Prisionera en marruecos

Mabel nunca supo quién o quienes metieron la droga en su mochila. Había oido hablar de historias parecidas, de inocententes condenados a varios años de prisión por que alguién había introducido sustancias prohibidas en su equipaje y lo habían detenido en el control aeroportuario.

PRISIONERA EN MARRUECOS

Primera parte

Mabel nunca supo quién o quienes metieron la droga en su mochila. Había oido hablar de historias parecidas, de inocententes condenados a varios años de prisión por  que alguién había introducido sustancias prohibidas en su equipaje y lo habían detenido en el control aeroportuario. Había viajado a Marruecos de turismo junto a Cris, su amiga de la infancia, pero a ella no pudieron retenerla porque estaba limpia. Cuando se despidieron le prometió que movería cielo y tierra para conseguir que la expatriaran pero en las pocas ocasiones que consiguió hablar con ella por telefono la encontro desesperanzada, la embajada en Madrid había hecho cuanto podía para conseguir excarcelarla o al menos traerla de nuevo a España, pero al parecer se había encontrado con cuantiosas trabas, el tráfico de drogas estaba especialmente castigado allí y ni siquiera había pasado por el trámite de ser juzgada, simplemente le habían impuesto una pena cautelar a la espera de la vista judicial y confinado en una prisión a más de doscientos kilometros de Marrakesh.

Mabel tenía diociocho años y desgraciadamente esta circunstancia, la de haber cumplido la mayoría de edad, no había contribuido a facilitar cualquier trámite que le hubiera supuesto su vuelta a la península. Era una mujer hermosa de cabello cobrizo y facciones suaves cuyo cuerpo fortalecido por muchas horas de disciplina gimnástica hacía que cualquiera se fijase en su figura.

Sólo hacía dos semanas que habitaba la prisión, si por habitar se sobre entiende un mundo de las carencias más severas y las estancias más tercermundistas que jamás hubiera osado imaginar, pero su carácter fuerte y su disciplina personal le permitian sobrellevar la situación con cierta dignidad. Paradojicamente la peor condicón de una reclusa era permanecer a la espera de ser juzgada porque, al menos, si había sido condenada, tenía la posibilidad de recurrir y, sobretodo, la certeza moral de que aquello tendría un fín, pero la duda constante minaba las esperanzas y carcomía poco a poco su templanza.

Por fortuna compartía celda con solo una chica más, lo habitual es que hacinasen a media decena de ellas en cubículos de poco más de seis metros cuadrados en literas superpuestas. Luego sabría que Magi, su compañera de celda, era una especie de jerifalte del lugar a la que incluso las celadoras respetaban y que había sido ella la que había dispuesto que compartiese su celda.

Magi había nacido en Marruecos, hablaba un fluido español y rozaba la cuarentena, tenía la piel oscura y su aspecto físico, sin ser grácil, no denotaba abandono. Le había contado que era oriunda de Tanger y como el resto de las presas, todas lo aseguraban, había sido aprisionada por errores judiciales. Ella no mató al que era su marido, fueron otros, allí todas las reclusas decían ser inocentes.

Desde la primera noche Mabel intuyó que de alguna forma su compañera de celda la pretendía y sopesó largamente pedir el traslado de pernocta, pero decidió no hacerlo por varias razones: se sentía fisicamente mucho más fuerte que ella y capaz de frenar cualquier atisbo de forzarla a cualquier cosa y además, estando allí gozaba de su protección; solicitar el traslado podría suponer que la hacinasen a una celda abarrotada y enemistarse con la que le parecía alguién de peso en la prisión. Esa decimocuarta noche cambiaría su vida por completo.

Habían cenado el rancho: Mabel creyó distinguir en su plato algunas patatas con coliflor ahogadas en un líquido verduzco que habría hecho vomitar a cualquiera y, tras deshacerse de su chandal en la esquina más oscura de la estancia al amparo de ser vista por Magi se había puesto un grueso jersey de felpa con los pantalones a juego.

— ¿Tienes sueño, princesa?

—No me llames así, Magi, sabés que me molesta.

—Sabés, me gustaría que compartieramos mi cama hoy, me siento sola.

Mabel rio abiertamente,

—Eso no ocurrira jamás, no soy lesbiana, ¿entiendes?

—No hace falta ser tortillera para dormir con alguién.

Mabel se acurrucó entre las sábanas dispuesta a conciliar el sueño.

—Yo no lo veo así, Magi. Buenas noches.

—Espera, no te duermas aún, princesa, quiero que veas algo.

Pretendió ignorarla pero ella le ofreció un legajo de papeles dentro de un sobre abierto.

— ¿La conoces?

Al principio no dio crédito, entre los papeles había una decena de fotografías de una niña de apenas doce años, la reconoció de inmediato: era Raquel, su sobrina.

— ¿Qué significa esto, Magi?

Observo atentamente otros papeles en los que leyó la dirección de su hermano y de su mujer, el nombre del colegio de la niña y un centenar de datos concernientes a los hábitos de la familia a sus cuentas corrientes y a los lugares que solían frecuentar. Pareció confundida y alzó la voz.

— ¿Qué coño es todo esto?

—Tranquilizate pequeña, voy a explicártelo: Mi hermano vive en España y, ¿cómo te lo diría?, digamos que no se gana la vida muy honrradamente.

— ¿Qué quieres decir?

—Verás, dirige una exitosa red de pornografía infantil, el muy cabrón consigue lo quiere de los crios y después vende las grabaciones a pederastas repertidos por el mundo entero.

—Eres una maldita puta.

Dos lágrimas surcaron susmejillas.

—Espera, le he ordenado que no le ponga la mano encima a Raquel, él no hará nada si yo se lo impido, sólo quiero protejerte, pequeña, ¿entiendes?

— ¿Cómo ha llegado hasta ti esa información de mi familia, cómo…?

Ahora lloraba amargamente y sus propios suspiros le impedían hablar.

—Tranquilízate, te garantizo que ni siquiera tienen porqué enterarse de que una organización criminal ha estado a punto de secuestrar a la niña, yo no lo permitiré, te lo aseguro, princesa…

— ¿Qué quieres de mí?

—Como te he dico antes me siento muy sola, aprenderás a quererme y a respetarme como todas las demás y yo te protejeré a ti y a tú familia.

—Yo no puedo…

—Claro que puedes, ahora desnudate y acuestate junto a mí. Hazlo.

Mabel se levantó con gesto tembloroso y, frente a ella, se despojó del jersey y de su ropa interior sin poder reprimir que la vergüenza fluyese de cada uno de sus poros, su rostro humedecido por las lágrimas hacía evidente su impotencia pero se obligó a acostarse junto a Magi y sintió su ruda piel al rozarse con su torso.

—Ahora besame.

CONTINUARÁ.