Primera vez

Una pareja joven se introduce con éxito en el mundo del intercambio.

Llegamos a Oporto con la idea de acudir a un club liberal. Era una idea que veníamos compartiendo desde hacia meses y queríamos saber si seríamos capaces de ponerla en practica.

Dejamos las maletas en el hotel y nos dispusimos a descansar y tomar algo después del viaje. Durante toda la tarde no paramos de bromear acerca de lo que nos encontraríamos si finalmente decidíamos ir. Ya teníamos la dirección así que era cuestión de atreverse.

Cenamos muy poco, con la ansiedad del primerizo ante cualquier nueva impresión, y empezamos a arreglarnos, cada uno por su lado, compartiendo miradas cómplices y sonrisas.

Mientras me vestía observaba su cuerpo juvenil acariciado por un modelito interior adquirido para la ocasión. Apenas podía contener mi excitación y ya notaba sus efectos. La había imaginado en multitud de ocasiones acariciada por otras manos, disfrutando plenamente del momento, y al fin había llegado el día en que me acompañaría en aquella aventura.

Salimos del hotel y buscamos un taxi. No conocíamos la ciudad así que optamos por la vía rápida. Le facilitamos la dirección al taxista y el resto del camino nos dedicamos a entrecruzar las manos con livianas caricias que en ocasiones yo prolongaba por su pierna. Parecía pensativa, consciente del momento, tranquila y al mismo tiempo presa de la inquietud.

Llegamos al local y llamamos a la puerta. Nos abrió una chica joven, como ella, muy agradable y abierta. Se trataba de una de las relaciones públicas del local. Susana era la única que hablaba portugués decentemente, así que ella tuvo que manejar la situación. Le explicó que éramos nuevos en esto y de momento sólo pretendíamos saber el funcionamiento y reglas habituales, limitarnos a tomar algo y observar.

María, la RRPP, se lo explicó todo y finalmente nos sentamos a tomar algo previo saludo a las parejas que por allí estaban. Mientras nos tomábamos nuestra consumición nos sentíamos observados a la par que cada uno se fijaba en sus preferencias. Susana se fijó especialmente en una pareja madura, de unos 40 años. La verdad es que él guardaba una apariencia interesante. Era ancho de espalda, más alto que Susana, moreno y de complexión fuerte. Se cuidaba.

Me fijé en Susana y fui consciente de que lo miraba en reiteradas ocasiones. Consideré que no veía nada más atractivo así que me centré en la mujer que lo acompañaba para calibrar las posibilidades si finalmente Susana daba el paso. Debía tener unos 34 años, era morena, delgada aunque no en exceso y a pesar de que no era excesivamente guapa, tenía un rostro aceptable y unas piernas muy sugerentes.

Seguimos tomándonos la consumición y le pregunté si veía algo interesante; nos miramos con una sonrisa pícara y supe que algo sí había visto, pero también sabía que no daría el primer paso. Sin embargo, contrariamente a lo que yo había pensado me acabó señalando un chico de unos 28 años que yo no había visto entrar. Era muy moreno, casi mulato, pero realmente bien parecido. Estaba solo en la barra tomándose algo y sin duda esperando una invitación de cualquiera de las parejas que allí se hallaban.

Susana comenzó a sonreírme e indicarme que el chico no estaba mal y por primera vez me pareció verla dispuesta a intentar algo. Me acerqué a ella y la rodeé con mi mano por la cintura, la apreté contra mi, y la besé por debajo de la oreja, mientras ella se dejaba sin perder de vista al mulato. Me devolvió el beso y estuvimos un rato acariciándonos.

No sabía el grado de excitación que ella podría tener en ese momento pero lo cierto es que yo sí lo estaba. En ese instante se acercó María para preguntarnos si estábamos bien o deseábamos algo. Susana le preguntó por el servicio y seguidamente salió detrás de María hacia el mismo.

Me quedé un momento observando al resto de parejas y mi vista se centró de inmediato en aquel chico que tanta curiosidad había despertado en Susana. Decidí aprovechar la ocasión para saber qué buscaba, me levanté y fui a su encuentro.

La dificultad del idioma se salva en cuestiones tan universales y aquel chico había decidido pasarlo bien esa noche, por lo que tras una breve conversación, me confirmó que le gustaba Susana y que no tendría inconveniente en conocerla. Entendía el español así que le indique que todo dependía de ella ya que era la primera vez que entrábamos en el ambiente, cosa que entendió con absoluta naturalidad, así que lo invité a acercarse una vez hubiese vuelto Susana a fin de poder conversar.

No obstante, cuando estaba en ello, volvió Susana del lavabo con lo cual la presentación era obligada. La vi algo sorprendida por encontrarme allí pero disimuló bien, así que se hicieron las presentaciones. El chico se llamaba Joâo y era del mismo Oporto. Había estudiado un año en España así que nos entendíamos. Hablamos animadamente durante un rato. Pude apreciar que era algo más delgado de lo que yo pensaba, pero realmente bien parecido y tenía unos ojos negros muy penetrantes. Su pelo era negro y fuerte y tenía unas manos finas con los dedos largos y bien proporcionados.

Lo invité a sentarse con nosotros y allí estuvimos charlando durante unos veinte minutos, hasta que muchas parejas decidieron levantarse e ir a bailar. Por aquel entonces yo había percibido ya que el sonrojo inicial de Susana había dado paso a una charla muy animada en la que los tres nos cruzábamos sonrisas cómplices.

En ese momento le pregunté a Susana si quería bailar a lo que ella contestó que sí. Era un buen momento para conversar acerca de Joâo. Susana se despidió de él y salió hacia la pista, instante en el que aproveché para indicarle a Joâo que nos diera cinco minutos.

Agarré la mano de Susana y la introduje en la pista de baile que atravesamos hasta llegar a la pista oscura que María nos había mostrado un ratito antes. Nos situamos en un lado de la sala y entre bromas y no bromas, comenzamos a besarnos de modo apasionado. Nuestros labios se entrecruzaban con gestos entrecortados de ansiedad, y sentía su olor cada vez más fuerte. Estaba realmente excitada y yo excesivamente mojado. Susana llevaba un vestido negro que dejaba entrever sus muslos y deslicé mis manos desde sus hombros hasta las caderas lentamente mientras me rodeaba con sus brazos. En ese instante, mientras sentía su lengua en la boca, abrí ligeramente los ojos y pude intuir una sombra acercándose que resultó ser la de Joâo. Estaba detrás de Susana que seguía besándome sin enterarse, y con su expresión pidió permiso para acercarse a ella.

Le pregunté con picardía si le había gustado Joâo o le apetecería estar con él un rato a lo que bromeó con un gesto de asentimiento de los suyos, instante en el que la besé de nuevo indicando al chico que se acercase.

La penumbra era casi total cuando Joâo se acercó a la espalda de Susana. La besé en el oído y le dije - está detrás de ti – y sonreímos mientras por vez primera sintió la mano del joven portugués tocando su cintura. La mano se deslizó sobre sus caderas recorriendo con la palma el contorno derecho de la cintura hasta llegar al vientre de Susana. Comenzó a acariciarlo con su mano derecha y acabó cerrando su mano izquierda entorno al muslo izquierdo que ya asomaba fruto del movimiento. Susana seguía besándome y pude sentir la aceleración de su respiración cuando la mano izquierda de Joâo se cruzó con las mías y ascendió hacia su pecho izquierdo. Lo cogió con firmeza y comenzó a masajearlo con profusión. Observé como Susana se enardecía por momentos cuando Joâo posó en la parte posterior de su cuello sus prominentes labios.

Mientras podíamos intuir la presencia de otras parejas que se divertían de la misma forma, perdimos el contacto ligeramente cuando Joâo se apoyó totalmente en la pared atrayendo la espalda de Susana y cogiéndole los pechos por detrás con cada una de sus manos, mientras le besaba el cuello. Susana comenzó a suspirar con la cabeza levemente alzada y me acerqué posando la lengua sobre el lado del cuello que se encontraba libre al tiempo que mi mano izquierda buscaba sus muslos.

Susana comenzó a respirar con mayor agitación cuando el portugués soltó los tirantes de su vestido y dejó sus pechos al aire a la vez que pellizcaba con habilidad sus pezones. Introduje mi mano izquierda por debajo del vestido y fui acariciando el interior de sus muslos hasta encontrar la suavidad del tanga estrenado para la ocasión. Para entonces ella podía sentir en sus glúteos la erección de Joao que aprovechaba para evidenciarla a cada movimiento mientras no dejaba de masajearle el pecho.

Me sorprendió la humedad que encontré en el tanga, y que hacía que apenas se distinguiera con su piel. Para aquel entonces el interior de los muslos de Susana temblaba de deseo. Pude sentir como sus manos trataban de repartirse entre mi cara y los muslos de Joâo.

Sentí una de las manos de Joâo buscando el vientre de Susana y comprendí que había llegado el momento de intercambiar la fuente de deseo por lo que dejé expedito el camino y centré mis esfuerzos en aprovechar que los pechos de Susana habían quedado libres.

Ella recostó su cabeza en el hombro firme de Joâo y la echó hacia su rostro, sintiendo la respiración excitada del portugués. Su mano había encontrado ya el tanga y comenzó a masajear las proximidades de la vagina con delicadeza. Al acercar mi boca al pecho de Susana comencé a intuir sus gemidos entrecortados con la música. Los dedos de Joâo eran largos y firmes y ya habían encontrado el camino hacia los labios menores. Con celeridad habían retirado el tanga y trazaban ahora círculos continuados sobre el clítoris de Susana. Aprovechando sus gemidos , mi lengua sintió el inicio de sus pezones como en las mejores ocasiones, esas en las que se dispara su erección y enseñan el máximo grado de excitación. El trabajo de Joâo estaba siendo bueno, y Susana no dejaba de jadear y gemir mientras yo aceleré la succión y la fuerza del masaje de sus pechos. Joâo introdujo uno de sus dedos en la vagina y el respingo sonó más de la cuenta, pero la sensación debió ser buena porque a partir de ese momento ella despertó y buscó con una de sus manos la entrepierna del joven mientras con la otra apretaba mi cabeza contra sus pechos.

Joâo masajeaba y masajeaba mientras introducía con celeridad intermitente uno de sus dedos en el interior de la vagina chorreante. Salía y entraba, alterando el ritmo mientras presionaba sobre un clítoris sobreexcitado. Aceleré los lametones apretando los pechos y recorriéndolos en su totalidad con la base de la lengua para volver a succionar los pezones erectos. Sentíamos los gemidos continuados y aumentamos el ritmo. Susana había alcanzado ya el instrumento de Joâo y cerró su mano alrededor mientras los dedos de su otra mano se movían entre mi pelo, y tras tres minutos de contorsiones y ansiedad desatada, de jadeos entusiastas, Susana se dejó llevar y alcanzó un orgasmo enorme, seguido de convulsiones y gritos de gozo que se perdían entre la música y que sólo nosotros podíamos apreciar. Di los últimos lametones a sus pezones y levanté la vista, acostumbrada ya a la penumbra, para encontrarla recostada en Joâo, satisfecha, dejándose acariciar por ambos. La besé en los labios y comenzamos a reírnos los tres.

Tras organizar nuestras ropas, sobretodo las de Susana, salimos de la pista oscura como si nos conociésemos los tres de toda la vida. Superada la barrera inicial, nos dispusimos a dar una vuelta por las distintas dependencias del local liberal. Susana parecía otra, y desde luego su cuerpo pedía más, como de costumbre. Estaba radiante y mientras me fijaba en el contoneo de sus caderas la encontré aún más apetecible.

Le pregunté a María por los reservados y nos indicó gustosa donde se encontraban. Nos miramos los tres y la expresión de Susana me ratificó que había que concluir la faena. Pasamos por un pasillo lleno de habitaciones y mientras andábamos podíamos escuchar los gemidos de otras parejas, lo cual era sumamente excitante. No pude evitar distraer mi mirada hacia la pareja en la que inicialmente se fijó Susana, que se contorsionaba encima de una cama pareciendo disfrutar de lo lindo.

No hubo tiempo para más. Llegamos a un reservado. Tenía muy buena pinta pero esta vez la luz era tenue y de nuevo había cierto reparo en comenzar. Joâo dio el primer paso y se sentó sobre el colchón recostándose e invitándonos a ambos. Me senté junto a él y le indiqué a Susana que viniese. Sonrió graciosa y se sentó entre nosotros en el borde del colchón, reclamando su sitio. Nos tumbamos de lado y comencé a besarla de nuevo, tomándola por el cuello con mis manos. Ella simultaneaba pequeños lametones con un contacto total de nuestras lenguas. Su olor me volvía loco y mis dedos se perdieron como tantas veces en su pelo.

Estaba acostada sobre su lado izquierdo, frente a mi. Su brazo derecho se perdía en mis caderas al tiempo que mi mano frotaba su hombro con cierta parsimonia. Joâo por su parte se acercó a la espalda de Susana y comenzó a pasar su mano derecha por su vientre. Se incorporó levemente y empezó a besar su espalda en sentido descendente, primero hacia las caderas, después hacia sus muslos, levantándole el vestido poco a poco. Perdimos ligeramente el contacto mientras Susana facilitaba la movilidad del vestido que había quedado atrapado bajo sus caderas. El movimiento llevó a que se colocase sobre su espalda boca arriba, por lo que adopté una posición diagonal que me permitía seguir besándola y al tiempo tener ambos pechos a mi alcance. Mientras, Joâo, en una hábil maniobra, se había levantado para reclinarse en el borde del colchón. Y en tanto yo me despojaba de los pantalones al tiempo que no dejaba de besar a Susana, él ya había alcanzado a subirle el vestido con destreza y se encontraba besándole el interior de los muslos.

Susana llevaba el vestido puesto pero ya lo tenia levantado a la altura de las caderas. Desde arriba podría observársela como dos partes de una misma persona al borde de ser devorada por dos fieras distintas. Joâo trazaba con los labios continuos círculos alrededor de los suaves muslos de Susana, siempre en dirección ascendente y alternos con lametones que los recorrían durante muchos centímetros. Ella apoyó ansiosa una de sus piernas en el colchón y retiró la otra cuando sintió como Joâo acercaba su lengua a la parte del tanga que cubría su vagina masajeando con precisión sus bordes. Lo retiró con delicadeza con los dedos y miró hacia arriba. Susana respiraba ahora más fuerte y estaba algo nerviosa de nuevo por lo que le susurré que disfrutara, la estreché contra mi, y comencé a besarle la comisura de los labios mientras acariciaba el principio de sus pechos. Joâo comprendió e introdujo su lengua hábil en la vagina de Susana que soltó un gemido.

Oteé con mi lengua el horizonte de su boca apretando con fuerza en cada roce. El contacto de nuestras bocas hacía que los gemidos que Joâo la hacia proferir perdieran sonoridad. Eran como gritos ahogados de placer que se perdían sigilosos entre las paredes de la dependencia.

Sentí como una de sus preciosas manos bajaba con frecuencia y acariciaba el pelo de Joâo agradeciéndole el esfuerzo y animándole a seguir. Sus piernas se movían con delicadeza acomodándose a cada uno de los suaves movimientos que el portugués dispensaba. Por momentos sus caderas se elevaban, emitiendo un claro mensaje al chico, que acompañaba los glúteos de Susana alzándolos con sus manos e introduciendo aún más la lengua en la vagina.

De vez en cuando el portugués soltaba algún gemido de excitación por el trabajo que con destreza estaba desempeñando, por lo que sintiendo las primeras convulsiones de Susana decidí abordar sus oídos, ofreciéndole la más amplia gama de escalofríos posibles en tanto deslizaba mi lengua por la extensión de su cuello.

Susana empezó entonces a elevar sus ojos hacia el techo, reclinando aun más la cabeza hacia atrás. Una de sus manos, la que no estaba ocupada en el joven portugués, acompañaba mi nuca por el desfiladero que me llevó a sus pechos. De nuevo los liberé y por segunda vez comencé a recorrer sus pezones con fruición juntándolos con ambas manos, en una lucha sin cuartel por imitar el ritmo que a esas alturas ya estaba imponiendo Joâo.

Los gemidos eran ahora una constante. Joâo estaba acelerando las continuas caricias del clítoris, succionándolo hasta la extenuación para liberarlo inmediatamente y volver a empezar. Los temblores de Susana eran evidentes y presagiaban un buen orgasmo que no tardaría en llegar, abandoné sus pezones, erectos al unísono y volví a mirarla, a contemplar sus ojos abiertos como en una clara mañana de verano, con la boca entreabierta, casi exhausta por el placer. Apreté con fuerza sus pechos e introduje mi lengua en su boca, volviéndola a besar con pasión, mientras acariciaba, soltaba y volvía a apretar con firmeza cada uno de sus pechos.

Los gemidos llegaron de muy hondo, de nuevo sentí la caja de resonancia de nuestras bocas unidas mientras su mano derecha se cerraba sobre el pelo de Joâo, restregándole la cara contra su vagina, arqueándose como una diosa cuando el gran grito estalló entre nuestras lenguas para finalmente encontrar salida. Retiró su cara y siguió gritando y gimiendo de forma prolongada hasta que la sensibilidad le impidió seguir recibiendo más caricias y el portugués abandonó el esfuerzo mantenido hasta ese momento.

Las risas estallaron de nuevo mientras el chico se levantaba con dificultad del suelo. Estar arrodillado tanto tiempo le había pasado alguna factura y se movía lento. Se tumbó al lado de Susana que yacía entre ambos con la mirada aun perdida por las sensaciones. Ella le acarició el rostro mientras con la otra mano estrechaba mi pelo. Y allí nos quedamos un rato.

Ni que decir que ambos teníamos para entonces una erección importante que se había venido prolongado mucho tiempo. Fue entonces cuando recibimos la visita de una de las parejas que se encontraba en el local.

Se trataba de la pareja de cuarentones en la que inicialmente nos habíamos fijado. Ambos estaban desnudos. Habían acabado lo suyo y oído parte de nuestro numerito. Saludaron con educación y nos preguntaron si nos importaba que se sentaran con nosotros.

En la tesitura en que estábamos, a ninguno nos pareció mal, así que hicimos hueco y nos encontramos todos sentados en las camas como en una especie de antigua comuna romana.

Hechas las presentaciones y una vez conocidas nuestra procedencia y profesiones entre otras cosas, comenzamos a hablar de sexo, fundamentalmente de la diferencia de edad. Parecía evidente que buscaban algo más que una conversación. La charla se fue sucediendo. Dado que sólo sabían portugués, Susana aprovechaba para intentar mejorar el suyo y en lo que no le llegaba, Joâo servía de intérprete. Mientras las miradas se sucedían.

La mujer de Fernando, Ana, se divertía contemplado la erección que manteníamos tanto Joâo como yo. El cuerpo de Ana resultaba muy sugerente visto de cerca. Su piel era tersa y tenía unos pechos aún firmes, con los pezones ligeramente morenos de modo que resaltaban a simple vista. Se encontraban erectos y eran algo más voluminosos que los de Susana. Cualquier diferencia es sin duda un aliciente y desde luego su cuerpo prometía un alud de sensaciones. Se mantenía recostada sobre su espalda con las piernas ligeramente dobladas escondiendo su pubis, y a menudo cruzábamos miradas mientras observábamos las reacciones de los demás.

Joâo por su parte parecía más concentrado en Susana. La miraba con una sonrisa entrecortada, ayudándola a traducir lo que Fernando le transmitía. Susana estaba recostada sobre su lado derecho. Una de sus piernas caía sobre la otra y un brazo se ocupaba con dificultad de cubrir sus hermosos pechos rosados. Observé que por su parte prestaba gran atención a Fernando, que tenía un tono de voz cerrado, muy varonil y grave.

Si su espalda era ancha, su tórax destacaba por su contundencia. Se trataba de un cuerpo esculpido por el trabajo físico y su pecho, a pesar de los años, era amplio y definido. Fernando era moreno aunque entrado en canas, y ciertamente agradable. Sus brazos musculados caían elegantes, mientras recostado igualmente en la pared charlaba animadamente con Susana, cortejándola con cada mirada. Era consciente de que ella propinaba furtivas ojeadas al enorme aparato que despuntaba sin pudor entre sus torneadas piernas. En cierta forma Joâo había perdido la batalla y desde luego el deseo y curiosidad de Susana se centraban con claridad en el maduro lusitano.

Mientras hablaban, Joâo acertó a alcanzar el pelo de Susana acariciándolo muy levemente. No pude apreciar mucho más porque en ese momento comprobé como Ana salió de su letargo y se incorporó viniendo hacia donde me encontraba. El matrimonio tenía bastante experiencia por lo que Fernando sabía que era la señal para simultanear la acción. Ana se sentó a mi lado y comenzó a acariciarme la cara al tiempo que me ofrecía en primicia la visión de ambos pechos. Se inclinó hacia mi, cerró sus brazos sobre mi cuello y comenzó a besarme despacio. Me preocupaba Susana y su reacción por lo que no pude cerrar los ojos y a pesar de sentir los labios de aquella extraña hice un esfuerzo por encontrarla. Pude percibir como su mirada me buscaba sinuosa justo cuando Joâo decidió adelantarse al fornido y elegante Fernando, y con un gesto rápido comenzó a aproximar sus labios a los hombros de Susana. Esta vez se había colocado delante de ella, cerrando el ángulo de visión entre los dos, de modo que cuando su rostro alcanzó la altura del de Susana y comenzó a besarla decidí desinhibirme y disfrutar del momento junto a Ana que ya reclamaba mi lengua como un trofeo del que disfrutar.

Cerré los labios sobre los de Ana y éstos dieron turno a la lengua que húmeda, comenzó a entrar en mi boca provocando sensaciones dormidas. La novedad volvía a cobrar sentido y me agarré fuerte a ella deslizando caricias por su espalda.

Para entonces Joâo disfrutaba de los labios de Susana, de sus pasadas de lengua sin igual, del morbo del beso desconocido. Susana rodeaba con una mano el costado del joven portugués mientras la otra acariciaba su pelo. Joâo introducía su lengua poco a poco, recorriendo la nueva cavidad por explorar de palmo a palmo, y las sensaciones se extendieron. Fernando se había levantado y con jerarquía masculina, ahora reclamaba su sitio. Se colocó detrás de Susana y poco a poco pasó sus manos por su costado hasta alcanzar ambos pechos. Susana sintió por primera vez aquellas manos fuertes y grandes acariciar y pellizcar sus pezones. Sus rosadas aureolas destellaban sensaciones mientras sentía como Joâo la besaba con pasión. En su espalda, por momentos, podía sentir la punta del pene erecto de Fernando propinando pequeños y húmedos golpecitos según el movimiento del varón. Era evidente que ambos se habían fijado en ella, lo que me daba la oportunidad de tener a Ana para mi solo.

Pude observar la escena con cierto morbo mientras Ana se reclinaba sobre mi como tantas veces había echo Susana. Sentía sus glúteos sobre los muslos mientras me colocaba con gran maestría el preservativo. Sonrió una vez que lo hubo puesto y se echó sobre mi ofreciéndome sus pezones, que no tarde en alcanzar con el borde de la lengua. Eran duros y de gran volumen por lo que se mordisqueaban sin dificultad lo que parecía encender aun más a Ana. Se contoneaba columpiando ambos pechos y jugaba a que los atrapara mientras su pubis rozaba mi erección. Finalmente me los quitó y comenzó a besarme por todo el cuerpo, lamiéndome el cuello, la cara, deteniéndose en los pezones por turnos prolongados que me arrancaron los primeros gemidos en tanto comenzaba a escuchar a lo lejos los de la propia Susana.

Entre ambos habían recostado a Susana sobre su espalda. Su cabeza reposaba sobre un pequeño y suave almohadón. Los dos se dieron un breve respiro para colocarse los respectivos preservativos ante la estupefacción de Susana que no sabía muy bien lo que estaba a punto de realizar. El lapso duró poco porque Joâo se echó a un lado de Susana y volvió a besarla mientras sus dedos se hacían dueños de sus pechos. Su lengua alcanzó el cuello y consiguió unos leves suspiros que se vieron acentuados cuando Fernando le abrió las piernas y con destreza introdujo su lengua en la maleza del pubis.

Joâo alcanzó una de las manos de Susana y la llevó hasta su pene erecto que ahora rozaba sus caderas. Ella cerró la mano tal y como el quería y comenzó el movimiento oscilante mientras se besaban en actitud complaciente. El recorrió de nuevo con su mano la distancia entre el ombligo y el cuello de Susana, abandonó sus labios y lamió con osadía varias veces los pezones y el resto de cada uno de los pechos. Ella se movía deseosa y Fernando no dudó en apoyar sus manos en el interior de sus muslos y comenzar a restregar su lengua contra el clítoris. Era una lengua nueva, tersa, humillantemente larga, caliente y firme y los gemidos subieron de tono rápidamente. Fernando cerró hábil uno de sus brazos bajo la cintura, lo que le permitía un mayor acceso al interior de la vagina. Deslizaba con parsimonia toda la superficie de la lengua por los labios mayores, luego los menores, y finalmente se centraba otra vez en el clítoris, extrayéndolo de su caparazón y propinándole toda suerte de caricias.

Los gemidos eran fuertes y Joâo aprovechó su momento. Se incorporó, se colocó sobre las rodillas y aproximó la punta de su capullo a los labios de Susana en un gesto inequívoco. Ella no dudo. Necesitaba algo con que calmar su ansiedad, sus dedos habían pasado varias veces por su boca pero ahora necesitaba algo más y aquella erección morena, perfectamente estética y sensual, parecía a simple vista de lo más apetitosa. El preservativo soltó su gustó a melocotón una vez Joâo lo iba introduciendo poco a poco. Sus gemidos se confundían con los de Susana cuando ella alcanzó el tope, cerró una de sus manos alrededor y comenzó a realizarle al portugués la mamada de su vida.

El moreno se retorcía de gusto mientras Susana sentía su pene aumentar con cada lengüetazo. El glande era redondeado y de una sutil perfección. Con cada caricia de sus labios sentía como aumentaba y se endurecía. A su vez, su perfecto conejito estaba terriblemente mojado lo que había aprovechado Fernando para acariciar con uno de sus dedos la entrada del ano de Susana. Le estaba propinando una de las mejores pasadas de clítoris que le habían dado, - muy a mi pesar - y el portugués aprovechó la humedad de la zona para, tras un cúmulo de caricias concéntricas y continuadas, introducirle lentamente un dedo largo y gordo por la puerta de atrás. Aquello no le agradaba con carácter general, pero la sensación era tan placentera que los gemidos de todos ahogaban cualquier lamento.

Por mi parte estaba absolutamente enardecido viendo de lejos como aquellos dos portugueses hacían pasarlo bien a Susana. Disfrutaba en ese momento de una mamada estupenda que Ana me estaba regalando con total parsimonia. Su anillo de casada resaltaba a lo lejos subiendo y bajando mientras se introducía el falo de mil formas posibles, lamiéndome los testículos con fluidez y delicadeza, las ingles, el ombligo, para volver de nuevo a empezar. Cuando lo tuvo todo suficientemente húmedo, se incorporó, me sonrió y con una de sus manos me cogió la base del pene. Se echó ligeramente hacia delante y para mi sorpresa colocó la punta en el borde de su ano, comenzando a sentarse lentamente. La cavidad se encontraba oferente y el miembro entró sin dificultad. Se ve que Fernando había echo un buen trabajo antes. El caso es que se llevó la mano al clítoris y comenzó a ofrecerme un dedo en primer plano mientras subía y bajaba a la vez, clavada sobre mi cintura.

La sensación era de mayor presión y apenas podía resistir el gusto que ofrecía cada una de sus embestidas. Ella manejaba con maestría su clítoris, moviendo sus dedos arriba y abajo con alegría, y me agarré a sus pechos cuando su cara comenzó a cambiar, a desdoblarse su barbilla. Después de doce o quince salvajes embestidas, en las que su boca jadeante pedía más y más a cada pellizco de sus enormes pezones, el orgasmo le llegó con un estallido que resonó de forma evidente, lanzándose sobre mi, y apretando el ritmo para hacerme correr, cosa que no tardó en llegar pues me provocó un orgasmo casi simultaneo que me hizo poner literalmente los ojos en blanco. Noté como mi pene salía de su abertura. Se deslizó sobre mi, nuestros pechos se juntaron y nos quedamos allí tirados mientras a lo lejos, los gemidos de Joâo resonaron fuertes.

Susana lo tenía extasiado. Se había convertido en una consumada especialista y encontraba placer en demostrarlo. El portugués se amarró a la pared como pudo, y comenzó a gritar cuando Susana sin dejar de chupar y pajearlo, sintió en su boca como el preservativo se hinchaba. Jadeante, el portugués se dejó caer al lado de Susana, que por un instante sintió como había perdido las caricias de Fernando. Levantó su cuello levemente y en ese instante lo vio. Fernando se encontraba incorporado, sobre sus propias rodillas, con el miembro erguido. Su cara estaba concentrada, sus ojos miraban firmes al frente sobre un poderoso cuello que terminaba en unos hombros anchos. El pecho era grande y torneado, poblado de pelo alrededor de sus pezones, y una ligera barriga dejaba entrever lo que años atrás habían sido unos perfectos abdominales. Sus manos levantaron firmes las caderas de Susana. Colocó un cojín debajo de ellas mientras eran elevadas en volandas casi sin que Susana supiese como lo había hecho.

Comprendió en ese instante que ese hombre la quería sólo para él, la había estado preparando y estaba dispuesto. Un escalofrío la recorrió cuando él se acercó, metió sus rodillas acompasadas en los bordes del cojín y acercó su cintura penetrando entre los muslos de Susana. Su piel se enardeció al sentir el bello de las piernas de Fernando. Apoyó la punta de su enorme instrumento en la vagina rebosante de líquido. No era muy larga pero su diámetro era contundente y comenzó a introducirla. La metía centímetro a centímetro, los segundos eran eternos, él los hacia eternos, el gemido era prolongado a cada centímetro. Susana se apretó con las manos los pechos como pidiendo más, cerró los ojos y abrió la boca. Sus labios pedían ser besados, pero no había nadie, sólo el aire.

Finalmente Fernando se dejó caer sobre ella, era un gran peso, el de un hombre fuerte, maduro y muy varonil. Su olor era duro, muy masculino. Sintió en sus caderas las grandes y trabajadas manos del portugués y su vagina se llenó con el diámetro de aquel aparato que rozaba y atenazaba cada una de sus mojadas paredes. Fernando comenzó a bombear y bombear alternando varios ritmos, la sacaba y metía lentamente, muy lentamente primero, para acelerar el ritmo poco después. Susana no dejaba de mirar la cara de aquel hombre concentrado en hacerla gozar, que tanto la estaba haciendo gozar, y se sentía llena, completamente llena. Los gritos eran prolongados, ahhhhhhhhh era todo lo que inundaba la sala mientras los demás mirábamos de una u otra forma como follaban. Ninguno podía aguantar mucho más, Fernando se echó completamente sobre Susana. Apoyó sus fuertes brazos sobre el colchón y sus pechos se rozaron. Ella sentía sus pezones oprimidos y acariciados por el bello del pecho varonil que la excedía en contorno. Lo sentía muy hondo, muy cerca; pasó sus bonitas y suaves manos por sus anchos dorsales y fue bajando en hasta alcanzar sus glúteos. Sus jóvenes y pequeñas manos experimentaban con aquel culo que tanto se movía haciéndola vibrar y él la beso. Sintió el sabor salobre de su propio jugo en la lengua que antes había comido de ella. Fue un beso dúctil, suficiente para saludarse y agradecerle el esfuerzo. Después cada uno retiro la cabeza hacia un lado, dedicados a gemir tan solo.

Susana seguía gimiendo, los ahhhhhhhh eran continuos, ahhhhhhhh, ahhhhhhhh, - repetían -, sentía su vagina llena, desfondarse en las paredes, y no podía más. Él comenzó a aumentar el ritmo consciente de que iba a correrse y Susana metió su pequeña y dulce cabecita entre el brazo y la cara de Fernando, apoyando su frente en aquel hombro fornido con la boca entreabierta, hasta que después de una, dos, tres , cuatro fuertes acometidas grito, grito, como nunca , desatada en un ambiente que le era favorable para hacerlo, lejos de las molestias de vecinos curiosos; dejó salir el placer por el placer mientras él cerraba sus labios sobre su cuello y gritaba, corriéndose a gusto al tiempo que retiraba sus caderas. Allí se quedaron unos eternos segundos en los que Susana le acarició el cabello, se llevó la mano a la frente y comenzó a reír a carcajadas, sintiendo aquel cuerpo poderoso sobre su pecho.

La noche había sido fructífera, fue larga y todos nos corrimos unas cuantas veces más antes de volver a nuestras respectivas vidas. Susana y yo habíamos cruzado una frontera. Y vosotros?

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