Princesa (2)
Mi Princesa dispone, yo...
Semana 6.
No se lo pude entregar el viernes. Ante mi pregunta por Whatsapp , ¿a qué hora puedo traértelo, Princesa? me citó a las 6 como cada tarde, pero no me abrió la puerta. Le mandé otro mensaje preguntándole dónde estaba, pero no obtuve respuesta hasta pasadas las 7. ¿Quién te has creído que eres para preguntarme dónde estoy? Me acojoné de nuevo. Estaba tecleando que lo sentía y que no había querido incomodarla, cuando me entró una nueva frase. Tráelo el lunes, estoy liada.
Pero el lunes tampoco pude verla.
Era tal mi estado de preocupación que no se me levantó en cinco días.
El martes crucé la puerta abierta temblando, con el vestido en la mano como si fuera oro en paño. Atravesé todo el piso hasta llegar a su estancia donde me esperaba de pie. Creo que era la primera vez que eso sucedía, lo que me inquietó más aún si cabe.
Le tendí el vestido sin atreverme a levantar la cabeza, reiterando disculpa tras disculpa hasta que me ordenó callarme.
-No es así como se pide perdón. -La miré atónito. -Arrodíllate y discúlpate como es debido.
Mi cuerpo se dobló automáticamente como si un rayo se me hubiera clavado en la columna vertebral. Lo siento mucho mi Princesa, no volverá a ocurrir, recité realmente arrepentido. Así me tuvo unos minutos. O segundos, pero se me hicieron eternos, hasta que me ordenó desnudarme. Obedecí raudo, sin levantar las rodillas del suelo, pues es como quería que lo hiciera.
-Acércate, perro. -Obedecí, gateando, hasta llegar a su vera. -¿Qué soy para ti? -Mi Princesa. -¿Me vas a respetar? -Sí, mi Princesa. -Adórame.
No necesité más información. Sin cambiar de postura, a cuatro patas, estiré el cuello hasta que mi lengua degustó aquellos pies tan bellos, sus dedos, uno a uno, su empeine, el derecho, el izquierdo, ascendí por su tobillo, pero me detuvo.
-¿Dónde te crees que vas? No comprendí, me quedé quieto, descolocado, hasta que se explicó. -Me desobedeciste y me faltaste al respeto, así que lo máximo que te permito es lamerme los pies. Sólo los pies. Cuando seas merecedor de más, te lo permitiré.
Me ganaré tu perdón, Princesa, me lo ganaré, supliqué para mis adentros mientras lamía y lamía. Se sentó en su trono violeta y levantó el pie.
-Límpiame las plantas de los dos pies, que llevo toda la tarde caminando descalza.
El miércoles empecé en un gimnasio para endurecer mi musculatura y esculpir mi abdomen. Nunca me ha gustado el deporte. No tengo coordinación suficiente para mover un balón con las manos o los pies, ni velocidad o resistencia que me permitan competir en otras disciplinas. Además, no entiendo que se le de tanta importancia a la actividad física y tan poca a la intelectual, pero así es nuestra sociedad. Ridícula, donde un deportista mediocre gana cien veces más que el mejor médico de un país.
Pero no podía permitirme desairar a mi Princesa y si debía sudar, sudaría. Aunque fuera sangre.
Aunque lo había pasado mal y el jueves me dolía todo el cuerpo, me sentí pleno cuando me arrodillé a los pies de mi diosa, desnudo, y cumplí con mi cometido. Llevaba falda, así que pude vislumbrar aquello que una semana atrás degustaba, pero lo hice con disimulo pues no quería retroceder en mi avance. Por mínimo que fuera.
Cuando me preparaba para irme, vistiéndome mientras le explicaba que me ya había comenzado a moldear mi cuerpo a su gusto, me ordenó acercarme a ella, levántate perro. Analizó mi cuerpo de nuevo hasta posar sus ojos en mi miembro inerte.
-¿Qué le pasa? -Preguntó. -¿Ya no se alegra de verme?
-Claro que sí, Princesa, pero no quiero volver a desairarte.
Sonrío orgullosa, para ampliar sus labios en una mueca torcida mientras repetía burlona “desairarme”. ¿De dónde coño sacas esas palabras? Mira que eres friki. Pero no tuve tiempo de responder. Alargó la mano y me sobó la bolsa escrotal, midiéndola.
-Me desairas si no tienes una erección de caballo cuando me ves. ¿O es que me consideras fea? -exclamó apretando la mano.
Gemí agudamente, mientras mi pene recibía toda la sangre que mis testículos expulsaban provocando que multiplicara su tamaño. Lo agarró con la otra mano, hecho que en vez de gustarme me aterró. No lo hagas o me correré otra vez, temí.
-Así de bonita quiero la polla de mi perro cuando esté conmigo. -Me la apretaba ligeramente pero no movía la mano. Debía ser tan consciente como yo de que al mínimo movimiento volveríamos a tener una desgracia. -Y éstos… bien llenos. Así que nada de darle al manubrio.
Ya puedes largarte fue lo último que me dijo aquel jueves.
Semana 7.
Tuve una permanente sonrisa de oreja a oreja todo el fin de semana. “Así de bonita…” se repetía en mi cabeza sin cesar. “Así de bonita…”. Además, me esmeré en el gimnasio los cuatro días y le preparé un trabajo de filosofía sin que ella me lo hubiera ordenado. Quería que se sintiera orgullosa, que me necesitara. Que viera que solamente yo estaba dispuesto a vivir para ella.
Ya no me masturbaba, pero tampoco necesitaba duchas frías, a pesar de tener erecciones constantes con sólo recordar su voz. Incluso yo mismo me sopesaba los testículos para confirmar su crecimiento, notándolo día a día, como si eso pudiera notarse.
Aquel martes repetimos rutina, y de nuevo el jueves. Desnudo, arrodillado, devoré sus pies con ansia para obligarme a permanecer a cuatro patas el resto de la clase. Habló por teléfono con Danisa usando mi espalda como apoyo para sus pies, respondió varios whatsapps, se hizo unas fotos para su Instagram que me mostraba para que la ayudara a elegir la más bonita y muy de tanto en tanto me hacía alguna pregunta académica. Teníamos los exámenes a la vuelta de la esquina y parecían no importarle en absoluto. Pero no le dije nada. Sólo quería adorarla.
Mi mayor placer se producía cuando su mano medía mi bolsa escrotal.
Semana 8.
El lunes me mandó un whatsapp. Ven inmediatamente. ¿Ahora? Acabábamos de salir de clase y me estaba calentando los macarrones que mi madre había dejado preparados. ¿Cuestionas mis órdenes? No, Princesa.
Diez minutos después estaba arrodillado y desnudo a los pies de mi diosa. En la cocina. Se estaba calentando una pizza. Mírame. En cuanto levanté la cabeza, me cruzó la cara de una bofetada, amenazándome. Es la última vez que cuestionas una orden mía.
Me quedé de Piedra. Descolocado. Pero no tuve tiempo de pensar pues percutió, nerviosa:
-Esta mañana he tenido reunión como Madame Troll, -así llamábamos a la profesora de francés, al alimón tutora de nuestra clase. -Me ha dicho que estoy mejorando, pero que me falta bastante para poder pasar de curso, que me busque algún repaso y que me esfuerce más. No le he dicho que ya te tengo a ti, claro, pero sí me ha dicho que no piensa regalarme nada la muy bruja, y que, si no me veo capaz, que tire la toalla ya y me vaya a trabajar con mi madre. -Hizo una pausa, encendida, antes de rematar: -¡Vieja asquerosa, hija de puta!
Madame Trippier era una buena profesora de francés, exigente y rígida, pero justa según mi opinión. Que Lucía no era santo de su devoción era evidente, pero tampoco lo era para buena parte del claustro pues llevaba años sin dar un palo al agua. Al menos los dos en que habíamos compartido bachillerato, pues la conocí en primero cuando ello repetía ese curso. Era innegable que la sexagenaria profesora tenía una lengua viperina y que no se callaba lo que pensaba nunca. Ese carácter, su cara de amargura permanente y la inquina de buena parte del alumnado le regalaron el apodo.
-Así que ya sabes, perrito, nos toca trabajar. Mejor dicho, te toca trabajar -continuó cuando ya estaba más relajada después de haberse comido la pizza mientras yo le lamía los pies. -Vamos a mi habitación que tengo algo para ti.
La seguí habiendo dejado mi ropa en la cocina. No quise decirle nada, pero si llegaban su madre o su padre podíamos tener un problema. Aunque nunca los había visto y estábamos ya a finales de marzo.
Me arrodillé al entrar en la habitación mientras cogía algo del cajón inferior de la mesita de noche. Cuando se dio la vuelta me asusté de verdad. Un vibrador de acero en forma de cohete presidía su mano. Lo dejó en el suelo, en vertical, amenazadoramente erecto, mientras se sentaba en la cama y se explicaba.
-Te presento a mi amigo secreto. Hasta ahora solo lo he usado yo, pero eso va a cambiar en pocos días. -Tragué saliva mientras los peores augurios asolaban mi mente. -Para que veas que soy una princesa justa te propongo una nueva motivación con un premio doble. Si apruebo las ocho asignaturas este trimestre, te dejaré que me ayudes a usarlo, conmigo -dijo abriendo las piernas, ofreciéndose. -Si no las apruebo todas, no podrás usarlo conmigo… Lo usaré yo contigo -sentenció señalando mis nalgas con un gesto de las cejas.
El nudo nació en mi estómago, pero recorrió mi espina dorsal hasta mis gónadas en sentido ascendente, hasta mi recto en sentido descendente. Tanto, que comencé a hiperventilar. Pero mi diosa no se dio cuenta o no le dio importancia, porque apostilló: Ven aquí perrito. No te lo mereces, pero hoy necesito un orgasmo.
Me agarró del cabello con una mano mientras con la otra se bajaba el tanga para ofrecerme su feminidad, obscenamente abierta, justo en el filo de la cama.
El martes volvimos a la rutina de las últimas semanas. Llegaba, me desnudaba, me arrodillaba después de haber sido analizado por su ojo clínico, pero ya no me tenía a cuatro patas, pues me necesitaba erecto, de columna, para explicarle los puntos del temario en que iba más floja.
Sólo tenemos estas dos semanas, me apremiaba, así que gánate el derecho de tocarme, perrito.
Y a eso dedicaba cada hora que pasaba con mi diosa, a ayudarla a mejorar, a ampliar sus conocimientos, a evitar que tuviera que ir a trabajar a la tienda de su madre. A mover cielo y tierra para que el vibrador se me acercara.
Visto en perspectiva, es evidente que el sprint de aquellas dos semanas fue mayúsculo, pero durante el día a día, tenía mis dudas de que lo lográramos. Lucía seguía chateando, disfrutando de su refresco, tendiéndome los pies para que se los lamiera, además de abrir algún libro y de hacer algún ejercicio. Estuve en su casa de lunes a jueves las dos semanas, hora y media o dos horas cada jornada, pero mi sensación era que no aprovechaba ni media.
Yo me sentía feliz. Feliz de ayudarla. Feliz de poder compartir mi tiempo con ella. Feliz de tener una meta conjunta. Feliz sabiendo que sería infinitamente feliz si lográbamos el objetivo.
Pero en el cielo había nubarrones, que fui incapaz de atisbar.
Semana 9
El vibrador presidía las clases desde que me lo mostró, amenazante, pero no por ello perdía mi concentración ni cejaba en mi empeño. Tenemos que lograrlo, me repetía como un mantra.
Lucía, en cambio, tenía otros planes. Quería lograrlo también, claro, pero su malévola cabecita nunca estaba quieta. Si hubiera dedicado la mitad de su cerebro a estudiar en vez de a maquinar…
-Acércate, perrito -me ordenó el lunes justo cuando me arrodillaba desnudo ante mi diosa. Gateé los dos pasos que me separaban de ella y levanté la cabeza para ver una correa de piel roja. Si estar arrodillado solía mantenerme medio erecto, notar sus manos anudándome el collar alrededor del cuello me la puso durísima. -Ahora está más guapo -me sonrío, atando la correa al lazo canino.
Miró mi pene y amplió la sonrisa. A mi perrito le gusta lo que le hago. Estiró la mano y lo tomó, con suavidad. Temblé como una hoja. Me ordenó levantar el culo de mis talones y separar las piernas para tener un mejor acceso a mi escroto. Su mano bajó para sopesar mis testículos. Están cada día más llenos, perrito, mmmmm. Apretó, aumentando la intensidad paulatinamente hasta que proferí un suspiro de ahogo, como si fueran mis gónadas lo que estuviera presionando.
Los soltó para continuar su expedición por mi escroto, pero la posición no le era cómoda así que me rodeó para ponerse detrás de mí, desde dónde su dedo ascendió desde la bolsa escrotal hasta mi ano, que recorrió en círculos. Tenía la polla durísima, mi respiración se aceleraba a cada segundo que pasaba, mis piernas temblaban. Hasta que sentí lo que sabía que pasaría. Su dedo índice hizo presión para abrirse paso en mi recto.
-Relaja el culo -ordenó dándome una palmada en la nalga izquierda. Un grito agudo, casi femenino, salió de mi garganta. Pero me quedé sin respiración cuando noté su falange cruzar mi anillo anal. Avanzó, retrocedió. Avanzó, retrocedió. Pocas veces, pero no retiró el dedo. Con la mano izquierda me agarró el pene con fuerza y me susurró al oído: -Tenemos que ir preparándalo para cuando sepamos las notas de tu Princesa. Imagina por un momento que no lo logramos. Tendré que castigarte… sodomizarte.
Justo cuando notaba toda la sangre de mi ser agolpada en mis órganos sexuales para activar la inminente descarga, Lucía sacó el dedo y me soltó la polla, dejándome huérfano, vacío, cortando el clímax en el que me veía sumido.
-Pobre de ti que se te ocurra tocártela sin mi permiso o, peor aún, correrte. Te los corto -sentenció agarrándome los testículos y apretando de verdad.
Aquel lunes me permitió degustar su feminidad hasta llevarla al orgasmo.
Martes, miércoles y jueves fueron calcados. Llegaba, me desnudaba, me arrodillaba, comentábamos temas variados de la lección, cuando le apetecía y el rato que le apetecía, le lamía los pies, y me iba. Unas dos horas diarias en las que me sentía feliz de complacerla, de ayudarla, de hacerla sentir bien, esforzándome para que lográramos el objetivo.
Pero el jueves llegué a casa llorando como una flor.
Le estaba lamiendo los pies, cuidándolos, cuando dejó de chatear con el móvil para responder una llamada.
-Sí tía, major así, que se me están cansando los dedos de tanto escribir -río con su amiga. Sin duda, era Danisa la contertuliana. -Ya tía, pero hay cosas que no me molan nada. El tío está cañón y mola el coche que tiene. Vamos, que tiene pasta, pero no me liaré con él sólo por eso. No me jodas, tía. -Agudicé el oído sin detener mi cometido, mientras un pinchazo se me clavaba en el estómago. -Que sí, tía, que sí. Que iré a la fiesta. Pero que no des por hecho que me líe con él. Tú haz lo que quieras con el amigo, pero…. -Danisa la cortó -¡Mira que eres zorra! Ja, ja, ja. Eso no me lo habías contado. -De nuevo escuchó las explicaciones de su amiga hasta que respondió. -¡Qué cabrona eres! Iré y le haré caso, pero no des nada por hecho. No me molan nada las encerronas y ésta la estoy oliendo a leguas. Ya te he dicho que me gusta, pero ya sabes que yo no me bajo las bragas con tanta facilidad como tú -sentenció sin dejar de reírse de su amiga.
Me sentí un verdadero imbécil. ¿Cómo no había caído en la cuenta de que la chica más guapa del instituto, del universo entero, con veinte años cumplidos, no iba a tener una piara de tíos detrás entre los que elegir? Mira que eres idiota. Pensando que eres especial. La especial es ella. Tú eres un puto pringado, que lo serás toda tu vida por más inteligente que seas.
Semana 10.
Los exámenes y la premura por el estudio me permitieron desconectar un poco durante el fin de semana, pero el nudo en el estómago no se me quitaba. Obviamente no supe nada de ella hasta que la vi el lunes por la mañana en clase, tan bella y radiante como solía. Al día siguiente teníamos el primer examen, Historia, así que a mediodía me ordenó ir a su casa a las 6 de la tarde para un repaso final.
Cuando llegué estaba enfrascada con el esquema que le había preparado. Buena señal, me dije, a la vez que le preguntaba, ¿cómo lo llevas? Como una mierda, respondió, pero para eso estás tú aquí, para solucionarlo.
Estaba nerviosa, pero no tanto como para no tener tiempo de chatear con quien fuera, supongo que Danisa, ni para dejar de inspeccionar mi cuerpo, palpando aquellas zonas donde le gustaba detenerse, ni para tomarse su refresco.
-¿Sigues obedeciendo perrito? -Claro, Princesa.
Su casi inapreciable sonrisa de satisfacción me llenaba de orgullo, pero el nudo seguía percutiendo en lo más hondo de mi estómago.
Dos horas después estaba convencido que aprobaría el examen de Historia. Aunque le bailaban algunas fechas y algunos datos estadísticos, entendía la materia con claridad y le bastaba con explicarse medianamente bien para responder las preguntas del test. Éste, además, no fue especialmente difícil.
Pero en las lenguas tenía más dificultad y en Filosofía e Historia del Arte iba completamente pez. Ahí teníamos la piedra de Sísifo cayéndonos encima una y otra vez. Pero mi preocupación seguía siendo qué había pasado el sábado en la fiesta. Tema en el que mi diosa no soltaba prenda. Tampoco le pregunté, obviamente.
-He aprobado Historia -me aseguró convencida el martes por la tarde. El miércoles teníamos Inglés y Francés. Si llevabas bien el vocabulario y comprendías la gramática, sobre todo la francesa, mucho más difícil que la primera, no debías tener más dificultad para aprobar. Pero Lucía odiaba la lengua vecina casi tanto como a Madame Troll. El examen, además, fue difícil. Mi peor nota del trimestre, un 9,10.
Así que la tarde del miércoles, el vibrador metálico se erguía orgulloso delante de mí, más amenazante que nunca. Amenaza que se agudizó la tarde siguiente, pues el examen de Matemáticas había sido sencillo para ella, pero el de Filosofía no. Afortunadamente, aprobaría con buena nota Historia del Arte pues la profesora había permitido convalidar el examen por un trabajo comparativo de los estilos clásicos, trabajo del que sobra decir que mi diosa no picó ni una sola palabra.
Para el viernes ya solamente quedaba Castellano, pues el examen teórico de Educación Física estaba fijado para el lunes. Suerte tenía yo que había una prueba teórica, pues de otro modo no hubiera pasado del aprobado justo, debido a mi nula capacidad deportiva. Lucía, en cambio, no entendía qué necesidad había de comprender la anatomía muscular asociada a cada tipo de actividad física.
Acabó la semana crítica con las espadas en lo más alto. Entiéndase espadas como metáfora del amenazante vibrador. Y sin que yo tuviera la mínima idea de qué había ocurrido en la fiesta del sábado.
Pero el nudo en el estómago me avisaba de que no tardaría demasiado en tener noticias frescas. ¿Malas, pésimas o peores?