Prisioneros de la pasion (03: Los nidos)

Tras las discretas paredes de los moteles, pasábamos las horas entregados a la lujuria y el desenfreno.

PRISIONEROS DE LA PASION

Capítulo Tres: Los Nidos.

Cuando dos personas quieren entregarse mutuamente, buscan la soledad y el cobijo de cuatro paredes que los aislen del mundo. Esa intimidad la brindan los moteles, y si estos cuartos pudieran hablar, que de historias nos contarían. Estos establecimientos, que en un principio fueron utilizados exclusivamente como hospedaje para los viajeros, por la facilidad de contar con un estacionamiento cerca de la habitación, poco a poco fueron aceptándose como refugios para las parejas ansiosas de intimidad, y como nosotros pasamos a engrosar las filas de las parejitas cogedoras, buscábamos los moteles para dar rienda suelta a nuestras pasiones, cambiando de lugar, para conocer la mayoría y para darle variedad a nuestros requerimientos, pues, o se encontraban muy apartados de la ciudad, o bien, no reunían los cuidados higiénicos que son necesarios. También los había con el mobiliario en malas condiciones, o la ropa de cama manchada con el esperma derramado en ellas. Pero también existían los que cuidaban la higiene con esmero, y contaban con muebles que facilitaban y hacían más delicioso el acto del amor. Uno de ellos era bastante conocido por nosotros, y era el mejor, pero al estar tan cerca de nuestro centro de trabajo, podía dar lugar a que se conocieran nuestras relaciones, que guardábamos celosamente en secreto. Este lugar proporcionaba un mundo de placeres, puesto que estaba bien construido, con los cuartos alfombrados y amueblados con muy buen gusto, en donde se podía hacer del acto del amor, algo sumamente delicioso.

Muchas veces practicamos la jodienda en una silla, sentado yo y ella ensartada frente a mí, apoyándose en el respaldo a la altura de mis orejas. Con este apoyo, y subiendo y bajando sobre la verga que se les entierra por debajo, pienso yo que no pocas mujeres se vaciarían lindamente con la práctica de esta posición. También cogíamos sobre una mesa, que hacía las veces de tocador, en la que la recostaba y la ensartaba con más facilidad, sin esforzarme en levantarla, con lo que se ahorraban energías, que se reservaban para joder con más ánimo. No faltaba, desde luego, la cama amplia, con sus almohadas gordas, para utilizarlas debajo de las caderas, para conseguir una mejor penetración.

Además, conocimos otros de menos clase, pero que sirvieron para nuestros propósitos. El primero al que fuimos, aunque no era la gran cosa, sí nos constaba que cuidaban bastante el aspecto higiénico. Ese fue el primer lugar en el que estuve con ella, y le guardo un gran cariño, porque entre sus muros vivimos nuestra primera entrega, cuyo recuero aún perdura. Sus paredes han de tener grabados el eco de nuestros suspiros y también las escenas de nuestros primer disgusto transitorio, provocado por mis ansias, ya que al tenerla junto a mí, boca abajo, con las nalgas al aire, me entraron unas ganas enormes de ensartarla por el chiquito, cosa que causó el disgusto de ella, comparándome con los demás que únicamente querían a las mujeres para romperles el culo.

Desde luego, no puedo negar que al admirar sus nalgas, se me había despertado el deseo de ensartarla por el culo, pero esa noche no me fue posible, y tardé bastante tiempo contentándola, hasta que se olvidó del incidente y se me entregó completamente, como la mujer ardiente que era.

Al salir del motel, lo hice del brazo de una mujer enamorada de mí, dispuesta a entregarme totalmente su cuerpo y a disfrutar conmigo de todos los placeres que se nos ocurrieran.

Esa noche no pude cogérmela por detrás, pero mi paciencia tuvo su premio, porque en una ocasión en que la tenía ensartada por la vagina, en la posición "de a perrito", sobre una mesa de trabajo, mi enhiesto carajo resbaló y fue a posarse en el centro de su remolino anal, y habiéndolo empujado suavemente, conseguí alojarlo todo entero, con el deleite de ella, que no rehuyó el ataque, sino por el contrario, fue en su busca y disfruté lo indecible, ensartándola hasta los huevos por mi carajo, que se hundía alegremente, perforándole totalmente el culo.

Después de esa ocasión, cada vez que había oportunidad, la ensartaba por detrás y le acariciaba el coño al mismo tiempo que le sobaba las tetas, con lo que conseguía la multiplicación de sus sensaciones. Yo también gozaba enormemente ensartándola en esta forma, aficionándonos de tal manera a este estilo de joder, que en cada encuentro que teníamos, no dejaba yo pasar la oportunidad de enterrarle mi carajo en el culo, cosa que ella agradecía removiéndose deliciosamente, hasta que mis huevos explotaban y le inundaban el intestino con mi ardiente leche. Viendo como disfrutaba ella del sexo anal, la interrogué acerca de la primera ocasión en que traté de cogérmela por detrás, y sonriendo pícaramente, me dijo que disfrutaba mucho cogiendo en esta forma, pero no era cosa de entregarme en una sola sesión todos sus tesoros, y aunque la consumían las ganas, era mejor que yo fuera recibiendo las ardorosas partes de su cuerpo poco a poco.

Hubo uno de estos alojamientos, el que se nos antojó conocer, pero con nos gustó, porque, para empezar, el taxi nos dejó en el patio, a la vista de los ahí presentes, que por fortuna eran los empleados del motel.

Después de pagar el precio, pasamos a una habitación de reducidas dimensiones, con baño y una cama pequeños. Al estar en el interior, podríamos escuchar los ruidos exteriores claramente, lo que nos hizo abstenernos de platicar en voz alta. Lo hicimos a susurros, pensando que pudieran escucharnos afuera. También las luces externas atravesaban los cristales corrugados de las puertas y ventanas de la habitación, lo que restaba intimidad. Por eso procedimos a meternos en el baño, donde nos sentimos más a salvo de las miradas y oídos indiscretos, y ahí, debajo de la regadera, le ensarté con gran deleite el revenido coño, procediendo con los envites de mi carajo, que le perforaba el coño y la hacía exhalar suspiros placenteros cada vez que le llegaba a acariciar hasta el centro de su matriz.

Estuvimos jodiendo un gran rato en el baño, hasta que decidimos ir a la cama, donde conseguimos disfrutar de nuestros placeres, interrumpidos a veces por las voces que nos llegaban de fuera, y que venían a quitarle un poco del delicioso sabor a nuestra jodienda. Gozamos, sí, de nuestra entrega, pero no plenamente, como estábamos acostumbrados, y optamos por abandonar el lugar, prometiéndonos no regresar ahí.

Conocimos otro, en el que estuvimos solamente una vez, pues quedaba cerca del paso de la gente, y así podíamos ser víctimas de las miradas curiosas de los que pasaban por ahí. También la transportación se dificultaba, pues si bien se conseguía taxi en el centro para ir, el regreso era muy riesgoso, sobre todo si salía uno de ahí por la noche, pues la zona era peligrosa. Para evitar el riesgo, sólo fuimos en una ocasión para conocerlo. Disfrutamos bastante en ese lugar, pues era tranquilo y lo suficientemente acogedor, y jodimos deliciosamente, como si lo hubiéramos hecho en un hotel de lujo.

Supimos de un motel nuevo, y luego luego nos apuntamos para conocerlo. Estaba bastante retirado, pero se encontraba al paso de los vehículos, puesto que estaba instalado sobre la calle principal de una populosa colonia. Ese sí nos gustó, y recibió nuestras visitas, sobre todo los domingos, en los que aprovechábamos la oferta de un precio más económico y el obsequio de una copa para cada uno, que nunca tomamos, pues prefiero joder en mis cinco sentidos, aparte de que el licor, en vez de estimularme, no deja que se me pare el pito con la suficiente dureza. Optamos por no tomar ni una copa de licor, para disfrutar con ella en la plenitud de mis facultades, pues ya en una ocasión, debido a que me había tomado una cerveza tamaño familiar, traté de cogérmela, pero a pesar de mis ganas y las de ella, el resultado fue infructuoso, a pesar de que me la mamó con maestría, pero no logró que se me parara, y tuve que satisfacerla, masturbándola diestramente.

Afortunadamente, siempre ha reaccionado a mis caricias, y pude provocarle un orgasmo, pues me siento muy mal cuando no logro que ella goce junto conmigo. Hemos disfrutado plenamente en nuestras entregas, y en muy contadas ocasiones no lo hemos logrado, por diversas circunstancias en nuestros estados de ánimo, que lo han impedido. Pero cuando lo hemos conseguido, ha sido el disfrute total, porque nos entregamos sin reservas, con toda la fuerza de nuestros deseos y con el ansia infinita de complacer el uno a la otra y viceversa. Y es por eso que en nuestras sesiones placenteras, no intervenía el licor, ni ningún otro estimulante, nos bastaba con la contemplación de nuestros cuerpos unidos, y el roce de nuestras pieles, para gozar intensamente.

En el motel al que me refiero, encontramos cobijo a nuestras inquietudes sexuales, y acudimos a él muchas veces, inclusive bajo la lluvia, abandonándolo en algunas ocasiones, casi al amanecer, pues esa era otra de sus particularidades, a diferencia de otros moteles, que podíamos estar en él todo el tiempo que quisiéramos, pues no se nos limitaba el tiempo y podíamos quedarnos hasta la hora de salida establecida, y como con frecuencia llegábamos por las tardes, teníamos todo el tiempo del mundo para gozar.

Como dije, fuimos en innumerables ocasiones, y en todas ellas disfrutamos mucho, hasta que un domingo, en el que oímos a la pareja que se encontraba en la habitación contigua. En un principio pensé que los quejidos y suspiros cachondos que se oían eran de una grabación que se escuchaba por las bocinas, pero poniendo atención, nos dimos cuenta de que se oía la conversación de la pareja y las exclamaciones placenteras, pero tan seguidas, que parecían fingidas, pues apenas se escuchaba que la acababan de ensartar, y ya estaba quejándose, como si se estuviera viniendo. Esto provocó cierto complejo en mi pareja, que pensó en ese momento que no podía lograr tan fácilmente el orgasmo, aún cuando traté de convencerla de que la forma en mi pareja se venía, era la normal, y la otra mujer sonaba falsa. Pero de todas maneras, ya con la idea de que pudiéramos ser escuchados en los otros cuartos, nos inhibió un poco, y ya no pudimos joder tan abiertamente como lo hacíamos. Y desde ese día ya no volvimos a él, aunque le guardamos mucho cariño, por las gratas horas lunamieleras que pasamos entre sus paredes.

Pero el lugar que más frecuentamos era uno que se nos antojaba la gloria, y aunque en un principio no nos gustó, porque encontramos las sábanas con lamparones de esperma, que aunque habían sido bien lavadas y desinfectadas, las manchas persistieron; pero debido a que recibieron en alguna ocasión la visita de las autoridades de salubridad, después encontramos las sábanas limpias, con lo que ganaron nuestra asiduidad, por encontrarse muy cercano, ya que estaba dentro de la ciudad.

Antes de ir al motel, nos metíamos a un cine, y mientras transcurría la película, que casi siempre escogíamos de tipo cachondo, yo me daba vuelo acariciándola y besándola, con lo que nos excitábamos, y como escogíamos los asientos que quedaban hasta atrás en la sala, estábamos libres de las miradas curiosas de los asistentes. En la celestina oscuridad del cine, podía meterle los dedos en el coño, mientras le besaba en la orejita y en los labios. Ella se acomodaba tan bien y estaba tan adaptada conmigo, que sin tanto jugueteo se venía sobre mis dedos, con gran satisfacción mía, que sólo buscaba proporcionarle a ella todo el placer de que era capaz.

Se había acondicionado tanto a mí, que tan sólo con acariciarle los labios con los dedos, y ella, fantaseando que fuera mi pene el que se los rozaba, conseguía su orgasmo, que denunciaban los suspiros que exhalaba cerca de mi oreja, y que me hacían desearla más a cada momento.

Cuando la presión de mi verga en mi pantalón era ya insostenible, abandonábamos la sala del cine y nos íbamos a refugiar a ese motel. Ahí llegábamos y nos desnudábamos inmediatamente para darnos una ducha, aunque ella prefería mamarme la verga antes de lavarme, porque el olor natural la excitaba más. Yo me dejaba hacer, pues me encantaba ver como mi pene se perdía en el interior de su boca y volvía a resurgir, para ser lameteada diestramente por una lengua ágil y vibrátil, que me provocaba sensaciones sumamente deliciosas, que me hacían suspirar de placer y devolverle las caricias al lamerle el coño en justa reciprocidad, y después de un hermoso rato de estos escarceos pasionales, le metía la verga en el culo, y ya bien ensartada, me sentaba en la orilla de la cama, apoyando los pies en el suelo, y con ella sentada sobre mí, me dedicaba a frotarle el clítoris con mis dedos lubricados con vaselina. Antes de clavarle la verga en el ano, lubricaba también mi pene convenientemente, para evitarle el ardor del roce, pues como jodíamos varias horas en esta posición, cualquier culo se irrita con el frote. Pero ella gozaba intensamente con mi verga bien metida en el interior de su recto, y subía el cuerpo para dejarse caer nuevamente, buscando ensartarse completamente hasta aplastarme los cojones. Yo me sentía en la gloria teniendo clavado tan deliciosamente ese culito divino, y trataba de dejarle ir la verga más profundamente, sujetándola por los hombros y atrayéndola rudamente hacia mí, en un intento de partirla en dos con mi tranca, que pugnaba por salírsele por la garganta.

Nuestra jodienda tenía lo máximo de sensaciones, pues soy tan apasionado del ayuntamiento trasero, que ya me había aficionado a ese sabroso culo, tan apretado y tan deliciosamente terso, que engullía mi verga con hambre verdadera y me transportaba al cielo. Ella también gozaba al sentirse tan profundamente ensartada y con mis dedos jugueteando en su clítoris, sentía la doble emoción de estar clavada por los dos lados. Tan tremendas sensaciones la enloquecían de placer y me pedía que le pegara y le mordiera la espalda para gozar más intensamente. Yo, como podía, trataba de propinarle algunas cachetadas y de exprimirle los senos, para provocarle algún dolor, pero ella no sentía más que placer y me pedía que la siguiera mordiendo y que la azotara; lo que hice, después de dejar libres mis manos, fue tomar mi cinturón, para golpearle las nalgas, y sin dejar de enterrarle el pene en el culo, logré que se transportara a la gloria, viniéndose abundantemente.

Después de esta venida portentosa, como mi verga estaba todavía facultada para seguir jodiendo, con las piernas de ella sobre mis hombros, se la clavaba nuevamente en el coño, disfrutando de la introducción en este otro recinto de placer, que me absorbía la verga tratando de extraerle toda la leche de los cojones.

Después de un largo rato de frotes, caricias y cambios de posición, nos veníamos nuevamente, quedando vencidos con un sueño reparador, con el que quedábamos nuevamente listos para seguir jodiendo.

Después de un rico y cálido baño, con nuestros cuerpos limpios, nuevamente nos dedicábamos a excitarnos, en lo que ella era una maestra, pues se ponía a mamarme la verga hasta lograr resucitarla, pero recibiendo también un premio a su constancia, pues nuevamente volvía a ensartarla, tratando de prolongar el goce, hasta que nuevamente conseguíamos el orgasmo.

En este motel, el techo estaba cubierto de espejos y las paredes también, con lo que la contemplación de nuestra jodienda nos excitaba en una forma tal, que nos dejaba preparados para la siguiente venida.

Era algo único ver como mi verga se le enterraba en el sonrosado coño y se metía en él para volver a salir. O cuando tenía mi pene clavado profundamente en su coño, me encantaba ver sus nalguitas rozando el vientre, mientras mi verga se le sepultaba en el trasero con gran deleite de los dos.

Aunque aquí si nos median el tiempo, tratábamos de aprovecharlo al ciento por ciento, saliendo de allí completamente satisfechos: yo, con los cojones totalmente vacíos, y ella con el coño irritado y el culo adolorido, pero sonrientes y felices de haber conseguido en esas entregas mutuas, la satisfacción que sólo se consigue cuando se compenetran dos almas, hasta lograr una afinidad total.

Habiendo sido nuestro nido en muchas ocasiones, fue el último lugar que escogimos para nuestra despedida, cuando tuve que separarme de ella. Pero el ansia de tenerla nuevammente me hizo volver a sus brazos y encontrar entre sus piernas ese grato calor que me daba su cachonda vagina, que estaba deseando que mi verga la perforara y la hiciera venirse una y mil veces, así como ese divino culito, que aceptaba mi gorda verga sin rechazar la introducción, y gozaba cuando le distendía los pliegues y frotaba sus paredes interiores, hasta refrescarlas con los torrentes de mi ardiente leche, que absorbía con ansias de sediento en el desierto. Y volví pronto a ella, porque el solo recuerdo de los deliciosos momentos que pasamos juntos, me paraba la verga tan tremendamente, que me dolía, y no tenía más remedio, para calmarla, que el hacerme una puñeta, imaginándola sentada sobre mi pene.