Principios de junio

Una “amistad” perversa, una rutina excitante, tardes embriagadoras, lujuria improvisada. La historia de una noche que promete y despierta algo nuevo en mí.

Principios de junio. Medianoche en la ciudad. Temperatura más que agradable, la gente sale a la calle y las terrazas están atestadas. Otro jueves universitario abre sus puertas a la juventud, esta vez bastante mermada, pues la época de exámenes está en su etapa más difícil para la mayoría.

“La noche promete”, me digo a mí misma, y desafiando los malos tiempos que corren académicamente hablando, decido salir a la calle ante la mirada atónita de mis compañeras de piso, cuyas miradas me examinan de arriba abajo.

Sí, me dispongo a abandonar ese horrible pijama que me ha acompañado durante semanas de duro encierrro estudiantil para calzarme unos tacones de infarto (literal) y una falda de vuelo con una blusa bastante escotada, algo que sorprende a mis amigas, pues por todas es sabido ese pequeño complejo que tengo con el generoso tamaño de mis pechos. Último retoque de pintalabios rojo en el espejo del ascensor mientras escucho tres voces al unísono:

  • ¿A dónde vas así vestida y a estas horas?

-Necesito airearme.  Mañana os cuento. – Se cierra la puerta del ascensor mientras les dejo con la palabra en la boca.

Pues bien, todo era de extrañar aquella noche pues los amigos con los que suelo salir los jueves están encerrados cual ratas de biblioteca. Pero aquel no era un  jueves cualquiera, y era evidente que tenía una cita muy especial.

Eduardo era un chico de mi clase, de esos que el primer día no pasan desapercibidos y atrae miradas como si de un imán se tratase. No destaca especialmente por su belleza, pero tiene algún tipo de atractivo que a un pequeño sector en el cual me incluyo, despierta un deseo sexual fuera de lo común. Su voz, su forma de caminar lento y relajado, incluso su olor, todo ello confluye en la masculinidad que desprende por los poros de su piel y embriaga a distancia. Conforme ha ido pasando el tiempo, en el sector femenino ha ido perdiendo puntos por su aparente prepotencia, así que  podríamos decir que la atención se ha desviado hacia otros chicos.

Todo empezó una noche de fin de exámenes en la que el alcohol es el protagonista incansable para muchos que estamos “secos” y damos la bienvenida al verano de nuestras vidas, como siempre catalogamos cuando salimos de un curso  difícil. Eran las 7 de la mañana y quedábamos las de siempre, mi amiga y yo con un demacre más que visible pues ya era de día, sin embargo nos habíamos propuesto cerrar la discoteca y allí estábamos, fumando como carreteras y repelando restos de copas. Para mi sorpresa Eduardo estaba allí, no se cual era la razón pero en aquel momento no me importó y dejé a mi amiga medio durmiéndose en un sofá para ofrecerle un cigarro. Aceptó amablemente y empezó a hablar de cosas sin sentido, que de repente lo cobraban con esa voz tan sensual, cada vez más cerca de mi oreja, las palabras salían de sus labios y éstos me recorrían la cara, de repente el cuello y algo en mi cabeza me retumbaba. Estaba absorta en la situación, no sabía con certeza lo que estaba pasando pero me estaba recorriendo un escalofrío cuando mi amiga me coge del brazo y me susurra en el idioma de los borrachos:

  • Tía no puedo más, me voy… No se si andando o en un taxi, ahora veré. Pero ¿qué haces con ese tío? ¿No te irás a liar con Edu?

  • Claro que no, tu y yo sabemos que es un pirata de cuidado. Me estoy riendo de él, ahora te alcanzo si eso.

Y seguidamente me doy la vuelta consciente del autoengaño, y digo auto porque en realidad estaba deseando con todas mis fuerzas arrancarle la ropa allí mismo. Su mirada hacia mi persona expresaba un deseo incontenible, pero él era más sutil. En medio de la conversación rozó sus labios con los míos y llegó un punto en que mi debilidad me hizo entreabrir la boca, a la espera de sentir su lengua en mi paladar de una vez por todas. Pero no, enseguida siguió hablando como si nada hubiese ocurrido, quedándome allí, con los ojos cerrados como una verdadera idiota. Tengo que reconocer que me gustó, estaba a sus pies y él lo disfrutaba. Me ofreció acompañarme a casa en el taxi y ahí fue cuando empezó nuestra historia sin sentido.

No es una historia de amor, ni siquiera es una historia. No hizo falta un primer beso para darnos cuenta que estábamos encendidos. Dentro del taxi, siguiendo su línea, me hablaba de cosas más que insustanciales, lo cual resultaba muy desconcertante pues sus labios estaban recorriendo mi cara de nuevo. Y no solo sus labios, sino que de repente su mano empezó a acariciar mi muslo para de la forma más lenta y sutil posible ir subiendo poco a poco hacia mi entrepierna, mientras yo me retorcía en una mezcla de confusión y placer. La temperatura empezó a subir en el momento en que sus dedos apartaron mis braguitas para abrir su mano y cubrir mi coño con ella mientras la movía de arriba abajo, sin prisa, disimulando a la perfección y logrando el control de la situación, mientras yo me estremecía y me retorcía en un sinfín de flujos que salían de mi cuerpo sin ningún pudor, pues aquel contexto me excitaba aún más, esa sensación de incertidumbre de que alguien nos pudiera observar. En este caso era  el taxista que parecía ajeno a la situación, pues Eduardo hablaba a la misma vez con él como si nada estuviese ocurriendo. Llegando a mi casa yo ya no podía más, el movimiento lento se había vuelto frenético y mi mano ayudaba a la suya a lograr ese climax, mi clítoris estaba a punto de estallar y a unos metros de la parada, dejé escapar un ahogado gemido lo más silenciosamente posible mientras él, mostrando una impasividad desconcertante, me despide rechazando mi evidente invitación a subir, sin descuidar su cortesía característica. Y allí me dejó, empapada y ardiente en deseos que poco a poco se irían cumpliendo a lo largo del curso.

Los días posteriores mi amiga África me preguntó por él, pero yo lo negué todo y ella me daría su aprobación, pues Eduardo nunca fue de su agrado. Mientras, yo me cruzaba con él en los pasillos y ni siquiera me miraba. Éramos dos completos desconocidos, hasta que un día coincidimos los dos solos en la cola de la fotocopiadora cuando me apuntó su número de teléfono en una de las hojas, sin ningún gesto de complicidad y con la más absoluta frialdad del típico compañero de clase con el que apenas te has cruzado un par de saludos.

Se empezaba a mascar una especie de relación prohibida, si puede llamarse de alguna manera, que despertaba en mí el más incesante de mis deseos.

Una “amistad” perversa, una rutina excitante, tardes embriagadoras, lujuria improvisada. Cada día descubría algo nuevo en mí misma, cada orgasmo se incendiaba más que el anterior, cada vez me entregaba más a su poder. Mi compañero de “estudio” de tardes incansables en mi habitación, mientras el mundo no nos relacionaba. Un sinfín de vaivenes expectantes. Sexo.

Se podría decir que mis compañeras de piso respetaban mi espacio en el sentido de que el estudio era muy importante en una carrera como Medicina, la cual exige mucha dedicación y esfuerzo diario. Aprovechaba esos días en que me dejaban sola en el piso para que Eduardo viniera a “estudiar” conmigo. Y lo hacíamos, pero entre medias nos entregábamos al placer, o más bien me entregaba, pues había algo de él que me encantaba, y era ese don de tocarme, de hacer que me corriera antes de follarme. Y a él aquello le ponía, al principio me sentía egoísta hasta que me dí cuenta que le encantaba verme gemir, suplicarle que me follara, entregarme a su tacto malévolo.  Bastaba media hora de estudio para levantarse, ponerse detrás de mi silla y acariciar mis pechos, rozar mis pezones, estrujarlos, masajearlos, lamerlos. Y seguidamente bajaba la mano para frotar mi coño con una delicadeza que me volvía loca, para justo antes de correrme apartarla y verme mendigar su polla. Entonces lo sentaba en la silla del escritorio y se la cogía rápidamente para introducirla dentro de mí, sentirla,  mientras disfrutaba verme botar encima de él, cual loba en celo obligándole a lamer mis tetas mientras se corría dentro de mí y mi cadera se movía frenéticamente en busca de alargar esos segundos de placer más que infinitos.

Y así transcurrían las tardes entre apuntes y sexo incesante, dando vueltas alrededor de una rutina que curiosamente cada día nos aportaba algo nuevo. A veces resultaba incómodo esconder a Eduardo cuando escuchaba a mis compañeras llegar, aunque en realidad era de lo más excitante. Una realidad paralela a la realidad que veía mi mundo. Algunos fines de semana me quedaba en el piso a sabiendas de que se iban a sus pueblos, con la libertad que aquello conllevaba. Mi vida cobraba sentido en esos días, me sentía una mujer llena de vida y pasión desbordada. Uno de aquellos sábados en los que me hallaba solitaria bastó con mandarle una perdida para escuchar el timbre a los pocos minutos. Mi expectación era tal que salí completamente desnuda a la espera de que se abriera el ascensor, sin importarme de cualquier imprevisto que pudiese ocurrir. Por suerte estaba sólo él, y con su sombría característica me agarró del trasero:

  • Este recibimiento se merece una buena recompensa. Si te sigues comportando así puede que te sorprenda. – Susurra con esa voz tan grave y sensual, mientras me acompaña al interior del domicilio masajeando mi entrepierna más que humedecida.

No llegamos a entrar a ninguna habitación, cerró la puerta de la entrada cuando de repente abandonó el rol de serenidad para adoptar el de un ser salvaje, estampándome contra la pared del pasillo y succionando cada centímetro de mi piel. Sus manos y su lengua no daban abasto para saborear todo mi cuerpo y yo lo único que podía hacer era sujetar su cabeza contra mi coño mientras me introducía la lengua con un movimiento exquisito, al compás los latidos de mi clítoris, que sonaban por encima de los del corazón. Mis rígidos pezones pedían a gritos ser masajeados y yo en ese momento me hallaba en una espiral de lujuria despiadada.

-Te voy a follar de pie como a mí me gusta, ¿Entendido?- Me suelta entre jadeos, autoritario, vestido con una camisa y abriéndose únicamente la cremallera del pantalón para sacar mi objeto de deseo.

De repente me pega una palmada en el culo y me obliga a abrazar con mis piernas su cintura, apoyada en la pared. En unos segundos, con toda la furia que poseía en ese momento me introduce su generosa polla hasta el fondo para dar comienzo a un frenético vaivén contra la pared, él de pie y yo enredada en su cintura sintiéndome llena en todos los sentidos existentes, gimiendo, besando, lamiendo, gritando sin importarme los vecinos.

  • ¿Te gusta? ¿Eh? Te la voy a meter hasta reventarte. Eres solo mía. - Deliraba en un afán que me hacía temblar.

-AH, AH, AH…me encanta, quiero que me folles más fuerte…Por favor, no pares, te lo suplico.- Gritaba mientras clavaba mis uñas en su espalda en un intento de arrancarle la camisa.

Justo cuando estaba a punto de correrme, se incorpora y con la mirada perdida, reflejo de su locura, saca su polla y pongo los pies en el suelo para, sujetada por sus brazos, darme la vuelta y apoyar mi cara de perfil sobre la pared dejando mi culo a su entera disposición, sometiéndome  a unas exquisitas palmadas en mis nalgas que se enderezaban como si pidieran mas, aquello pedía la estocada final cuando de repente agarra mi coño con fuerza hacia sí y en esa posición tan rica, empieza a follarme para acabar con lo que había dejado a medias, metiéndomela y sacándola a una velocidad desconcertante mientras yo sólo veía pared, y bastaron pocos segundos para acabar corriéndome como una perra mientras me estrujaba las tetas contra el muro. Allí en el pasillo intentando coger aire,sudando de pie, de cara a la pared con la polla dentro de mí, frotándome el coño y susurrándome al oído:

-Me vuelves loco, me tienes loco, quiero ser el único que te folle.

Y así daban comienzo muchos fines de semana en los que prácticamente era el cuarto inquilino escondido mientras inventábamos excusas al resto de gente que nos reclamaba. Aprovechábamos todos los espacios de la casa con pequeñas treguas de descanso y estudio, parecíamos dos adolescentes hormonados, dos salvajes en celo que pasaban las horas desnudos como norma con una confianza descomunal. Lo hacíamos en todas partes: en el salón, en la cocina… Aprovechaba cuando estaba desprevenida cocinando para apartar las cosas de la encimera y follarme encima, habíamos alcanzado todos los limites.

Una de las habitaciones, la de mi amiga Carol, tenía ducha propia, la cual hizo suya en el momento del sorteo a inicios del curso. Lo que no sabía era que aquella se convirtió en nuestra ducha, la guinda del pastel, el culmen del placer más húmedo. Recuerdo cuando entrábamos y empezaba a masajearme con el jabón con una delicadeza inconcebible. Empezaba haciendo círculos alrededor de mis pechos erguidos para bajar poco a poco y frotarme la entrepierna mientras me miraba a los ojos con deseo, y se ponía detrás de mi para que notara la increíble erección sobre mis nalgas. Aquella noche me estrené en lo que tiempo atrás siempre había considerado un tabú, pues Eduardo había despertado una parte de mi que ni siquiera conocía, era como que nada me importaba y cada vez quería ir más allá salvándome de prejuicios absurdos.

  • Soy demasiado bueno contigo, ¿Sabes?-Me decía al oído mientras me masturbaba lentamente.

  • ¿Significa eso que yo me porto mal?- Contesto con voz de niña mimada y excitada.

  • Necesito que me demuestres hasta donde quieres llegar.

Y me da la vuelta, para plantarme un beso largo y pasional, enredando las lenguas con avaricia mientras que agarra mi mano y la posa sobre su generoso pene. Capto la indirecta y empiezo a tocarlo de arriba abajo y a acariciarlo débilmente para continuar frotándolo cada vez con menos delicadeza. Noto como su respiración se va agitando.

  • No pares por favor, nena. Ufffff, baja, te lo suplico. – Me gime y me agarra del pelo y yo, excitada con solo mirarlo y algo nerviosa, bajo lentamente lamiendo su pecho hasta la pelvis, donde empiezo a besarle la polla poco a poco y lamerla sutilmente para acabar metiéndomela en la boca. Mientras se la chupaba lentamente rondaban pensamientos de mi yo del pasado para dar la bienvenida a mi yo del presente, que disfrutaba y se apenaba de haber perdido tiempo de disfrute por estúpidos prejuicios. La hice mía, era mi primera mamada y no quería defraudar, cada vez iba más frenética e incluso me permitia el lujo de darle pequeños mordisquitos que le hacían convulsionar.

  • Dios mío eres un auténtico tesoro cariño, que he hecho sin ti todo este tiempo…Ufff voy a correrme, no puedo más…- Y dejó caer su elixir sobre mi cuerpo, mientras yo me tocaba bajo el agua todo el cuerpo en una espiral de lujuria desenfadada.

-Me has dejado fascinado. Hoy te lo has ganado, nena. – Y de repente abandona la ducha con un gesto de “quédate ahí”.

Mientras me quedo absorta en mis pensamientos rememorando aquellos instantes cuando aparece aquel cuerpo escultural desnudo y mojado con una botella de champán. El mejor premio que podía recibir en aquel momento sin duda. Me agarra de la mandíbula y me introduce el cuello de la botella en la boca mientras empiezo a lamerlo como si de una polla se tratase, sintiéndome una zorra perversa con ganas de más.

-Ummm parece que te ha gustado, ¿A que sí, pequeña zorrita?

Y empiezo a beber de aquella bebida para dioses cuando me la arrebata y apaga la ducha para vertirla por encima de mis pechos y lamer los restos que van bajando por mi abdomen por efecto de la gravedad hasta llegar a mi coño, donde como es habitual se detiene para beber a la vez que sigue desperdiciando los restos del exquisito champán francés.

  • Eduardo no puedo más, métemela hasta el fondo por favor.

  • ¿Seguro que quieres que te folle? A ver repítemelo que no lo he entendido.

-Que me folles. Fóllame. ¡¡¡Fóllame!!!

  • Hoy has sido buena chica así que te voy a follar como nadie te lo va hacer en tu vida.

Me estampa contra los azulejos para metérmela entera mientras lo abrazo y me toco los pechos bajo el agua, abrazando su cabeza para que me succione los pezones como a mí me vuelve loca, y acabamos en un vaivén frenético de caderas para corrernos mutuamente en medio de gritos descontrolados y flujos entremezclados con el agua que bañaba nuestros cuerpos poseídos de placer.

Mi vida ese año había cambiado. Se podía decir que tenía una visión distorsionada del mundo, me había acostumbrado a una rutina tan sexualmente activa que interpretaba la realidad de una forma perversa por llamarlo de alguna manera. Mis necesidades se iban incrementando cuando pasaba unas horas sin verlo, y cuando volvía a mi pueblo el fin de semana se hacía eterno. Llegué a autoconsiderarme algo ninfómana pero automáticamente desechaba pensamientos absurdos. Sin embargo, con la entrada de mayo ya se mascaba la presión del estudio (sí, en Medicina somos unos agonías), y las visitas comenzaron a cesar pues ambos sabíamos que la mayor parte del tiempo era “desaprovechado”. Y ahí fue cuando me di cuenta que algo en mi no era normal: mi cabeza no era capaz de concentrarse sin esos minutos de placer previos, me sentía cada vez mas irritada y en momentos de máxima ansiedad le mandaba whatsapp subidos de tono para lograr un encuentro.

  • Edu, no hay nadie en casa. Me cuesta concentrarme sin ti.

  • Cariño estoy estudiando, no puedo ir.

  • Estoy tan encendida que mis apuntes van a prender. ¿Vas a dejar que suspenda?

  • Puff te dije que esto no podía seguir así…

  • Por favor, ven un ratito, tengo una fantasía a la espera de ser cumpida a fracasar en el intento de estudio.

  • Sabes que si pudiera te cogía ahora mismo y…

. Qué?? Estoy ansiosa de saberlo. No llevo nada y no me importa que me vean por la ventana.

-Aguanta, esto nos llevará un tiempo. Pero ahora se me echa el tiempo encima...

  • Te estoy suplicando que me folles, que me lo hagas ya, que me estoy tocando como una perra, joder

-Puffff

Y así dejé la conversación hasta que me di cuenta de que estaba siendo una arrastrada, de repente adopté el papel de mujer fatal para llevar la dignidad por bandera. Pasaron los días y al ver que no volvió a reclamarme, en un ataque de locura lo bloqueé y tomé la autodeterminación de centrarme en mis estudios. Me convencí de que aquello no era saludable e intentaba reprimir recuerdos. Pasaron semanas encerrada aunque apoyada por mis compañeras de piso que lejos de entender el verdadero motivo de mi irritabilidad, me animaban con sus “ya verás como apruebas todo”, “eres una empollona”…

Pasado casi mes y medio de aquella última conversación, estaba tan absorta en mis exámenes que las imágenes ardientes de mi cabeza habían cesado por completo y mis necesidades se reducían a dormir las horas suficientes. Había encuadrado  a Eduardo en el grupo de personas que “ya no existen” hasta que aquella noche recibí su llamada. Me hice la dura y se lo cogí a la segunda llamada con falsa desgana:

  • Te he mandado mil whatsapp y no contestas.  Desbloquéame por favor, estoy muy arrepentido, me apetece verte.

  • Estoy muy agobiada con el examen, no puedo quedar.

  • ¿Sabes? Te he echado de menos. No quería tratarte así… ¿Por qué no desconectamos un poco y quedamos esta noche? Invito yo.

Su voz despertó en mí unas sensaciones indescriptibles. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y a decir verdad, dejé de escuchar sus súplicas por unos instantes hasta que volví en sí, atinando a decir…

  • Vale.¿Plan?

  • Tengo una botella de champagne, he pensado en ir a un sitio tranquilo y desconectar un poco. ¿Te parece? Quedamos donde la gente hace botellón y ya decidimos el rumbo.

Fue escuchar la palabra champagne e instantáneamente sobrevinieron recuerdos humedecedores procedentes de la ducha de Carol. Resistí a la flojedad de mis piernas y haciéndome la dura le despedí con un OK.

Y así fue como llegó la medianoche de primeros de junio. Efectivamente, “la noche prometía” y el atuendo provocador que llevaba lo decía todo. Quería impactarle, sentirme deseada de nuevo, volver a disfrutar. Conforme llegaba al lugar de la quedada estaba mas excitada, feliz. Ya nada me importaba, solo quería beber de aquella botella y dejarme llevar por los deseos que había reprimido todo este tiempo.

Llegué al parque y enseguida me percaté de que no era un jueves fuerte, apenas había unos grupillos de amigos que bebían entre risas. Me senté en un banco libre y esperé. Y esperé hasta que la impuntualidad empezó a incomodarme. Pasada media hora, veo un whatsapp:

  • Cariño, lo siento, han venido unos colegas a mi casa a darme una sorpresa y no los puedo dejar tirados. Lo dejamos para otro día…

Sentí una cruel punzada en el corazón. De repente el dolor pasó a furia, y fijándome en mi escote pasé a la vergüenza. Sí, me ví a mí misma sola en un parque lleno de gente a las 1 de la mañana esperando la cita más esperada del mes. Y con tacones. Una verdadera idiota, pensé.

Cabizbaja, depresiva, irritada y con lágrimas en los ojos emprendí el camino a casa. Como mis facultades no eran muy precisas, de repente vi un establecimiento chino y me compré una botella de alcohol. Mi estado era tal que no me importaba mezclarlo con nada, lo único que quería era beber y borrar de mi existencia aquella noche de junio.

Caí en la cuenta de que no era muy tarde y probablemente mis compañeras estuvieran despiertas. El simple hecho de inventar una falsa historia para responder al interrogatorio que inevitablemente me esperaba, me producía demasiado rechazo como para seguir el camino. Entonces divisé una calle solitaria sin salida y un portón, donde me senté e hice tiempo para volver a casa. Mientras tanto bebía, me enfurecía, y bebía en un ciclo sin retorno.

Confusamente observé como unas luces azules iluminaban la calle. Mierda, la policía. Lo que me faltaba. Mi estado de alcoholemia me impedía escapar avispadamente de la situación asi que me resigné y esperé el numerito con pasividad, pues todo me daba igual.

  • Señorita, sabe usted que está prohibido beber en la calle ¿No?

  • Ah si? No lo sabía. Perdone agente. – Contesté con cierto vacile.

  • Me temo que tiene que abandonar la calle.

  • Me duelen los pies de los tacones y… ¿Sabe? No me apetece volver a casa.

  • En ese caso señorita, tendré que ponerle una multa.

  • Quédese un rato, lo veo alterado…- De repente perdí la poca vergüenza que me quedaba y le invité a echarse un chupito.

  • Por favor, acompáñeme, está usted en mal estado. Documentación, por favor.

  • Me la olvidé en casa, esta noche los planes no iban por ahí señor agente. ¿No le da pena ponerle una multa a una chica solitaria que lo único que buscaba esta noche era un poco de cariño?- E inconsciente de la gravedad del asunto, me aproximé mas de la cuenta con carita de niña buena mirándole fijamente a los ojos y dejando entrever de manera explícita mi llamativo escote, que inevitablemente captó la atención de aquel joven policía que cada vez estaba más nervioso.

  • Permanezca un momento ahí, no se mueva. – Y desapareció entre la luz azul para acercarse al coche.

No ha funcionado, pensé, como era de esperar. Adiviné que le estaba indicando al muchacho del coche que prosiguiera la vigilancia, que ya se ocupaba él del asunto y que en un rato se veían. La calle se tornó oscura de nuevo y apareció el policía sin multa, lo cual de primeras me extrañó.

  • ¿Se lo ha pensado usted mejor, señor agente?

  • Pues estoy  dudando, señorita. – Dijo con un tono de voz totalmente distinto al autoritario y acompañado de una media sonrisa. Aquellas palabras me sugirieron un cambio de chip, y contra todo pronóstico me reafirme en que “la noche prometía”.

  • ¿Y esto se considera delito? – Le pregunté tras quitarme la camiseta y dejar mis pechos al descubierto con los pezones más que turgentes, inclinados hacia su rostro anonadado. Seguidamente empecé a tocármelos mientras le miraba fijamente con cara de puta.

Me sentía una puta, y me entusiasmaba tocarme delante de él. Divisé el gran bulto que se adivinaba en su entrepierna, próximo a la porra,  y en mi cabeza se superponían imágenes que me sacaban sonrisas espontáneas.

  • Me lo está poniendo difícil señorita. – Y de repente me puso las manos en la cintura y me plantó un beso encendido mientras masajeaba mis pechos enérgicamente para luego bajar con la boca a mis pezones y mamar cual bebé hambriento. Seguidamente bajó sus manos por debajo de mi falda y metió dos dedos en mi coño,más que mojado y abierto para toda demanda.

  • Chss tranquilo, señor agente. ¿Me está usted cacheando?

Y con la actitud más provocadora que pude demostrar, lo aparté de mi y lo puse contra un coche. Le baje la cremallera expectante de descubrir aquello que reclamaba mi cuerpo y salió una gran polla, más grande de lo que había imaginado, y con Eduardo haciendo aparición en mi mente empecé a chupársela de arriba abajo sin control, metiéndomela hasta el fondo, sintiéndola en mi garganta mientras imaginaba que podía verme y enloquecer de celos. La desinhibición alcohólica no tenía límites, y mientras le lamía cada milímetro de su polla lo miraba a los ojos y le desabrochaba el uniforme, acariciándole el pecho y tocándome el clítoris a la vez como una verdadera actriz porno. Él cada vez se sorprendía más de cada gesto y gemía con cada mirada.

  • Me estás poniendo enfermo. No pares que voy a correrme. Ahhhh sigue por favor.

Y dejé que esparciera sus jugos por mi cara con la boca abierta, sedienta de aquel elixir de fantasía, sin reconocerme a mi misma.

  • Espero que el castigo no haya acabado aquí, señor policía.- Le dije al coger su mano y aproximarla a mi coño por debajo de mi falda, que decidí dejarme aunque ya había perdido las bragas.

Supuse que estaba alucinando, y mientras se recuperaba de la mamada empezó a comerme el coño que daba gusto, exquisito, lento, y le recompensé con mi elixir propio en medio de un orgasmo que retumbó la solitaria calle.

Instantes después volvieron a aparecer aquellas molestas luces azules a lo lejos, y el policía se incorporó apresuradamente como si nada estuviese ocurriendo. El compañero se aproximó y mi poli favorito improvisó una discusión:

  • La próxima vez no va a tener tanta suerte, señorita. Abandone el lugar lo más rápido posible y ya sabe lo que le he dicho. Ya tengo todos sus datos así que más vale que no se vuelva a repetir, ¿entendido?

  • Sí, señor agente- Y al ver que el compañero se dio la vuelta para introducirse en el coche aprovechó para meterme la mano disimuladamente por debajo de la falda y meter un par de dedos en mi coño descubierto, acompañado de una palmada en mi culo, a modo de despedida.

El camino de vuelta a casa me hizo abrir los ojos y la mente, aquella noche prometedora me había convertido en una mujer nueva y dispuesta a romper mi rutina mas a menudo, los restos de adrenalina corrían por mis venas y la sensación de control invadía mis sentidos.

Desnuda, dejé caer mi cuerpo en la cama y empecé a tocarme y a quererme como nunca. Una nueva vida había comenzado.