Prisioneros de la pasion (02: Luna de miel...)

Insistió en acompañarme en mi viaje, pues no quería quedarse sin mi verga, y todo el trayecto se nos hizo corto tratando de calmar nuestros deseos.

PRISIONEROS DE LA PASION

Capítulo Dos: Luna de Miel inesperada.

Después de la primera escala, el autobús partió de aquella ciudad, y desde ese momento, tan sólo deseaba que el conductor apagara las luces del interior, para que todo quedara en la penumbra.

No tardó esto en suceder, con lo que me acerqué más a mi compañera de viaje, acariciándole las manos, y atrayendo su rostro contra el mío, procedí a besarla, siendo correspondido inmediatamente.

Un suéter que traía sirvió para ocultar lo que hacían mis manos, que fueron deslizándose por debajo de sus nalgas, procediendo a remangarle la falda, hasta que su tibio coñito quedó al alcance de mis manos. Hice a un lado su pequeña pantaleta, e introduje mis manos en su revenido coño, que dejó deslizar mis dedos en la suavidad de su rosa sexual, cuya textura suave y tierna me producía una sensación indescriptible, que me incitaba a seguir jugando con la carne tibia y sedosa.

Mis dedos fueron penetrando poco a poco por aquella hermosa abertura, que se abría espasmódicamente, ante la invasión que hacían a su fortaleza.

El reverso de mi mano se apoyó en el asiento, y con la palma hacia arriba, haciendo escuadra con mis dedos, ella pudo dejarse caer libremente sobre ellos, enterrándolos en su coño, hasta chocar con la palma.

Mis dedos se removieron ágilmente en el interior de su vagina, arrancándole suspiros deleitosos, que iban a repercutir en mis oídos, denunciando el goce que la invadía en esos momentos.

Como el camino era largo y quería que disfrutara con la masturbación todo el tiempo que durara el viaje, estuve acariciando el interior de su coñito, lenta y dulcemente, prolongando su deleite, cuidando de que no fuera a tener un orgasmo.

Únicamente abandonaba su cuevita en las siguientes paradas que hizo el camión, dedicándonos a acariciarnos nuevamente al proseguir el camino, enterrándole nuevamente los dedos, para que ella siguiera cabalgando sobre ellos, hasta llegar a la penúltima parada, donde si dejé que se viniera abundantemente, para poder descansar un poco antes de llegar a nuestro destino, porque ya estaba amaneciendo y no había pegado los ojos en toda la noche, porque eran más fuertes las ganas de acariciarla, que el placer de quedarme dormido, pero era indispensable que lo hiciera.

Dormí como un bendito, con ella recostada sobre mi hombro, aspirando ese aroma seductor que emanaba de su cuerpo, hasta que llegamos a la ciudad en donde tenía que transbordar, para ir a mi destino definitivo.

Abandonamos el autobús, y después de comprar los boletos para nuestros respectivos viajes, de retorno el de ella , y el mío, para proseguir, nos instalamos en un hotel que estaba cercano a la terminal.

Era un hotel en el que hacía muchos años me había hospedado, y en ese tiempo, eran de gran calidad los cuartos. Por eso me sentí decepcionado cuando entramos a la habitación y encontramos que no era lo que esperábamos, pues las paredes estaban manchadas, denunciando que tenían tiempo sin pintarse, el baño sucio y con el sistema de agua caliente defectuosa, con algunos muebles en malas condiciones, y una cama con el colchón gastado.

Me sentí mal por haberla llevado a ese hotel, pero el error ya estaba cometido, y como disponíamos de poco tiempo, no podíamos perderlo buscando otro hotel en mejores condiciones.

La atraje hacia mí y la besé, excitándome al jugar con sus pechos.

Poco a poco fui quitándole la ropa, al mismo tiempo que la mía iba cayendo junto a la suya.

Seguí acariciando su cuerpo, hasta que quedamos bien calientes los dos. Trató de mamarme la verga, pero la leche que escurrió por mi pene durante los jugueteos que tuvimos por la noche, se había descompuesto y dejaba un olor desagradable, lo que le provocó náuseas, problema que se remedió al ir al baño a lavar nuestros sexos, y ya limpiecitos y perfumados, procedimos a hacer el 69, en el que ella me mamaba deliciosamente la verga, mientras que mi lengua jugueteaba con su clítoris, al mismo tiempo que mis manos se daban gusto acariciando sus nalgas, buscando la ranura por la cual llegar a su ojete. Al localizarlo, mi dedo medio se hundió en él, provocándole un sobresalto de placer, y ya que lo tuvo todo adentro, lo apretaba fuertemente, no queriendo dejarlo salir.Yo me solazaba jugueteando con mi lengua aquel pistilo sexual que, enardecido, se levantaba desafiando a mi lengua al combate.

Después de un rato de estos deliciosos frotes, ella se puso a gatas, con las nalgas levantadas, en elocuente invitación para que la ensartara en el culo, pues la introducción de mi dedo la había excitado y quería tener clavado algo más grueso.

Entre las dos nalgas, contemplaba el sonrosado remolino del ojete, que se abría y cerraba, como una boca hambrienta pidiendo alimento.

Me arrodillé ante aquellas montañas de carne, y después de lubricar el ojete convenientemente con vaselina, coloqué la cabeza de mi pene en la deliciosa circunferencia, gozando con los apretones que me daba, como de una boca desdentada forrándose sobre él.

Fui apretando poco a poco, hasta ver desaparecer la cabeza, adelantando una de mis manos hacia su coño, frotando el clítoris, para que con esta sensación le desapareciera el de la enculada, que le causaba algunos dolores, pero no rehuía el enculamiento. Todo lo contrario, me pedía que empujara más mi pene, pues quería sentirlo todo adentro.

Poco a poco, fui metiendo mi tremendo chorizo, hasta que fue aceptado en su totalidad por su conducto trasero, y todavía aparté sus nalgas para meterle lo que quedaba fuera.

La introducción había sido completa, por lo que comencé a moverme de atrás hacia delante, mientras ella se removía debajo de mí, gozando intensamente del enculamiento.

El jugueteo que llevaba a cabo en su clítoris, hacía estrecharse espasmódicamente su culito, que apretaba mi verga tremendamente, tanto, que si este órgano no fuera tan flexible, me lo hubiera decapitado.

Podía contemplar su rostro, cuando lo volvía hacia mí, pidiéndome que la siguiera perforando, transformado por el placer. Realmente se veía hermosa con aquella expresión de lujuria que dejaba traslucir, y las ansias de goce que podía ver en su boca y sentir en todos los poros de su piel.

Se me entregaba completamente y yo trataba de no defraudarla, haciendo lo propio, dándole todo el goce que ella era capaz de sentir, conteniendo mi venida, hasta que ella pudiera descargar toda esa energía que acumulaba su sexo, y que sólo podía derramar en el acto sexual.

El delicioso frote que efectuaba mi verga dentro de su culo y las suaves acaricias que efectuaba yo en su clítoris, pronto la hicieron descargar en una venida fenomenal, que culminó con unas cachetadas, que le propiné en su rostro y en sus nalgas, para hacer más intenso su placer. Oprimí sus senos con crueldad y los froté rudamente para producirle el goce que da el dolor, que parecía no sentir, porque únicamente se veía que gozaba ante los golpes que le daba.

La puse boca arriba, y con las piernas sobre mis hombros, le ensarté limpiamente el coño, disfrutando de su lubricada gruta, que recibió mi carajo, absorbiéndolo inmediatamente.

Empecé a cabalgarla, mientras su grupa iba al encuentro de mi verga, cada vez que la sacaba de su hermosa cuevita. La posición en que la tenía me permitía ensartar completamente su coño, hasta que mis huevos golpeaban sus nalgas. Nuestros vellos se frotaban intensamente y el sudor de nuestros cuerpos apagaba las llamas que estaban por brotar ante el intenso frote. Así como la tenía, gozaba viendo los gestos de su cara, que el placer transformaba, dándole una belleza especial, podría decir, espiritual, con lo que me incitaba a seguirla jodiendo con ansia infinita, con el solo pensamiento de lograr que tuviera una larga cadena de orgasmos, que la dejara completamente descansada y satisfecha, hasta la siguiente ocasión en que volviera a verla.

La tremenda excitación que me proporcionaba el frote placentero de su sexo, pronto hicieron que descargara abundantemente en el interior de ese coño delicioso, que aceptaba mi carajo sin reservas. Ella me acompañó en el viaje placentero, dejando escapar varios orgasmos, al tiempo que suspiraba y se quejaba de placer con cada nuevo espasmo de su coño.

Yo, como mi verga conservaba aún su dureza, seguía cabalgándola, mientras ella seguía teniendo orgasmo tras orgasmo, en una entrega intensa, hasta que los dos rodamos sobre el lecho, completamente desfallecidos.

Después de asearnos convenientemente, salimos a recorrer la ciudad y a enviar un telegrama a sus familiares, para quitarles la preocupación. Luego fuimos a comer, para reponer las energías perdidas, y no queriendo perder más tiempo, nos encerramos nuevamente en el hotel, jodiendo con todo lo que nos quedaba, porque contábamos con poco tiempo y no era cosa de desperdiciarlo.

Después de excitarnos nuevamente, seguimos jodiendo en todas las posiciones posibles, mamando nuestros sexos con deleite, gozando con quedarnos enchufados, con mi verga dentro de su coño y su culo, dándonos placer de todas las maneras posibles, hasta quedar secos completamente de todas nuestras reservas sexuales.

Bastante cansados ya, después de habernos gozado tan intensamente, caímos en un grato sopor, que nos mantuvo durmiendo hasta la hora en que tuvimos que abordar el autobús para continuar el viaje.

Mi camión salió antes, por lo que tuve que dejarla, para que ella tomara el que la llevaría de regreso. Abordé el autobús, que no tardó en abandonar la terminal, y a través de la ventanilla contemplé su pequeña figura, que agitaba la mano en señal de despedida, con los ojos llenos de amor.

Me acomodé en mi asiento e incliné la cabeza, quedándome dormido instantáneamente, soñando con las gratas horas de aquella inesperada Luna de Miel, al lado de aquella extraordinaria mujer, que me hacía tan feliz en cada encuentro.