Prisionera de un gigante (7)

Nueva entrega. Perdón por la tardanza. Si os gusta continuaré.

PRISIONERA DE UN GIGANTE (7)

El gigante, conmigo aún en su mano, se acercó al lavabo y abrió el grifo del agua. Me puso bajo él. La presión no era muy fuerte y el agua estaba muy tibia y agradable, mucho más que el agua helada del inodoro. Mientras me sostenía en su mano con la otra tomó un poco de jabón y comenzó a frotarme suavemente, casi con cariño. Sentí una infinita sensación de placer al sentir sus enormes manos acariciando mi cuerpo. Cerré los ojos y me abandoné. Quería que aquello no acabase jamás. Después de frotarme todo el cuerpo su dedo índice empezó de nuevo a acariciar mi entrepierna, muy suave, muy suave... Arqueé el cuerpo para sentirlo mejor. El placer comenzó a ser tan intenso que casi me dolía. Instintivamente rocé con mis dedos mis pezones y sentí que nunca habían estado tan duros. Comencé a gemir. Mi cabeza me daba vueltas. Y ese roce delicioso que no paraba sino que se iba haciendo más intenso, más intenso... Por fin estallé en un violento orgasmo que agitó todo mi cuerpo como nunca había sentido uno. Sin embargo el gigantesco dedo no se detuvo. Continuó, continuó... mientras mi cuerpo se convulsionaba con sucesivos orgasmos uno tras otro. Era la experiencia más increíble que había tenido en mi vida. Al fin cuando ya no podía más el dedazo de Luis se detuvo. Abrí los ojos y lo vi mirándome divertido. De repente lo encontré tremendamente guapo, ¡lo que es el sexo!, y creo que él lo notó porque su sonrisa se acentuó aún más.

Finalmente me puso de nuevo bajo el grifo y me terminó de lavar. A continuación me secó con una toalla de nuevo con lentitud y suavidad, con el mismo cariño que antes. Lo miré y por primera vez sonreí agradecida y con simpatía en mis ojos.

Salió del baño conmigo aún en la mano y entramos de nuevo en el dormitorio, dejándome sobre la mesa, junto a la casa de muñecas. Vi cómo se preparaba para vestirse. Se puso un uniforme. Comprobé que era guardia de seguridad. Sin duda por eso tenía tan buen cuerpo. El uniforme le sentaba increíblemente bien (¿o es que yo ya lo miraba con otros ojos?). Miré golosamente su cuerpo deteniéndome a mi pesar en la bien calzada bragueta que marcaba. Involuntariamente sentí que mi lengua se me iba a un lado de la boca.

  • Bueno, tengo que irme a trabajar -tronó su hermosa voz mientras se agachaba dejando a mi altura su inmenso rostro-. Algún día te llevaré conmigo pero eso aún has de ganártelo. Descansa. ¿Por qué no aprovechas para conocer bien tu nueva casa? Jejeje... -se puso súbitamente serio-. Ten cuidado. Si es necesario enciérrate en la casa. No quisiera que una araña hambrienta se te comiera mientras yo estoy fuera.

Rozándome un poco con su enorme dedo a modo de caricia se irguió y se dirigió a la puerta. De nuevo admiré aquel gigantesco cuerpazo y la increíble virilidad que desprendía. Segundos después escuché cerrarse la puerta de la calle. Me quedé quieta, sumida en un mar de pensamientos. Sus últimas palabras me habían infundido tal terror que cada vez que las recordaba me ponía a temblar como una hoja. Por otro lado me parecía una tremenda injusticia. ¿Ahora se preocupaba por lo que pudiese pasarme? ¿Por qué me había puesto entonces en aquel estado tan vulnerable en el que ahora me encontraba? Volví a pensar en mi vida. ¿Había acabado de verdad todo para siempre? Luis había dicho que aquel era solo camino de ida. ¿No volvería a ser ya una mujer? ¿Sería para siempre un simple insecto? La idea me aterraba. De nuevo pensé en mis posibilidades de salvación. Ser buscada, ser encontrada. Otra vez no tuve más remedio que constatar las ínfimas, casi nulas, probabilidades de que ello sucediera. Nadie de mi entorno conocía a Luis. Y aunque lo localizaran, ¿cómo iban a encontrarme?

Sin embargo, a la vez otro tipo de pensamientos acudían a mi mente muy a mi pesar. Recordaba cómo me había sentido con todo mi cuerpo envuelto en la gigantesca mano de Luis. Me venían a la mente los increíbles orgasmos que había sentido momentos antes. Recordaba la enorme excitación que me había producido su gigantesco miembro, más grande que yo misma. No podía menos que reconocer que me moría por tocarlo... Mi cabeza era un torbellino de dudas. Para intentar no pensar decidí seguir el consejo de Luis y entré en la casa, una casa de muñecas pero que para mí era como un inmenso palacio.

(Continuara?)