Prisionera de un gigante (8)

Otra entrega. Espero que os guste

PRISIONERA DE UN GIGANTE (8)

Entré en la casa y -recordando las palabras de Luis- cerré la puerta tras de mí. Al mirar a mi alrededor me sorprendió de nuevo el sorprendente detalle con que estaba hecha la casa y el mobiliario. Me sentí como hubiese estado en una casa de veras unos días antes. Era como encontrarme de nuevo en el mundo normal. Se entraba a un amplio vestíbulo, a cuya derecha se encontraba una gran cocina, con todo lo necesario: menaje, encimera, armarios, electrodomésticos... Comprobé que el refrigerador ¡funcionaba! ¿Cómo era posible?

Salí de la cocina con un extraño presentimiento y atravesando el vestíbulo entré al salón, enorme y amueblado suntuosamente. Todo parecía de la mejor calidad. Me senté en un diván tremendamente cómodo y me sentí casi como una reina. No dejaba de asombrarme cada detalle. Además los materiales parecían genuinos. ¿Cómo se podía conseguir tanta perfección en las miniaturas? En una gran librería había gran cantidad de libros, algunos muy actuales. Tomé uno de ellos y naturalmente era para mí como un libro real. Había incluso un enorme televisor. Lo encendí con el corazón palpitante. ¡Funcionaba!

Mirando hipnotizada el programa que daban en ese momento me dejé caer de nuevo en el sofá mientras la realidad se imponía ante mis ojos. Me di cuenta sin duda posible de que no me encontraba en una casa de muñecas, sino en un edificio que en algún momento había sido de tamaño normal y había sido reducido por Luis, probablemente con el mismo poder que había utilizado conmigo. El convencimiento volvió a sumergirme en un torbellino de preguntas. Aun así, ¿cómo era posible que aquellos electrodomésticos funcionasen a la perfección a aquel reducido tamaño? ¿De dónde podía tomar la señal aquel minúsculo televisor? Y las más inquietantes: ¿Qué edificio era aquél? ¿Cuándo había desaparecido para pasar a estar sobre la mesa del dormitorio de Luis? ¿Qué había sido de sus habitantes? Porque estaba claro que había sido habitado alguna vez.

Empecé a pensar que yo no era la primera persona a la que Luis había convertido en diminuta muñeca. El pensamiento no era ni mucho menos tranquilizador. Si había otros, ¿qué había sido de ellos? Tal vez en algún momento Luis se había cansado de ellos. ¿Qué habría hecho? Tal vez les había echado al wc y tirado de la cadena, tal vez se los había comido, tal vez simplemente los había aplastado de un pisotón o tal vez... les había torturado como me había descrito a mí hacía poco. La idea hizo que me recorriesen escalofríos por todo el cuerpo.

Para distraerme continué mi visita a la casa, subiendo por la escalera. Un primer piso con cuatro habitaciones y tres baños, todo perfectamente amueblado y provisto. Un último piso con un desván enorme que incluso ¡tenía telarañas! Todas las habitaciones eran muy grandes. La casa tenía un estilo muy americano, me recordaba las de las películas. A pesar de mis desasosegantes pensamientos tuve el valor de elegir una de las habitaciones para hacerla mía.

El día se me hizo terriblemente largo. Estuve leyendo un rato, viendo la televisión, incluso me dormí en el sofá. Al despertar era todo tan normal que pensé que todos los sucesos del día anterior habían sido una pesadilla. Me bastó abrir la puerta de la casa y volver a encontrarme con el dormitorio gigante de Luis para volver a mi realidad. Me dejé caer de nuevo en el sofá sollozando incontrolablemente.

Al fin cuando ya la claridad diurna (la casa se hallaba junto a una ventana) empezaba a disminuir considerablemente oí abrirse la puerta y adiviné que Luis estaba en casa. Una mezcla de alegría y temor me invadió. No obstante salí inmediatamente a la inmensa mesa en la que mi nuevo hogar se encontraba. Poco después la inmensa figura de Luis apareció en la puerta. De nuevo experimenté la increíble mezcla de terror y fascinación que me producía ver un ser humano del tamaño de una montaña, a cuyo lado yo era una pequeña hormiga.

Al llegar a la mesa Luis se agachó dejando a mi altura su inmenso rostro. No pude evitar retroceder un poco, completamente intimidada. Sonreía.

  • Hola pequeña. ¿Cómo lo has pasado? -sin esperar respuesta se irguió de nuevo en su descomunal estatura y puso su mano extendida sobre la mesa, sin duda invitándome a subir a ella. Vacilé, al ver de cerca aquella inmensa extremidad, con aquellos dedos del tamaño de árboles. No obstante, Luis esperó pacientemente hasta que reuní el valor suficiente para subirme sobre su palma. Cuando ésta se levantó, tan rápido que me sentí como en una montaña rusa de nuevo, me caí sentada e instintivamente me agarré a su enorme dedo pulgar. Parecía increíble que algo tan inmenso pudiese moverse con tanta facilidad.

Luis me condujo hasta la cocina donde me dejó sobre una gran mesa mientras él abría la nevera y se preparaba un sandwich. A continuación se sentó y empezó a comer. De vez en cuando soltaba pequeños pedazos del sandwich delante de mí, que yo me apresuraba a comer. ¡Estaba realmente desfallecida! Algunas veces ponía esos pedacitos en su dedo o en su enorme palma, como si estuviese dando de comer a un pajarillo. Me sentía terriblemente humillada pero naturalmente acudía a comer. Tenía demasiada hambre y además sentía terror de que Luis se enfadase conmigo, consciente de las terribles cosas que podía hacer en cualquier momento con mi pobre cuerpecillo.

Mientras tanto miraba fascinada cómo se acababa el sandwich. El ver aquella boca inmensa devorando, consciente de que podía hacerme pedazos en cualquier momento entre sus dientes o tragarme entera sin el menor esfuerzo me aterraba y asombraba a la vez.

Cuando acabó se levantó, recogió las sobras y de nuevo puso su cara enorme junto a mí mientras sonreía.

  • Bueno pequeña, es hora de relajarse un poco, ¿no crees?

(Continuará?)