Prisionera de un gigante (5)

Nueva entrega de las aventuras de Sandra, por primera vez con sexo

PRISIONERA DE UN GIGANTE (5)

  • Bueno, pequeña -dijo el monstruo mientras su cara llenaba todo mi campo de visión y yo permanecía sentada en la palma de su mano.- Ahora sí vamos a la cama.

Cerró el puño sobre mí y se dirigió al dormitorio. De nuevo aquella horrible sensación en el estómago. Cuando llegamos me soltó sobre la mesilla de noche. Se agachó hasta que su cara quedó junto a mí y me dijo:

  • Te había preparado una habitación y una casa estupenda como has podido ver, pero aún no puedo fiarme de ti. Creo que intentarías escapar y contando con que lograses llegar al suelo, probablemente te comería una araña o cualquiera, yo mismo, te aplastaría de un pisotón sin saberlo siquiera, así que hoy dormirás aquí.

Sacó de debajo de la cama una pequeña jaula para hámsters y la colocó junto a mí en la mesilla. Yo la miré casi sin verla, aún con escalofríos de pensar en sus últimas palabras, que una araña podía comerme. Siempre tuve terror a esos bichos. Imaginar el tamaño que ahora tendría uno de ellos para mí me provocó casi un ataque de ansiedad.

  • Pero antes de dormir -proseguía el gigante-, estoy un poco cachondo. ¿Por qué no bailas un poco para mí?

Se puso en pie y ante mí apareció de nuevo la descomunal hebilla de su cinturón y debajo su inmensa bragueta. Inmediatamente sus manazas desabrocharon ambas y ante mí apareció su miembro. Nunca olvidaré aquel momento. Su tamaño, incluso fláccido, era ya enorme en condiciones normales. Ya he dicho antes que había apreciado lo abultado de sus vaqueros desde que lo conocía. Con el tamaño que yo tenía ahora, aquella colosal polla y los enormes huevazos peludos que la acompañaban fueron como una visión aterradora y fascinante a la vez. Calculé que incluso en reposo era más grande que todo mi cuerpo, que yo misma cabría en uno de aquellos inmensos testículos. Desprendían un olor, no demasiado intenso (se notaba que era un hombre limpio), pero muy fuerte para mi diminuta nariz, desagradable pero también embriagador. Olor a macho, a sudor masculino, a pura virilidad.

Puso en marcha un reproductor que había en la otra mesilla y una música suave y sensual resonó en la habitación. Se sentó en la cama y comenzó a tocarse.

  • ¡VAMOS! ¡Baila para mí! ¡Excítame! -tronó. Permanecí sentada, incapaz de hacer nada, exhausta y negando débilmente con la cabeza. - ¡VAMOS! -gritó de nuevo. Aún así no pude moverme.

  • Escucha -dijo, bajando la voz y acercando de nuevo a mí su enorme rostro-, no quiero ser cruel contigo, pero puedo serlo y mucho. Las chicas soléis ser menos brutas que los chicos, pero ¿quieres saber como nos divertíamos de niños y no tan niños a veces? Cazábamos a una mosca y luego le arrancábamos las alas, después las patas una por una, después la ahogábamos en un vaso. A lo mejor quieres que haga eso contigo -los dedazos pulgar e índice de su mano derecha atraparon mi brazo-. Primero te arranco un brazo, despacio, despacio -noté una insoportable presión de sus dedos. Aullé de dolor, pero aflojó enseguida-. Después te dejo un rato así, mientras lo espachurro bien. Luego el otro, a continuación las piernas...

  • ¡NO! -grité con toda la fuerza de que fui capaz- No, por favor, no lo hagas. Haré lo que quieras, por favor, por favor...

  • Haré lo que quieras... ¿qué? -al principio no entendí lo que quería decir, pero enseguida la luz se hizo en mi pequeño cerebro-

  • Haré lo que quieras...amo.

  • Así me gusta, dirígete siempre a mí como Amo o Señor, eres mi esclava absoluta, mis deseos son órdenes para ti. Y más te vale cumplirlos -volvió a presionar mi brazo, aunque con poca fuerza. El pensar en la facilidad con que podría arrancármelo en un segundo volvió a darme escalofríos.

Se volvió a sentar en la cama mirándome con intención. Ya no hizo falta más. Me levanté sacando fuerzas de flaqueza y empecé a moverme. Al principio aquello se asemejaba más a un temblor que a un baile, pero poco a poco intenté adecuarme al ritmo sensual de la música y traté de resultar lo más sexy posible. Nunca he sido una gran bailarina, pero siempre he pensado que las mujeres tenemos un talento natural para movernos, sobre todo cuando se trata de provocar a un hombre. En esta ocasión no debió de fallarme, porque vi como su miembro empezaba a crecer, mientras su manaza lo envolvía y comenzaba a moverse rítmicamente.

Seguí bailando sin poder quitar la vista de aquel inmenso trozo de carne que su mano sacudía. Sin poderlo evitar empecé a excitarme. Pese al terror que sentía y a la situación, aquella monumental expresión de virilidad estaba despertando en mí un increíble deseo. Me toqué las tetas mientras bailaba, acariciando los pezones, que se estaban poniendo como piedras, mientras notaba como la humedad envolvía mi coño. Mi mano fue hacia allí, y empecé a tocarme embriagada de deseo. El gigante lo notó y sonrió sin dejar de pajearse.

  • Jajajaja, te gusta lo que ves, ¿eh? Pues aún tendrás que ganarte el poder tocarla. Mientras tanto, te dejo que te toques, para que veas que no soy tan malo, jejeje

Continué bailando y masturbándome, alcanzando varios orgasmos mientras veía aquella colosal mano subiendo y bajando sobre el oscuro y gigantesco objeto de mi deseo. Su ritmo aumentó y lo vi crecer aún más, por lo que deduje que ya estaba a punto. De repente, sin previo aviso el gigante se levantó y me vi con el monstruo de un solo ojo cara a cara. No tuve mucho tiempo de mirarlo, ya que casi inmediatamente un torrente blanco y viscoso se estrelló contra mi cuerpo con increíble fuerza, empapándome completamente y haciéndome caer. Ya en el suelo, continuaron hiriéndome varios trallazos de esperma, mientras los huevazos se vaciaban totalmente. El gigante se aseguró de darme bien en la cara. De hecho no pude evitar que el espeso lefazo entrase por mi nariz y por mi boca, casi ahogándome y haciéndome toser.

  • ¡Ufffff! ¡Eso ha estado bien! -exclamó jadeante Luis. Acto seguido, empapada como estaba, me tomó entre sus dedos y me depositó en la jaula, cerrando la puerta. ¿Me iba a obligar a dormir así? Acercó su cara a la jaula y sus palabras lo confirmaron: - Así dormirás con la esencia de tu amo encima, y si tienes hambre ya sabes lo que puedes comer, jajaja...

Sus impresionantes carcajadas retumbaron por la habitación mientras salía, supuse, hacia el baño a lavarse. Volvió poco después, en calzoncillos y sin decir una palabra más se tumbó en la cama, apagó la luz y se durmió casi instantáneamente.

(Continuará?)