Princesa (5)

Cada día más juntos, cada día más sometido

Semana 13.

Incomprensiblemente para mí, después del domingo vivido, el lunes en clase volví a ser invisible para mi diosa. La pelea con Danisa no había sido tal, o al menos no lo parecía, pues estuvieron juntas desde primera hora. Sí percibí cierto distanciamiento en la actitud de Lucía, pero era prácticamente imperceptible.

La que sí estuvo solícita conmigo fue Madame Troll, demasiado, tanto que temí que descubriera el pastel en medio de clase. De haberlo hecho, yo hubiera pagado las consecuencias, sin duda.

Ningún mensaje el lunes, ningún mensaje el martes, así que las primeras palabras que crucé con ella fueron en su habitación dentro de nuestro horario perfectamente regulado.

Estaba desnudo, arrodillado, con el collar puesto, atento a cualquier movimiento de mi diosa. Me acarició como solía, midiéndome la bolsa escrotal, soltando una mueca de disgusto y chasqueando la lengua.

-El domingo fuiste incapaz de obedecer mi orden, perrito. Te corriste. Así que debo castigarte. -Sacó el vibrador del cajón y me lo mostró amenazante. -Pero no seré lo dura que debería ser contigo porque entiendo que te pedí algo difícil de cumplir, teniendo en cuenta lo excitado que estabas y que mi cuerpo era el que sentías. Además, pudiste haberme penetrado, pero fuiste lo suficientemente obediente para no empujar tu pollita dentro de mí. -Hizo una pausa para acariciar mi barbilla, cariñosa, con aquella media sonrisa que tan bien le conocía, la que presagiaba tormenta. -Así que no te follaré con mi amiguito… -respiré -aun.

Me cruzó la cara de una bofetada y se levantó agarrándome del cabello.

-Pero que sea esta la última vez que me desobedeces o no tendré misericordia. Te he permitido acariciarme, besarme, lamerme, incluso hacer el amor… Algo que no volverá a repetirse hasta que me demuestres que eres un buen perro.

Tiró de mi cabeza hacia el suelo hasta que mis labios tocaron sus pies. Ni me planteé lo que debía hacer, lo tenía clarísimo, así que saqué la lengua y lamí entregado. Y entonces lo hizo. Un gemido de sorpresa surgió de mi garganta cuando noté la primera nalgada. La segunda picó. A partir de la tercera comenzó el escozor que fue aumentando a medida que los golpes se iban sumando. Me desconté, pero al menos recibí veinte en cada nalga.

Cuando se dio por satisfecha, abrió las piernas, me garró de nuevo del cabello y me obligó a levantar la cabeza. Debajo de la corta falda no llevaba bragas. Cómemelo, perro. Estaba empapada, tanto que se corrió en un par de minutos.

Los azotes se convirtieron en un nuevo compañero de juegos. El jueves me hizo contarlos. 80. Cuarenta en cada nalga. Me ardían. Como tratamiento de cura, me masturbaba con una mano en mi pene y la otra apretándome los testículos. Así se te llenarán antes, me decía sonriente cada vez que paraba el orgasmo. No paramos menos de cinco. Y entre cada uno, el salvaje apretón a mis gónadas hasta que chillaba como una niña, palabras textuales de mi diosa.

Aun tuvo tiempo para otra maldad, aquel jueves.

-¿Cuándo te duchas, por la mañana o por la noche?

-Por la mañana, Princesa.

-Como no volveremos a vernos hasta el martes, me mandarás un vídeo en la ducha masturbándote. Cada día. Debe durar cinco minutos, a ver cuántos millones de frikis puedes fabricar cada mañana. Cuánto antes tengas los huevos del tamaño que a mí me gusta, antes podrás usarlos.

Semana 14.

Cumplí como no podía ser de otro modo con mis obligaciones matinales. Colocaba el móvil en la repisa de la bañera y me masturbaba hasta detener el orgasmo. Dos o tres cada vez. Con los consiguientes pinchazos en mis testículos y escroto, debidos al puñetero confinamiento de mi masculinidad.

El vídeo del lunes ya había sido más del gusto de mi diosa. Me había parado cinco. Pero el martes estuve a milésimas de segundo de mandar al traste el juego. Tuve que pellizcarme los genitales para evitar correrme cuando, desesperado, lo daba todo por perdido.

-Aunque no lo creas, estoy contenta contigo, perrito. Te has equivocado pero tu entrega y obediencia son encomiables. ¿Has visto qué palabras uso ya? -Rio. -Eso es influencia tuya, seguro. Así que he decidido irte premiando cada día un poquito. Si tú cumples, yo cumplo.

Así me recibió el martes. No sabía exactamente a qué se refería, pero tenía claro que debía estar alerta pues sus ideas siempre eran perversas. Debería haberle recordado, además, que me había prometido permitirme usar el vibrador con ella si aprobaba todas las materias y, no solamente no había sucedido, sino que constantemente me amenazaba con “su amiguito”.

Sobra decir que los azotes continuaron, a los que me fui acostumbrando a medida que se multiplicaban, pero apareció otra nueva maldad. Algo tan mundano como las pinzas de tender la ropa.

Inocente de mí, fui incapaz de prever por donde irían los tiros cuando me las mostró. Viejas, de madera. Habíamos seguido el protocolo acostumbrado. Arrodillado, desnudo, con el collar al cuello, ella con la bebida que yo le había preparado en la mano, me había estudiado a conciencia, me había azotado, pero se detuvo en la cincuentena. Lo agradecí.

Me ordenó levantar el torso, pues me azotaba a cuatro patas, como un perrito. Sentada delante de mí, quedábamos prácticamente a la misma altura, pues me obligaba a arrodillarme estirado con las piernas semi abiertas para que su mano pudiera moverse cómoda entre ellas.

Grité. Como una niña, según mi diosa, cuando la pinza aprisionó mi pezón derecho.

Sus manos rodearon mi cara, sus labios se acercaron a los míos y me calmó. Aguanta perrito, aguanta.

Respiré hondo, tratando de no pensar en el dolor, de relajar la zona, cuando el segundo pezón también fue profanado. ¡Madre de Dios! Me caían lágrimas que los dedos de Lucía recogían pues había vuelto a sostenerme la cara.

Y entonces cumplió su promesa.

Me besó. Un beso suave, tierno, en que sus labios se adaptaron a los míos durante unos segundos. No cesó el dolor, pero sí mi sufrimiento.

Repitió el beso, más largo esta vez, pero sin abrir la boca. Eran piquitos que me mantenían calmado mientras mis pezones ardían. Hasta que me las quitó.

Aullé de dolor cuando retiró las pinzas. ¿Cómo puede ser más dolorosa la retirada que el pinzamiento? Entonces me abrazó, acariciándome la espalda. Yo, en cambio, no moví un músculo, pues no tenía permitido retirar mis brazos de ésta. Pero fui feliz sintiéndola a mi alrededor, acunándome.

El jueves tenía médico, así que me ordenó acompañarla a casa al salir del colegio, lo que significaba caminar a 10 metros de distancia para que nadie se diera cuenta. Hasta que entró en su portal donde me esperaba con la puerta abierta.

-Bájate los pantalones. -Miré en derredor, pero no discutí la orden. Lucía ya estaba llamando al ascensor, así que me apresuré. -Hasta los tobillos, perrito -ordenó.

Así que entré en el ascensor imitando a un pingüino, ayudado por la mano de mi diosa que tiraba de mi pene como si fuera un asa. Me sobó con ganas, muy cerca de mí, casi abrazados mientras me susurraba lo caliente que estaba, lo cachonda que la ponía sobarme la pollita enjaulada.

Crucé el rellano y el recibidor hasta la cocina de esta guisa. Ridículo. Feliz.

-Prepara la comida, perrito, que hoy haremos algo muy agradable. ¡Desnudo! -clamó mientras se sentaba en una de las sillas de la cocina a chatear.

En cuanto recogí la mesa y metí los platos en el lavavajillas, me ordenó llenarle la bañera pues necesitaba ir limpia y relajada al médico. Ni pregunté ni me dijo de qué trataba la visita, tampoco en qué hospital o centro tenía hora concertada, pero su salud parecía de hierro.

Mientras se acababa de llenar la tina me permitió que le quitara la ropa, pieza a pieza, con la lentitud y gozo que me caracterizaba, hasta que se metió en el cálido baño. Me tendió la esponja natural para que repasara cada poro de su piel. Tumbada boca arriba, acaricié su cuello, sus pechos, su abdomen, sus piernas, mientras mi diosa suspiraba relajada. Hice una segunda batida y una tercera, hasta que decidió incorporarse para que también enjabonara su espalda.

-Ves a por las pinzas, perrito. Las he dejado preparadas sobre la mesa de mi escritorio.

Me sequé las manos para no mojar el suelo mientras gateaba para cumplir la orden y volví al lado de mi diosa con las dos piezas de madera en la boca. Las tomó y me pinzó ambos pezones, no sin olvidarse de palparme testículos y pene, y de besarme en los labios.

-Aguanta perrito mientras me relajo un poco más -ordenó tumbándose de nuevo en la bañera.

Ya en casa busqué información online sobre el uso de pinzas, sus daños potenciales y el modo de minimizar el dolor. Lo único que saqué en claro es que más de diez minutos de pinzamiento se consideraban excesivos pues es demasiado tiempo con el riego sanguíneo cortado. Modos de mitigar el dolor, ninguno, sobre todo si quien te ponía las pinzas conocía mejor su manejo que uno mismo.

Pero no acabó ahí aquella semana. El viernes me ordenó acompañarla de nuevo a su casa, manteniendo la distancia, lo que me permitía ver el vaivén del cuerpo más bonito del mundo enfundado en un vestido muy ceñido de color marrón. Lucía era la perfección personificada.

Volví a entrar en su casa como un pingüino, pero esta vez no me exigió cocinar por lo que no puede comer con ella como el día anterior. Había quedado con Danisa para ir de compras, ya picaremos algo por ahí.

Arrodillado y desnudo vi como mi diosa tomaba las pinzas y me las ponía. El dolor era punzante pero ya me estaba acostumbrando, así que lo soportaba mejor. Igual que los azotes que comenzaron a llegar sin prisa pero sin pausa, rítmicamente, mientras Lucía me explicaba que el puto Cacao, así apodábamos al profesor de inglés por ser afroamericano, la había sacado de sus casillas en clase. ¿Qué se ha creído el muy hijo de puta?

Mr Persons había preguntado la diferencia entre warn y advice para explicar qué eran los falsos amigos lingüísticos. Para ello, había interpelado directamente a Lucía. Ms Roca, would you mind to explain the meaning of those words and their translation to Spanish to all the class, please? Obviamente, ella se equivocó, cayendo en el error típico de cualquier castellanohablante, traduciendo advice por avisar en vez de warn , así que se sintió humillada en clase. El profesor, además, dio toda la explicación sin quitarle el ojo de encima, como si solamente ella no conociera la respuesta, lo que aun la sulfuró más. Tanto que no había acabado la clase de inglés y ya me entraba su mensaje: hoy me acompañarás a casa perrito.

Así que allí me encontraba, siendo usado como saco de boxeo para que mi diosa se relajara. Cien azotes sin quitarme las pinzas. Cuando lo hizo, vi las estrellas, pero recibí el mismo tratamiento que cada vez. Besos y besos y más besos, lo que compensaba con creces todo el sufrimiento recibido.

-Vístete perrito, ya estoy mejor. Si no hubiera quedado con Danisa te permitiría comerme el coño, pero se me hace tarde. -Agarrándome del pene enclaustrado. -Cuida de mi pollita que los quiero bien llenos. -Y me besó como despedida.


-¿A qué coño esperas?

La orden había llegado a las 5.45 de la madrugada del sábado. Yo la había leído a los seis minutos, después de que la llamada de mi diosa me despertara. Dime tu dirección exacta que te recojo con el coche. ¿Ahora? No me hagas esperar.

A las 6 en punto, subía a un Volkswagen Golf blanco conducido por mi diosa sin haberme vestido, pues así lo había ordenado. Camiseta, pantalón corto de pijama y zapatillas. Ella, en cambio, estaba radiante con una mini camiseta brillante de tirantes y una falda corta negra muy ajustada.

-¿Dónde hay un parque por aquí o un descampado?

La guie hasta el Parque de los Almendros, a medio kilómetro de mi casa, donde estacionó el coche alejado de una farola. Pasó al asiento trasero, yo también, y abriéndose la falda me ordenó que se lo comiera. No llevaba bragas. Tardé un segundo en procesar la información, razón que provocó el grito de mi diosa.

Me zambullí. Tiró de mis brazos para que los levantara y llegara a sus pechos, que se había descubierto para que los amasara. Tampoco llevaba sujetador.

-Un mulato me acaba de follar, perrito. En este mismo asiento -gemía desbocada.

El pinchazo en mi estómago fue profundo, así como la sensación de asco al pensar que podía estar lamiendo semen, lo que me provocó una arcada. La respuesta de Lucía fue tranquilizarme, me ha follado con condón, perrito, pero la segunda parte de la fase me causó un escalofrío.

-Pero eso a ti no debe importarte. Si te ordeno que me limpies el coño de semen de otro lo haces y punto, perrito. -Esa frase la llevó el primer orgasmo.

Tiró de mi cabello para que nuestras bocas se acercaran. Me besó. ¿Me quieres perrito? Mucho Princesa. Pues trátame bien, perrito, empujando mi cabeza de nuevo hacia su entrepierna.

-Ayer me dejaste tan caliente que llevo planeándolo todo el día. Me dejaré follar por cualquiera para que mi perrito me limpie -explicaba mientras mi lengua no se detenía. Sus manos apretaron las mías para que aumentara la presión en sus pechos. -Le he dejado que me sobara las tetas tanto como ha querido, que me las comiera, hasta que me ha follado.

No tardó en explotar de nuevo, arrancándome otra vez de su entrepierna para llevarme a sus senos que comí famélico. Límpiamelos, perrito, quítame la saliva del mulato, gemía desbocada. Hasta que me besó. Con la boca abierta, buscando mi lengua, ofreciéndome la suya. Lasciva, caliente.

Sus manos soltaron mi cuello para acariciarme el torso hasta llegar a mis pezones, que pellizcó con saña. Grité en su boca. Mi diosa aumentó la intensidad del beso. Profundo. También los pellizcos. Hirientes.

-¡Cómo me pones, perrito! Vuelve a mis tetas -ordenó cortando la unión de nuestras lenguas.

Soltó mis pezones para agarrarme del pelo con la mano izquierda. Tiró de éste a los pocos segundos de estar lamiéndole los pezones para que la mirara. ¿Qué soy para ti, perrito? Mi Princesa. Me abofeteó. Repítelo. Lo hice. Me abofeteo de nuevo. Y otra vez, y otra. Hasta que encendida, tiró de mi cabeza para incrustarme entre sus piernas de nuevo lo que le provocó el orgasmo más largo e intenso que le había sentido nunca.

Me apartó desviándome hacia sus piernas que recorrí entregado mientras mi diosa se relajaba, hasta que me ordenó acercarme a ella. Ascendí hasta acoplarnos abrazados. Sorprendentemente, abrió las piernas permitiéndome encajarme entre ellas. Me miraba vidriosa, aún caliente, acercando sus labios para besarnos. Bajó la mano para asir mi pene y llevarlo hasta la entrada de su feminidad. Todo mi cuerpo temblaba, de los pies a la cabeza, mientras nuestras lenguas se unían en un baile tan grotesco como excitante.

-Quieto aquí, perrito -ordenó deteniendo el coito cuando mi pene sintió sus labios mayores. -¿Quieres follarme?

-Sí, mi Princesa -me sinceré.

Su mano izquierda me tenía agarrado del cabello aun, lo que le permitió alejar mi cara de la suya lo suficiente para que su mano derecha me abofeteara. Estaba tan excitado que ni siquiera me di cuenta del movimiento de su mano hasta que noté la agresión.

-¿Y piensas follarme con esa pollita enjaulada?

Líbérame rogué en mi cabeza, por favor, para que pueda ser tu amante, sentirte plenamente, ser un solo cuerpo. Pero no necesité verbalizarlo. Mis ojos hablaban por mí.

Bajó la mano y agarró mis testículos con fuerza.

-Aún no están lo bastante llenos, perrito. Pero permitiré que tu glande noté el calor de tu Princesa -sentenció moviendo sus caderas arriba y abajo suavemente para que pudiera recorrer sus labios. -Cuando estén bien llenos, lo harás. Follarme. Aunque realmente seré yo la que te follaré a ti.

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