajo un emparrado. Y en ninguna de las imágenes, hasta el momento, aparecía persona alguna.

—Esas imágenes son de promoción del complejo —aclaró Unai frente a nosotros—. En realidad, nuestro apartamento no pertenece propiamente a la urbanización: se trata de uno de dos que construyeron después en una parcela contigua, pero pagamos un canon por utilizar todos los servicios.

—Ah, ya decía yo… —exclamé—. Es que pensé que las habíais hecho vosotros, y me extrañaba que en las fotografías no se viera un alma.

—Seguramente las tomarían en invierno —aclaró Nekane—, porque durante el buen tiempo siempre hay gente en la piscina o caminando por las calles, y claro, a nadie le hace gracia que le fotografíen para un folleto.

«Algo se me escapa —pensé—. ¿Por qué va a molestar a alguien aparecer en un plano general en una información promocional?».

—¿Y qué…? ¿Qué clase de personas hay allí? Además de vosotros, claro —preguntó Marta.

—Un poco de todo: parejas de cierta edad, otras más jóvenes, algún matrimonio con niños… Como en cualquier urbanización, y si lo preguntas por si se trata de un sitio ruidoso, pues no, por las noches no se oye más que el rumor de las olas rompiendo en la playa —claramente, Nekane estaba tratando de “vendernos el artículo”.

—Bueno, ese “de todo” también incluye grupos de dos o más parejas, y me da que hay personas que van allí con ciertos propósitos… —Unai guiñó un ojo en nuestra dirección.

«¿Sois vosotros de los segundos, y también nos invitáis con “ciertos propósitos”?» —me pregunté.

—Para que os hagáis una idea, en un pueblo de 15.000 habitantes hay cinco clubes de intercambio de parejas, —informó Nekane—. Y digo yo que no serán exclusivamente nativos quienes los frecuentan…

—¿Habéis estado alguna vez en uno de esos sitios? —pregunté con aire inocente.

—Alguna vez nos lo planteamos, por ver el ambiente y eso, pero nunca nos hemos decidido a hacerlo —dijo Nekane.

—Nosotros entramos una vez en uno de esos clubes —afirmé muy serio.

Ahora fueron los vecinos quienes abrieron los ojos como platos.

—¿Vosotros? ¿En un club liberal? —casi tartamudeó Nekane.

Conté la historia de la ficha 143 y el Privacy Club, omitiendo por supuesto el desenlace en el vestidor de aquella visita, y lo que ocurrió después. Cuando terminé, los vecinos lloraban de risa.

—Ya decía yo… —Nekane calló, acometida por otro ataque de hilaridad—. Pero decidme, ¿volvisteis alguna vez?

—No —respondió Marta muy seria.

—Tampoco es un mundo —dijo Nekane—. Al final, cada vez más, nuestra sociedad está abandonando poco a poco todos los prejuicios y represiones en lo tocante al sexo que nos imbuyen desde pequeños.

—¿Y cuál es vuestra opinión al respecto? —preguntó Unai por las claras.

—Si las parejas implicadas están de acuerdo…. santo y bueno —me encogí de hombros—. Leí hace tiempo que los seres humanos, en contra de lo que tratan de inculcarnos, no somos monógamos por naturaleza. —Recordé entonces las teorías de Aarón al respecto—. A la vista está que en muchos casos, pasado un tiempo después de jurar fidelidad eterna en la ceremonia de la boda, “él” se lía con su secretaria, pongo por caso, mientras su amantísima esposa se lo monta con, un suponer, el entrenador de pilates. Y los dos satisfechos, mientras los dos affaires se lleven a cabo discretamente. Es posible que “él” sepa que “ella” sabe, y a su vez, “ella” sea consciente de que “él” está enterado. Pero es algo de lo que no se habla. A esto se llama infidelidad, que comporta engaño. Pero no hay engaño cuando ambos, puestos de acuerdo, practican el sexo con terceras personas. Más difícil de tragar me resulta el hecho de que, por lo que he leído, todo esto de las relaciones “liberales” constituya una especie de estilo de vida, en el que muchas parejas se dedican al intercambio con otras de forma regular. Porque bien, puedo llegar a comprender que una pareja decida hacerlo ocasionalmente, pero que todos los fines de semana, pongo por caso… —sacudí la cabeza—. Cosa distinta es una tendencia, aún muy minoritaria, que se ha dado en llamar poliamor. He leído un poco sobre ello, aunque de nuevo prejuicios muy arraigados me impidan comprenderlo del todo. El principio viene a ser que una persona puede (y según los practicantes tiene derecho a) enamorarse de más de uno o una. En el extremo, parece que se establecen incluso tríos mujer-mujer-hombre o hombre-hombre-mujer, que funcionan en la práctica como matrimonios no convencionales.

—¿Y cuartetos mujer-mujer-hombre-hombre? —quiso saber Nekane.

Traté de recordar mis lecturas al respecto.

—Creo que sí, no estoy seguro. Tendría que releer de nuevo lo que vi entonces. —Me encogí de hombros tras pensar en ello un poco—. En realidad parece que esa opción que dices, al menos a mi modo de ver, sería más… ¿cómo diría? Natural. Algo similar a dos parejas estables con sus miembros intercambiables.

Hice una pausa.

—En abstracto, que los prejuicios e inhibiciones aún pesan lo suyo, en el siglo XXI debería ser normal, o al menos no condenable, que los dos miembros de una pareja mantengan relaciones sexuales esporádicamente con terceros o terceras sin que ello suponga un drama shakespeariano. O sea, sin ocultárselo al otro. Los jóvenes comienzan a recorrer este camino: mantienen relaciones sexuales desde una edad más temprana que nuestra generación, y la promiscuidad sexual no es para muchos de ellos un pecado nefando. Aunque —me encogí de hombros nuevamente— también están los que obligan a sus parejas a mostrarles su WhatsApp… que de todo hay.

—¿Y tú, Marta? —quiso saber Nekane.

—Básicamente estoy de acuerdo con Sergio. Cosa distinta es llevarlo a la práctica. Mientras hablaba mi marido, intenté imaginar que un día me encontrara con, por ejemplo, un antiguo compañero de universidad, y accediera a ir con él a un hotel a echar un polvo. Creo que moriría antes de decírselo a él. Porque, ¿cómo lo tomarías? —me dirigía a mí la pregunta.

—¿Lo has hecho? —le mostré el ceño fruncido, en un gesto que pretendí cómico.

—¡Nooooo! —Marta prorrumpió en carcajadas—. ¿Y tú?

—Yo no he llevado a un hotel a tu compañero de la universidad. —Hube de hacer una pausa hasta que cesaron las carcajadas de los tres—. Pues en mi último viaje a Estados Unidos, había una auxiliar de vuelo… —me eché a reír al advertir que Marta se ponía seria—. Es broma, soy un hombre fiel…

—¿A cuántas mujeres eres fiel? —preguntó Nekane con una de sus características sonrisas.

—Veamos… —hice ademán de contar con los dedos de la mano, lo que provocó de nuevo la risa de los demás.

Unai consultó su reloj de pulsera.

—Queda un cuarto de hora para que comience el partido. ¿Nos acompañáis esta vez? —se dirigía a su mujer y a mí.

—Creo que vamos a pasar —decidió ella por los dos.