Princesa (3)

Obedecer a mi Princesa es lo mejor que me ha pasado nunca... ¿también lo pero?

Semana 11.

El lunes solamente vi a mi diosa a distancia. Camiseta corporativa verde eléctrico con el logo de la escuela en el pecho y pantalón negro ceñido, pues las chicas llevaban culotte. Los chicos llevábamos un pantalón más amplio, tipo futbolista. La admiré saltar el potro, colgarse de las anillas, flexionar para sentadilla, correr dos kilómetros.

Yo también tuve que hacerlo, claro, pero dudo que me admirara. Es más, puede que ni me mirara.

Sorprendentemente mejoré notablemente en las pruebas físicas respecto a la evaluación anterior, parece que mis esfuerzos en el gimnasio daban sus frutos, tanto que dejé a mis compañeros JaJa muy atrás en las calificaciones. La prueba teórica, obviamente estaba chupada.

El resto de la semana teníamos fiesta y solamente debíamos ir al colegio a revisiones de exámenes y tutorías. Así que no sabía si Lucía quería seguir con las clases. Además, estábamos pendientes de sus progresos y yo temblaba cada vez que pensaba en las posibles consecuencias de éstos, en caso de que no fueran satisfactorios, algo muy probable.

-¿Me necesitas hoy Princesa? -le escribí a mediodía.

Recibí la respuesta a las 5:45 exactamente: ¿En algún momento he dicho lo contrario?

¡Dios! Vístete rápido y sal como alma a la que persigue el Diablo. Pero igual como había hecho en clase el día anterior, rebajé mi crono, lo que me permitió pulsar el interfono a las 5:59 exactamente.

Cinco minutos después me encontraba arrodillado en el suelo, postrado ante mi diosa, vestido solamente con el collar de perro y la correa, mientras ella me examinaba con la meticulosidad acostumbrada.

Ya conocíamos un par de notas, positivas ambas, pero el vibrador se mantenía vigoroso ante mis ojos. Se me erizaba la piel cada vez que lo miraba, pero mi pene se mantenía erecto y firme a pesar del imprevisto futuro.

-Mañana sabremos las notas de Filo e Inglés -recordó -así que puede que ya deba usar a mi amigo secreto contigo. No creo que Madame Troll tenga mañana la nota. La muy bruja exigiendo eficiencia y responsabilidad y siempre es la última. Pero sabes tan bien como yo que no me aprobará Francés ni aunque le coma el coño… -calló de golpe. Me miró sonriente para añadir. -Aunque ya sé quién podría comérselo… ¿Harías eso por mí, perrito?

-Haré lo que quieras, mi Princesa.

Su sonrisa de satisfacción se amplió tanto como sus perfectas mejillas permitían, se me acercó, me acarició el cabello igual como un amo a su fox terrier, su mano recorrió el contorno de mi cara, bajó por mi cuello recorriendo mi pecho y estómago hasta asir mi erecto mástil para, tirando de él, obligarme a incorporarme de modo que mis nalgas dejaran de descansar sobre mis tobillos.

Deslizó la mano abajo y arriba con mucha suavidad, mirándome fijamente, mientras mi cuerpo se convulsionaba ante la placentera caricia.

-Estoy muy contenta contigo, perrito. Eres más útil de lo que esperaba. Pero pobre de ti si me desobedeces -remarcó cuando gotas de líquido preseminal asomaron por la punta de mi glande. Habían bastado dos sacudidas lentas y suaves para que mis compuertas estuvieran a punto de ceder. Afortunadamente, retiró la mano justo a tiempo, mientras un profundo suspiro surgía de mi garganta.

Sin perder la sonrisa de satisfacción, tomó mis testículos con la misma mano que había recorrido mi pene, sopesándolos, acariciándolos dedo a dedo hasta que decidió agarrarlos con fuerza.

-Son míos -aumentando la presión -y sólo yo decido cuando pueden liberarse. -El pinchazo recorría mi columna vertebral desde el escroto hasta el occipital. No por ello disminuyó la presión, al contrario. Hasta que no emití un quejido lo suficientemente alto, no me soltó. -¿Me obedecerás en cualquier cosa que te pida, perrito?

-Sí, mi Princesa.

-Acompáñame -ordenó tirando de la correa para que la siguiera a lo largo del largo pasillo hasta la cocina sin permitirme levantarme del suelo. Allí preparé su refresco mientras ella se sentaba a chatear con alguien. Supe que era Danisa a los pocos minutos. Mientras le lamía los pies, Lucía grabó un audio para su amiga: No sé tía, estuvo bien el sábado, pero eso me parece ir demasiado lejos. Como muy serio, ¿sabes? Y si luego allí nos agobiamos, ¿qué?

Había ido bien el sábado, tanto que parecía que quedaban de nuevo. El nudo en mi estómago aumentó, mientras notaba mis ojos humedecerse. Pero no permití que mi diosa lo notara. ¿Qué esperaba? ¿Qué solamente me mirara a mí? Claro que deseaba eso. Pero mi mejor cualidad siempre ha sido mi cerebro y, racionalmente, era obvio que una chica como Lucía podía tener a quien quisiera, cuando quisiera y como quisiera.

No entendí bien al audio de Danisa ya que lo escuchó muy pegado a su oreja, pero estaba claro que lo suyo con el otro chico le había ido mejor que a Lucía con el suyo. O eso quise entender. Sobre todo, cuando ésta última respondió: Me lo pienso, pero no te prometo nada.

-¿Qué haces en Semana Santa, perrito?

-Lo que tú quieras, Princesa.

-Eso ya lo sé -exclamó riéndose. -Sube por mis piernas perrito que hoy te permito satisfacerme.

Cuando el miércoles llegué al colegio y me dirigí al tablón de anuncios donde los profes colgaban las notas temblaba. Inglés: 6,6. Respiré. Giré la vista hacia Filosofía mientras la espina dorsal se me encogía. 5,2. ¡5,2! ¡Joder! Tres compañeras de clase me miraron con envidia, ¿otro diez?, no, no. Ni siquiera había mirado mis notas.

Me dirigí al despacho de lengua francesa para ver si Madame Troll había colgado sus notas allí, pero como era previsible aun no estaban expuestas. Siempre era la última. Me había quitado un peso de encima, pero Castellano era el otro hueso duro de roer, además de Matemáticas, aunque esta me preocupaba menos.

Esperé a mi diosa para comunicarle las buenas noticias personalmente, pues no había leído mi whastapp. Tardó más de hora y media en aparecer, elegantemente vestida con una falda violera hasta medio muslo y una camiseta ceñida beige, acompañada de su inseparable Danisa y de Claudio y Bernie, dos de los machotes de la clase. Le sonreí el escaso milisegundo que me dedicó, tratando de confirmarle las buenas nuevas, pero no se dio por aludida.

Ya me iba, cabizbajo, cuando el agudo pitido de mi móvil me avisó de la entrada de un mensaje. Espérame en el lavabo de chicas del gimnasio, en el último cubículo. Arrodillado.

Tardé menos de un minuto en llegar. El problema fue lograr que estuviera vacío para que ninguna chica me viera entrar y me tomara por un pervertido. En cuanto vi vía libre, me colé dentro del último aseo, cerré con pestillo y me arrodillé en el suelo a esperar a mi diosa.

Durante más de media hora oí voces, pasos, algún intento de abrir la puerta, pero ni rastro de Lucía. Hasta que dos suaves toques en la puerta fueron acompañados de ábreme, perrito.

Obedecí y le hice sitio para que pudiera estar de pie a mi lado, pero el espacio era muy justo e incómodo. Mírame fue la única palabra que me dirigió antes de cruzarme la cara de una bofetada. No entiendo qué he hecho mal, pensé, pero no lo verbalicé. Apoyó el pie sobre la tapa y con la mirada tuve suficiente con saber qué quería. Mi lengua lo recorrió entero, evitando mirar directamente a su entrepierna que se exponía orgullosa.

Cuando acabé con el izquierdo, me susurró: Que sea la última vez que intentas dirigirte a mí en el colegio. Hasta mañana.

Aun dolorido por la bofetada pasé la tarde y la noche, para levantarme pronto y salir corriendo hacia el colegio para ver más notas. Lucía también había aprobado Matemáticas y Economía, otro 5 raspado. No había más notas colgadas así que hoy sí busqué mi nombre en los listados y confirmé mis excelentes.

Tanto Lucía como Madame Troll podían estar satisfechas. Ya solamente podía suspender dos materias cuando en el primer trimestre le habían quedado seis. Así que algo de mérito debía tener yo. Pero la apuesta de mi diosa había sido muy alta, aprobarlas todas. Claro, porque el riesgo físico lo asumía yo.

Cuando aquella tarde llegué a su casa estaba radiante. Me esperaba en ropa interior. Abrí los ojos como platos mientras cantidades ingentes de saliva quería desbordar los bordes de mis labios. Mi pene, además, cabeceaba desesperado. ¿Estaba en ropa interior por mí? Sí y no. Sí, porque quería enseñarme “trapitos”, así los definió, para que le confirmara lo bien que le quedaban. No, porque no era yo el afortunado que iba a degustarlos.

-Al final he aceptado la propuesta de Danisa. Bueno, de Christian, su novio, para irnos esta Semana Santa a un apartamento que tienen sus padres en la Costa Brava. No te pienses que me hace mucha gracia. Rubén está bueno y folla bien, pero aguantarlo una semana entera…

Fui incapaz de decir nada más durante la hora siguiente. Solamente asentí como un autómata pues el puñal clavado entre mis costillas me impedía reaccionar. Estás tonto hoy, fue la única caricia que surgió de mi diosa poco antes de echarme de su casa.

No me apeteció levantarme el viernes. Había pasado muy mala noche y estaba hecho polvo. Había llorado, maldecido. Incluso grité de rabia cuando logré levantarme de la cama y confirmé que estaba solo. Recibí un mensaje de Jaime pasadas las 10. ¿Dónde estás tío?

Era habitual que el trío de amigos nos tomáramos una cerveza a media mañana del viernes cuando ya sabíamos todas las notas, debiendo pagarlas el que las había sacado peores. Es decir, el que sólo había sacado cinco o seis excelentes.

Respondí que me había dormido y que ya iba, preguntando si ya estaban todas las notas colgadas. Sí, tío. Por cierto, tu amiga tiene problemas. ¿Problemas? Llamé a mi amigo para que se explicara.

-Oye tío, ¿qué amiga? -pregunté, aunque sabía perfectamente a quien se refería pues era el mote que le habían puesto para burlarse de mí cada vez que nos la cruzábamos después de que les confirmara que no había habido entente con ella para ser su profesor de repaso.

-Tu amiga del alma, capullo. -Rio -Tiene un NC (no calificado) en Francés. O sea que Madame Troll la pilló copiando. Pobrecita…

Pero yo ya no le escuchaba. Salí de casa a todo tren sin comprender cómo había podido suceder. No advertí nada extraño durante el examen. Además, copiar con Madame Troll es harto complicado, porque hay cuatro versiones de examen por aula y porque la vieja tiene más ojos que una mosca.

Al llegar al cole confirmé con auténtico júbilo que Lucía había aprobado Castellano, con otro 5 raspado, pero eso qué más daba. Así que la piedra en el zapato era la lengua de Beaudelaire y su guardiana. Como perdiera mi apuesta por la puta vieja… Aunque analizado deportivamente, habíamos participado y habíamos llegado a la final a pesar de partir en franca desventaja. Era un buen resultado. ¿Desde cuándo me interesa el deporte?

Tecleé un mensaje en el móvil para Lucía, pero no me atreví a enviarlo. La felicitaba por Lengua, pero la avisaba del marrón que teníamos en Francés. Estaba histérico. Más aun viendo que mi diosa no aparecía. Así que decidí acompañar a mis amigos a la celebración acostumbrada. Más obligado si cabe pues yo pagaba la ronda. Tenía dos notables. Ellos ninguno, aunque ambos habían aprobado Educación Física con un suficiente.

Íbamos por la segunda cerveza cuando sonó mi móvil. ¡Lucía, por fin! Contesté levantándome para que mis amigos no me oyeran responder.

-¿Dónde coño estás? Te he mandado seis mensajes. -Balbuceé, temblando, incapaz de dar una respuesta coherente, mis cuerdas vocales no obedecían a mi cerebro. -Necesito que vengas inmediatamente al despacho de Francés, Madame Troll nos está esperando.

No tuve tiempo de preguntar porqué tenía que ir, qué debía decir, qué estaba pasando…

-Tengo que largarme, tíos. Un imprevisto.

Salí tan veloz que no me acordé de pagar las cervezas. No me di cuenta hasta un par de horas más tarde.

Acompañada de su inseparable Danisa, Lucía me vio llegar a la carrera. Venga friki, Madame Troll nos espera en su despacho. Mi diosa estaba seria y nerviosa, su amiga me miraba con una media sonrisa que fui incapaz de interpretar.

Madame Trippier nos recibió fría como un iceberg, mirándonos incrédula por encima de las gafas de pasta marrón en forma de media circunferencia invertida.

-Dice la Señorita Roca que gracias a usted ha logrado avanzar en la materia lo suficiente como para aprobar el examen -arrancó arrastrando las erres y obviando las eses finales como solía. Miré a Lucía de reojo, había aprobado, pero no permití que la sonrisa asomara en mi semblante. -El problema, señor López, es que no me lo creo, así que me gustaría que usted confirmara su versión además de darme una buena explicación. Estará de acuerdo conmigo que pasar de un 1,2 a un 5,8 en tres meses es extraordinario.

-Lucía ha hecho un gran esfuerzo estas semanas -argumenté -estudiando a diario de su asignatura, principalmente, pues era a la que dio más importancia -Madame Troll pareció sonreír -además de aterrarla pues no tiene facilidad para las lenguas y debe emplearse más a fondo. Desde enero, diseñamos un plan de estudio conjunto para repasar todas las asignaturas invirtiendo una o dos horas diarias y parece que la dedicación ha dado sus frutos porque ha mejorado en todas las asignaturas.

-Ya lo creo. En la reunión de claustro de ayer tarde estábamos todos muy sorprendidos con sus progresos -dirigiendo la mirada a Lucía. Girándose hacia mí, -así que usted es el artífice de tamaña proeza. Le felicito, no solamente es usted un alumno brillante. Además, es un excelente compañero.

-Gracias, ella también ha puesto de su parte…

-Señorita Roca, -me cortó -espero que aproveche la oportunidad que se le presenta. Con esta actitud y la inestimable ayuda de su compañero puede aprobar el curso. También la selectividad y entrar en alguna universidad. No lo estropee ahora.

Salimos del despacho de madame Troll calmados, educadamente, Lucía delante, aunque tenía ganas de ponerme a saltar y chillar de júbilo, además de abrazar a mi diosa y celebrarlo juntos. Pero al asomarnos al pasillo, fue Danisa la que recibió el efusivo achuchón acompañado de gritos agudos de felicidad. Yo me quedé a un metro de distancia viendo como se movían lateralmente como si bailaran una lenta.

-Ven esta tarde a casa, perrito. Tengo un regalo para ti.

Me sudaban las manos cuando llamé al timbre. Había imaginado la escena en múltiples guiones. En todos ellos, mi diosa me abrazaba, me amaba, me decía cuán agradecida estaba y cuánto me quería, además de confirmarme que no marcharía en Semana Santa pues yo era más importante para ella.

Por ahí podían ir los tiros cuando llegué a su habitación pues me esperaba sentada en su trono violeta con una sonrisa de satisfacción más efusiva de lo habitual. El vibrador había desaparecido, y con él la amenaza sobre mi cuerpo, aunque el acuerdo era que yo podría utilizarlo en el suyo.

Me desnudé rápido como cada vez, arrodillándome a sus pies, esperando que me colocara el collar. Cuando me sentí pleno, arrancó:

-Me has hecho muy feliz estas semanas perrito. Acerté eligiéndote como profe de repaso y creo que también he acertado permitiéndote ser mi perro. Me gusta tenerte cerca y saber que estás disponible para mis caprichos y necesidades.

Mi orgullo se iba hinchando, así como mi hombría.

Abrió el cajón de su mesita y sacó el vibrador para confirmarme que de momento lo guardaba allí, pues no necesitaba usarlo conmigo.

-Te prometí que podrías darme placer con él y lo harás, pero todo a su tiempo. Ahora tengo otra cosa para ti, perrito, que te hará muy feliz porque a mí me hace feliz. ¿Quieres hacerme feliz, perrito?

-Siempre, mi Princesa.

Asintió satisfecha y se acercó arrastrando la silla. Me tomó del pene para incorporarme y me acarició lentamente masturbándome mientras medía mis testículos con la mano izquierda. ¿Estás lleno perrito? Asentí, resoplando pues no iba a aguantar ni diez segundos el tratamiento sin explotar. Así que me avisó cuando las primeras gotas de líquido preseminal asomaron en mi glande.

-Ni se te ocurra correrte, perrito. No tendrás tu premio, si no cumples.

Respiraba con auténtica dificultad pues sentía que el final era inevitable, pero no podía fallar. Para, grité. Soltó mi pene sin dejar de sostener mi bolsa escrotal, sonriendo satisfecha, para afirmar: qué llenos tienes los huevos después de cinco semanas sin descargar. ¿Quieres correrte, perrito? Preguntó reanudando la lenta masturbación.

-Sólo si tu quieres, Princesa -pude decir sincopadamente.

Volvió a detenerse cuando la avisé. Notaba toda la concentración de mi masculinidad ascendiendo por el tronco. Me temblaban las piernas, incapaz de saber dónde estaba el límite, cuál era el punto de no retorno, preocupado por no poder controlarlo. Su mano izquierda presionó mis testículos con fuerza, hasta que un quejido de dolor la detuvo.

Me dejó respirar unos segundos antes de reanudar la masturbación. ¡Dios, estoy apunto! Me corro, pensé, pero no llegué a verbalizarlo. Se había detenido de nuevo. ¡Buuuf!

Entonces lo hizo. Entregarme mi regalo. Una caja cuadrada, cúbica, de unos 15cm por lado y altura envuelta en papel de regalo brillante en color violeta y un lazo rosa pálido. Ábrelo perrito. Te encantará.

Tiré del lazo y retiré el papel arrancando el celo cuidadosamente. La caja era negra. C haine him en dorado brillaba escandalosamente sobre un dibujo extraño que no reconocí hasta que leí el subtítulo en la parte inferior de la tapa: Chastity lock.

-¿Qué… -apenas pude balbucear.

-Sabía que te gustaría, perrito. A mí me encanta -exclamó radiante mientras tomaba la caja y la abría sacando un artefacto violeta de unos 8 o 9 cm en forma de pene descendente. -¡Qué bien lo vamos a pasar!

Cubrió mi glande con el artefacto, pero las más elementales normas de la física demuestran que un músculo rígido no puede ser englobado por una jaula de la mitad de su tamaño por más maleable qué ésta pueda ser. La silicona es flexible, pero mezclada con plástico pierde buena parte de sus propiedades. Sin duda, mi Princesa ya lo había previsto.

Agarrándome del pene, sin quitarme la ridícula capucha, tiró de mi para que la siguiera arrodillado hasta el baño, donde me ordenó postrarme en la ducha. Tomó el mango del grifo para dirigirlo directamente a mi hombría. Grité sin poder evitarlo al notar el agua helada sobre mi estómago y entrepierna. Un acto reflejo me llevó a tratar de levantarme, pero apenas me elevé un palmo pues su mirada me lo prohibió. Respiraba con dificultad mientras comenzaba a temblar. Hasta que la tortura se detuvo. Porque mi pene ya estaba listo para sufrir el nuevo martirio.

Encajó decidida el capuchón hasta que todo mi pene quedó apresado en la funda violeta para abrochar la hebilla que lo ceñía a la base de mi miembro. Un segundo aro flexible salía de este último para rodear mis testículos y cerrar el círculo de mi cautiverio.

-¿Te moleta?

-Sí, mi Princesa.

-No será para tanto -afirmó agarrándome de los testículos y midiendo la rigidez de mi encierro, mientras sonreía y exclamaba -¡Me encanta!

Me tendió una toalla para que me secara mientras se sentaba en al lavabo y abría las piernas impúdicamente.

-Acércate, perrito. No sabes lo cachonda que me has puesto.

Gateé hacia mi diosa hasta que mi nariz pudo oler directamente su sexualidad. No llevaba ropa interior. Tampoco sujetador. Por primera vez vi sus senos, pues se levantó la camiseta de tirantes que llevaba para mostrármelos, orgullosa, ¿te gustan perrito? Asentí babeando, mientras mi pene comenzaba a sufrir los estragos de su encierro.

-Cómeme el coño Perro.

Lo último que vi antes de zambullirme en aquel mar cálido y sabroso fueron los dedos de mi diosa pellizcándose los pezones con furia mientras una tormenta de pinchazos recorría mi escroto haciéndome gemir como su fuera yo el que recibía las atenciones salivares.

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