Princesa Nazaret (3 de 4)

Jorge, Álvaro y Nazaret deciden irse del parque y acudir a un acogedor local para beber algo. Pronto se convertirán en el centro de atención.

—¿Te gusta, cielo?

—Oh papá. ¡Es precioso! —reconoció entusiasmada Nazaret. Luego abrazó a su padre y le besó la mejilla.

—Lo llevaba tu madre siempre puesto.

Nazaret examinó el colgante plateado en forma de llave. Lo sujetaba con cuidado entre sus manos.

—Me encanta.

—Antes de morir, tu madre me dijo que te lo regalara y te explicara su significado. Es tuyo, cielo.

—¿De verdad? —contestó—. Pobre mamá. Cada vez que pienso en ella

—Siempre estará contigo, cielo. Eso nunca lo dudes.

Su padre la abrazó para consolarla.

—¿Y qué significado tiene?

Su padre se sentó frente a ella.

—Este colgante representa que ante los problemas que pueden surgir en la vida, siempre existe una solución asociada, una llave que puede sacarnos de la habitación oscura en la que un día entramos sin querer. Solo tenemos que buscarla con valor y tarde o temprano la encontraremos.

—¡Qué bonito, papá! —respondió conmovida Nazaret, que había escuchado a su padre atentamente.

—Tu madre era la persona más valiente que jamás he conocido; también la más guapa.  ¿Sabes? Tú te pareces mucho a ella. Vas a conseguir lo que te propongas. Nunca lo olvides, cariño.

—Nunca lo olvidaré. Muchas gracias, papá.

Volvieron a abrazarse. Luego Nazaret volvió a hablar.

—Me pondré este colgante en el cuello y nunca me lo quitaré. Como hizo mamá —dijo orgullosa.

Ese fue el primer día de la nueva vida de Nazaret.


Cuando Jorge accedió junto a la pareja al ‘Legends Beach Paradise’no pudo más que sentirse ridículo con aquella camiseta sudada y aquellos pantalones cortos. Dirigió la mirada a Álvaro y Nazaret y luego al resto de personas que ocupaban el lugar. Ninguna vestía como él. Se sentía como un maratoniano desorientado que se hubiese desviado torpemente del recorrido oficial en plena carrera. Luego observó detenidamente el recinto. Se trataba de un local realmente acogedor, y de cuyas paredes colgaban retratos de históricas ‘celebrities’ del cine como James Dean, Marilyn Monroe o Humphrey Bogart. El nombre del local no era baladí. El sitio tenía dos zonas claramente diferenciadas: la de juegos, con varios futbolines, billares y máquinas tragaperras, y la de más intimidad, con sus mesas y bancos de madera y su tenue iluminación.

Los tres se aproximaron a la barra. Tras ella, una gran televisión de plasma reproducía en esos momentos un videoclip de una conocida artista: tenía puesta una peluca lila, del mismo color que las uñas de sus manos, y vestía con camisa oscura de botones, corbata y una cortísima minifalda que dejaba al descubierto los elásticos de un liguero que sujetaba unas medias igual de sugestivas que sus zapatos de tacón. Secuencialmente la camisa se transformaba en un escandaloso corsé que resaltaba la firmeza de unos pechos generosos. Se movía con una sensualidad exquisita y refinada.

Jorge miró a su derecha y comprobó que todos los hombres que ocupaban sus respectivos taburetes delante de la barra tenían el cuello totalmente estirado y miraban hipnotizados el televisor. Nazaret, por su parte, lo observaba con la misma intensidad que quién mira un documental sobre ballenas. Estaba totalmente inmunizada. Jorge sonrió al tener la sensación de que Nazaret y la cantante poseían la misma naturaleza: ambas eras mujeres conscientes del poder innato que podían ejercer sobre los hombres. No dudaba que su hermana podría subyugar a cualquiera de los que estaban sentados a la barra babeando si se lo propusiese. Se sentía muy orgullosa de ella.

Volvió a mirar el televisor. La protagonista del videoclip giró sobre si misma y su minifalda se levantó lo suficiente para adivinar durante un momento su blanca e inmaculada ropa interior. Jorge volvió a observar a los hombres de los taburetes. Sus ojos hablaban por sí solos. Decidió ignorar a la cantante para estar más pendiente de su hermana.

—¿Ya has decidido lo que vas a tomar, princesa Nazaret? —le preguntó.

—¿Pues sí. Y tú?

—Supongo que querrás elegir por mí, como siempre.

Nazaret asintió altiva. Luego reunió a los dos chicos a su lado.

—Seguidme el juego —les susurró con una sonrisa inquietante, de sobras conocida por Jorge.

Acto seguido se les aproximó un hombre corpulento que tenía el pelo recogido en una coleta. Se trataba de Jim, el dueño del local. Un tipo muy conocido en el municipio.

—¿Qué será? —preguntó el hombre secamente.

—Una Coca-Cola, por favor —dijo Álvaro.

—Yo un zumo de naranja bien fresquito. Mi novio no tomará nada —dijo con naturalidad Nazaret señalando a su hermano.

Jorge se puso lívido.

—¿Cómo que tú novio? —dijo sorprendido Jim—. ¿No es este tu novio? —señaló a Álvaro, que tenía cogida a Nazaret cariñosamente por la cintura.

—No, señor —respondió Nazaret con naturalidad—. El chico que me abraza es mi amante. Mi novio es este otro. —Volvió a señalar con el dedo a Jorge—. Es que verá: mi novio tiene gustos un poco raritos. Pero no quiero aburrirle

—No, no me aburres —respondió con reflejos en dueño del local—. ¿Qué tipo de gustos? —Se mostró realmente interesado.

Era evidente que Nazaret estaba deseando contárselo.

—Pues verá: a mi novio le excita que salga por ahí con otros chicos. Le pone cachondo lucir unos buenos cuernos. Me lo ha pedido tantas veces, que al final he tenido que ceder. ¿Se lo puede creer, señor? —dijo la joven aguantándose la risa.

Jim no salía de su asombro. Los hombres de la barra que habían afinado el oído tampoco.

—¿Y por qué tu novio no va a tomarse nada? Os recuerdo que aquí se viene a consumir. No quiero gorrones que se aprovechen del aire acondicionado.

—No se preocupe —terció Álvaro—. Sí va a consumir; nos pagará las partidas de billar que juguemos juntitos su novia y yo.

—Se las pagaré. No hay problema —intervino Jorge sumiso.

Nazaret se tapó la boca con la mano y soltó disimiladamente una risita.

—De acuerdo —dijo Jim—. ¿Oye, no me estaréis tomando el pelo, no? No soportó que se rían de mí.

Nazaret volvió a actuar.

—Por supuesto, que no, señor. —La chica señaló la llave que colgaba de su cuello—. ¿No me diga que no sabe lo que significa?

Jim negó con la cabeza. Nazaret prosiguió:

—Esta es la llave de un aparato de castidad. Con ella controlo los orgasmos de mi novio. Me la regaló él mismo. ¿Se da cuenta, señor?

Álvaro no podía soportarlo más. Le empezó a doler el estomago aguantando estoico las composturas.

—¿Es eso cierto, chico? —interrogó Jim a Jorge.

—Sí, señor. Me ha tenido dos meses a dos velas. Hoy por fin me han liberado.

—Pero no te hagas muchas ilusiones —volvió a intervenir Nazaret, esta vez de manera autoritaria—. A la hora de cenar volverás a tener el candado puesto. Otros dos meses.

—Sí, cielo.

Jim al fin relajó el rostro y sonrió.

—Menudo peligro tienes, rubia —le dijo a Nazaret bromeando.

—No lo sabe usted bien —respondió la joven—. Estaremos en el billar que queda libre, señor. Espero que no le importe que mi novio nos lleve a mí y a mi amante las bebidas hasta allí —le soltó guiñándole un ojo.

Álvaro besó en la boca a Nazaret, le agarró suavemente por el trasero y ambos caminaron hacía la zona de juegos, disimulando cada vez menos sus risas. Tanto Jim como los hombres de la barra que prestaron atención a la surrealista conversación quedaron totalmente fascinados.


Mientras Jorge aguantaba los vasos, Álvaro y su hermana se divertían jugando al billar. También ambos habían inventando otro juego en el que participaban los tres: cuando uno de los dos chasqueaba los dedos, significaba que quería beber, con lo cual Jorge tenía que aproximarse presto y ofrecer el vaso a la persona en cuestión para volverlo a recoger y apartarse de nuevo. Cada vez que le devolvía el vaso después de haber dado un sorbo, Nazaret le cogía suavemente de la mejilla y le daba un beso que casi rozaba la comisura de sus labios. El pene de Jorge se puso tan tieso que podía verse sin problemas desde cualquier punto del local. Su pantalón corto y ceñido no ayudaba demasiado a disimularlo.

Pronto fue objeto de las miradas. Como el de un grupo de tres chicas jovencísimas sentadas a una mesa cercana que no paraba de reírse a pierna suelta cada vez que observaban su pantalón. Otros, más recatados, miraban el espectáculo de reojo y lo comentaban, en su mayoría risueños, con sus acompañantes. Jim no lo había podido evitar y había compartido con algunos clientes la conversación que había mantenido previamente con Nazaret y los dos chicos; era un estupendo relaciones públicas.

La otra gran atracción, sobre todo entre el público masculino, era sin duda Nazaret, con sus movimientos y poses sugestivos que empleaba cada vez que le tocaba el turno con el taco. Sus piernas eran todo un reclamo, además de sus sinuosas curvas y su exigua vestimenta. Jim la examinaba embelesado desde su posición.

Cuando apuraron sus bebidas y jugaron hasta aburrirse, le pidieron Jorge que se acercase a la barra y les pidiese lo mismo. Luego se sentaron a una mesa alejada. Cuando el hermano de Nazaret volvió con los refrigerios, advirtió que en el lugar que le habían reservado en la mesa había colocado un vaso con dos hielos medio derretidos.

—Después de lo obediente que has sido hemos decidido que puedes beber de los hielos que han sobrado de nuestras anteriores bebidas, más un regalito de la casa —susurró Nazaret burlona mirándole alegre desde su asiento.

Hubo un breve silencio.

—Gracias princesa Nazaret. Sois muy amables —atinó a responder humildemente su hermano.

Cuando Jorge dio un sorbo a su vaso, Álvaro y Nazaret se miraron y soltaron una sonora carcajada. Jorge advirtió que su contenido tenía un sabor extraño.

En mitad de un largo silencio, Álvaro extrajo un bolígrafo de uno de sus anchos bolsillos y empezó a garabatear en la cara de Jorge. Nazaret, cada vez más entusiasmada con el inesperado juego iniciado por su novio, cogió un bolígrafo rojo del interior del pantalón de Álvaro, y se unió a este. Jorge se dejaba hacer obediente y respetuoso.

Cuando la pareja se hartó de estar allí, se levantó. Jorge les siguió a la zaga.

—Paga —ordenó Nazaret ofreciéndole dos billetes de cinco—. Luego ve al baño y límpiate la cara. Nosotros esperaremos fuera.

Jorge asintió y se dirigió a la barra.

—Cóbreme todo lo que han bebido mi novia y su amante.

Jim le miró. No pudo evitar reírse.

—¿De verdad que te calienta todo esto? —dijo recordando la escandalosa erección que le había aparecido a Jorge mientras Nazaret y Álvaro jugaban al billar—. Que otro hombre agarre el culo de tu novia mientras le come la boca? —mencionó  babeando, visualizando su propia fantasía—. Oye, no te molesta que hable así de ella, ¿verdad? Es más… te gusta, ¿a que sí? Te pone cachondo.

—Me encanta, señor. —Jorge asintió resignado, interpretando su papel.

A Jim le complació escuchar la respuesta.

—Serán siete euros. He rebajado el precio por la paja que voy a hacerme cuando llegue a casa pensando en tu novia —musitó con sorna envalentonado—. No te importa, ¿no?

—No. Claro que no. —Jorge extrajo un billete de diez de su cartera y lo unió a uno de los que le había dado Nazaret. Luego lo posó sobre la madera—. Quédese con el resto. Mi novia dijo que fuese generosa con el cambio —mintió—. Este sitio le ha parecido encantador.

—Menudo bombón está hecha tu novia —dijo suspirando mientras recogía el dinero—. Dile a Nazaret que a partir de ahora las partidas de billar le saldrán gratis. —Le guiñó un ojo a Jorge.

—¿Nazaret? ¿Cómo sabe que…?

Jim le señaló la cara antes de acabar de hablar. Jorge comprendió.

—Será mejor que entre un momento al baño antes de salir a la calle.

—Será


Lo primero que buscó Jorge nada más entrar en los aseos fue un espejo. Al encontrarlo se examinó en él el rostro. Una frase sobresalía sobre sus mejillas y su frente y era fácilmente legible. Estaba escrita en azul y decía: “Para servir a Nazaret y Álvaro estoy”. Nazaret le había cubierto la cara con pequeños corazones rojos. “Qué tierna”, pensó. Se tuvo que lavar la cara con jabón unas cuantas veces. A pesar de que pudo eliminar casi al cien por cien la tinta de su piel, su rostro había quedado enrojecido.

Al salir, encontró  a Nazaret y Álvaro sentados en un banco. Tenían los dedos de las manos entrelazados.

—Álvaro y yo iremos a cenar por ahí. Tú irás a casa y cenarás una pizza —dijo la joven dirigiéndose a su hermano. Luego miró a su novio—. ¿Cuál es tú preferida, nene?  —le dijo justo después de besarle en la boca.

—La ‘barbacoa’ me vuelve loco, gatita —respondió cariñosamente Álvaro devolviéndole el beso más los intereses.

Nazaret volvió a mirar a su hermano.

—Pedirás una pizza barbacoa.

—Sí, princesa Nazaret. ¿Algo más? —preguntó obediente su hermano.

—Claro que sí —respondió la chica ágilmente—. Quiero que te des un baño con espuma antes de cenar. Y que me recibas como tú bien sabes.

—¿Tengo motivos para ponerme celoso? —Intervino guasón Álvaro—. ¿Qué significa eso de “recibirte como él ya sabe”?

—Esperarme arrodillado en mi habitación y nada más verme entrar correr hacia mí y besarme con devoción las zapatillas —dijo Nazaret soltando un risita.

—Eres toda una ‘Chica Bond’ —dijo Álvaro mordiendo suavemente el cuello de la joven.

Nazaret sonrió. Acto seguido jugó entre sus dientes con uno de los pendientes del chico.

—Sobras, Arty. Apártate de nuestra vista.

—Sí,  princesa Nazaret —atinó a decir el chico—. Adiós Álvaro. Pasadlo bien. Buenas noches.

—Adiós, tronco. Nos vemos otro día. Que vaya bien —respondió educadamente Álvaro mientras observaba cómo se alejaba. Luego se dirigió a Nazaret mientras acariciaba sus muslos—. No sabes lo mucho que me pone cuando tratas así a tu hermano.