Primo y prima casada e infiel (14)

De madrugada, no bien mi marido salió, ya estaba mi primo de vuelta en busca de mi cola.

Al finalizar el primer día en que mi primo vino a mi casa, y que, mientras mi marido salía a realizar algunas compras para la cena y hacer una llamada telefónica a su madre, nosotros aprovechamos para hacer algunas guarradas dentro de mi cuarto, pero sin que pudiéramos coger porque, según mi primo, nunca pensó que ya en el primer día podríamos hacer algo, entonces no se preocupó en providenciarse algunos condones.

Estas precauciones profilácticas, si se me permite la redundancia, eran algo que habían quedado establecidas, entre nosotros, desde el principio, y, justamente en esos momentos, estabamos esperando los resultados, que en la asistencia pública siempre demoran, de sus análisis de sangre, porque considerábamos que lo primero era no arriesgar en nada la salud, más estando yo embarazada.

Así que, después que él, irremediablemente, tuvo que irse, yo quedé aún muy caliente, y por esa razón, entre otras cosas, y luego de hacerme aún más la cabeza en la soledad del baño observando mi cola en un espejo, me aproveché de mi marido que me esperaba impacientemente en la cama. Ya que, en realidad, él había percibido, claramente y todo el tiempo, mi excitación; cosa que yo, puesta muy en evidencia, no dejaba de atribuir a las nuevas posibilidades que traería la ayuda de mi primo en los arreglos de la casa y lo que significaría poder alquilarla en ese verano.

Tras divertirme un poco, incluidas un par de maldades, como hacía mucho tiempo no lo hacía y quizás nunca tan caliente, con mi marido; realmente, luego tuve una noche llena de sueños eróticos en que se me mezclaban: mi primo, mi marido, hasta mi novio de la adolescencia.

Lo que, más o menos, pude, recordar, a primera hora cuando mi marido se levantó bien sobre la hora de partir para su trabajo, fue confuso de más, era como si los tres me hacían el amor a la vez o alternativamente pero también aparecía, en aquel enredo sexual, pero de forma más indefinida, una noviecita del chico que me desvirgó, que, por momentos, parecía que era yo misma y en otros no tenía nada que ver conmigo, excepto porque, de alguna forma, estaba implícito que tenía ganas, de hecho parecía que la incentivaba, de hacer lo mismo que yo. En realidad, ni siquiera sé, si había sido un solo sueño o la super posición de varios ocurridos a lo largo de toda la noche. De cualquier manera, lo que quedaba en mi, a pesar de también algo un poco inquietante, era más excitación

Mientras mi marido corría, desayunando algo, yo arrastré mis piernas hasta el baño. Casi sin abrir los ojos, lavé mis dientes y cara, oriné, intenté mover el vientre, sin lograrlo, también aproveché a higienizarme en el bidet, luego en la cocina tomé un vaso de leche fría cuando mi maridito se despedía presurosamente, y por fin me zambullí otra vez en la cama.

No habían pasado ni quince minutos, cuando oigo suaves golpes en la puerta trasera, demoré en reaccionar por lo poco habitual que era que alguien llamara a la puerta cuando apenas marcaban las siete y poco de la mañana. Hasta pensé que mi marido se había olvidado de algo y no había llevado las llaves.

Levantándome, y frente a la delicada insistencia, pregunté, con aprensión, de quien se trataba.; para mi sorpresa era mi querido primo, que no bien entreabrí la puerta se escurrió hacia el interior de la casa.

El muy loco había quedado tan caliente que, según él, casi no había dormido nada, al punto de que ya de madrugada estaba en pie y hacía más de media hora que estaba escondido cerca de la parada del colectivo esperando ver el momento en que mi marido se embarcara rumbo al trabajo. Una vez que se aseguró de ya estaba en camino, no demoró nada en llegar hasta mi casa.

No me dio tiempo ni siquiera a pensar si todo era una locura o no, o de los peligros que corríamos si, por alguna razón, mi marido volviera y nos encontrara juntos, ya que me fue empujando sin ninguna demora hacia la desarreglada cama.

A esa altura, ya me había contado que lo había visto subir al transporte e irse, entonces, más tranquila, me entregué a sus besos y chupones en la boca.

Como solo tenía puesto una camisa que usaba para dormir sus manos rápidamente llegaron a mis desnudas entrepierna y nalgas. Sin dejar de besarme me dijo, de forma bien insinuante y sugestiva, algo así:

"Umm, putita ni bombacha tenes .puesta. –"

Quizás por delicadeza, pero sobretodo porque se moría de ganas, no insistió en eso ya que, también yo, en el momento de meterle mano dentro de su pantalón jogging y decirle que no podía creer que estuviera ahí conmigo me percaté que el degenerado ni calzoncillo traía. Me tranquilizó, diciéndome que cuando salió de su casa ya sabía a donde y a que iba; a sí que cuanto menos ropa mejor. Una camiseta, un pantalón también de algodón y unas livianas zapatillas de tenis era toda la ropa que vestía, que, por otro lado, aunque cambiando los colores y algunas veces intercambiando el pantalón por unas bermudas y las zapatillas por unas chinelas y solo muy de vez en cuando, un sweter generalmente amarrado a la cintura, sería su "uniforme" mientras estaba conmigo en todo ese verano. Nunca ni slip, ni boxer ni calzoncillo.

Así que en segundos ambos quedamos totalmente desnudos en mi cama matrimonial, incluso aun estando tibia y oliendo al cuerpo mi marido. Nos revolcamos divertidos por un rato en ella, disfrutando y absorbiendo todo el morbo que eso significaba; solo la sábana de abajo, nada que ocultara nuestra desnudez.

Esta vez, mi primo venía bien preparado; había traído un estuchecito con tres condones. Yo no dejaba de admirar su verga cada vez más tiesa y tampoco podía dejar de compararla mentalmente con la de mi marido. Es por lo menos cinco centímetros más larga, y a pesar de su longitud es bien derechita, el glande, también, bien proporcionado a su grosor, que parecía menor que el de la otra pero, en realidad, es que la de mi marido es más cabezona y un poco curva. Por otro lado el color rosa oscuro bien homogéneo y la tersura de la verga de mi primo me encanta estéticamente, me resulta hermosa pero todo eso es por la extrema dureza y prolongada erección que la caracteriza. En cambio la de mi marido es más rosada propio de los rubios y hasta con algunas pecas al ser, también, un poco pelirrojo, su rigidez no es tan ostensible ni la más conveniente, también, por el tamaño de su cabeza, para iniciar una penetración sin la máxima dilatación o, por o menos, una buena lubricación..

Pero la de mi primo a pesar de su largura y dureza es delicada, casi como la de un adolescente si no fuera por su longitud. Su semen, no sé si, porque cogemos mucho y de seguro, porque también se pajea mucho, generalmente, mismo siendo muy abundante, es casi cristalino y poco denso; que, a pesar de provenir de unos potentes y grandes huevos, es, sin dudas, una delicada lechita, fácil y rica de tomar.

Así que, en esos momentos, en mi cama matrimonial, me deslicé hacia ella para admirarla, darle algunos besitos, pasarle la lengua e introducírmela en la boca. Mientras tanto el sacaba del bolsillo de su pantalón, que había quedado en el piso a un lado de la cama, los preservativos. No había dudas, que tenía muchas ganas de cogerme; esta vez, él, que siempre gustaba calentarme mucho para hacerme o hacerme hacer cosas inéditas y cada vez más locas y atrevidas, esa mañana parecía que solo me quería penetrar.

Yo misma le pedí que me dejara colocarle el condón. Divertida y con mucho cuidado lo hice sin ninguna dificultad dada la rigidez de su pija. Mientras , sin apuro, jugaba con ella enfundándola perfectamente, él con sus dedos ensalivados entreabría los labios de mi vulva humedeciendo bien la entrada de mi conchita.

Una vez prontos, me acomodé acostada boca arriba, con la almohada, que poco más de media hora antes mi marido había usado para dormir, de mi cola para realzar mi pubis, y las piernas bien abiertas. Mi primo con su estaca, más que perpendicular a su vientre, se colocó entre mis piernas. Mirándonos a los ojos, luego de pasar suavecito la puntita vacía del condón, que sobresalía, por la parte en que se esconde mi clítoris, comenzó poco a poco a penetrarme pero ya desde el inicio en un regular mete y saca.

Le pedí que por favor no me la metiera toda y menos hasta el fondo; .besándome en la boca me tranquilizó, pero enseguida volvió a separarse un poco para continuar bien cómodamente su contante vaivén.

Mi concha se fue humedeciendo, mientras él, incansablemente, entraba y salía.

No se cuanto tiempo estuvo así encima de mí porque yo comencé a abandonarme hasta alcanzar el orgasmo, pero el continuaba en lo suyo hasta llegar a un punto en que: entre lo dilatada y empapada que estaba y que él no quería atravesarme y menos hacerlo violentamente por lo que trataba que por lo menos cinco o seis centímetros de los veinte quedaran afuera de mi concha; parecía que su pija bailaba y chapoteaba entre mis jugos. Yo solo gemía y a lo único que atinaba era a dirigirlo un poco con mis manos desde sus estrechas caderas. En un momento, pareció que él iba acabar, emocionándome al máximo, contribuí, para que alcanzara su eyaculación, con algunos movimientos de cadera que rápidamente se transformaron en incontrolables, como espasmos; pero en vez de terminar él era yo que entré en otro y más extraño orgasmo porque el hijo de puta no solo seguía martillándome sino que no dejaba de mirarme a la cara. Cuando creí que me iba a desmayar o algo por el estilo le pedí para parar un poco, necesitaba descansar , tomar un respiro. Me obedeció, solo en tanto a la disminución de su vaivén pero no en retirarse porque dejo un buen pedazo de su verga dentro de mi irritada concha.

Aproximó su cara a la mía y nos besamos mucho entre sofocos y cariños. Le pregunté si no iba a acabar y me contestó, sin dejar de moverse suavemente dentro de mí, que aún teníamos mucho tiempo.

" No te da miedo de que puedan encontrarnos así.-" le pregunté con sincera y morbosa curiosidad, . prolongando la conversación, que transcurrió más o menos en estos términos,

"La puerta está cerrada y el único que tiene llaves es tu marido, así que solo él puede sorprendernos. "

¿Te parece poco?¿ Estás mal de la cabeza? Re pregunté un poco alarmada por la forma ligera de contestarme.

Era en broma, y sé del peligro, pero no quiero ni saber del lío que se armaría si hoy aconteciera, pero, tranquila, que no va suceder- "

"Hoy ni nunca va haber algún lío -" me apresuré a decir.

Él moviéndose despacito, y dándome besos en las orejas y en la boca iba nuevamente calentándome.

Como yo ya había gozado, estaba con la cabeza un poco más fría que lo que generalmente acontecía estando con él. Esa vez, a pesar del morbo que, sin dudas, tenía estar haciéndolo en mi cuarto y mi cama conyugal, o sea estar metiéndole los cuernos, estando embarazada, a mi marido en nuestra propia cama y con mi primo, cosa, para mi y por experiencia, sinceramente, extremadamente disfrutable y recomendable, aunque sea una vez, para los/las (algunas amigas insisten con el tema del género) que gustan de estas situaciones e, incluso, fantasía, quizás, solo igualada o superada, supongo, con hacerlo en circunstancias similares con, por ejemplo, un hermano, cuñado, tío, suegro u otro pariente cercano (también podría ser, porque no, alguien femenino).

Como les decía, a pesar de todo eso y de que, sin dudas, el rato largo en que mi primo me venía serruchando sin acabar ya superaba en tiempo a la suma de todas las veces de estar juntos haciéndolo; era como si, en esos momentos más "tranquilos" y en una cama de forma "normal", no nos alcanzara, sobretodo a él. Y quizás, al estar acostumbrados a hacerlo bajo condiciones de riego o trayendo a nuestra morbosa conversación a algún tercero cercano, siempre quisiéramos algo más.

De cualquier manera, él continuaba con su verga al palo a lo que yo le dije:

"Queres que me de vuelta."

No pretendí que me respondiera, solo me fui acomodando, sobretodo ubicando, en mi bajo vientre, la almohada para poder cabalgarla bien cómodamente, de darle espacio libre a mi barriga y que la cola me quedara lo más respingona posible, así mi primo pudiera hacer lo propio conmigo desde atrás.

Ya en posición, boca abajo, mejor, culo para arriba, y con las piernas abiertas, me penetró con asombrosa facilidad. Mi dilatación y lubricación eran espantosas y su vaivén, por momentos, era rápido y fuerte, y por momentos suaves, lentos y circulares. Yo ya me había dado cuenta, durante esos últimos días, que él disfrutaba mucho mirando los movimientos que provocaba en mi ojete su mete y saca en mi concha; así que no pasó mucho tiempo para que, sin dejar de hacer lo que estaba haciendo, comenzara a acariciármelo con un dedo y a pedirme por favor que lo "moviera".

Con la práctica que estaba adquiriendo me resultó fácil que; con la contracción voluntaria de mis esfínteres, no solo mi anito le hiciera guiñadas a su dedo sino que también él percibía el movimiento, en menor medida, de mis músculos pelvianos apretando un poco su pija en mi encharcada vagina. Luego, incluso mojó su masajeador dedo en el borde del tronco empapado de su verga que salía de dentro de mí, para que, una vez humedecido, lentamente, en cada movimiento metérmelo un poquito.

Yo no pude dejar de recordar lo que, pocas horas antes, me había sucedido con mi marido, ya que mientras este me chupaba afanosamente la concha, estando sentada en la cara y de espalda, de tanto, para alucinarlo, contraer y dilatar voluntariamente mi ojete, violentado, solo un rato antes, por el dedo de mi primo, y que le quedaba justo frente a sus ojos, se me escaparon un par de peditos, por suerte super delicados. .

Mi primo realzó mi culo tomándome del bajo vientre para que yo quedara prácticamente en cuatro patas, sacó, de mi concha, su pija, que inexplicablemente aún conservaba al condón en su lugar, y comenzó a pasármela y presionarla en mi hoyito trasero.

Traté de resistirme recordándole que habíamos convenido en hacerlo sin condón, cuando ya tuviéramos los resultados de sus análisis, para que pudiera acabarse en mi interior y yo sentir como su leche inundaba mi recto, y así alcanzar el máximo placer cumpliendo nuestra fantasía erótica más deseada en esa época

Pero, esa vez, era el momento y el lugar, incluso, previamente convenido, por todo lo que desde días antes nos veníamos calentando además porque, por supuesto, siempre teníamos en mente nuestros inicios sexuales

Y además el degenerado terminó por decirme:

-" – Si tenemos que ser descubiertos por tu marido en esta situación, por lo menos que sea cuando te tengo s ensartada por el culo.-" .

La grosería me volvió loca quedando muy en claro que ninguno de los dos estabamos destinados al sexo "exclusivamente" físico.

Apoyó la cabeza de su verga en mi ano y pude sentir la presión que con todo su cuerpo hacía buscando violentarlo. Yo gemía apagadamente, haciendo fuerza como "para cagar para adentro ", pero era indudable que no estaba lo suficientemente lubricado por lo que, sí lograba introducírmela sería a costa de lastimarlo.

Le pedí parar para buscar alguna crema que facilitara la penetración.

Lo que apareció estaba bien cerquita, al punto de que no tuve ni que cambiar de posición para alcanzarla, fue, en el cajón de la mesa de luz de mi marido, una crema blanca semi curativa que él acostumbra ponerse en sus delicados labios cuando los tiene resecos por el sol o paspados por el frío.

Sin buscarlo, entró en juego un nuevo y excitante, como ya lo había sido antes la crema antiarrugas de mi madre, ingrediente que definitivamente aseguraba que ese era el esperado momento: luego de más de diez años y en circunstancias infinitamente distintas, casi como si también fuéramos personas distintas ya que muchas cosas y personas habían pasado en cada uno de nosotros en todo ese tiempo.

Me invadió un leve un estremecimiento, que partió desde mi culo, cuando sentí el frío contacto de la abundante crema que mi primo esparcía con sus dedos en mi ojete. Luego, por un instante, permanecí expectante con mi orto en popa, mientras el hacía lo propio con los restos de crema de sus dedos a lo largo de su pene.

Estaba dispuesta a todo, incluso giré la cabeza para mirarlo por encima de mi hombro, el también desvió su mirada de mi hoyito para encontrarse con la mía. Estoy segura que pudimos decirnos cualquier cosa, desde las más cariñosas y amorosas hasta las más morbosas y aberrantes, pero creo que en la ambigüedad de aquella mirada estaba, de extremo a extremo, toda la gama de los eróticos pensamientos y sentimientos.

Cerré lo los ojos y apoyé la cara en la cama, él acarició con ambas manos mi cintura y continuó con ellas el contorno de mis nalgas y caderas. Abrió mis nalgas y sin tener que guiarla con la mano apoyó su verga en mi culito, empujo un poco y ella, al no poder entrar, se deslizó hacia arriba. Entonces sí, tomándola con su mano derecha la dirigió directamente a mi ojete, y no bien entraron en contacto, empujó hacia delante, pero también con una leve presión de su glande desde arriba hacia abajo, sentí que me rajaba, pegué instintivamente un respingo pero él me tenía asegurada, desde mi concha, con su mano izquierda, impidiéndome escapar.

Permanecimos quietos porque a mí me dolía y también que el mismo así me lo pedió:

"Quietita, que ya tienes toda la cabeza adentro. –" Por su voz, que sonaba ronca y entrecortada era fácil entrever la emoción que estaba sintiendo.

Yo me quejaba, también roncamente, diciéndole que me dolía; pero él con todo el cariño del mundo continuó pidiéndome, por favor, que aguantara un poquito más, unos segundos y otros centímetros más porque era lo que más deseaba.

Sentí como entraban esos centímetros que él deseaba hasta que permaneció bien quieto pero podía percibir mezclada con mis propias palpitaciones anales las de su verga que ya parecía que no intentaba invadir mi recto sino que yo la sentía como queriendo elevarse y por lo tanto elevarme.

Acompañando ese movimiento, poco a poco y permaneciendo quieto de la cintura hacia abajo, con sus manos me fue incorporando. Para mí era muy dificultoso poder moverme voluntariamente, al estar, por lo menos con siete u ocho centímetros de pija bien enterrados en mi ano y sintiéndome como una marioneta manejada desde mi culo y desde mi concha ya que era desde allí que él me manipulaba.

A medida que mi primo, fue descendiendo hasta quedar de rodillas sentado en sus talones, a mi me fue alzando hasta que quedé, también de rodillas, "sentada" en su pene, porque en ningún momento mis nalgas llegaron a tocar su entrepierna y muslos; mi trasero, prácticamente, quedó en el aire, solo unido a su cuerpo por aquella vara que probablemente aún tuviese mucho más de la mitad afuera.

Consiguió elevarme, siempre ensartada por detrás, y que nuestros rostros se unieran. Lo sentía gemir en mi oído, a la vez que me decía las cosas más excitantes sobre mi culito, sobre lo que estaba sucediendo en ese presente y también, haciendo mucho énfasis, sobre lo del pasado. Yo, sintiendo que mi trasero estallaba me esforzaba por girar mi cara buscando su boca.

Entonces, tomada con ambas manos hacia atrás de su cuello, con mi espalda arqueada al máximo haciendo que mi barriguita, de embaraza de casi seis meses, luciera prominente, a la vez que con solo mis omoplatos apoyados en su pecho, mi culo aprisionando la punta de su verga, una de sus manos agarrando mi concha incluso, con violencia para sostenerme, y con la otra tomándome del rostro para girarlo y poder unirnos en un hambriento y desesperado beso que incluía dientes y lenguas.

En el momento preciso que los besos se hicieron más descontrolados me di cuenta que él ya no podía administrar su eyaculación; por suerte atinó solo a quedarse inmóvil y no a obligarme a sentarme totalmente en su verga que no dejaba de palpitar, doblemente presa por mi apretado ojete y el preservativo, a medida que de ella salía el esperma,

Para mí fue como si estuviese enchufada por el culo a alguna mesurada corriente eléctrica por sus continuas convulsiones y por las mías; el doble placer de sentirme dominadora en el momento de su acabar y de la certeza de haberlo complacido muy especialmente, a la vez que percibía haber logrado una considerable dilatación, mismo aun sintiendo el dolor, que aquel pedazo de carne me producía en el trasero. .

Por otro lado, a pesar de todo eso y, quizás, guiada por su mano que, aún, conservaba aprisionando placenteramente mi vulva, en el momento en que él más temblaba y su verga más cabeceaba dentro de mí, y yo sentía como, por el semen, se inflaba el condón en mi recto; se abandonó comiéndome la oreja en un sincerisimo y rotundo:

-"Te quiero.-"

Estuve a punto, en un arrebató de locura, de dejarme caer sentada en su pija para que, pensando no sé en que y de una vez por todas, definitivamente me rompiera bien el culo. . Igual quise corresponderle de alguna manera, así que hice el último esfuerzo moviendo muy levemente, pero moviéndome al fin, mi cola de atrás para adelante como pajeando su pija con anillo anal.

De la misma manera que creo que él, en ese sentido, se controló, por suerte yo también lo hice, fue una locura fugaz, porque de haber sucedido una penetración total literalmente me lo hubiera roto y lastimado de verdad.

A pesar de que también sentí una sensación similar a la de e tener un enorme sorete atascado y que al ir haciendo fuerza para expulsarlo, siempre sin dejar de comernos a besos nuestras bocas, y su pija ir saliendo poco a poco, ya que, por alguna razón, supuse que hacerlo así era mejor que de una vez y rápidamente, el dolor era suplantado por ardor.

Inmediatamente, cuando ya la verga estaba afuera taponé mi culo con un pañuelo, que también tomé del cajón de la mesa de noche de mi marido, al que también le puse un poco de crema.

Fuimos deslizándonos hacia una posición más cómoda yo quedé acostada de costado, dándole la espalda con el pañuelo entre las nalgas y el boca arriba aprovechó a quitarse el repleto condón.

Luego, él también se puso de costado detrás de mi abrazándome y así, diciéndonos cosas entre cariñosas y morbosas pero siempre excitantes, descansamos, y retozamos, por un buen rato en aquellaquella cama que a partir de ahí tendría para mi una nueva y más placentera significación.