Prisionera de un gigante

Nuevo intento. Relato basado en la fantasía de la macrofilia, relaciones sexuales con personas de tamaño gigantesco. Leedlo si el tema os va

PRISIONERA DE UN GIGANTE

Hola, mi nombre es Sandra y quisiera contaros lo que ocurrió en mi vida que hizo que pasara de ser una mujer normal con una vida como la de cualquiera a convertirme en la pequeña mascota y esclava de un hombre.

Vivía sola en la ciudad, en un céntrico apartamento de bastante lujo y trabajaba como secretaria en una importante y prestigiosa firma de abogados. El trabajo era duro pero bien pagado y me permitía llevar una vida bastante desahogada. En aquel momento no tenía pareja, aunque había tenido varios novios y no me faltaban ofrecimientos. A mis 29 años y aunque me esté mal decirlo, sin ser un bellezón estaba de muy buen ver. Guapa, cabello castaño fuerte y sedoso, ojos color miel, labios grandes y carnosos, y sobre todo con unas caderas prominentes y unos pechos que atraían las miradas de todos los hombres que me cruzaba. Además, para qué negarlo, solía vestirme con ropas ceñidas y me gustaba realzar en lo posible todos mis encantos.

Un día me encontraba haciendo la compra en un supermercado junto a mi casa cuando se acercó a mí un hombre. Era un tipo bastante alto y fornido, de unos 40 años. No era guapo, sin embargo exhalaba un aire de masculinidad muy poderoso. Su cara me sonaba vagamente, no sabía de qué. Se me presentó como Luis, me dijo que éramos vecinos, que él vivía en el edificio de enfrente -supuse que por eso me resultaba familiar-, y me preguntó si me apetecería tomar una copa algún día con él. Añadió que era coleccionista de miniaturas y que le gustaría enseñármelas en su apartamento.

Me impresionó un tanto su voz, muy viril y profunda. Sin embargo, su ropa evidentemente barata evidenciaba que no era precisamente de clase alta. Además sus modales eran bastante toscos. No soy una persona clasista -o sí, tal vez-, pero siempre me he movido en unos ambientes bastante acomodados y mis novios siempre habían sido gente de un cierto poder adquisitivo, por lo que mi cabeza rechazó la proposición casi de inmediato. Acostumbrada como estoy a recibir estas propuestas continuamente adopté mi expresión más simpática y le dije:

  • Oh, lo siento. Me alegra conocerte pero no creo que sea una buena idea.

  • ¿Por qué? -inquirió él un tanto ofuscado-, No digas de entrada que no. ¿Nos tomamos una copa y hablamos?

  • No, de verdad. Muchas gracias de todas formas -dije separándome de él con mi mejor sonrisa-. ¡Cuidate! -le saludé con la mano mientras me alejaba. Se quedó allí mirándome con cara de desolación. Me dio un poco de pena, pero por desgracia estaba demasiado acostumbrada a este tipo de situaciones como para darlo mayor importancia y me fui dando por zanjado el asunto.

¡Qué equivocada estaba! A partir de ese día empecé a encontrármelo casi a diario, en la calle, en la puerta de mi edificio o en la puerta del suyo, que efectivamente era el de enfrente al mío. No me decía nada, se limitaba a mirarme. Al principio yo le hice un gesto de saludo un par de veces que él no respondió, pero después me limité a ignorarlo. No obstante, al cabo de cuatro o cinco días empecé a inquietarme. Estaba claro que aquel hombre era un acosador. Cuando estaba en mi casa me sorprendía preguntándome si me espiaría por las ventanas. No lo vi nunca en su casa -ni siquiera sabía cuál o cuáles eran sus ventanas-, pero desde entonces siempre tenía las cortinas echadas y no vivía tranquila.

Me pregunté si debía denunciarlo pero, ¿qué alegaría? ¿Que me lo encontraba en la calle o en la puerta del edificio? Me parecía algo muy poco sólido. Pensé en comentarlo con algún compañero abogado del bufete, pero lo consideraba una debilidad por mi parte. En el trabajo siempre había ido de mujer fuerte, independiente y con carácter. De hecho siempre había mantenido a raya en sus avances hacia mí a todos los compañeros. Me hubiera resultado muy humillante acudir a ellos para que me ayudaran en el apuro. ¡Qué estúpida fui! ¡Ójala lo hubiese hecho!

Al fin un día me cansé, adopté el papel de mujer fuerte y segura de sí misma y cuando lo vi apoyado en la pared de mi edificio me encaré con él:

  • ¿Estás acosándome? -le espeté directamente muy enfadada. Él se sorprendió un tanto pero no perdió la compostura y en lugar de contestar a mi pregunta me dijo:

  • No entiendo por qué no puedes quedar conmigo y hablar un día. ¿Qué te cuesta?

Su obcecación me irritó sobremanera y le contesté:

  • Porque no me apetece nada, ¿es tan difícil de entender? ¿Crees que puedo ir quedando con cada hombre que me lo pide? ¡Pues bonita iba a ser mi vida!

  • No te pido que quedes con otros hombres, solo conmigo. Tampoco estoy tan mal, ¿no? Estoy seguro de que podría gustarte.

¡Dios!, ¿por qué todos los tíos se creen irresistibles para las mujeres? Lo curioso es que cuando dijo esto no pude evitar mirarlo de arriba a abajo y es verdad, no estaba mal. Llevaba una camiseta relativamente ceñida que dejaba ver que estaba fuerte, y bajo unos desgastados tejanos se adivinaban unas piernas fornidas y un paquete bastante poderoso. No obstante, mi enfado había llegado a un grado que me hizo perder los papeles:

-¿Crees que quedaría con un tío como tú? Seguro que eres un muerto de hambre. ¡Sigue soñando! -le solté y continué mi camino.

Más tarde, cuando estuve más tranquila pensé que me había pasado. Normalmente soy más educada y trato de no herir los sentimientos de la gente. Me sentí un poco mal y tomé la determinación de disculparme la próxima vez que lo viera. Eso sí, le dejaría bien claro que nunca pasaría nada entre nosotros.

Aquel día acabé muy tarde en el trabajo. Era ya de noche cuando llegué a la puerta de mi edificio. El conserje ya se había ido. Abrí con mi llave y entré al portal. De repente alguien salió de las sombras, dándome un susto mayúsculo. Era Luis, mi acosador.

  • ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?

  • ¿Qué importa eso? -me dijo. Tenía una cara extraña. Estaba mucho más tranquilo que otras veces. Casi sonreía.

  • ¡Si no sales de aquí ahora mismo llamo a la policía! -de repente me empezó a invadir el pánico. Pensé que podía violarme allí mismo sin que nadie lo evitara. Mi edificio era de alquiler y la mayoría de los apartamentos los ocupaban ejecutivos que estaban de paso, por lo que era frecuente que gran parte de ellos estuviesen vacíos y que por el portal pasase muy poca gente. Además la insonorización era muy buena, por lo que aunque gritara tal vez no me oyese nadie.

  • ¿Ah, sí? La señorita pudiente va a llamar a la policía, ¡qué miedo! -me contestó sarcásticamente, ahora sí sonriendo abiertamente.

  • Mira -traté de calmarme y de recordar los consejos que daban en las revistas sobre cómo actuar en una situación así. Tenía que intentar razonar con él-, seguro que eres un chico estupendo y, de verdad, siento lo que te dije esta mañana. Podemos ser amigos. Esto no tiene por qué acabar mal -le puse una vez más mi mejor sonrisa.

  • No seas condescendiente conmigo -sonrió él-, ya sé que te consideras una tía realmente importante, que no se puede rebajar a mierdas como yo, y que solo nos tratas como a gusanos que bailoteamos a tu alrededor. Vamos a ver qué tal de importante se siente ahora la señorita estirada.

  • Oye, de verdad, yo... -me detuve. Me estaba mirando intensamente y para mi asombro el color de sus ojos, que era verde oscuro empezó a cambiar a un verde mucho más brillante e intenso. Quedé como petrificada mientras esos ojos me miraban y parecían lanzar fuego. Y de pronto, imperceptiblemente al principio todo a mi alrededor empezó a cambiar. Me pareció que todo crecía a mi alrededor. De repente, en lugar de a la cara me encontré mirando al pecho del hombre que tenía delante. ¿Qué estaba pasando? Mi respiración se aceleró. Miré a mi alrededor. ¡Sí, todo se estaba haciendo más grande! Pero eso imposible. No, era yo la que estaba encogiéndome, toda yo con mi ropa incluida. Volví a mirar a Luis. ¡Dios! Ahora estaba mirando a la hebilla de su cinturón. Miré hacia arriba, hacia su cara, que seguía sonriente mientras su cuerpo se tornaba de proporciones colosales. En cuestión de segundos mi cabeza llegó a la altura de sus rodillas. Finalmente, el proceso paró y me encontré de un tamaño que calculé en unos 10 centímetros como mucho.

La cabeza me daba vueltas. No podía creerlo. Me encontraba en mi portal reducida al tamaño de un ratoncillo y mi acosador se había convertido en un gigante de aterradoras proporciones. ¿Qué iba a ser de mí?

Súbitamente el gigante habló y dio un paso adelante, de forma que quedé entre sus dos colosales zapatillas deportivas, cada una de las cuales era ahora del tamaño de un autobús para mí.

  • Parece que no eres tan importante ahora, ¿eh? -su voz, ya de por sí varonil y grave, sonaba increíblemente profunda, casi como un trueno en mis minúsculos oídos. Miré a los lados, a aquellos pies colosales y no pude evitar pensar que en cualquier momento aquel hombre podía alzar uno de ellos sobre mí y aplastarme sin el menor esfuerzo. Empecé a temblar como una hoja.

Luis se agachó y me miró con sorna.

  • Creo que necesitabas que te pusiesen en tu sitio, y ahora lo estás -. Súbitamente una de sus colosales manos vino hacia mí. Intenté huir pero estaba demasiado asustada incluso como para moverme. La enorme mano se cerró sobre mí. Sentí su calor, su tacto envolviéndome, y sobre todo la increíble fuerza de aquellos dedos del tamaño de árboles. El pensar que podían espachurrarme me hizo casi desmayarme.

El gigante se alzó conmigo en su mano. Sentí como si hubiese subido en un ascensor a una velocidad increíble. Parecía increíble que aquella masa humana pudiese moverse con tanta facilidad. Mi captor abrió la puerta y salimos a la calle.

(Continuará?)