Prisioneros de la pasion (04: Los momentos...)
los momentos gratos en que nos entregamos a nuestros placeres, quedaron dispersos en nuestros recuerdos, pero siguen vivos para nuestro deleite.
PRISIONEROS DE LA PASION
Capítulo cuatro: Los momentos dispersos.
Durante las horas hábiles, cuando nadie iba a trabajar a la empresa, convertíamos la oficina en el lugar propicio para nuestras sesiones deleitosas, ya que al salir para ir a un motel, perdíamos mucho tiempo, y era necesario que nos quedáramos a trabajar, pero eso no impedía que nuestros deseos a flor de piel fueran satisfechos cuantas veces lo pidieran nuestros cuerpos.
Utilizábamos para el caso los escritorios, las sillas con ruedas, las mesas, el baño y... ¡hasta el piso!
Estábamos tan compenetrados el uno con la otra, que bastaba una ligera insinuación para ponernos en forma. La sola idea de coger con ella, me ponía la verga como fierro. Ella la sacaba de la bragueta de mi pantalón y después de jugar pasando su lengua por toda su dureza, la tomaba entre sus manos como agarradera y tirando de ella, me conducía al baño.
En el baño había un espejo de cuerpo entero, en el que podíamos deleitarnos contemplando nuestros cuerpos en movimiento.
Después de besarla, dejando deslizar mis labios por todo su cuerpo, la levantaba un poquito y le ensartaba mi duro miembro en su revenido coño. Estando ella de espaldas al espejo, podía contemplar sus nalguitas, que se movían al ritmo de mis idas y venidas en el interior de su coño. Yo las acariciaba tiernamente y le metía el dedo en el ano, buscando que sintiera un mayor placer y ella me lo agradecía, triturándome casi el pene con su coño, que al estar tan apretado, me producía esa sensación.
Después de un buen rato de estar en estos trotes, ya casi para venirse, me pedía que le golpeara las nalgas y las mejillas, para excitarse más. La complacía en esto y cuando ya no podía más, la sujetaba por los hombros y le clavaba la verga hasta el último centímetro, dejando que mi leche se derramara en el interior de sus paredes vaginales. Después me aseaba en el lavabo y ella se daba un baño completo, utilizando una vasija, dejando que el agua corriera por el desagüe.
En ese baño jodimos infinidad de veces, y también nos sirvió de escondite cuando, al estar ensartados en mi privado, llegaba alguien y ella presurosa corría a él y se encerraba para hacer creer que tenía algún rato dentro.
A mí se me hacía un poco difícil ocultar la situación, porque la verga la tenía bien parada y en algunos casos, no se abatía de inmediato. Más embarazosa era la situación, cuando alguien anunciaba su llegada en el momento en que nos estábamos viniendo. Me limpiaba rápidamente mientras ella se encerraba en el baño, y mientras me dirigía a abrir la puerta, obligaba a mi pene a acostarse, para evitar el descubrimiento de nuestras encerronas. No dudo que más de cuatro hayan sospechado, que nuestras horas de trabajo no eran precisamente de eso, pero se cuidaban de cometer una indiscreción.
También la taza del baño fue utilizada por nosotros, pues como tenía tapa, servía para que yo me sentara y luego ella, montándose sobre mis piernas, dejaba que su cuerpo fuera cayendo con lentitud, ensartándose en mi pene totalmente. Si se ensartaba de frente a mí, podía besarla en los labios, en el cuello, los hombros, y saborear sus ricos pechitos, mientras ella accionaba el pistón de mi verga dentro de su coño. Si se ensartaba dándome la espalda, mis manos atrapaban sus senos, estrujándolos con furia, pellizcando los pezones. Besaba su espalda y su nuca, mientras le clavaba los dientes en una parte sensible de ella, muy cerca de los hombros, donde le producía un placer extraordinario. Dándome la espalda, podía ensartar su culo con mi verga, mientras yo acariciaba el clítoris, hasta hacerle venirse mil veces en la gloria de la doble penetración, mientras se quejaba cachondamente al sentir llegar el deleite.
Una vez que llegué a la oficina, después de haber estado en la inauguración de un nuevo negocio y de haberme tomado una cerveza grande, tenía unas ganas tremendas de coger con ella, y al notar mis ansias, me condujo al baño donde, sin quitarme los pantalones, le ensarté la verga, pero era tanta mi ansiedad, que no pude controlar mi eyaculación y me vine en su coño insatisfecho.
Trató ella de revivir al bello durmiente, pero esta vez sus cachondos besos, lametones y titilaciones no surtieron efecto y el héroe de mil batallas siguió durmiendo la mona, ante la congoja de ella que estaba hirviendo de deseos. Para calmarla, metí mis dedos en su caliente rajadita, y acariciando los labios y el clítoris, logré que se viniera, sin dejarla satisfecha, pero no pudimos seguir, ante el riesgo de que nos descubrieran.
En otras ocasiones, mientras el jefe atendía sus asuntos en su privado, ella iba discretamente donde yo me encontraba, y ahí nos dábamos unas verdaderas calentadas, que nos obligaban a la penetración apresurada, ante el deseo de sentirnos acoplados aunque fuera por unos instantes.
Ella se removía sabrosamente teniendo ensartada mi verga, y tratábamos de no provocar la venida, que algunas veces era incontrolable, ante la tremenda excitación que nos producía el riesgo de ser sorprendidos in fraganti.
Algunas veces, íbamos a otro cuarto de la oficina, que estaba oscuro, donde jodía con ella un buen rato, pero sin derramar mi leche, pues luego, si oíamos llegar a alguien, no podíamos limpiarnos con la premura que el caso requería. Afortunadamente, la mayoría de los asuntos del jefe tardaban el tiempo necesario para darnos gusto.
Sólo recuerdo una ocasión en que nos sorprendieron encontrándonos sudados y con los cabellos en desorden, pues como ella tenía frío, apagó el aire acondicionado y eso nos hizo sudar bastante y, además, al acariciarme, revolvió mis cabellos y no me dio tiempo de arreglarme.
El peligro de ser descubiertos le daba otro matiz a nuestros encuentros y, aunque calculábamos bien los momentos en que no era probable que alguien llegara, no faltaba algún inoportuno que viniera a fastidiar nuestra jodienda, cuando más cachondos estábamos.
La oficinas estaban en un lugar por el que transitaban muchas personas, y esa sensación de estar rodeados de gente, estando nosotros jodiendo casi al alcance de su vista, nos excitaba bastante y nos hacía disfrutar de unos momentos deliciosos.
Yo la ayudaba en el trabajo que tenía que desarrollar en esos días y mientras lo hacía, ella, colocada debajo del escritorio, sacaba mi verga por la bragueta y se ponía a mamármela con gran gusto de ella y mío.
Ya que lograba calentarme, la subía al escritorio, en el que estaba dispersa una gran cantidad de papeles, me la cogía teniéndola boca arriba y con las pantorrillas descansando sobre mis hombros.
Cuando me la cogía sobre el escritorio, me encantaba ponerla en esta pose, pues su anito quedaba descubierto al alcance de mi vista, y sacando mi verga de su vagina, la bajaba un poquito y empujando con firmeza, conseguía metérsela hasta los huevos en el culo.
Era una delicia coger con ella, porque no oponía ningún pero a mis deseos. Me dejaba que la cogiera en cualquier posición, sobre cualquier mueble, y podía ensartarla por donde quisiera. Podía cogérmela por la boca y venirme en ella, y de ninguna manera le hacía fuchi a mi leche, que se tragaba con gran deleite. En alguna ocasión estuve tentado a sacar mi verga en el momento de la venida y derramar mi esperma por su cara y su cuerpo, pero prefería lo cachondo de su sexo, o su culo, para derramar mi ofrenda. Si la producción de leche de mis huevos hubiera sido más abundante, con gusto hubiera satisfecho mi fantasía, actuando como regadera, para darle una ducha de esperma, lo que según el decir de Cleopatra, quien se bañaba en leche de burra, era ideal para conservar la piel tersa y joven. Yo prefería su culo y su vagina para venirme, y cuando trataba de hacerlo en su boca, me tardaba bastante tiempo sin conseguirlo. Pero era más grande mi deleite cuando podía accionar mi émbolo sexual por horas, sin venirme, perforándola por todos sus conductos sin derramar mi semen.
Hubo un día en que estaba tan entero, que me la cogí por horas, quedando ella totalmente satisfecha, y al pedirme que me viniera, tardé todavía bastante tiempo en hacerlo, porque mi pene se encontraba entumecido, pero con una gran concentración, me pude venir a grandes chorros en su vagina, que absorbió hambrienta los jugos deliciosos que fluían por mi manguera.
En otra ocasión, teniéndola recostada sobre el escritorio, boca abajo, con los pies apoyados en el suelo, le clavé la verga en el coño y procedí a joderla, empujando y sacando mi pene. Ella empezó a encenderse a un grado tal, que abandonando el escritorio, se dejó caer en el piso boca arriba, y abriendo ampliamente las piernas, me pidió que la ensartara ahí, sobre el duro piso de granito, que golpeé con las rodillas al tratar de meterle la verga, mientras ella se deshacía de placer, acariciándose los hombros y los senos, con los ojos entrecerrados, en éxtasis. La penetré limpiamente, y después de varios mete y saca, se vino con gran deleite, pero seguimos jodiendo sobre una silla, que por tener ruedas, me permitía accionarla, atrayéndola hacia mi pene, para alejarla después. Ella, sobre la silla, con las piernas muy abiertas, me recibía prodigando los más grandes elogios al objeto de su dicha, que era mi verga, deleitándose viendo como se hundía en su coño una y otra vez.
El frote intenso en su interior no tardó en producirle el anhelado orgasmo, mientras que yo, totalmente envarado en el momento de la venida, solté la silla y por poco me voy al suelo, pero afortunadamente eso no sucedió, y pude descargar mi cargamento de leche en sus deliciosa vagina, que tantas veces había dejado penetrar mi verga, con gran ansiedad.
Después de la venida que casi nos dejó exhaustos, retiré mi verga de su cálida vagina y se la introduje en la boca, efectuando lentos movimientos de mete y saca, como si todavía la tuviera dentro de su coño.
Mi verga iba y venía en el interior de su boca, hinchándole las mejillas al distender las paredes de sus cachetes. Locamente la metía, con ansias de sepultarla en su garganta y ella soportaba mis embates, aceptando su largura y grosor, tratando de engullirla toda valientemente. Después de un buen rato de esta jodienda bucal, mi verga batió nuevamente, derramándose en el interior de esa boca deliciosa, regalándole las gotas de ambrosía que dejaron escapar mis huevos, como ofrenda a ella.
Nuestros encuentros en los moteles habían sido de algunas horas, pero le había prometido pasar con ella una noche completa, y para ello elegimos un día especial. Llamé a varios hoteles de primera clase para solicitar el apartado de una habitación, pero se encontraban saturados, por lo que nos tuvimos que conformar con uno de segunda, que aunque limpio y céntrico, no era lo que yo quería ofrecerle, ya que anhelaba coger con ella en el ambiente agradable de una habitación cómoda y con cierto lujo.
Después de registrarme, salimos para comer algo en un restaurante, y luego fuimos a un cine, donde me di vuelo cachondeándola durante el tiempo que duró la exhibición de la película. Mis manos no se estuvieron quietas ni un instante, y ya le sobaba las tetas, o le hundía los dedos en el coñito peludo, que se mojaba inmediatamente al contacto con ellos. Nuestros labios se unían a cada instante, y nuestras lenguas se buscaban en nuestras bocas, anhelantes de frotarse, con hambre verdadera.
Al terminar la función, fuimos a comprar algo para cenar, que llevamos al hotel. Una vez dentro de la habitación, nos desnudamos y nos bañamos, y ya con nuestros cuerpos limpios, nos acostamos en el lecho.
Ella empezó a besarme los labios, las orejas, el cuello y después de lametear los pezones de mi pecho, fue deslizándose hasta el objeto de sus ansias. Una vez localizado mi carajo, lo desencapulló y le dio unos deliciosos lengüetazos en la cabeza, haciéndolo relinchar de gusto ante la caricia recibida. Después lo introdujo en su boquita y sus labios se forraron sobre el cuerpo de mi pene, envolviéndolo en una caricia cálida y altamente enervante. Sus labios enloquecidos besaban mi carajo en toda su tremante longitud, y su lengua no descansaba titilándolo, arrancándome suspiros deleitosos.
Sus caricias lingüales me enloquecían, y daban a mi verga una tiesura increíble, cosa que fue aprovechada por ella, pues al conseguir la erección máxima de mi pene, abandonó su labor de mamada y se acaballó sobre mí, ensartándose limpiamente con un fabuloso regato de caderas, que hacía que mi verga se sintiera como si estuviera dentro de una licuadora. La sensación de grata opresión que recibía mi verga, me hizo reaccionar adaptando mis movimientos a los de ella, y cada vez que se retiraba, hasta casi sacarse la verga del coño, yo empujaba con vigor y volvía a ensartarla de nuevo, y poco a poco fuimos mejorando el ritmo, acoplándonos perfectamente. Tomándola por la espalda, la atraje hacia mí, para mamarle los pezoncitos de sus tetas, las que chupé succionando ávidamente, dándole ligeros mordiscos. Mientras mamaba con deleite, dejé resbalar mi mano hasta el orificio de su ano, y lo penetré con mi dedo medio, y ella, al sentir la penetración, apretó el coño, oprimiendo la verga aún más de lo que estaba. Seguí jugando con mi dedo metido dentro de su culo y ella, gozosa, aumentó sus movimientos, removiéndose con mayor velocidad sobre mi verga, con lo que no tardó en venirse abundantemente, mientras yo hacía grandes esfuerzos por contener mi eyaculación, que estaba a punto de desbordarse. Logré mi cometido, y ella, al ver que mi carajo seguía todavía tieso, se levantó de la cama y poniéndose en posición de perrito, me ofreció el divino espectáculo de su culo, en anhelante invitación para que se lo perforara.
-¡Méteme tu verga en el culo, mi amor, por favor! ¡Anda, no te detengas y entiérrame todo!
Esta actitud de ella, pidiendo mi verga por detrás, me tenía sobreexcitado y yo, ni tardo ni perezoso, me dispuse a completar la operación que mi dedo había empezado.
Unté la cabeza de mi verga con un poco de vaselina, que utilizábamos para evitar la irritación del frote, y una vez embadurnada convenientemente en su adorable culito, puse la cabeza en el centro y empujé suavemente, procurando no lastimarla. Sujetando sus caderas firmemente, la atraje hacia mí y con lentos movimientos de entrada y salida, logré sepultarle todo mi carajo en sus entrañas, que lo recibían gozosas, abriendo camino en su avance, y oprimiéndolo amorosamente cuando se retiraba.
-¡Acaríciame el clítoris!. -Me rogó ella- Quiero sentir sus dedos frotando mi vagina, mientras me tienes ensartada por el culo. Anda, que así me haces muy feliz.
Yo, soltando una de mis manos de sus caderas, la llevé a su entrepierna y ahí localicé el erguido gusanito, que iba al encuentro de mis dedos, anhelando que lo acariciara. Removía mis dedos en el erecto clítoris y procedía a frotarlo, inclusive, dándole de pellizcos, que también eran caricias para ella, mientras mi carajo entraba y salía, cada vez más velozmente dentro de su estrecho culo. Ella se transfiguraba de placer ante esta penetración tan profunda de mi pene, y se removía magistralmente, buscando el frote en todas las paredes del intestino, y en lo más profundo. Yo, ante sus muestras de cachondez, contemplando el divino placer que experimentaba, hacía más bruscos y veloces mis movimientos, tratando de enterrarle la mayor cantidad de verga, buscando su disfrute al máximo. Mi dedo acariciaba el clítoris y los labios, y se hundía en el interior de su vagina, produciéndole espasmos deleitosos que repercutían en su culo, donde mi pene era devorado materialmente. Un frote tan intenso, tenía que producir un orgasmo igualmente intenso y, gimiendo de placer, ella se dejó caer de bruces sobre la cama, mientras yo la acompañaba en su caída, pero sin abandonar su delicioso culo, que no quería soltar la verga que tenía dentro.
Ya echados boca abajo, uno encima de la otra, continué mis rítmicos movimientos dentro de su culo, que no rechazaba el ataque, mientras besaba sus orejas, le hacía cosquillas en la nuca y mordía sus hombros y la espalda, hasta que descargué los torrentes de mi hirviente esperma, que corrieron como ríos de lava por todo su recto.
Completamente vaciados mis cojones, abandoné aquel recinto de placer, y después de descansar un momento, me levanté del lecho para ir al baño a asearme. Ella me acompañó luego, y ya limpios, nos recostamos, besándonos tiernamente en la penumbra de la habitación, hasta que el cansancio nos rindió y quedamos profundamente dormidos.
Al despertar, ella todavía pudo convencerme, acariciándome y mamándome la verga, para que continuara jodiendo, pues consiguió parármela a pesar de mi agotamiento, y acaballándose sobre ella, consiguió nuevamente venirse y que yo me derramara dentro de su coño enfebrecido.
Como ella tenía que ir a la oficina, porque en esos días tenía exceso de trabajo, tuvimos que abandonar el lecho para tomar un vehículo que la llevara a su casa.
Una vez, al regresar de uno de mis viajes, llegué por la tarde a la ciudad donde ella estaba, y por teléfono de caseta el hablé, diciéndole que la esperaba en la terminal. Ella acudió a mi llamado y a los pocos instantes ya la tenía conmigo.
Acudimos a un hotel donde nos registramos y tomamos posesión de nuestra habitación. Tanto tiempo sin vernos nos tenía deseosos de disfrutarnos, y más tardamos en ocupar la habitación, que en despojarnos de nuestras ropas. Enseguida empezaron los besos y las caricias, las mamadas de sexos y los juegos eróticos, que nos pusieron listos para joder.
Recordando nuestras jodiendas en la oficina, me recargué sobre una mesita que había en la habitación, y flexionando mis rodillas, para tener su coño al alcance de mi verga, se la fui hundiendo lentamente en su coñito, que estaba mojado tremendamente. Al instante estábamos los dos perfectamente acoplados, rozando los pelos de nuestros sexos, que sentíamos calientes al máximo, casi echando chispas. Mi verga en esta posición adquiría una dureza increíble, que hacía que me doliera de tan tensa. Metida dentro de su coño, era triturada al ser apretada firmemente por las paredes vaginales, que se forraban hambrientas a su alrededor. En esta posición empezaba a refregarle el coño, entrando y saliendo cada vez más aprisa de él, deleitándome con esos deliciosos apretones de carne que me hacían suspirar, pero que me dejaban contener mi eyaculación , ya que la cabeza, que era la más sensible, no era frotada, sino que el cuerpo de mi pene era el que recibía el frotamiento. Enardecido y con la confianza de que no eyacularía tan fácilmente, ataqué su vagina con fuerza, imprimiendo a mis movimientos mayor velocidad, mientras mi pistón entraba y salía de su coño, buscando penetrarla hasta lo más profundo, atrayéndola hacia mí, al tomarla por los hombros, sujetándola y jalándola con firmeza. En la lujuria de nuestra entrega, pronto explotamos los dos, quedando completamente recostados un rato en la cama, prodigándonos caricias en nuestros cansados cuerpos.
Como era muy temprano, por la tarde salimos a pasear por la ciudad, y después de un rato de estar caminando, regresamos a nuestra habitación, convenientemente descansados, y con más ánimo para seguir nuestra jodienda.
Nuevamente desnudos, ella se apoderó de mi verga, que al instante se puso dura y tiesa, con ánimo de comenzar la batalla nuevamente. La lamió con deleite por toda su longitud, y después de jugar un rato, chupeteándola y succionándola, la dejó lista para clavársela, cosa que hizo, acaballándose sobre mí, cabalgando diestramente, con mi verga metida en su coño. Los pelos de su Monte de Venus se frotaban con los míos, y ella se sentía inundada de felicidad, al encontrarse con mi verga rozándole las entrañas al ritmo de sus movimientos.
Después de unos momentos de esta cabalgata, retiré mi verga de su vagina y, dirigiéndola con sus manos, la colocó en la entrada de su orificio anal.
-¡Ensártame por el culo, mi vida! -me pidió-. Tengo muchas ganas de que me la metas por detrás. Lo siento tan rico.
Poco a poco fue dejando que mi dura lanza se abriera camino, hasta quedar completamente enchufada. Yo doblé las rodillas y ella, apoyándose en mis piernas, empezó a moverse, imprimiendo a su caderas un vaivén que hacía que mi verga entrara y saliera de su conducto anal, y lo apretara firmemente, para que no se escapara.
-Méteme los dedos en la vagina- me dijo. Quiero sentir tus dedos como si me estuvieran jodiendo también por delante. Anda, que me muero de gusto cuando lo haces.
Traté de meter mis dedos en su coño, pero como al bajar el cuerpo su vulva quedaba oprimida por mis ingles, se me dificultaba hacerlo, pero con un poco de buena voluntad conseguí meterle los dedos, y estuve frotando su clítoris, al tiempo que ella seguía cabalgando con mi pene atarragado hasta lo más profundo de su gruta posterior.
Con la dificultad de poderle acariciar el clítoris en esta posición, tuvimos que cambiarla y entonces, estando yo sentado en la orilla de la cama, ella se clavó en mi verga, dándome las espaldas, con lo que podía manipular con mayor facilidad en su vagina. Siguió ensartándose en mi pito por un largo rato, hasta que el frote de mis dedos le produjo un tremendo orgasmo, que la hizo gemir de placer, para luego dejar escapar una serie de orgasmos continuos, que vinieron a acabar con sus fuerzas.
Para dejarla descansar, dejé que se recostara lateralmente, mientras mi verga seguía hurgando en el interior de su culo, que continuaba apretándola espasmódicamente, sin dejar de moverse. Yo le acariciaba las tetas, apretándolas fuertemente, con la intención de producirle algún dolor, y le besaba la nuca, metiéndole la lengua en los oídos, mordiéndole su espalda. Mi pene seguía entrando y saliendo incansablemente, en una forma de placer que culminó cuando, ya incapaz de contenerse, dejó escapar los torrentes de mi caliente lava, que fue absorbida por sus cálidas entrañas. Quedé exhausto, y para reponer las fuerzas, vino el sueño reparador en nuestro auxilio.
Al despertar, entramos al baño, y merced a las caricias que me prodigó, nuevamente mi verga estuvo lista para la jodienda, con gran gusto de ella, que inmediatamente se ensartó, estando yo acostado boca arriba. Con el rápido movimiento que imprimía a sus caderas, mi pene no tardó en descargar nuevamente, no sin antes producirle otro orgasmo, que me agradeció dándome una suculenta mamada, deleitándose con el mar de leche que escurría por mi pene.
Después nos bañamos nuevamente, y abandonamos el motel, dando fin a esta noche placentera.
Como pasé una semana entera en esa ciudad, todavía la iba a ver temprano a la oficina, donde, encontrando algún momento libre, nos fundíamos nuevamente, tratando de darnos todos los momentos de placer que lográbamos.
Estos son los recuerdos dispersos que se han quedado. Algunos instantes placenteros pueden haberse quedado dormidos en mi cerebro, pero los que afloran, me producen las mismas inquietudes, como si en realidad estuviera ella cerca de mí, y yo continuara jodiendo su delicioso coño, su apretado y cachondo culo y su boca incansable, que tantos placeres me ha proporcionado, al albergar infinidad de veces mi pedazo de carne, que ha disfrutado al máximo de sus mamadas.