Prisionera de un gigante (2)
Continuación del relato macrofílico
PRISIONERA DE UN GIGANTE (2)
Me sentía como en una montaña rusa mientras el gigante caminaba hacia su casa, envuelta en aquella titánica mano de la que solo sobresalía a duras penas mi cabeza. Apenas había gente por la calle. Pensé en pedir ayuda, pero ¿cómo?
Unos minutos después subimos un par de pisos y aquel hombretón abrió con su llave un apartamento. Poco pude ver de él desde mi posición. Pasamos rápidamente un pequeño pasillo, lo que parecía un amplio salón y entramos a una habitación con una cama gigantesca y una mesa con diversos objetos. Al mirar mejor pude observar que eran toda clase de miniaturas: coches, helicópteros, aviones, barcos, y en el centro de todo, una enorme casa de muñecas. Parecía que era cierto lo que me había dicho de su colección. En ese momento me sentí bajada y la monstruosa mano se abrió, posándome sobre la mesa, justo a la puerta de la inmensa casa de muñecas.
- ¿Qué te parece tu nuevo hogar? -bramó con aquella voz de trueno, y se echó a reír a grandes carcajadas, hiriendo mis oídos.
No pude decir nada, seguía temblando como una hoja. Me fijé en que la casa tenía unos detalles increíbles. Cada puerta, ventana, moldura, todo parecía de verdad. Podía haber sido cualquier casa del mundo real al que yo pertenecía hasta solo unos minutos antes. Me volví de nuevo hacia él. Al estar de pie, me encontré cara a cara con la gigantesca bragueta de sus vaqueros. Tragué saliva al ver aquel inmenso bulto, imaginando el monstruo que se escondía detrás. No podía dejar de mirarlo, fascinada y aterrorizada a la vez.
El gigante, no obstante, acercó una silla y se sentó, acercando su enorme cara hacia mí. Sentí su aliento cálido y poderoso. Olía un poco, pero no era demasiado desagradable. Al fin pude hablar:
¿Qué...qué me has hecho? -inquirí.
¿Cómo dices? Tendrás que hablar más alto pequeña, no estoy acostumbrado a escuchar a los insectos, jajaja -volvió a reír estrepitosamente. Tuve que taparme los oídos.
¿Qué me has hecho? -grité.
Bueno, yo creo que eso es evidente, ¿no? -volvió a reírse-. Te he hecho un poco menos grande y importante. De hecho yo creo que ya no eres naaada importante. Podría ahora mismo aplastarte simplemente con un dedo, como a una cucaracha, jajaja...
Por favor, no sé cómo lo has hecho pero vuélveme a mi tamaño y hablemos, por favor...
Jajaja, parece que no lo entiendes, señorita importante. Éste es sólo camino de ida. No es reversible. Serás de este tamaño el resto de tu vida, que yo decidiré si es mucho o poco, jajaja.
Al comprender el significado de aquellas palabras mi mundo se derrumbó por completo. Hacia pocos minutos yo era una mujer independiente, guapa, con toda una vida de éxito por delante, y ahora me hallaba convertida en un insecto completamente a merced de un hombre endiablado, que para mí era del tamaño de un coloso y que podía hacer conmigo lo que quisiera. Caí de rodillas al suelo envuelta en sollozos.
- Parece que no eres tan estirada ahora, ¿eh? Bueno, es difícil ser estirada cuando tienes el mismo tamaño que una polla, jajajaja -se mofó el gigante y a continuación ordenó: -¡Levántate!
Obviamente no lo hice y continué llorando en el suelo. Pero inmediatamente dos de aquellos enormes dedazos me agarraron y me forzaron a ponerme en pie. No obstante no se quedaron ahí. Uno de ellos comenzó a levantarme la falda. Aterrada intenté bajarla de nuevo con todas mis fuerzas, pero poco conseguí contra aquella increíble potencia del dedo gigante. Con la yema empezó a acariciarme por encima de mis bragas. Me sentí morir.
¡Desnúdate! -me ordenó. Aterrada pero intentando evitar lo inevitable seguí luchando con el inmenso dedo mientras negaba suplicante con la cabeza. El gigante volvió a tomarme en su mano y me acercó a su cara. Parecía muy enfadado.
Escúchame bien, pequeña mierda, porque eso es lo que eres ahora. Cuando yo te dé una orden quiero que la cumplas inmediatamente, sin la menor objeción. Yo creo que eres lo suficientemente lista como para darte cuenta de todo lo que puedo hacer contigo si se me antoja, y te aseguro que lo peor de ello no es espachurrarte en mi puño o aplastarte de un pisotón. Eso sería de lo más dulce para ti. Conque espero que aprendas la lección. - Era una visión increíble y terrible a la vez ver aquellos gigantescos labios moviéndose a pocos centímetros de mi cuerpo, ver aquellos enormes ojos que parecían echar fuego, sentir aquel aliento y aquel sonido tan poderosos.
Volvió a dejarme en la mesa y repitió la orden. Esta vez me faltó tiempo para obedecer. Estaba confundida, aterrada y temblando, pero el instinto de supervivencia me hizo actuar con rapidez. En un minuto me quitaba toda la ropa. Quedé completamente desnuda ante aquel rostro inquisitivo. Instintivamente traté de cubrirme pero bastó una mirada desaprobatoria de aquellos ojos para que venciendo mi vergüenza y temor quedase totalmente expuesta. Lo primero que hizo mi captor fue tomar el -para él- pequeño montoncito que formaban mi ropa y objetos personales y arrojarlo al suelo. Acto seguido alzó una de sus colosales zapatillas y lo aplastó repetidamente contra el suelo.
- Ya no vas a necesitar esto más -dijo mientras lo destrozaba todo bajo su pie. Me di cuenta en ese momento, desolada, de que en ese montoncito estaba mi bolso, mi identidad, lo que hasta entonces había sido yo, y también el móvil, mi única esperanza de comunicar con el mundo exterior, aunque no sé si hubiese funcionado un móvil del tamaño de la cabeza de un alfiler.
Su atención volvió hacía mí. Obviamente le gustó lo que vio porque sonrió con lascivia y de nuevo su dedazo vino hacia mí. Esta vez no intenté siquiera detenerlo. Empezó a tocarme, empezando por mis pechos. Incluso tomó uno entre sus yemas y lo apretó, haciéndome gritar de dolor. Acarició mis pezones, mi cuello, mis piernas y comenzó un frote lento y suave de mi coño. Su yema no era precisamente suave, pero aquella insoportable presión y aquel roce, aparte de lastimarme, empezaron a excitarme. Noté como me humedecía toda. Él continuó, continuó, hasta que un increíble orgasmo agitó todo mi cuerpo. Sin embargo, el gigantesco dedo no paró y otros orgasmos igual de intensos se sucedieron al primero. Al fin, el dedo se separó de mí y caí al suelo, sin fuerzas.
El gigante se puso en pie y pude ver que el bulto de su bragueta había crecido considerablemente. Parecía que algo descomunal pugnaba por romper la tela de sus vaqueros.
- Bueno, ya te has divertido bastante por ahora -dijo recobrando el tono serio-, te dejo para que vayas conociendo tu nuevo hogar -sonrió de nuevo-. Volveré luego, ah... y ni se te ocurra hacer alguna tontería como intentar escaparte. Mi vecino tiene un simpático gato que disfrutaría mucho buscando a un ratoncito como tú, jajaja...
Dicho esto aquella masa humana abandonó la habitación. Me quedé allí, tumbada en el suelo, aún sin fuerzas, meditando sobre mi nueva situación.
(Continuará?)