Prisionera

Susana nos relata su estancia en la cárcel, donde vivió momentos de ternura y malos tratos propiciados por el resto de las encarceladas.

¡Culpable!

Esa voz quedó marcada en mi interior para el resto de mi vida desde mis 27 años. Se me condenaba por un crimen que no había cometido. Debía pasar los próximos cinco años de mi vida en la cárcel, por tráfico de drogas. Todo debido a que habían encontrado tres quilos de sustancia ilegal en el bolsillo de mi cazadora. Pero yo estaba totalmente segura que era víctima de una trampa. Alguien me colocó esa droga sin que yo me percatase.

Pero ya no había nada que hacer, mi destino era cumplir aquella condena.

Era transportada en un furgón que se encargaba de llevar a las reclusas a la cárcel. Al llegar a mi destino, bajé del vehículo, y éste partió hacia otra cárcel para ingresar a las demás presas.

Iba esposada, pero debía pasar la revisión previa a mi encarcelamiento.

-Nº 123, Susana.- La jefa de inspección dijo mi nombre y me hizo pasar a una habitación cerrada y me quitó las esposas- Quítese la ropa.

Me despojaba de mi blusa gris mientras era vigilada por una policía que estaba al fondo de la habitación. Proseguí bajándome lentamente mis pantaloncitos cortos.

-¡Maldita sea! No tengo todo el día,- dijo la inspectora mientras se acercaba a mí.- ¡Ven aquí!, reclusa de mierda.

Entonces me arrancó el sujetador de un tirón, y al descubierto quedaron mis grandes senos, que tenían los pezones bastante erectos, debido a la temperatura tan baja que había en el lugar. Seguidamente me arrancó las braguitas y de un empujón me tiró al suelo. Violentamente me abrió de piernas y comenzó a hurgar en mi vagina con las dos manos. Me la abría sin ningún reparo. Luego subió a mi boca, donde buscaba sin éxito alguna arma u objeto que se pudiese usar como tal.

Finalmente, cogió un conjunto de ropa típico de las encarceladas y me lo lanzó a la cara:

-Muy bien, puta, ponte esto y lárgate de mi vista.

Yo, medio llorando, me coloqué aquellos ropajes y la policía me llevó a mi celda.

Mientras caminaba por el pasillo, escuchaba las voces de las demás mujeres que habitaban allí:

-Una zorra nueva, ¡te vamos a follar guarra!

-¡Qué buena está, ven aquí cariño!

En mi celda estaba sola, no tenía compañera. Durante todo el día dejaba mis lamentos impregnados en la pared, donde nunca nadie escucharía. Me tendí en la cama y entre sollozos, me dejé vencer por el sueño.

A la mañana siguiente, me despertó la megafonía anunciando la hora del desayuno. En pocos minutos me encontré junto con el resto de las reclusas, en una especie de comedor que estaba algo sucio. Las bandejas que nos ofrecían , tenían restos de comida del día anterior, y el desayuno parecía y una mezcla de barro con algo que no sé cómo describir.

Me senté al lado de una morena, con la cual establecería una gran amistad. En frente mía, había una mujer bellísima de pelo castaño y ojos azul muy claro. Un cuerpo atlético, típico de alguien que frecuenta el gimnasio a menudo para estar en forma. A pesar de que no me gustasen las mujeres, mis ojos no podían dejar de mirarla, cuando de pronto, levantó la cabeza y su mirada se clavó en mí.

-¿Qué coño estás mirando, guarra de mierda?

Vi que se levantó y me enganchó del pelo:

-Si me vuelves a mirar te arranco las tetas, ¿entendido?

-Si... – dije muy asustada.

Una guardia que había por allí evito que la cosa acabara peor. Al terminar el almuerzo nos dieron cinco minutos para ir a la cantera que había dentro de la prisión para trabajar. Entonces fue cuando conocí a Fany:

-Hola soy Fany, ¿están bien cariño?

-Sí, gracias- dije sorprendida- Me llamo Susana.

Pasé el día con ella y me contó que estaba allí debido a un atraco que realizó a mano armada. Pero lo hizo por necesidad, según ella. Era una chica de largos cabellos morenos, de mi misma estatura (1,69) y tenía un año más que yo. Su camisa tenía los dos primeros botones desabrochados y se adivinaban unos generosos senos, también sin ningún sujetador que las cubriese, como todas las que allí estábamos.

Me presentó a su amiga Maite. Pasé el día junto a ellas. Eran encantadoras, parecían las únicas personas coherentes que había en la prisión. Maite era rubia de ojos verdes, muy guapa. Me contó que su sueño era ser modelo, por que le obligaban a operarse de los pechos y reducirlos de tamaño, ya que era dificultoso acoplar la ropa a una 95 de sujetador. La acusaron de asesinato, lo cual me aseguró que hizo en defensa propia, pero que nunca pudo demostrarlo. Encajé perfectamente con ellas debido que éramos las tres casi de la misma edad, Maite era un año más joven que yo y Fany un año mayor.

Durante nuestro trabajo en la cantera, me pusieron al corriente sobre la prisión. Parece ser que la Leona era una cabecilla de un grupo de siete mujeres, las cuales sembraban el terror entre las demás prisioneras, sobretodo entre las que acababan de ingresar, como yo. Nadie parecía evitar aquello, lo que me incitó a sospechar que algo no funcionaba bien en los cargos dirigentes de la prisión.

También me comentaron la razón por la que la Leona no se metía con ellas. Tiempo atrás, ambas mantuvieron una gran amistad con una presa llamada Trini, que resultó ser hermana de la temible y bella mujer. Trini cumplió condena y se marchó, no sin antes advertir a su hermana que no se acercase a Fany y Maite.

Transcurrió lenta la mañana. Mientras hablaba con mis amigas y picaba piedra, las amenazadoras miradas de la Leona se clavaban en mí, y sus imponentes ojos azules me exploraban de arriba a bajo, aumentando cada vez más mi temor hacia ella.

El resto del día transcurrió con normalidad. El trabajo era duro y el sol penetraba en mi ropa. Pero lo que más me molestaba era el balanceo de mis pechos cada vez que picaba la piedra, la camisa me venía demasiado grande, y mis senos se movían libremente de un lado hacia otro, cosa que, como ya he dicho antes, no estaba acostumbrada.

Cayó la tarde y nos dieron menos de diez minutos para ducharnos. Maite me advirtió qeu en las duchas no me separase de ellas, puesto que era donde menos vigilancia policial había.

Si el comedor estaba sucio, las duchas estaban hechas una asco. Me sentí incómoda cuando vi que no había suficientes para todas, por lo que tuvimos que ducharnos de dos en dos.

-Ven cariño, dúchate junto a mí- dijo Fany al verme indecisa- Acércate a mí todo lo que puedas para que no te falte agua.

Yo estaba muy incómoda, pero no había otra opción. Sus firmes pechos estaban pegados en mis voluminosos senos, notaba cómo sus pezones se clavaban en mí. Teníamos que estar muy juntsas para que el chorro de la ducha nos empapase bien a las dos. Estábamos demasiado cerca, por lo que después de enjabonarnos me dijo:

-Lo mejor será que tú me enjuagues a mí mientras yo te enjuago a tí, cielo.

Mi respiración se cortó de repente. Noté sus suaves manos por todo mi cuerpo para quitarme el jabón. Yo tuve que hacerle lo mismo. Pasaba sus manos por mis senos, los cuales para mi sorpresa tenían los pezones a punto de estallar. Bajó lentamente hasta llegar a mi vagina, la cual frotó suavemente.

Tuvimos que interrumpir aquello ya que nos mandaron a nuestras respectivas celda. Estuve toda la noche pensando en esa situación. Cuando conseguí dormirme tuve un sueño muy inquietante, en el cual venía a Fany y a Matie masturbarse delante mío mientras yo estaba encadenada a la pared, posteriormente se acercaban a mí y chupaban cada parte de mi cuerpo, hasta que yo terminaba en un portentos orgasmo. En esos momentos desperté, eran las 4 de la mañana, y tenía las únicas braguitas que poseía muy mojadas. Estaba atormentada por aquel sueño. Yo no era lesbiana, no podían excitarme esas cosas. Me levanté temblorosa. Pero me asusté más aún cuando vi que la celda estaba abierta. Salí lentamente y noté un golpe y caí al suelo.

Lo siguiente que recuerdo es que estaba en una especie de trastero donde se guardan los utensilios de la limpieza. Tenía la boca tapada con una cinta y me encontraba atada de pies y manos, de tal forma que mis manos estaban por detrás de mi espalda, para dificultar mis movimientos. Estaba tirada en el suelo.

-Parece que no vas a aprender putita.

Era la Leona, me había secuestrado posiblemente con ayuda de sus zorras para darme una lección.

-Has estado mirándome durante todo el día. ¿Recuerdas qué te dije que te haría?

Cada palmo de mi piel temblaba. Pude ver que habían más mujeres al fondo del cuarto. Pero todas mis observaciones quedaron interrumpidas con el movimiento brusco que la Leona hizo para cogerme del cuello mientras me decía:

-¡Que te arrancaría las tetas, guarra! ¡ y es lo que vamos a hacerte!

Arrancó mi camisa de un tirón y mis pechos quedaron a la visión de todas aquellas mujeres.

Me miraban como si fueran depredadores con ganas de comerse su presa. La bella jefa del grupo cogió mis pechos y comenzó a apretarlos con fuerza, cada vez ejercía más presión y yo no aguantaba el dolor. Los apretujaba, los estirazaba, pellizcaba mis pezones con gran desesperación. Cuando parecía que estaba dispuesta a hacer sufrir mis perfectos senos, la Leona metió su mano en mis bragas y cogió fuertemente mi vagina. Las demás mujeres me desataban, pero me agarraron con mucha fuerza para evitar mi huida.

Me empujaron contra la pared y mientras dos de ellas me sujetaban, otras dos me abrían de piernas rompiendo mis pantalones y mis braguitas para que la Leona pudiera chuparme.

-Eso es, abrid bien a esta puta para que pueda comerme su coño.

Empezó a chupar, yo lloraba desconsoladamente, pero la cinta en mi boca impedía que emitiera sonidos. Mis fuerzas se desvanecieron y las mujeres que tenía controlando mis brazos pasaron a controlar mis pechos con sus lenguas. Estaba asustada y quería desaparecer, pero mi grado de excitación debido a los chupetones que la Leona me estaba propiciando, comenzaron a dejar ver su efecto y dejé escapar un pequeño murmullo de placer. Por otro lado, mi vagina comenzó a emanar sus flujos, empamando la cara de la Leona:

-Mirad, si la puta se ha corrido, jajaja.

Arrancó la cinta de mi cara y dijo:

-Ahora chúpame a mí zorra de mierda!

Tuve que hacerlo, si no, no sé qué hubiera ocurrido. Comencé a lamer su coño mientras escuchaba sus asquerosos gritos de placer.

-Aahahhaaahahagahaghaaaaaaasí, sí puta, qué bien lo haces.

Las mujeres que no me sujetaban, besaban con fuerza sus grandísimos pechos.

Movían mi cabeza para que lamiese cada vez una parte de la Leona. Enganchada del pelo y con la lengua, me llevaban hacia su cara, hacia sus senos, hacia su coño... Así hasta que aquella mujer de ojos azul cielo no pudo evitar correrse con todas sus fuerzas.

-Síiiihahahahahahhgahaghaghahah ¡¡lo has conseguido puta, me he corrido como nunca!! ¡Eres una zorra de mierda!

Creía que todo había acabado, cuando vi que la Leona se sentó colocando su sexo en mis pechos mientras con sus brazos sujetaba los míos. Dejó caer gran cantidad de saliva en mi cara, la cual estaba resbaladiza debido al sudor y a mis lágrimas. En ese instante noté cómo dos de sus zorras me abrían las piernas, y una tercera salió de detrás de una estantería con un palo de una fregona. Me temí lo peor.

La Leona comenzó a lamer mi cara lentamente, mientras introdujeron muy despacio aquél palo entre mis piernas. Estaba totalmente a la merced de aquellas mujeres.

Sentí daño, aquél palo era demasiado grande y muy largo. Cada vez lo metían más adentro. La Leona, mordía mis labios suavemente mientras restregaba su coño en mis pezones, los cuales estaban durísimos. Comenzaron a mover el palo más rápido, sentía dolor pero a la vez excitación. Cada vez estaba más y más caliente.

El dolor se desvanecía, era tal mi grado de placer que comencé a gemir como una loca.

-Ahagh sí... ahaajhahj

De pronto la Leona comenzó a abofetear mi cara. No importaba, estaba a punto de correrme. Mis líquidos no aguantaron más y comenzaron a salir abundantemente, llevándome a un gran orgasmo, que dejé pantente en mi gran grito placentero

-Síiiiii, ahhhhhhhhhhhhhhh

Se escuchó un sonido y la Leona y sus zorras salieron corriendo, y allí quedé yo, tirada en el suelo, complétamente desnuda, sin fuerzas para nada y envuelta en los jugos vaginales tanto de la Leona como míos.

¿Continuará?