Prisionera de un gigante (3)
Continuación del relato macrofílico, esta vez con especial énfasis en el fetichismo de pies
PRISIONERA DE UN GIGANTE (3)
En cuanto tuve fuerzas para levantarme y a pesar de la espantosa amenaza de mi captor, intenté buscar una forma de escapar. ¡Tenía que pedir ayuda! Recorrí con la mirada la mesa sobre la que me encontraba. Había una ventana parte de la cual quedaba sobre la mesa. Me acerqué corriendo pero enseguida vi que por allí no podría escapar. La ventana quedaba bastante arriba y la pared era completamente lisa. Imposible escalar. Si hubiera podido mover la enorme casa de muñecas tal vez hubiese podido llegar a esa altura pero, ¿cómo mover aquella impresionante mole?
Seguí recorriendo la enorme mesa, pasando por entre la maraña de miniaturas que había sobre ella, helicópteros, coches, aviones, incluso soldados de plomo cuya vista me provocó escalofríos. Me acerqué al borde. La distancia al suelo era aterradora. Tengo miedo a las alturas y no pude ni asomarme. ¡Estaba atrapada! La cama y la silla en la que el gigante había estado sentado mientras estimulaba mi vagina no quedaban lejos, pero ninguna podía alcanzarse saltando desde la mesa. No tenía escapatoria.
En esto estaba cuando en la puerta apareció la inmensa figura de Luis. Vio que me hallaba al borde de la mesa.
- Vaya, vaya, así que la damita estaba intentando escapar, ¿eh? -dijo sonriendo-. ¿Qué te dije sobre eso? Ahora tendré que castigarte.- Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
En un segundo me encontré en su inmenso puño de nuevo. Esta vez mi cabeza quedó dentro de su mano así que no pude ver nada mientras nos movíamos. Cuando la mano se abrió el gigante me dejó sobre un sofá, mientras que él se sentó al lado. En una pequeña mesa auxiliar tenía un plato que contenía una ensalada y un sandwich. Debíamos estar en su salón, no muy grande y tal y como yo me había imaginado, descuidado y decorado con bastante poco gusto. Un sofá desgastado, un par de alfombras también deslucidas por el uso, una mesa de comedor y unas sillas, y el típico mueble antiguo con una televisión. El hombre encendió el televisor, tomó su cena y vio cómo yo lo miraba con ojos golosos. Me di cuenta de que no había comido nada desde el mediodía.
- No pienses que vas a cenar. Recuerda que mereces un castigo. Te diré lo que vamos a hacer. Mis pies me están matando y quiero que me des un masaje mientras ceno.
Volvió a asirme y me puso en el suelo, entre sus colosales zapatillas. Acto seguido se las desató y se las quitó. Un fuerte olor a pies invadió mi pequeño mundo. No sé si para una persona de tamaño normal el olor era muy fuerte, pero en mi tamaño actual la potencia era increíble. No obstante, no pensaba quedarme a hacer lo que me había dicho y en cuanto me dejó en el suelo eché a correr con todas mis fuerzas.
¡Qué estúpida! En cuestión de segundos me choqué violentamente con un pie gigantesco aún envuelto en un calcetín blanco que surgió como de la nada en mi camino. Caí al suelo, aturdida por el golpe. Su enorme mano me tomó y volvió al sofá.
- Bueno, parece que aún no eres muy consciente de tu situación. Habrá que dejártelo claro-dijo con su voz de trueno. Me dejó en el suelo mientras se volvía a sentar en el sofá y antes de que pudiese recuperarme y levantarme vi aterrorizada como uno de sus pies gigantes, esta vez ya descalzo, del tamaño de un autobús, se alzaba sobre mi cuerpo.
Grité aterrada y traté de levantarme, pero no fui suficientemente rápida. La enorme masa de carne bajo sobre mí. Extendí los brazos en un absurdo intento de pararlo pero naturalmente fue inútil. Su enorme pie tocó mi cuerpo y comenzó a hacer presión. Su increíble calor, humedad y suavidad envolvieron mi cuerpo. El olor era indescriptible. La presión se detuvo. El pie quedó quieto sujetándome contra el suelo, sin aplastarme pero sin dejarme moverme ni respirar. Luché desesperada, me agité, lloré sin naturalmente conseguir mover ni medio milímetro aquella extremidad colosal. “Voy a morir, aquí”, pensé, “No va a aplastarme pero va a asfixiarme aquí debajo. Voy a morir debajo del pie de un hombre, como un insecto”.
Cuando ya me congestionaba por la falta de aire de repente el pie gigante se levantó y pude respirar. Lo hice con todas mis fuerzas, recibiéndolo como la mayor de las bendiciones, a pesar de que lo que respiré fue el inmenso olor nauseabundo. No obstante, no me duró mucho el alivio. Inmediatamente el gigantesco pie bajó de nuevo sobre mí dejándome otra vez atrapada y sin aire. Cuando iba a asfixiarme, el pie se levantó de nuevo, permitiéndome respirar brevemente otra vez.
El proceso se repitió varias veces, cada una de ellas llevándome más al límite que la anterior. Cuando ya parecía que no podía soportarlo más, el pie se levantó completamente y me vi alzada de nuevo a la cara del gigante.
- Bueno, creo que ahora tienes claro lo que puedo hacer en cualquier momento. Hubiese bastado hacer una mínima presión con mi pie para terminar con tu miserable vida. ¿Comprendes lo que te puede pasar si me desobedeces?
No pude siquiera hablar, estaba completamente destrozada. Me limité a asentir con la cabeza.
¿Vas a comportarte ahora y hacer todo lo que te diga? -presionó un poco mi pecho con su dedo como para demostrarme otra voz su inmenso poder. Volví a asentir, llorosa, con la cabeza.
Más te vale, porque si vuelves a rebelarte te aseguro que lo último que verás en este mundo será la planta de mi pie. Ahora a trabajar.
Me dejó en el suelo otra vez, a sus pies. Puso uno de ellos sobre mí, pero dejando ahora espacio suficiente como para que pudiese estar de pie bajo él. No vacilé esta vez. Comencé a acariciar con mis manos la inmensa planta sudorosa y maloliente.
Tendrás que esforzarte mucho más si quieres que sienta algo. ¿Has olvidado que ahora tienes la misma fuerza que una mosca? -le oí decir desde arriba. Inmediatamente me puso a presionar frenéticamente con todas mis fuerzas, usando las manos, los brazos, todo mi cuerpo. Sentí un gemido de él, lo que me dio ánimos para seguir dándole placer. Continué así un rato hasta que me ordenó:
Usa tu lengua también.
Me quedé petrificada pero a estas alturas ya no me atrevía a cuestionar ninguna orden. Despacio, vacilando saqué mi diminuta lengua y lamí la suave planta. El salado sabor a pie, a sudor, a suciedad invadió mi boca. Me dieron arcadas pero seguí lamiendo, mientras el gigante gruñía satisfecho. Después de tenerme así, masajeando y lamiendo por turnos sus enormes pies, durante un rato que me parecieron horas, el gigante apoyó los dos en el suelo y me dijo:
- ¿No tenías hambre? Pues te diré lo que vas a comer. Vas a ir pasando por mis dedos y quiero que te comas absolutamente todo lo que encuentres entre ellos. Esa va a ser tu cena hoy.
Lo miré suplicante desde abajo negando con la cabeza, al borde de las lágrimas de nuevo.
- ¡YA! -exclamó él, aturdiéndome y dando un puñetazo en el sofá. Aterrada me puse al trabajo. Fui recorriendo todo el espacio entre sus dedos lamiéndolo todo. Me encontraba pelotillas de suciedad que para mí eran del tamaño casi de balones y ante su mirada vigilante tenía que comerlas, reprimiendo mis náuseas, ya que me dijo que como vomitara me castigaría aún más cruelmente.
Al fin, cuando parecía que iba a desmayarme por el asco, el miedo y la tensión, su mano colosal me volvió a subir y tuvo la piedad de dejarme reposar en el sofá durante un par de minutos. Exhausta me pregunté qué nueva humillación vendría a continuación.
(Continuará?)