Prisionera de un gigante (9)

Continúan las aventuras de la pequeña Sandra

PRISIONERA DE UN GIGANTE (9)

Una vez más me vi envuelta en la gigantesca mano de Luis mientras nos dirigíamos al salón. Al llegar allí me soltó directamente sobre el sofá y me dijo que iba a cambiarse. Esperé unos minutos mientras miraba de nuevo fascinada las colosales dimensiones que tenía todo a mi alrededor. Aquel sofá era para mí más grande que un campo de fútbol. Pronto sentí de nuevo los pasos colosales de mi captor y su figura apareció ante mí. Se había quitado el uniforme y vestía informalmente una camiseta y unos tejanos. Al llegar al sofá, con inusitada rapidez se volvió y su inmenso trasero enfundado en los ajustados vaqueros comenzó a bajar sobre mí. Grité de terror y eché a correr pero no fui suficientemente rápida. Caí sobre el sofá mientras aquellas nalgas de proporciones gigantescas llenaban todo mi campo de visión. ¡Iba a ser aplastada bajo el culo de un hombre! Sentí como la tela de los tejanos tocaba mi cuerpo y cerré los ojos mientras rompía a llorar incontrolablemente. Segundos después el enorme culo se levantaba de nuevo para sentarse a mi lado, dejándome sobre el sofá a salvo, mientras el cruel gigante estallaba en enormes carcajadas, cuyo sonido, ya por sí solo, agitaba más mi pobre cuerpo, sumido en sollozos. ¡Otra vez se había reído de mí y me había humillado demostrándome lo que podía hacer conmigo en cualquier momento que quisiera! Me sentí tan mal que hubiese querido morir allí mismo.

Luis me dejó calmarme y a continuación me tomó de nuevo y me puso sobre la mesa auxiliar. Pensé que quería que bailase de nuevo para él, provocativamente. Sin embargo, mis sorpresas aquella noche no había hecho más que empezar...

De pronto el agudo y penetrante sonido de un timbre hirió mis diminutos oídos. El gigante se levantó mascullando: “¡Qué puntual!”. Salió a la puerta y volvió al momento acompañado de una mujer, para mí tan enorme como él. Era una chica de unos 30 años, bastante atractiva aunque -para mi gusto pijo- más bien ordinaria. Los dos vinieron charlando cordialmente, parecían amigos de muchos años, y se dirigieron al sofá. En cuanto se sentaron la chica se fijó en mí.

  • ¡Anda! ¡Tienes otro de tus muñequitos! -exclamó muy excitada. Debí enrojecer hasta la raíz de los cabellos. Ahora me había convertido en “uno de los muñequitos” de Luis. Me sentí terriblemente humillada. Aquella exclamación, por otra parte, me confirmó lo que ya sospechaba, que no era la primera persona que me encontraba en aquella situación.

-¿Puedo cogerla? -preguntó acercando su enorme manaza hacia mí.

  • Claro -confirmó condescendiente Luis. Retrocedí instintivamente pero no me sirvió de mucho. Pronto me vi dentro de su gigantesco puño. Llevaba las uñas muy largas, de un color morado que me pareció de un tremendo mal gusto. Me acercó hacia sí. Su enorme rostro quedó a escasos centímetros de mi cuerpo. Era muy guapa, de grandes ojos negros y labios muy carnosos y sensuales. Me miraba sonriente mostrando unos dientes muy blancos y perfectos.

Pese a lo avergonzada que me sentía de estar desnuda, del tamaño de un ratón en la manaza de aquella mujerona y la humillación que me producía la situación, me di cuenta enseguida de que aquella podía ser una oportunidad de pedir ayuda.

  • ¡Por favor! ¡Me ha capturado! ¡Me ha hecho cosas espantosas! ¡Por favor, ayúdame! ¡Sácame de aquí! -le supliqué con toda la fuerza de que fui capaz. Ella inmediatamente prorrumpió en una ruidosa carcajada.

  • Pero, ¿qué dices tonta? Deberías estar agradecida de poder servir a un pedazo de macho como este -tronó con voz de trueno mientras miraba con tremendo deseo a Luis. El aludido se encontró encantado por el piropo y quiso recompensarlo, ya que inmediatamente me quitó de su mano y volviéndome de una forma bastante brusca a la mesa se lanzó a besar a la morenaza. Se dieron un morreo tremendo que duró varios minutos, mientras él sobaba sus hermosas tetas a través del escotado vestido que llevaba. Ella no se quedó atrás y su mano buscó ávidamente la bragueta de los vaqueros de él.

Cuando se separaron un momento Luis me ordenó imperiosamente:

  • ¡Baila para nosotros! ¡Excítanos! ¡Ya! -a pesar de mi miedo vacilé. Hacer aquello delante de un hombre podía pasar pero delante de aquella mujer era demasiado humillante. No obstante, Luis sabía cómo hacerme obedecer. Acercó su enorme cara a mí y en un susurro terrible me dijo:

  • ¿Quieres convertirte ahora mismo en una mancha roja en mi zapato? -naturalmente no necesitó decir más. Inmediatamente comencé a temblar de pavor pero tratando desesperadamente de contenerlo comencé a ejecutar algo muy vagamente parecido un baile sensual. Mientras tanto los dos colosos volvieron a besarse y comenzaron a quitarse la ropa. Cuando estuvieron desnudos Luis enterró su lengua en la entrepierna de la enorme mujer y ésta empezó a gemir salvajemente. En un momento en que Luis levantó la cabeza dijo:

  • ¿Quieres que ésta te dé placer? -sin esperar respuesta me tomó en un mano y me puso sobre uno de los pezones de la mujer-. ¡Chúpalo! -no lo dudé pese al asco que me daba. Me puse de rodillas y empecé a pasar mi lengua por el pezón gigante mientras con mis manos intentaba acariciarlo. A pesar de mis esfuerzos no podía evitar pensar que estaba dando placer a otra mujer con mi lengua y con mis manos, acariciando un pezón tan grande que era inabarcable para mis brazos diminutos. Luis continuó con su chupeteo y entre eso y mis caricias, en las que ponía toda mi alma, la mujer debía de encontrarse en el cielo, a juzgar por los gemidos, casi gritos, que emitía.

En un momento dado Luis volvió a levantar la cabeza y vi cómo una de sus colosales manos se acercaba a mí. Me temí lo peor. Y acerté. Me tomó en su mano y me acercó a la gigantesca vagina de la mujer que se abría para mí como una inmensa caverna rezumante. Cerré los ojos y me abandoné a mi destino. El gigante empezó un juego de mete-saca con todo mi cuerpo. ¡Dios! ¡Me había convertido en un consolador humano! El vaivén me mareaba mientras sentía como mi cuerpo se empapaba increíblemente con los pegajosos fluidos de la mujer. Los pocos momentos que abrí los ojos no pude ver más que la inmensa masa de carne palpitante y enrojecida a mi alrededor, como un monstruoso animal que me tragaba y tragaba. Escuchaba de tanto en tanto los gemidos de la mujer gigante, aunque no creo que le estuviese dando mucho placer, ya que mi cuerpo era bastante pequeño y delgado para aquella inmensa vagina tan dilatada. Dudo que me notase siquiera. Supongo que la excitaba la situación más que otra cosa.

Después de un tiempo que me pareció tremendamente largo envuelta en lo que me parecía la situación más humillante del mundo, Luis volvió a dejarme bruscamente sobre la mesa, se levantó e hizo lo propio con la mujer. Besándola y acariciándola la condujo hacia el dormitorio. Minutos después volví a oír sus gemidos y jadeos. Si atendía al volumen de éstos era evidente que Luis la estaba llevando a la cima del placer más absoluto, y no me extrañaba, con aquel gigantesco miembro que ya había tenido yo ocasión de ver. Bastante tiempo después -no pude evitar pensar, ¡qué aguante!- escuché una especie de aullido gutural procedente de la garganta de Luis y adiviné que había llegado al clímax. Luego se hizo el silencio.

Me quedé allí, sentada en la inmensa mesa auxiliar del salón, completamente empapada en los fluidos vaginales de otra mujer, aterrada, asqueada, aturdida y mareada. Sin ninguna fuerza ya en mi pobre cuerpo, me dejé caer tumbada y creo que debí adormecerme.

(Continuará?)