Primera vez en un local swinger
Relato 99% real de como fue nuestra primera vez en un local swinger. Cambio el nombre de los personajes. He disfrutado muchísimo escribiéndolo y rememorando aquellos momentos. Les agradecería comentarios y valoraciones. Gracias por vuestro tiempo.
Octubre de 2014. Llevaba meses planeando la situación mas idónea para plantear a Marta, mi mujer, que visitásemos un local swinger. Esta idea me ha rondado por la cabeza durante mucho tiempo, quizás años, pero ella siempre ha sido muy reacia a este tipo de locales. No necesita nada mas que a mí para ser feliz me decía cuando intentaba convencerla. En los últimos meses antes de que todo sucediera intensifiqué mis esfuerzos, entraba en paginas web de los locales y le mostraba fotos del interior, le decía que había mucha gente que los visitaba, que era algo “normal”, bla, bla, bla, nos leíamos juntos las normas de conducta, que si respeto, que si “no quiere decir no”, que si la higiene es fundamental....
Somos un matrimonio consolidado, entre novios y casados llevamos juntos mas de 20 años. Adoro a mi mujer, y se que es la mujer de mi vida, y aunque con ella el sexo es maravilloso, tengo en mi interior necesidades de experimentar nuevas sensaciones que no puedo frenar, y creerme que lo he intentado.
En Octubre de 2014 se casaba un ex compañero de trabajo con el que hemos seguido manteniendo amistad. Cuando me dio la invitación y vi el lugar donde se celebraba el banquete no me lo podía creer. Se trataba de un hotel a las afueras de la ciudad, a escasos 100 metros de un local swinger que yo ya conocía por haber visitado su web en ocasiones anteriores con el propósito de curiosear. Sabía perfectamente que era la mejor oportunidad que tendría para poder ir con ella.
Cuando le mostré a mi mujer la invitación y donde se celebraba el banquete planeamos alquilar una habitación para pasar la noche en el mismo hotel donde se celebraba el banquete. El hotel donde se celebraba el convite está lejos de donde vivimos y no es plan que uno de los dos no beba para coger el coche de vuelta, la idea es que pasásemos los dos un buen rato y nos tomásemos unas copas, así que reservé habitación.
Los días previos a la boda, volví a insistirle a mi mujer que porqué no aprovechavamos que el local estaba cerca para hacer una visita.
- Cariño, ¿por que no vamos después del banquete al sitio este a ver que tal?, solo entrar y tomarnos una copa, dije yo.
- Ya sabes lo que pienso de esos sitios.
- Vale, pero ¿y si solo vamos a tomarnos la última copa? No pasará nada que no queramos.
- Olvídalo, no seas pesado.
Yo no podía quitarme la idea de la cabeza, era como tener un caramelo a pocos metros de ti y que te prohibiesen cogerlo, pero desistí de comentarle nada mas del asunto para no agobiarla.
Y llegó el gran día!!!. Nos levantamos temprano, la ceremonia era a medio día en una iglesia del centro de Sevilla y el banquete comenzaba con los aperitivos a las 14:30 en el jardín del hotel. Yo no le comenté nada, pero sabía que si ese día no era “el día” , me podía ir despidiendo de la idea.
La ceremonia se desarrolló con normalidad, !Vivan los novios!, arroz y esas cosas. Yo llevaba un traje de chaqueta color gris claro, camisa blanca y corbata gris oscuro. Mi mujer iba espectacular, con un vestido de color blanco roto, el largo de la falda le llegaba por encima de las rodillas y un escote que dejaba entrever esas fantásticas tetas naturales talla 100 que calza. Su pelo rubio y rizado brillaba con los rayos de sol, que no lo he dicho pero para ser Octubre en Sevilla hacía un sol de justicia.
Nos fuimos una vez terminada la ceremonia para el jardín del hotel y ya en los entremeses antes de sentarnos a la mesa nos tomamos varias cervezas, el calorcito que hacía ese día hizo que disfrutásemos de la brisa en el jardín charlando tranquilamente con antiguos compañeros. Almorzamos muy bien, la verdad sea dicha, y con el vino blanco fresquito que tomamos con la comida yo ya me estaba empezando a entonar, al igual que mi mujer, que ya llevaba unas cuantas cervezas. Antes de que comenzase el baile y la barra libre nos acercamos a recepción, recogimos las llaves de la habitación, ya que no quería que en recepción me atendiesen después de unos cuantos cubatas.
La tarde fue fantástica, bailamos, charlamos, reímos y bebimos. Cuando finalizó el baile le comentamos a un par de parejas con las que teníamos mas afinidad si querían tomar algo antes de despedirnos y accedieron. Habíamos bebido mucho y había que recuperar, así que nos fuimos a un bar cercano al hotel a tomarnos unas tapas. El bar en cuestión estaba mas próximo aun al local swinger. A mi me empezó a volar la imaginación y mi mujer lo notó en mi cara.
¿En que estás pensando? Me dijo.
Como si no lo supieses, respondí. Le dí un beso fuerte en los labios y continué charlando con uno de los del grupo, intentando no darle importancia a estar a menos de 50 metros de “ese sitio” e intentando quitármelo de la mente.
Eran las diez y media de la noche, habíamos hecho una cena ligera y aun estábamos achispados por las copas tomadas en la celebración.
¿Nos tomamos la última? Dije yo cuando pagamos la cuenta al camarero.
Nosotros nos vamos ya, dijo Francisco, el novio de una de las parejas que nos acompañaba.
Pues nosotros también, añadió Carmen, la novia de la otra pareja que nos acompañaba.
Ninguno de las dos parejas había reservado habitación en el hotel para pasar la noche, y Carmen y Francisco no habían bebido desde hace horas para poder coger el coche y regresar a sus respectivas casas.
- Pues nosotros vamos a aprovechar que no tenemos que coger el coche y que tenemos la habitación aquí al lado para tomarnos una copa más.
Después de despedirnos efusivamente de nuestros amigos mi mujer y yo nos dirigimos andando tranquilamente sin rumbo. No conocíamos la zona, solo el hotel y “ese sitio”. Íbamos relajados dando un paseo buscando algún lugar donde tomarnos una copa y de repente un cartel iluminado a mi izquierda hizo que me diese un vuelco el corazón. Intenté que no se me notara, continué andando al mismo ritmo pero mi mujer se paró y me dijo ¿Quieres entrar?. Me quedé de piedra, pensaba que me estaba tomando el pelo y la verdad no me hizo mucha gracia.
- Ya sabes que sí, pero y tu ¿quieres entrar?.
- Bueno, supongo que por tomar una copa y ver el ambiente no pasa nada ¿no?. Eso es lo que has dicho tu siempre.
El día había sido intenso, pero puedo decir que los nervios, la alegría, y no se cuantas mas sensaciones, hicieron de ese momento algo especial. Nos dirigimos a la puerta. Llamamos a un timbre y nos abrió una mujer, que nos saludó con una sonrisa y nos invitó a pasar. Era una mujer de mediana edad, mas o menos como nosotros, que nos llevó a la caja para pagar nuestras entradas y que nos dijo que en el interior había una chica relaciones públicas que nos enseñaría el local y nos explicaría todo. Por las visitas que yo había hecho anteriormente a la pagina web de ese local reconocí al momento que se trataba de uno de los dueños, junto con su pareja.
Entramos en el local y nos encontramos con lo típico, una pista de baile, con sillones alrededor y una barra de bar con taburetes, y un par de puertas que daban con unos carteles en la parte superior que daban acceso a dos zonas, la zona de parejas y la zona mixta. No había mucha gente, cuatro o cinco parejas, una sentada en los sofás, y otras en la barra, y algunos chicos solos. Nos pedimos unos cubatas y se nos acercó una chica.
- Hola soy Mari, la relaciones públicas. ¿Es la primera vez que venís?.
- Si, ¿se nota mucho?, respondí yo casi de forma inmediata.
- Bueno, aquí prácticamente todos nos conocemos, aunque sea de vista.
- Ah que bien.
- ¿Os enseño el local?
Miré a mi mujer, que me hizo una señal de aprobación.
- Vale.
La muchacha, de unos veinte tantos años nos fue enseñando todo, las habitaciones para los privados, la habitación con cama grande, la habitación jaula, el pasillo francés, el jacuzzi, etc. Me parecía todo muy surrealista, no se si por mi nivel de alcohol en sangre o por la excitación que tenía, me sentía como un niño pequeño el día de Reyes Magos. Una vez que la chica nos mostró el local se despidió de nosotros.
- Bueno chicos, pasadlo bien, estaré por aquí si me necesitáis.
¿Nos tomamos una copa?, le pregunte a mi mujer. Ella asintió y nos acercamos a la barra, donde nos pedimos unos cubatas con los tickes que nos habían dado al pagar a la entrada. Mientras le dábamos los primeros tragos echamos un vistazo a nuestro alrededor. Había una pareja sentada en uno de los sofás, charlando. En la barra, dos parejas hablando entre ellos y el grupo de chicos tomando algo y charlando con Mari, la relaciones públicas. Tampoco es que el ambiente fuese muy distinto a cualquier pub un sábado por la noche.
¿Bueno que? Le pregunté a Marta, esperando que me diese su impresión.
Bueno, de momento bien.
¿Nos vamos a la sala del fondo donde hay sofás y nos fumamos un cigarro? He visto que allí se podía fumar.
- Vale.
Entramos por la puerta denominada “zona de parejas”, había habitaciones privadas a uno y otro lado del pasillo. Nos cruzamos con un par de parejas, una de ellas salían del jacuzzi y llevaban solo una toalla a la cintura. Me resultó excitante la naturalidad con que la gente se paseaba media desnuda por allí como si estuviesen en su propia casa. Nos fumamos el cigarrillo y nos tomamos la copa. Yo acariciaba los muslos Marta, y le besaba el cuello, estaba feliz y muy agradecido de que hubiese aceptado entrar y quería que ella estuviese también relajada y cómoda. Hablábamos, nos besábamos y veíamos gente entrar y salir para fumar o tomar tranquilamente una copa al igual que nosotros. Nos pedimos otra copa, no había nada malo en lo que estábamos haciendo y poco a poco nos fuimos relajando aun mas, hasta el punto en el que empezamos a meternos mano sin ningún pudor allí sentados en el sofá. Le levanté un poco la falda y metí mi mano entre sus muslos, estaba caliente, se echó hacia atrás, y abrió levemente sus piernas, como dando permiso para que le acariciase por encima de las bragas. Mis dedos acariciaban su sexo por encima de las bragas mientras le besaba el cuello. Nos besábamos con pasión, enredando nuestras lenguas y mordiéndonos nuestros labios con deseo. Nos estábamos calentando por momentos, más yo que ella a decir verdad, y aun arriesgándome a que me mandase a la mierda le dije: ¿Nos vamos a la jaula?. No me lo podía creer ¿yo había dicho eso?. Marta, que después de nuestro magreo y las copas que llevaba encima creo que no pensaba con claridad accedió.
La jaula, os lo podéis imaginar, es un espacio con barrotes al estilo de un calabozo, con una cama donde la gente puede mantener relaciones y ser vistos. Según nos dijo Mari, la RRHH, si dejábamos la puerta abierta la gente podría entrar y participar, y si cerrábamos la puerta solo podrían mirar, y tocar según le alcance el brazo a través de los barrotes. Entramos y cerré la puerta, para ser la primera vez ya era suficiente excitación como para incorporar a nadie. Yo me quedé de pie y me quité la chaqueta y la camisa, quedando desnudo de cintura para arriba, y Marta se sentó en la cama y me comenzó a desabrochar el pantalón, me los bajó a los tobillos y empezó a darme pequeños mordisquitos por encima del boxer. Mi erección era ya bastante potente, a pesar del alcohol. Nuestra excitación del momento y el erotismo del lugar nos tenía a tono. Le saqué el vestido a mi mujer, dejando a la vista sus preciosas tetas, grandes, con los pezones rosados y duros por la excitación. Se quedó solo con unas bragas tanga blancas y los zapatos de tacón también de color blanco. Estaba muy sexy, y yo cachondo a mas no poder. Nos tumbamos en la cama y nos empezamos a besar. Yo chupaba los pezones con urgencia, como si me los fuesen a quitar de un momento a otro. Las aureolas de los pechos se tornaron mas oscuras, signo de que estaba muy caliente, y ya me cogía la verga por dentro de los boxer deseosa de mi.
Seguíamos a lo nuestro cuando nos dimos cuenta de que un chico se había parado fuera de la jaula a mirar.
¿Te gusta que nos vean? Le pregunté yo. Bueno, ni me gusta ni me disgusta, me contestó. Realmente ella estaba excitada por mí, no porque estuviese en aquel sitio, ella es así. Pues yo estoy muy cachondo, y diciendo esto me quité los boxer, dejando a relucir mi polla hinchada por la excitación. Ella comenzó entonces una mamada, agarrándomela por la base y chupándome el capullo, su boca engullía mi verga una y otra vez, llenándome de su saliva y pajeandome a la vez. Me tenía a mil por horas. Alcé la vista para ver alrededor nuestra y me percaté de que había otro chico mas viendo nuestro espectáculo, además el primero ya había sacado su verga y se la estaba pajeando, aunque estaba aun algo flácida por lo que pude ver. Llegó otra persona, un hombre algo mas mayor que los otros dos, que también comenzó a mirar mientras se tocaba el bulto encima del pantalón. Le pedí a mi mujer que parase, no quería correrme aun. Ahora era mi turno, le bajé las tangas y comencé a comerle su coño, rojo y húmedo de la excitación. Le abrí bien el coño con mis dedos para poder lamer su clítoris con ganas, pasaba mi lengua en círculos alrededor, lo chupaba, lo lamia de arriba a abajo y lo volvía a chupar, estaba húmeda y yo me saciaba con sus jugos, mientras ella se tocaba los pechos, pellizcando los pezones de lo caliente que estaba. Creo que ella no era consciente de donde estaba debido a la excitación, hasta que se corrió y abrió los ojos, y pudo ver a los tres tíos pajeándose fuera de la jaula.
- ¿Estás bien cariño?
- Si, solo que se me hace raro estar aquí haciendo esto delante de estos tres con la polla fuera, me dijo casi susurrando.
Tengo ganas de follar, le dije yo, y sin que pudiese decir nada me coloqué encima suya, en la postura del misionero, y se la metí hasta el fondo. Entro fácil, ella estaba muy húmeda y yo estaba lubricado bien pues antes de meterla mi capullo brillaba dando señas de estar listo. Nos movíamos suavemente, con cariño, dándole besos en el cuello y el lóbulo de la oreja, que sé que le encanta y la enciende. Le susurraba al oído que la quería, no en vano estábamos echando uno de los polvos mas excitantes que recuerdo.
Todo dio un giro inesperado cuando dos de los tres que estaban fuera se acercaron a la reja, dejando sus pollas dentro de la celda. Alargaban la mano intentando llegar hasta nosotros, pues la cama no estaba muy separada de la rejas y con un brazo largo y algo de habilidad podían llegar a tocarnos. Marta sintió entonces como uno de ellos le tocó el muslo, y eso la desconectó del momento de excitación como si hubiesen apagado un interruptor en su interior.
- Cariño, no puedo.
- ¿Qué pasa?
- Es que he notado como uno de esos me tocaba, en el muslo. Joder con lo bien que estábamos.
- Bueno, no te preocupes, no pasa nada, nos vestimos y ya está ¿vale?.
- Vale.
Nos levantamos de la cama y comenzamos a vestirnos. Parece que los muchachos habían entendido la situación y se metieron sus vergas dentro del pantalón. Cuando salimos de la jaula ya habían desaparecido de nuestro alrededor. Volvimos a la sala del final a fumar un cigarrillo, teníamos las pulsaciones a mil, la excitación por lo sucedido casi no nos dejaba respirar, había sido una locura, follar en una celda mientras tres tíos se pajeaban a nuestro alrededor, ni en mis mas perversos sueños había fantaseado con que alguna vez estuviésemos en una situación igual. Pedí un par de copas y como seguíamos con el calentón decidimos irnos nosotros dos solos a una habitación privada. Ya nos había comentado Mari, que al igual que en la celda podíamos cerrar la puerta o dejarla abierta. Yo, que no descartaba nada aun la dejé entreabierta. La habitación era sencilla, una cama, una mesita de noche con una lámpara, una caja de pañuelos de papel y una papelera. Pusimos las sábanas que había encima de la cama, nos desnudamos y nos tumbamos con los cubatas. Estuvimos charlando acerca de lo sucedido en la jaula, bebíamos, nos besábamos y nos acariciábamos. Eran casi las dos de la madrugada, ¿el tiempo había volado o a mi me lo parecía?. Mientras hablábamos no me acuerdo de qué pude ver como se asomó a la puerta de nuestra habitación una chica. Fue muy rápido, escasos segundos, la luz era tenue y solo me dio tiempo a ver que era morena, con gafas de pasta negras, y estaba envuelta en una toalla. Se lo comenté a Marta, y no le dimos mayor importancia.
Seguíamos en la habitación hablando y acariciándonos cuando la misma chica volvió a asomar. No me lo pensé y le hice un gesto con la mano indicando que entrase. La noche estaba siendo realmente excitante y yo no estaba dispuesto a dejar escapar la oportunidad de vivir cuantas mas experiencias pudiese, no en vano puede que fuese la única vez que hiciésemos una locura, pero la chica nuevamente desapareció. Ya estaba mas centrado en dar besos y caricias a mi mujer cuando aparecieron por la puerta la chica junto con un chico.
- Hola, ¿Podemos pasar?
Si claro, dije yo sin saber muy bien si mi mujer aprobaba mi decisión.
- Somos Javier y Ana.
- Nosotros somos Marta y Carlos. Sentaos por favor.
- ¿Habíais venido antes por aquí?
- Que va, somos novatos en esto. Es nuestra primera vez, ¿Y ustedes?
- Nosotros ya llevamos un par de años en este mundillo. No solemos venir aquí pero hoy queríamos estar mas tranquilos y darnos un baño en el jacuzzi, es el mejorcito de los locales a los que hemos ido.
- ¿A si? Por eso las toallas ¿no?.
- Claro.
Bueno, ¿Y qué os está pareciendo esto? Preguntó Javier. * La verdad es que es mucha excitación junta en poco tiempo, pero bien.
Bueno bien, bien no, comentó Marta. Hemos estado en la jaula y se nos cortó el rollo. * Si, ya lo he visto, comentó Javier. La verdad es que para ser la primera vez es bastante fuerte.
Javier y yo nos fuimos a la barra a por unas copas y volvimos a la habitación. Estuvimos hablando del mundo liberal durante mas de una hora, acerca de los locales, que es lo que habían hecho, que es lo que querían hacer de aquí en adelante. Al parecer esa noche no habían congeniado con nadie, se lo estaban tomando en plan tranquilo hasta que dieron con nosotros. Eran una pareja muy maja, llevaban cinco años juntos y se veía que se querían, a pesar de que las circunstancias en las que nos habíamos conocimos pudiese hacer pensar lo contrario.
Bueno, y tú, Carlos, qué es lo que te gustaría hacer, preguntó Javier.
- Uff, vaya pregunta.
Yo miré la cara de Marta, su semblante estaba tranquilo, con lo que me dio a entender que podía hablar sin tapujos que no habría ninguna reacción de rechazo. Después de unos segundos pensando dije:
Bueno, una de mis fantasías y casi creo la de cualquier hombre es ver a dos mujeres juntas. Ahora mismo creo que lo que me gustaría es que se besaran ellas dos, dije mirándolos a los tres. Observé una leve sonrisa en sus caras, quizás porque al ver ellos la mía vieron mi cara, cara de curioso, cara de excitación, cara de esto es nuevo para mí y lo voy a disfrutar al máximo. Las chicas se acercaron y se posicionaron una frente a la otra, sentadas en la cama y sin pensárselo mucho acercaron sus caras. Fue Ana la que tomo la iniciativa y acerco su boca a la de Marta. Juntaron sus labios y se fundieron en un beso. Ana abrió un poco la boca y buscó con su lengua la de Marta, que la correspondió entrelazando su lengua con la de Ana. Estuvieron besándose unos segundos, juntando sus lenguas, apretando sus labios, con deseo, como lo harían cada una con sus respectivas parejas. Fueron unos segundos inolvidables, es la primera vez que veía a mi mujer besarse con otra mujer, y mi cuerpo reaccionó, notaba como se me hinchaba la polla y se endurecía. Sin pensarlo me quité el boxer y deje mi erección libre, estaba duro como una estaca por la excitación. Ha sido fantástico, dije yo con una sonrisa de oreja a oreja.
Durante el beso que se dieron ellas, a Ana se le había caído la toalla que llevaba puesta anudada, dejando ver unos pechos pequeñitos con unos pezones puntiagudos. Ana era una chica no muy alta, delgada, con un culito respingón y con carita de no haber roto un plato en su vida, pelo moreno no muy largo. Javier, se veía que se cuidaba, también delgado pero fuerte, con barba de tres días, y rubio tirando a pelirrojo.
¿Y ahora qué? Preguntó Javier. Nos miramos los cuatro, en la habitación se hizo un silencio durante unos segundos, solo interrumpidos por los jadeos que nos llegaban de las otras habitaciones y que contribuían a calentar el ambiente. Como nadie decía nada volví a hablar yo.
- Qui...quiero, que Javier le coma el coño a mi mujer.
Después de lanzar la petición, mi mujer se acomodó tumbándose boca arriba en la cama, con las piernas abiertas, y Javier se acercó a ella, se despojó de la toalla que seguía anudada a su cintura y se inclinó hasta dejar la boca a escasos centímetros del coño de mi mujer. Yo no estaba en una posición que me dejase ver bien como lo hacía, pero noté cuando empezó porque mi mujer gimió dando muestras de su placer. Javier seguía a lo suyo y su mujer Ana y yo estábamos disfrutando del espectáculo. Mi mujer se retorcía de gusto, le agarraba la cabeza a Javier y lo atraía con fuerza al centro de su vulva, para que lamiese, chupase y succionase una y otra vez. Pasados unos minutos mi mujer soltó un grito ahogado de pacer, -ahhhh-, dando muestras de que había llegado al clímax y se había corrido. Ambos se incorporaron, Javier tenía la boca brillante de los fluidos de mi mujer, y Marta estaba sonriente, con una sonrisa de satisfacción de las que se te quedan después de un pedazo de orgasmo. Una vez que se recuperaron un poco de la excitación pregunté yo mirando a Javier y a Ana, ¿Bueno, ustedes queréis que hagamos algo que os apetezca?, a lo que Javier contestó: Vosotros sois los nuevos en esto, es mejor que seáis vosotros los que marquéis el ritmo. Yo tenía mil ideas en mi cabeza, pero no quería ser siempre el que tomase la iniciativa. Me fijé que Ana tenía un tatuaje en el su cadera, ¿Puedo verlo de cerca?, a lo que ella asintió. Me acerqué a ella y pude contemplar que tenía dibujada en su piel una flor, estaba en un lugar estratégico para que no se pudiese ver si llevaba puesto braguitas o biquini, pero ahí estaba yo, disfrutando de algo que seguramente sería muy intimo para los dos, demostrando la complicidad que se había creado entre los cuatros a pocas horas de habernos conocido.
- Tengo un piercing ¿Quieres verlo? Preguntó Ana con una sonrisa pícara que me encendió entendiendo que estaba en un lugar muy privado.
Vale!!, contesté yo entusiasmado. Entonces ella, abrió lentamente las piernas y dejó expuesto su sexo a todos nosotros sin pudor, dejando entrever un aro metálico muy pequeñito justo encima de su vulva. Se abrió bien los labios para que pudiésemos verlo con claridad, se lo tocó girándolo arriba y abajo, para deslizar luego sus dedos por su brillante coño, rojo por la excitación. ¿Puedo tocarlo?, le pregunté yo con descaro.
- Vale, pero ten cuidado, hoy me duele un poco.
Y yo, acercándome lentamente me acomodé con la cabeza entre sus piernas. Tenía su sexo a menos de un palmo, y con mucha delicadeza comencé a hacer con el aro los mismos movimientos que había hecho ella segundos antes, y al igual que ella, deslice mis dedos por su clítoris rojo, brillante y caliente.
Me incorporé para sentarme en la cama junto a mi mujer, que estaba sonriente a sabiendas de que estaba disfrutando mucho de lo que estaba pasando allí dentro, de la excitación, la complicidad. Ciertamente habíamos dado con una pareja muy acorde con lo que necesitábamos esa noche, ir poco a poco, jugar y experimentar nuevas sensaciones, sin prisas, Javier y Ana estaban siendo encantadores y muy comprensivos con nuestra inexperiencia. Marta estaba relajada, y a la vez excitada, en aquella habitación se respiraba erotismo por los cuatro costados. Hubo un momento de silencio y nos empezamos a besar los cuatro, cada un con su pareja, besos tiernos, dulces y besos de agradecimiento por mi parte también hacia mi mujer que me estaba regalando uno de los momentos mas especiales de nuestra vida juntos. Marta cogió mi miembro, se agachó y comenzó entonces a lamerlo suavemente, subía y bajaba, dejando a la vista de Javier y Ana su culo y coño. Javier besaba a su mujer, yo, contemplaba como Marta se entretenía y disfrutaba lamiendo y succionando mi rabo y a veces alzaba la vista y veía a la pareja como se besaban y tocaban delante nuestra. Pude observar como Javier le comentaba algo al oído a Ana. Ella entonces se acercó a donde estaba Marta, se puso junto a ella y mi mujer la miró. Creo que entendió rápidamente lo que Ana quería. Se echó a un lado para dejarle espacio y Ana comenzó a comerme la polla. Al principio de forma suave, Marta me la agarraba y Ana me la comía, hasta que mi mujer se volvió a acercar y comenzaron a lamérmela las dos, cada una por un lado, a izquierda y derecha, juntando de vez en cuando sus lenguas en mi capullo, duro como la piedra e hinchado como nunca lo había notado. Lamían de arriba a abajo, chupaban mi capullo, se besaban, y de vez en cuando miraban hacia arriba buscando mi mirada, con cara de lujuria y perversión. Mi excitación era tal que muy a mi pesar tuve que pedir que parasen, no quería terminar así, no quería que aquello terminase ya. Las chicas, se incorporaron. Se relamían los labios brillantes por mis fluidos y su saliva, que sexy estaban las dos pensé ese momento, son puro fuego.
Me quedé sentado unos minutos para poder recuperar aliento y que mis pulsaciones volvieran a unos niveles normales antes que de me diese un ataque al corazón, pude ver como Javier se levantaba y se acercó al bolso de su mujer. ¿Tenéis preservativos? Preguntó. Mi mujer y yo negamos ambos con la cabeza, y sacó del bolso un par de preservativos y los dejó encima de la mesita de noche. En ese momento decidí que quería que Javier follase con mi mujer, si ella quiere claro, pensé un segundo después.
- Marta, ¿Quieres follar con Javier?.
Mi pregunta le llegó desprevenida. A decir verdad no sabía si me iba a mandar a la mierda y allí se acababa todo o qué, su cara era un poema, pero contra todo pronóstico, y sin decir nada, tomó un sorbo de su bebida, se tumbó en la cama, y abrió sus piernas, ofreciéndose a Javier. Su coño estaba jugoso, brillante, se tocaba el clítoris esperando a Javier con lujuria. Javier, que tenía la polla de un tamaño similar a la mía pero mas fina se acercó a Marta y le introdujo lentamente su polla, para posteriormente aumentar el ritmo. Entraba y salía de mi mujer, ella gemía y se agarraba a las sábanas con el puño cerrado. Está disfrutando pensé, esto no puede ser malo. Me estaba gustando ver a mi mujer follar con otro, yo mientras me pajeaba lentamente, disfrutando. Ana también se tocaba, estábamos los dos de espectadores viendo como nuestras respectivas parejas disfrutaban del sexo, que por momentos se volvía mas salvaje y agresivo. Las embestidas de Javier eran ya fuertes, con impaciencia, y mi mujer gemía y gritaba de placer. Ella empezó a mover sus caderas al mismo tiempo que Javier la penetraba, el orgasmo no tardaría en llegar, y tras unos segundos dieron a la vez un grito de placer y Javier se dejó caer sobre el pecho de mi mujer, exhausto por el esfuerzo. Ambos, con la respiración fuerte aún, se separaron y se acercaron a nosotros, Marta me dio un beso y Javier hizo lo mismo con Ana.
Mientras Marta estaba follando con Javier yo me había tocado a mi mismo, y había acariciado los pechos de Ana y la había besado, ella también se tocaba, pero nada mas, por lo que estábamos los dos muy calientes. Pero tenía claro que no iba a follar con ella, mi mujer había hecho un gran esfuerzo por complacerme, estábamos allí porque yo quería, y aunque yo estaba muy caliente quería hacerlo con ella y nada mas que con ella. Una vez que se repuso del polvo que acababa de echar nos empezamos a besar, yo le tocaba los pechos, le pellizcaba los pezones y le soplaba en el cuello para que pudiese reponerse del calor que tenía, estaba sudando porque había follado con otro y yo me sentía excitado, caliente, mi mano acariciaba su vientre, y bajaba buscando su vulva hinchada, lubricada, hipersensible, rodeaba su clítoris con mis dedos y la besaba con pasión.
Hice el amor con mi mujer, estaba muy agradecido por la noche que me había dado, no se que estaban haciendo en esos momentos Javier y Ana, tampoco me importó mucho, era nuestro momento como si no hubiese nadie más en el universo. Cuando todo terminó nuestras caras mostraban serenidad, la de los cuatro, habíamos vivido una experiencia inolvidable, al menos para Marta y para mí, nos vestimos y salimos del local, eran las cinco y media de la mañana, nos despedimos de Javier y Ana, agradeciéndoles nuevamente lo bien que se habían portado con nosotros, su comprensión, su generosidad, por no presionarnos, nos intercambiamos teléfonos y nos fuimos andando al Hotel, había sido un día agotador.