Prisionera de un gigante (4)
Continúan las aventuras de Sandra en manos de su gigantesco captor
PRISIONERA DE UN GIGANTE (4)
- Bueno, va siendo hora de irse a la cama -tronó el gigante con su voz colosal-, pero antes de dormir conviene hacer un poco de ejercicio, ¿no?
Lo miré aún jadeante, temiendo cualquier cosa.
- Y un buen ejercicio es la escalada, ¿no crees? Claro, que aquí no estamos en la montaña, pero podemos pensar algo, hmmmm -hizo como si pensara-, bueno, lo más parecido que tienes ahora tú a una montaña es mi propio cuerpo, jajajaja...
Me tomó de nuevo en su enorme mano y me bajó al suelo. El movimiento rápido y brusco me mareó totalmente. “Nunca podría acostumbrarme a esto”, pensé. Me encontré de nuevo entre sus pies mientras él se alzaba en toda su inmensa estatura. Verlo entero desde allí abajo me aterrorizó y me fascinó a la vez. Aquel cuerpo gigantesco era tan increíble, tan majestuoso. Me sentí como en la presencia de un dios. Su impresionante voz, también semejante para mí a la un dios, volvió a tronar:
¡Adelante! Quiero que subas por mi cuerpo ahora –tronó. Lo miré suplicante, aún sin poder moverme.
He dicho: ¡AHORA! –volvió a levantar su inmenso pie sobre mí. Me apresuré a levantarme, rogándole que no me aplastase, que haría todo lo que el quisiera. Sonriendo satisfecho, Luis volvió a apoyar ambos pies sobre el suelo y esperó. Miré llena de espanto y a la vez de admiración la montaña humana que se erguía ante mí y me dispuse a emprender la ascensión.
Me acerqué a su gigantesco pie derecho, tratando de ignorar el terrible olor que de él emanaba y subí por entre sus titánicos dedos. Seguí ascendiendo por el pie hasta que pude alcanzar el borde de sus vaqueros. Me así y salté sobre el dobladillo, permaneciendo allí mientras reflexionaba sobre cómo podría subir por el pantalón gigantesco, cuando algo cayó a mi lado. El coloso había decidido ayudarme y sostenía en su mano el extremo de uno de los largos cordones de sus deportivas, mientras el otro extremo se balanceaba al alcance de mi mano. Comprendí y me agarré al gigantesco cordón, comenzando la larga ascensión. Afortunadamente estaba en forma. Así fui subiendo por la inmensa pierna de mi captor y por su fornido y musculoso muslo. Con el cordón, Luis me fue dirigiendo de forma que mi subida se dirigía directamente hacia su bragueta. Estaba subiendo por la cremallera cuando, súbitamente, el gigante dejó caer el cordón que me servía de cuerda. Me vi sin apoyo y traté de agarrarme desesperadamente a algo. Cuando al fin lo logré, miré y vi que me encontraba colgando de la hebilla de la cremallera gigante. “¡Qué situación!”, pensé, “Mi vida pende de la hebilla de la cremallera de la bragueta de un hombre”. También Luis debió pensar lo mismo, ya que comenzó a reír estrepitosamente.
El gigante me dejó allí, colgando, unos minutos, pero al fin puso la palma de su mano gigantesca bajo mi cuerpo y me invitó a dejarme caer sobre ella. Como en un montacargas me vi alzado hasta encontrarme de nuevo cara a cara con el sonriente rostro de Luis.
(Continuará?)