Príncipe y Bruja
A la luz de las antorchas en un pequeño poblado, el príncipe de una villa habla con su amada, la bruja del pueblo.
La luz de la luna era casi imperceptible allá donde ambos, sentados, miraban hacia el pueblo. La hierba húmeda por el ambiente frío que venía del bosque a su espalda hacía que él se quitara la chaqueta para envolver los hombros de ella, en un intento de combatir el frío. Ella, con una sonrisa en sus carmesíes labios, se cobijó entre las largas mangas de la cazadora y los brazos de él. Las nubes de la noche empezaban a escucharse a lo lejos, presagiando el agua.
-Deberíamos pensar en marcharnos. –Dijo ella con voz suave aunque algo cansada. –Los ancianos dijeron que llovería.
-No te preocupes. –Le contestó él con una sonrisa. Su voz fuerte y agradable la reconfortaba. –Haga viento o nieve, nada podría hacer irme de aquí cuando me necesitas.
Mientras ella reía nerviosa, agradecía que la poca luz que había en esos momentos no revelara su sonrojo. Ambos miraron como en el pueblo continuaba habiendo luz de hogueras y antorchas, continuando la fiesta de la última cosecha de la estación, y gracias a ello tenían la poca iluminación necesaria para poder verse las manos. La cena copiosa y el calor que ambos se infundían empezaban a hacer mella en sus mentes.
-Mañana no habrá ni un alma con fuerzas para ir a los campos. –Dijo ella acercándose más a él, contagiándose de su calor.
-Mañana es día de descanso. –Respondió él empezando a acariciar los rojizos cabellos de ella. Lo hacía suavemente, como a ella le gustaba.
-¿No deberías pensar en lo que dirán de tí? –Dijo ella cerrando los ojos. -¿Qué pensarán del príncipe si lo ven con la bruja del pueblo?
Él solo sonrió y la miró. El contorno de su cara se perfilaba gracias a la luz de las antorchas allá abajo, haciendo que su piel bronceada resultara parecida al oro. Ella abrió los ojos, unos ojos profundos que casi no se distinguía el color, pero que él encontró enseguida.
-Ese es el menor de mis problemas… -Y antes de que ella contestara, selló su boca con sus labios.
Ella se dejó llevar. Era cierto que era bruja, pero también era humana, y ambos llevaban tiempo acercándose, quedándose a solas cuando podían. Y ahora lo estaban.
Separaron los labios.
-Te amo. –Dijo él.
Ella sonrió con ternura y le contestó.
-No hables más…
Y antes de que pudiera hablar él, ella había vuelto a besarle, esta vez con pasión. El príncipe abrazó a la chica por la cintura, y ella pasó sus manos por detrás del cuello de él. Por el impulso de ella, la bruja acabó encima del chico, y este estirado en la hierba húmeda. La bruja se separó un poco de él y empezó a desabrocharle la lujosa aunque sencilla camisa, mientras él le desataba el cinturón que cerraba su larga túnica algo tembloroso por la excitación.
-Estás un poco nervioso… -Dijo ella dejando al descubierto el fuerte torso del príncipe.
-Solo es el frío… -Dijo él mientras le quitaba el cinturón y la atraía hacia él. –Aunque bien podría decirse que eres tú la nerviosa, estás temblando.
-También es el… frío… -Dijo ella suspirando mientras notaba como sus pechos, descubiertos ahora que la túnica se había soltado, se aplastaban contra el torso de él, recorriéndole un escalofrío al notar como él le besaba en la oreja.
-Entonces… ¿Cómo es que noto tan caliente tu piel…? –Dijo él mientras sus manos empezaban a levantar la ropa de ella y acariciaba sus piernas, desnudas de cualquier tipo de zapato.
-¿Te lo digo o te lo demuestro…? –Dijo ella instantes antes de morder suavemente la oreja del príncipe.
Esta vez el que notó el escalofrío recorrer su cuerpo como un rayo fue él, e instintivamente levantó su pelvis para rozarse ambos. Un suspiro salió de los labios de ella al notar su dureza en una zona tan sensible, a la vez que con sus manos, algo temblorosas por la excitación, intentaban quitarle completamente la camisa.
En un momento de descuido, él la volteó en la hierba, dejándola estirada mirando al cielo, mientras le seguía besando. Con ambas manos le fue quitando la túnica, dejándola en el suelo, mientras ella empezaba a suspirar con fuerza. Los pezones de la bruja se clavaban en el torso de él como piedras, mientras que las manos de la chica se dirigían a la cintura del príncipe, donde con dificultad intentaba bajar los pantalones al chico. En el instante en el que él se apartó de ella para quitarse los pantalones, la bruja se lanzó encima de él, tirándolo de espaldas en la hierba, bebiendo de sus labios con su cuerpo desnudo, mientras que él solo atinaba a agarrarla por la cintura.
-Lloverá pronto… Nos vamos a mojar… -Dijo él con la voz quebrada de excitación.
Por toda respuesta, ella agarró sus manos, las llevó a sus nalgas y empezó de nuevo a besarle. Notaba la humedad de ella en su estómago, cerca de su pelvis, y notaba como sus nalgas rozaban el vello púbico que sobresalía del pantalón. Dejó las nalgas de la bruja y con sus manos empezó a quitarse los pantalones. Era tanta la excitación de ambos que cuando lo hizo, ella bajó intencionadamente para sentir el pene del príncipe tocar su piel más sensible, lo cual hizo que un fuerte escalofrío la recorriera. Apartándose, ella empezó a bajar por el cuerpo de él, besándole el torso, los pezones, el estómago, y con una mano, agarró el aparato del príncipe mientras lo miraba con una sonrisa.
-¿Vas a hacer algún encantamiento…? –Preguntó él con una sonrisa nerviosa.
-Vamos… como si necesitara hacer alguno…
Con los dedos, descubrió el glande, y primero le dio un beso en la punta, luego un segundo, y después empezó a metérselo en la boca. El príncipe echó la cabeza hacia atrás por el fuerte placer que ella le estaba dando. Poco a poco, ella iba haciendo entrar más el pene del chico en su boca, con cada subida y bajada que daba, hasta que él la hizo apartarse.
-¿Qué ocurre?
-Esto no es justo… -Dijo él con una sonrisa. –A esto pueden jugar dos…
-¿Qué vas a…?
Pero ella se quedó en silencio cuando él la estiró encima de la hierba, abrió las piernas y besó con pasión aquel botoncito que sobresalía. Ella respiró con fuerza al sentir su lengua y sus labios, pues el placer que de esos besos surgían empezaban a hacer que su vista se volviera borrosa. Agarró con las manos la cabeza del príncipe, pidiendo más, mientras que él movía frenéticamente la lengua por el clítoris de la chica, a la vez que uno de sus dedos empezaba a penetrarla con suavidad en la vagina. Tanto fue el placer que las piernas de ella se movieron solas, apresando al príncipe entre ellas mientras de su boca solo salían suspiros y gemidos.
-Dios… si sigues así…
-¿Si sigo así… que? –Dijo él separándose un momento del abrazo.
-No pares… No seas malvado, mi príncipe… -Ella llevó sus manos a la cara de él y le hizo acercarse. –Y si paras, que sea para algo mejor.
-Bien… Que sea para algo mejor, entonces…
Él la beso en los labios, y apretó su pelvis contra la de la chica. Ella, al notar toda la extensión del príncipe justo en su vagina, suspiró de nuevo con fuerza. Llevó una mano hasta el pene y, con delicadeza, lo colocó para que entrara en ella.
-Vamos, no me hagas esperar más…
-¿Estás segura…?
Por toda respuesta, abrazó el trasero de él con las piernas y lo atrajo hacia ella, con fuerza, haciendo que entrara completamente. Un tenue dolor le hizo soltar un pequeño grito, pero lo acalló besándole de nuevo. Justo cuando empezó a moverse, la lluvia empezó a caer encima de ellos.
-Al final si nos vamos a mojar… -Dijo él entre jadeos.
-Más mojada… de lo que estoy… no voy a estarlo… -Le contestó ella gimiendo.
El dolor había dado paso a un placer mayor al de los besos. Con cada embestida, ella pensaba que sería empujada por el ímpetu de él, y en parte quería que lo hiciera, porque cada vez que él entraba completamente, ella se sentía plena, completa… Y cada vez que él se alejaba se sentía vacía. Las gotas de lluvia caían en su cara, mientras que le mordía en el hombro. Las gotas de sudor del príncipe caían sobre ella, excitándola más aún, junto con la lluvia. Él se detuvo un momento para mirarla, pero ella solo sonrió y, abrazándole por el cuello, lo besó en los labios. Las manos de él acariciaban el cuerpo tembloroso de ella, hasta que la propia chica se acercó a su oído y, susurrando, le habló.
-Hazme tuya…
Y al terminar las dos palabras, mordió suavemente la oreja de su pareja.
Él se excitó tanto por las palabras y por la lengua de la bruja, que llevó sus manos a las esbeltas piernas de la chica, las tomó con decisión y las abrió completamente. Ante él estaba su amante, su mujer, su hembra, rebosando erotismo y lujuria. Y al mismo tiempo que ella se soltaba de su cuello, el príncipe empezó a bombearla con fuerza, haciendo que cada penetración sonara como un chapoteo en un lago, junto con los gemidos que salían de la garganta de la pelirroja. Sentía el calor, la presión que ejercía su vagina para que no saliera de su interior, la fuerza con que ella clavaba las uñas en su espalda. Los gemidos de ambos sonaban atenuados por la lluvia, que caía sin mucha fuerza, pero bastaba para empaparlos.
En cierto momento, cuando ya llevaban un rato, la bruja puso sus manos en el pecho del príncipe y le hizo parar.
-¿Qué ocurre? –Preguntó extrañado él.
-¿Quieres que hagamos algo un poco más… atrevido? –Preguntó ella con una sonrisa llena de lujuria.
El hombre le devolvió la sonrisa y la besó en los labios.
-¿Qué propones?
La mujer se apartó de él, sintiendo ese vacío al separarse de su amado, e hizo que se retirara un poco. Se levantó un poco y se giró, dándole la espalda a su príncipe, y mostrándole las nalgas. Él la miró con detenimiento hasta que ella se agachó y se puso a cuatro patas, lo miró desde esa posición y, sonriéndole, le dijo.
-La naturaleza nos creó, igual que a los animales… ¿Quieres que seamos un poco como las bestias? –Y al terminar de hablar, contoneó sus caderas, incitándole, como si estuviera moviendo una imaginaria cola.
Aquello hizo que el miembro del príncipe saltara, y acercándose a ella, poniéndose de rodillas y apuntando hacia la entrada de su vagina, acarició sus labios diciéndole.
-Así que… como las bestias… ¿Verdad?
-Mételo mi príncipe… Hazme tu hembra. –Dijo con un tono de voz muy lascivo la bruja.
Y de un solo golpe, el hombre volvió a penetrar a la mujer, haciendo que ella soltara un fuerte grito de pasión y placer. Ambos se sintieron plenos, completos, mientras el agua caía sobre sus cuerpos en un pequeño torrente de lluvia.
El orgasmo llegaba sin contemplaciones. Él sentía como iba a estallar, mientras que ella estaba próxima a volverse loca. El sudor y el agua caían sobre ella mientras que él se aferraba a los pechos de la bruja, pues sus cuerpos estaban totalmente resbaladizos.
Y el momento llegó. El príncipe soltó un fuerte gemido y empezó a descargar toda su simiente en el interior de la bruja, haciendo que ella también estallara en oleadas de placer imposibles de describir. Fundiéndose en un solo ser, ambos cayeron en la hierba mojada. Él, exhausto. Ella, todavía con estertores de placer.
El solo roce de la ropa del príncipe hacía que la bruja volviera a estallar de placer, pero cuando miró hacia su pareja, vio que la estaba tapando con sus prendas, sonriéndole dulcemente.
-Deberíamos irnos. –Dijo él. –O nos enfermaremos.
Ella lo miró, cayendo agua sobre su cuerpo desnudo, y un tímido rayo de luna hizo que viera su rostro fuerte pero bello, sonriendo. Algo hizo que ella sonriera. Algo que llevaba mucho tiempo esperando.
Lo besó en los labios, se abrazó a él y susurró.
-Por fin te he encontrado…