Prisioneros de la pasion (01: Amor sobre ruedas)
Estábamos unidos por el deseo constante de disfrutar de nuestros cuerpos, y nos entregábamos a nuestra pasión desenfrenadamente.
PRISIONEROS DE LA PASION
Capítulo Uno: Amor sobre ruedas.
Cuando la conocí, ella acababa de ingresar a la empresa en la que yo trabajaba, y no sé que tenía aquella mujer que desde un principio me subyugó. No puedo explicar que, pero había en ella un algo que despertaba mi ternura y además me excitaba. Quizá se trataba de un efluvio lascivo que emanaba de su persona, que hacía que yo no fuera indiferente a su presencia.
En aquella ocasión, el jefe de personal se ofreció a llevarme a mi casa, y por esas cosas del destino, ella se encontraba cerca de la oficina esperando transporte, y la invitamos a subir.
Dio la casualidad de que antes de llevarnos a nuestros respectivos domicilios, el jefe tuvo que pasar a efectuar otras diligencias. Mientras esperábamos en el vehículo, me dediqué a observarla, haciéndome desde ese momento el propósito de conquistarla, aunque la notaba fría, como no queriendo facilitar un acercamiento entre los dos.
A partir del día siguiente, empecé a acosarla con frases insinuantes, cargadas de mi sentir erótico apenas disimulado, esperando romper la barrera de su frialdad, que poco a poco fue derritiéndose.
En otra ocasión, debido a una lluvia pertinaz que caía, nos fue imposible abandonar la oficina temprano y nos quedamos los dos solos, pues cada uno de los empleados trató de ir a sus casas con los medios a su alcance.
Como teníamos paragüas, abandonamos la oficina para ir a esperar en una esquina un vehículo que nos llevara, A esa hora y con la lluvia, los carros pasaban llenos y no hacían caso de nuestras señales de parada, hasta que uno se compadeció de nosotros y lo abordamos, con tan buena suerte que venía ocupado, y sólo había sitio para uno de nosotros. Dije buena suerte, porque ante esta situación, al abordar el carro, los dos quedamos muy juntos, y en ese momento bendije a la lluvia que me calaba los huesos.
El calor de su cuerpo me llegó con una oleada de placer y su contacto me hizo vibrar y desear estrecharla fuertemente contra mi pecho, pero me contuve porque todavía no existía la confianza suficiente, pero puedo asegurar que ella sentía en esos momentos el mismo deseo que yo al estrechar nuestros cuerpos, cosa que lográbamos con disimulo, en los momentos en que el vehículo nos lanzaba con la inercia al uno contra la otra. ¡Qué corto se me hizo el recorrido! Hubiera deseado que se prolongara por más tiempo, para sentir su cuerpo junto al mío, disfrutando enormemente con su contacto.
En otra ocasión, la invité a pasear por algunas calles de la ciudad, y después de algunas horas de acompañarla, optamos por tomar un autobús, aunque todos pasaban llenos, por lo que ella y yo nos oprimíamos al ser empujados por los demás viajeros. La cercanía de su cuerpo me perturbaba y la verga se me hinchaba de tal forma, que no podía disimular, aunque no creo que ella lo haya notado, pues me la cubría la ropa amplia que llevaba.
Durante nuestro viaje, entablé plática con ella, buscando una insinuación de su parte para aventarme a fondo, pero no hubo manera, porque, desgraciadamente, me tocaba bajar primero, y ella me indicó que me había pasados dos cuadras, con lo que tuve que abandonar el autobús y mis planes de acompañarla hasta su casa, en la que esperaba encontrar alguna oportunidad para hablarle de mis deseos de intimar con ella.
Después de algunos días y de algunas pláticas, en las que le hice ver mis intenciones de tenerla por compañera, desde luego, con puras alusiones a la forma de vivir en amor libre, ella me atacó, preguntándome qué era lo que pretendía y hasta donde pensaba llegar con mi cortejo, con lo que me dejó mudo de la sorpresa, apenas pudiendo balbucir alguna respuesta adecuada a la situación.
Les confesé mi intención de que fuéramos algo más que amigos, con la esperanza de que me ayudara a salir de esta situación embarazosa en la que ella misma me había puesto. Pero su ataque no disimulaba la molestia que le causaban mis palabras, optando por dejar las cosas como estaban, comprometiéndome conmigo mismo a no volver a molestarla.
Pero al día siguiente, ante mi actitud, ella bajó la guardia y me dio la oportunidad de abrirle mi corazón y platicar de mis intenciones para con ella, hasta que nos pusimos de acuerdo, y un buen día, adecuado para ello, porque era el Día del Amor y la Amistad, pude gozar con ella de momentos inolvidable, que aún perduran en mi recuerdo.
Nuestros encuentros se fueron haciendo más frecuentes, y cada vez se nos hacía más difícil escapar, para poder reunirnos en algún lugar donde pudiéramos calmar nuestra pasión, y teníamos que disimular ante los amigos que se ofrecían a transportarnos, quienes no dudo sospechaban que algo íntimo existía entre nosotros.
Para acudir a los diversos lugares que nos servían de nidos de amor, a falta de vehículo propio, utilizábamos taxis, a los que se subía con cierta reticencia, sonrojándose cuando mencionaba al chofer el lugar al cual queríamos ir, que invariablemente era un motel, pues son los lugares más discretos para dos seres que buscan aislarse del mundo, para entregarse mutuamente, pero después los abordaba con naturalidad, inclusive, dedicándose a besarme y a acariciarme durante el trayecto, como preludio de nuestra entrega por realizarse.
Una tarde en que terminamos temprano nuestras labores, la invité a visitar la ciudad vecina, en la que estuvimos paseándonos como tórtolos, inclusive, la llevé por una calle muy hermosa que daba al mar, en la que, acariciados por la brisa, la besaba por la nuca, mientras la abrazaba y jugaba con sus pechitos. En aquella ocasión no nos encerramos en ningún motel, porque ese día queríamos disfrutar de unos momentos más románticos, como dos novios que únicamente se conforman con caricias y besos, sin llegar a la unión sexual.
Al abordar el autobús para regresar, nos tocaron los asientos de atrás, y como el camión no estaba lleno, existían algunos desocupados delante de los nuestros, que nos aislaban de las miradas de los demás pasajeros.
Empezamos a besarnos, con lo que nuestra excitación fue aumentando, al grado de que la verga se me levantó, poniéndose dura, y ella, al notarlo, se puso a acariciarla ansiosamente. Yo, con suspiros entrecortados por el deseo, atrapé su boca entre mis labios, prolongando la caricia durante algunos minutos, para después deslizar mis labios por sus mejillas, besándola detrás de la oreja y en la nuca.
Metí la mano por el escote de su vestido y empecé a sobar sus tetitas, para luego introducir mi mano en su entrepierna, apartando la pantaleta, yendo al encuentro de su concha, que se encontraba sumamente mojada.
Después de estar jugando un buen rato con su clítoris, teniendo los labios de ella pegados a mi oreja, donde exhalaba su cálido aliento y me hacía escuchar sus cachondos suspiros, que ahogaba para que los demás ocupantes del autobús no se dieran cuenta de lo que pasaba con nosotros, ella se arrodilló sobre el asiento levantando la grupa, dejó su hendidura sexual al alcance de mi mano, en una posición en la que ella descansaba sobre mis piernas y su cabeza en mis brazos, los que yo apoyaba en el respaldo del asiento.
Cualquiera que nos hubiera visto, pensaría que ella iba dormida, sin imaginar que yo tenía enterrados mis dedos hasta el fondo de su coño y que éste, con tanto jugueteo, estaba a punto de explotar, cosa que sucedió, bañándome las manos con sus jugos sexuales.
A pesar de su abundante venida, seguí acariciando su coñito, logrando producirle otros orgasmos, que la dejaron totalmente relajada, hasta arribar a nuestro lugar de origen.
En la terminal tomamos un taxi que nos llevó a su casa y antes de que entrara en ella, estuvimos besándonos y cachondeándonos un buen rato, con lo que la verga se me alborotaba queriendo atravesar su falda.
Tenía unas ganas tremendas de cogérmela, o de que me la mamara, para venirme en su boca, pero no podía hacer nada, porque pasaba gente a nuestro alrededor. De buena gana le hubiera levantado el vestido para ensartarle la verga, metiéndosela con furia hasta el fondo, para venirme en su interior abundantemente, pero no fue posible por la circunstancia ya mencionada, y no me quedó más remedio que alejarme de ella aquella noche, con los huevos adoloridos de tan hinchados que estaban.
Pero al día siguiente fui temprano a la oficina, y ahí descargué todo lo que se me había acumulado, en ese coño delicioso que absorbió mi esperma, hasta dejarme secos los cojones.
En otra ocasión fui a verla a su casa bastante temprano, cuando acababa de levantarme. Me recibió con alegría y enseguida me puse cachondo con sus besos. Llevaba algunas semanas de abstinencia, que la tenían con unas ganas tremendas de coger y yo, que todo el tiempo que no estuve con ella añoré como nunca enterrar mi lanza en su caliente cueva, me puse a cachondearla hasta dejarla a punto.
Me arrodillé y paseé mi lengua por el erguido clítoris, y pude aspirar su perfume de hembra en celo, y paladear lo salado de ese coñito revenido, que pedía a gritos mi verga.
No pudiendo prolongar más mis ansias de ensartarla, así, parados como estábamos, le levanté la falda y trate de incrustarle mi ansioso miembro. Ella me ayudó y dirigió mi saeta directamente al blanco, con lo que quedamos perfectamente enchufados.
Mi verga se removió con furia en su interior y yo, temeroso de que fuera a zafarse de esa gruta maravillosa, la tomé de las nalgas y se las oprimí con fuerza, enterrándome hasta los más hondo de su cachonda cavidad.
Un buen rato estuvimos jodiendo, disfrutando de esa entrega tan esperada. En la habitación sólo se escuchaba nuestra respiración entrecortada y los suspiros ahogados que lanzábamos, anhelantes de dar el mismo placer el uno a la otra.
Tanto deseo contenido y con el zangoloteo que nos traíamos, no tardó en descargar mi carajo todo el semen acumulado en mis cojones, que por fin descansaron de esa carga guardada en su interior. A pesar de la intensa venida, seguimos disfrutando los dos de esa rica jodienda, pero con el temor de que algún vecino pudiera acercarse a importunarnos, al escuchar las exclamaciones de placer que dejábamos escapar.
En el paróximo de la dicha, ella me pidió que la ensartara por detrás, pues ya se había acostumbrado a recibir mi carajo por su conducto anal, y gozaba enormemente cuando se la atarragaba en el remolino del ojete, que se abría espasmódicamente, denotando su anhelo de recibir mi carajo. Pero el temor de una intromisión inesperada y la preocupación del tiempo de que disponía, pues tenía un negocio que realizar, me hizo apresurar mis movimientos y descargué nuevamente en su coño, acompañándome ella con su orgasmo.
Un poco cansado ya y con la verga fláccida, tuve que completarle su ración sobándole el clítoris, hasta que nuevamente se vino, pero quedándose con ganas todavía.
Insistió en mamarme la verga para dejármela nuevamente en forma, y así la pudiera encular, pero con las mismas prisas, tuve que posponer tan agradable alternativa para cumplir con el negocio que me había llevado ahí.
Me despedí de ella ofreciéndole volver a verla tan pronto pudiera, pero diversas circunstancias me impidieron pasar a despedirme de ella, por lo que cuando fui a tomar el autobús para viajar, ella me esperaba en la terminal.
Me pidió que me quedara con ella con mirada suplicante, asegurándome que me necesitaba, pues aún le quedaban muchas ganas de coger y quería que se las calmara.
Le dije que no era posible, y con el deseo inmenso de acceder a su petición, le dije que me esperaban y que mi equipaje estaba documentado y no podía bajarlo del camión, pero si quería podía acompañarme y después regresaba ella.
Algunas dudas acudieron a su mente, pero después de unos instantes de indecisión, resolvió acompañarme, con tan buena fortuna, que conseguí un asiento al lado del mío, asegurando tenerla junto a mí durante el viaje.
Lo que siguó, será el tema del próximo capítulo.