Prisionera en un tarro de cristal

No reconocer su condición ante la perversa hermana de su ex le costará muy caro. Y a su actual novia mucho más.

Carlos había empezado a preocuparse. Hacía un buen rato que su novia tenía que haber regresado juntó a él después de haber ido a pedir un cubata en la barra de la discoteca. La había intentado localizar mediante el móvil pero siempre obtenía la misma respuesta: tonos, tonos y más tonos. Al final, pese a todo, le llegó un SMS suyo:

"KRIÑO, NO ME NKUENTRO BIEN. STOY EN EL LAVABO DE LAS XIKS"

El chico se tranquilizó al ver que Carla daba señales de vida pero le incomodó el hecho de que se encontrara mal, así que fue en busca de ella. Cruzó parte del local intentando esquivar a las decenas de jóvenes que flanqueaban su paso hasta llegar a la entrada del lavabo de señoras. Con algo de vergüenza traspasó el umbral y buscó con la mirada a su amada sin tener demasiada suerte. En su lugar encontró a alguien cuya voz le provocó un infernal escalofrío que le recorrió sin piedad todo el cuerpo:

-¿No vas a saludar a la hermanita de tu ex, Carlitos?

Hacía tiempo que no había vuelto a escuchar esa voz dulce, sensual e insinuante. Por entonces ella tenía 16 años y su hermana era su novia. Habían pasado varios años desde aquello pero ella apenas había cambiado. Seguía manteniendo esa mirada lasciva que parecía chupártela con tal solo mirarte y vestía de forma provocativa: un ajustadísimo top negro que le marcaba considerablemente sus generosos pechos pronunciados más si cabe por su cuerpo de muñeca, y una blanca minifalda que dejaba al descubierto sus esbeltos muslos. Sus pies estaban cubiertos con unas claras botas que le ocultaban unos tobillos que a más de uno le habían vuelto locos. El chico habló sin mucho entusiasmo:

-Hola, hacía tiempo que no nos volvíamos a ver.

-Casi tres años. Desde que dejaste a mi hermana tirada en la estación de trenes.

Carlos frunció considerablemente el entrecejo.

-No me arrepiento de ello. Después de darme cuenta de que hacía varios meses que me era infiel. Dejemos el tema, por favor. Quiero olvidarlo.

-No tenías que haberla dejado –Teresa, apoyó su trasero sobre el mármol del lavabo y empezó a contemplar distraída y risueña las uñas de sus manos-. Tendrías que haber aceptado tus cuernos hasta que ella se hubiese cansado de ti. Eso hubiese sido lo justo.

Carlos dio un respingo de reprobación y sonrió irónicamente.

-Vaya, parece que la hermana pequeña piensa lo mismo que la mayor. Deberías hacerte mirar la forma de pensar. Si sigues los pasos de tu hermana vas a acabar muy mal.

-Deberías aceptar tu condición de inferioridad con naturalidad –la chica cruzó las piernas, abrió su bolso y sin dejar de sonreír extrajo un pañuelo de papel. A continuación prosiguió-: las mujeres somos Diosas y los hombres como tú sois ante nosotras pañuelos como este –fue aproximando el papel a su nariz y empezó a soñarse suavemente -. Si nosotras decidimos usaros vosotros tenéis que estar orgullosos. Hazte a la idea de que somos seres superiores. Ana se dio cuenta de tu naturaleza sumisa y quiso ponerte en el lugar que te corresponde, nada más -Teresa dobló el pañuelo, presionó con la punta del zapato el botón de obertura de la pequeña papelera que había a su lado y lo lanzó en su interior-. Adiós Carlos –pronunció con tono burlesco sin dejar de mirar la trayectoria del pañuelo hacía la basura.

Al contemplar tal humillante escena Carlos empezó a irritarse y en su rostro empezó a aparecer una expresión cada vez más seria.

-A este paso vas a lograr ser igual de guarra o más que tu hermana. Dais ganas de vomitar.

Teresa apoyó una de sus resplandecientes botas sobre la rodilla dejando visible una zona casi prohibida de sus muslos.

-¿Guarra? ¿Cómo puedes decir eso después de haber besado los pies de mi hermana como un perro fiel, ¡qué asco...! ¿Sabes? Muchas noches se burlaba de ti contándome que le pedías que te dejara adorar sus pies. Eso sí que es ser un cerdo con mayúsculas –la perversa joven empezó a acariciar su bota y a bajar lentamente su cremallera hasta dejar visible parte de su tobillo que empezó a masajear con los dedos. A continuación se creció al ver de reojo que Carlos no le quitaba ojo-. Estas botas me están matando. Cuando llegue a casa pondré mis pies en agua tibia para relajarlos.

Carlos lo observaba fijamente como hipnotizado. A medida que la cremallera iba bajando podía apreciar más su tobillo y su rosado pie. Esos instantes le recordaron las veces que iba junto a ella y Ana a la playa y miraba sus pies disimuladamente. Los tenía realmente preciosos. En pocos segundos, sin embargo, Teresa se volvió a subir sin escrúpulos la cremallera. No pudo evitar soltar una humillante carcajada.

-Lo hago por el bien de todos; para que no llenes el suelo de babas y hagas que alguien se resbale. Parece mentira: con lo formal que pareces a simple vista y lo pervertido y depravado que eres en la realidad.

El chico se avergonzó. ¿Cómo podía haber caído en una estúpida trampa como aquella?

  • Ya me estás cansando, niñata de mierda. Ante tu hermana tuve la última palabra y ante ti también la voy a tener.

-Yo no estaría tan segura.

La mujer empezó a tocar curiosa y despreocupada los botones de un móvil con la carcasa rosa. Carlos advirtió que ese móvil era el de su novia. Por unos instantes se sintió mal al haberse olvidado por completo de ella. En pocos segundos enfureció:

-¡Qué demonios haces con el teléfono de Carla! ¡Dónde está!

Carlos le agarró fuerte del brazo pero la soltó porque en ese preciso instante entró para lavarse la cara una jovencísima chica. Al salir Teresa prosiguió con la conversación:

-Deberías tratar con más cariño a los seres superiores a ti, cielo –le dijo con una mirada radiante. ¿De verdad quieres saber donde está tu novia?

Carlos asintió con mirada amenazante y furiosa. A continuación Teresa extrajo de su bolso un tarro de cristal y le miró fijamente a los ojos. Carlos nunca había estado tan alterado.

-¡No te lo voy a repetir más! ¡O me dices donde esta Carla o no respondo de mis actos!

-Está justo delante tuyo.

El exasperado chico siguió su mirada hasta posarse en el tarro de cristal. Lo que observó le dejó completamente blanco y sin respiración: su novia estaba prisionera en su interior. Carla esbozó una sonrisa triunfal.

-Será mejor que hablemos en un lugar más tranquilo, empiezas a tener mal aspecto. ¿Me invitas a un refresco? -le susurró melosa agarrándole por un brazo.

Carlos llevaba varios minutos sentado en la mesa de una tranquila terraza sin pronunciar palabra. Sólo pensaba en su pobre novia la cual estaba prisionera en el bolso de Teresa. ¿Cómo podía ser real todo aquello? No sé hacía a la idea de algo que únicamente podía ser posible en la ciencia ficción. Mientras tanto, ella bebía despreocupada pequeños sorbos de un vaso lleno de Coca-Cola mientras observaba con lujuria el trasero de alguno de los hombres que pasaban junto a ellos.

-¿Te lo estás pasando bien con esta situación, verdad? –le digo con resignación el chico.

-La verdad es que me resulta muy divertida. ¿A ti no?

La joven le mandó un beso desde el aire.

-¿Qué es lo que quieres para dejar como estaba a Carla y olvidarte de nosotros?

A Teresa le excitó el tono desesperado con el que habló su interlocutor y lo miró con sus intensos ojos marrones.

-Quiero pasar un buen rato con vosotros dos, nada más. No te voy a negar que me pone a cien ver como te rindes ante mí. Quiero dejarte claro que eres un pañuelo, mi pañuelo, y te puedo usar a mi antojo hasta que me canse. Quiero que aceptes tu humilde condición ante el sexo femenino. Respecto a lo de devolver el tamaño a tu novia, antes tendrás que convencerme –la chica le guiñó un ojo de forma descarada. A Carlos no le gustó nada ese gesto.

-Por favor, deja de jugar conmigo. ¿Cómo coño puedo convencerte?

-Así me gusta, con ganas de colaborar.

Teresa abrió su bolso y volvió a sacar el tarro de cristal, esta vez posándolo sobre la mesa para que lo viese su chico. A continuación prosiguió:

-Primero de todo quiero que me llames "Preciosidad" cada vez que pronuncie tu nuevo nombre, y te refieras a tu novia como "tu esclava".

El pobre hombre no podía dar crédito a lo que estaba escuchado.

-¿Mi nuevo nombre?-. ¿Y se puede saber cuál es?

Teresa respondió con un tono malicioso:

-"Cuernos", ¿te gusta? –inquirió sonriente y con aire burlesco–. Es una manera de que rindas homenaje a los que te puso mi hermana. Más vale no olvidarte de todo esto porque sino la chiquitita de Carla sufrirá las consecuencias.

Teresa acarició con sus dedos el cristal del bote. A Carla desde su perspectiva le parecieron enormes.

-¡Cómo le hagas algo vas a pagarlo muy caro, zorra! ¡Te lo juro! Estoy harto de estos juegos de mierda. ¡Devuélvela a su altura normal ahora mismo!

-No creo que estés en posición de exigir nada. No olvides que de mí depende que la garrapata que está en el tarro de cristal vuelva a poder tomarse un vaso de agua sin tener miedo a ahogarse dentro de él. Ahora vamos a comprobar si has entendido todo lo que te he dicho. Dime Cuernos, ¿quiénes estamos en esta mesa?

Carlos enfureció para sus adentros. Aquello era realmente humillante pero no tenía más remedio que responder.

-Tú, Preciosidad, tu esclava y yo.

-¡Muy bien! Buen chico.

Teresa se levantó, se aproximó hacía él y le besó en la mejilla.

-Ya tienes el 50% ganado para que tu novia vuelva a ser como antes. El otro 50% consiste en que logres ponerme caliente con tus palabras. Ya puedes ir empezando...

Teresa desenroscó la agujereada tapa del recipiente de cristal para que la cautiva escuchase las excitantes palabras y se resignase a la voluntad de su Dueña. Carlos empezó a hablar pese a percatarse de ello:

-Nada más verte en los lavabos no tuve más remedio que comprobar lo buena que estás. Te imaginé desnuda y se me empezó a poner dura. Eres una Diosa y tienes un cuerpo Diez.

Hizo una pausa para coger aire. Teresa, por su parte, había dejado de sonreír y le escuchaba atentamente cada vez más excitada. Siempre le había aparecido un chico encantador y guapo, desde que le conoció a los 16 años recién cumplidos, y más de una vez había tenido alocados sueños eróticos con él. El chico prosiguió:

-Daría lo que fuese por recorrer con mis manos todos los rincones de tu cuerpo y besarlos uno a uno. Primero te besaría en tu boca de caramelo mientras te recorro con las manos tus pechos hasta marcar de forma pronunciada tus pezones sobre la camiseta. Después bajaría mis labios y recorrería tu cuello. Mientras, mis manos bajarían lentamente por tu cintura y con uno de mis dedos recorrería el contorno de tu ombligo una y otra vez.

Teresa empezó a morderse el labio inferior de forma muy sensual y fue cerrando lentamente los ojos.

-Sigue, lo estás haciendo muy bien, Cuernos.

-Gracias Preciosidad. Después te mordería suavemente el lóbulo de la oreja mientas mis manos recorren tu ropa interior por debajo de la falda. Estoy notando en las yemas de los dedos el contorno de tu precioso culo por encima de la suavidad de tus bragas. Estoy en el cielo. Ahora entiendo por qué eres un ser superior.

-Continúa. Eres un cielo. Me encanta como lo haces.

-Seguidamente me arrodillaría ante ti como muestra de humildad y sumisión y buscaría la goma de tus bragas con la intención de bajártelas. Lo haría lentamente por debajo de la falda, sintiendo en mis manos el roce con tus muslos. Sabiendo que pronto llegaría el momento de darte placer éstas comenzarían a temblar. Es normal tratándose de ti.

Carla escuchaba resignada las palabras que su chico estaba regalando a Teresa, que estaba disfrutando de lo lindo. Desde el cristal podía observar lo grande que se había vuelto todo ante sus ojos. Se sentía insignificante, sobre todo cuando, al dirigir su vista hacía el lugar donde estaba sentada la chica que le había tendido la miserable trampa, contemplaba lo enormes que eran para ella sus pechos. De repente, un fuerte temblor hizo que cayese aterrorizada al suelo del cristal. Se sintió más humillada todavía al comprobar que se trataba del vibrador del inmenso móvil que descansaba justo a su derecha.

Carlos vio cómo la cruel chica que tenía ante sí abrió de repente los ojos y cogió su móvil. La conversación fue breve. Parecía que tenía que irse a algún sitio.

-Creo que ya has tomado demasiado aire por hoy, esclava –la joven agarró el bote y buscó con los ojos su tapa por la mesa para cerrarlo-. Seguro que ya echas de menos volver a estar a oscuras -se mofó.

A continuación abrió la cremallera de su bolso e introdujo el tarro en su interior.

La perversa Teresa dirigió ahora su mirada hacia el rostro del chico. Esperaba encontrar en su rostro una expresión de impotencia y resignación pero se sorprendió al ver en él esa familiar expresión de niño indefenso tragando saliva que ya había contemplado muchas veces en otros hombres: estaba excitado y no iba a tener compasión con él. Antes de irse decidió que le calentaría aún más.

-Cuernos, te has portado muy bien y has logrado superar la prueba. Me tengo que ir. Pronto tendrás noticias de mí...

-¿Y qué pasa con Carla, Preciosidad? Dijiste que

Carlos vio como en vez de responder Teresa sonrió, y sin dejar de mirarle lascivamente agarró con sus dientes uno de los hielos que había en su vaso de Coca-Cola. A continuación contempló como empezó a jugar con el cubito en su boca, acariciándolo con su lengua lentamente durante unos instantes que le parecieron eternos. El pobre observaba sin remedio la acción con la respiración cada vez más acentuada. Teresa, por su parte, disfrutaba del momento. Finalmente escupió el hielo sobre una servilleta de papel y la depositó en el suelo, justo delante de la punta de una de sus inmaculadas botas.

-Agáchate y recoge el trozo de hielo del suelo con la boca. Seguro que lo estás deseando. Dicen que mi saliva es dulcísima. Estás a un paso de comprobarlo.

Carlos asintió con la cabeza rojo como un tomate y la obedeció. Al estar frente al hielo abrió la boca y lo introdujo dentro de ella con la ayuda de su lengua. Al mirar al frente vio cómo sin tener ningún tipo de piedad Teresa se estaba descruzando las piernas. En pocos segundos pudo contemplar solemne el color negro de sus bragas. Quería demostrarle que su debilidad ante ella no tenía límites. Al intentar levantarse ella lo impidió. Le dejó medió erguido y le habló:

-No te vayas a casa hasta que el hielo no se haya derretido del todo en tu boca. ¿Sientes ya la dulzura?

Teresa aproximó sus labios hasta rozarlos con una de sus orejas y le susurró algo al oído.

Carlos observaba desde su asiento cómo ella se iba alejando. El ruido de sus tacones atronaba en sus oídos. Mientras el hielo se derretía en su boca contemplaba su esbelta figura y la gracia con la que balanceaba divertida su bolso sin importarle demasiado que en su interior estuviese cautiva la novia del ex de su hermana. El hombre se sentía avergonzado y decepcionado consigo mismo. Su pene estaba más erecto que nunca y en su cabeza no paraba de repetirse la última frase que ella le había susurrado:

"Eres mi pañuelo y eso para ti es maravilloso. Recuérdalo...".