Primera vez

Una idealización de como sería nuestro primer encuentro.

PRIMER ENCUENTRO

Anoche me puse a pensar, ya un poco tarde, e imaginé como podría ser la primera vez que te viera, la primera vez que te acariciara y te hiciera el amor... bueno una cantidad de cosas que algún día te contaré... por el momento te envío este sueño...

Cuando te vi por primera vez, tenías la cabeza apoyada contra la pared de mi habitación. Eres joven, hermosa y maravillosamente excitante. Me quede mirándote durante algunos minutos. Tu me dirigiste una mirada tierna y apasionada a la vez y en ese momento decidí quedarme contigo.

Desde ese instante lo único que esperaba era poder estar contigo, te deseaba locamente y quería que fueras mía. Me di cuenta que necesitaba estar contigo. Tu me excitabas unos extraños instintos en mi cuerpo. Había soñado contigo durante muchas noches sin saber que eras tú y en algún momento de mi vida te encontraría. Tenías un brillo especial en tus ojos, algo que delataba tu instinto de mujer.

Cuando te vi, mi corazón latía más aprisa. Allí estabas, con ese cara de niña y esa pasión de mujer. Me acerque a ti sin saber que iba a suceder contigo. Tú levantaste los ojos y me miraste tiernamente. Tus ojos se iluminaron y pensé que me había vuelto loco. Invitar a una mujer como tú a vivir una aventura desenfrenada. Tu sonreíste y dijiste estar dispuesta a vivir las cosas que te propusiera, estabas dispuesta a corresponder a mis deseos y a entregarme tu cuerpo.

Me excitaba la idea de llevarte conmigo, de conocerte mejor... no sé... me sentía cada vez más atraído, más excitado contigo.

Entré en tu habitación. No tenias miedo y al mismo tiempo tus ojos brillaban. Casi sin entretenerte con nada, te metiste en el baño, dejando la puerta abierta. Se oía el agua. Me apoye contra la pared, nervioso y excitado. Tu estabas llenando la tina. Estabas desnudándote, lentamente te despojabas tu ropa. Deseaba verte desnuda, espiar tu embrujo de mujer.

Me acerqué al baño con un una toalla en el brazo. Y me quede mirándote. Frente al espejo te vi dentro de una espuma blanca; tu rostro joven, tierno, tu piel delicada, se te asomaban unos pechos tersos y suaves como dos islas en medio del agua. Te mire en el espejo. Las rodillas te asomaban también fuera del agua espumosa, unas rodillas suaves y jóvenes, duras y redondas. Tu cara de niña y tu cuerpo de mujer se rieron de mi.

Entraste un rato después, envuelta en la toalla, tus pequeños ojos brillantes y llenos de risa y el cuerpo perfecto. Yo estaba dentro de la cama. Te colocaste a mi lado dejando caer la toalla que te cubría. Tus pechos son perfectos, delicados y muy bellos. Tu cuello me pedía que lo besara. Me acerque a ti y comencé a hacerlo. Bese unos labios delicados y metí mi lengua entre tus dientes. Mi sexo parecía estallar. Me sentía totalmente excitado, caliente como un animal en celo. Mis manos descendieron y mis dedos buscaron tu sexo joven de mujer. Tu vientre tenía una piel delicada, muy suave y tu sexo casi no tenía vellos.

Abrí con mis dedos tu sexo y te penetre suavemente. Luego me moví dentro de ti durante largo rato hasta que te oí gemir y retorcerte. Entonces sentí que desde el fondo de mi estómago, desde mi cabeza, me bajaba un orgasmo, la sensación más fuerte que había sentido en los últimos tiempos. Caí sobre ti inundándote de semen y al mismo tiempo tu te dejabas de agitar bajo mi cuerpo. Habías tenido un orgasmo junto al mío.

Luego apoye la cabeza sobre tu hombro desnudo. No quise mirarte. Pero me sentía feliz, como si algo extraordinario hubiera sucedido en ese momento. Me quede dormido abrazando a conciencia tu cuerpo.

Poco después, sentí el sol acariciando mi cara. Suavemente, abrí los ojos. Sentí tu presencia a mi lado y volví la cabeza. Te tenía abrazada, una mujer hermosa, de cabello rubio, que dormía sobre mi hombro. Me di cuenta de lo bella que eres. Tus pechos son pequeños y tu vello en el pubis aparece como una suave pelusa. Casi transparente. Tú dormías y respirabas con suavidad. Pensé que soñaba. Toque con la punta de mi otra mano, sin moverme demasiado para no despertarte, tu sexo y descubrí que estaba húmedo, excitado. Te moviste despacio. Tus ojos se abrieron lentamente. Y cuando sonreíste sentí algo de culpa. Tus ojos de niña eran los ojos de una mujer ansiosa de placer. Me mirabas y te sonreías.

Me dijiste que no me preocupara. Que tenias la magia de ser una niña, una joven, una mujer madura. En ese momento te adoré. Te quedaste conmigo sobre la cama. Sabías por dentro que podías hacerme muy feliz. Sabías que nos divertiríamos. Que ya lo vería. Me pediste que no sintiera culpa de ningún tipo. No estábamos cometiendo ninguna locura. Me dijiste que te amara como eras, mi dulce amante.

Me incorpore en la cama. Me puse de rodillas y te miré. Tu piel es tersa, rosada, suave. Acaricié lentamente tu cuello y tus hombros, descendí y toqué con suavidad tu ombligo, tu vientre liso y terso, tus pechos. Mi mano es demasiado grande para contenerlos y tus pecho de niña se ocultaban en mi mano. Me incliné sobre ti y besé tus mejillas, tus sienes, tu nariz pequeñita y posé con miedo mis labios sobre tu boca. Tú seguías mirándome con ternura. Abriste la boca y mi lengua se introdujo con deseo en tu boca. Podía chuparte íntegra, y comencé a lamer tu boca, los costados de tu nariz, tu cuello. Mis labios descendieron y se posaron con ternura en tus pequeños pechos. Mordí levemente tus pezones rosados y los sentí endurecerse apenas en mi boca. Me parecía que mi pene iba a reventar, a saltar por los aires. Me sentía caliente, excitado, y creí que no podría contenerme cuando tu mano pequeña me atrapó los testículos y los contuviste en su hueco un momento antes de comenzar a acariciarme con tus deditos pequeños y tibios, mi sexo que crecía y crecía y parecía que iba a estallar en cualquier momento.

Te incorporaste y te vi sentarte sobre tus rodillas y cuando tu boquita pequeña se acercó a mi sexo, sentí desmayar y cuando tus dientecitos blancos me atraparon y comenzaron a mordisquear con suave cadencia me sentí transportado a otro mundo, en donde los valores habían cambiado y nadie, por el solo hecho de amar, haría daño a nadie.

Jugabas en mi pene endurecido hasta el límite y experimenté la necesidad de vaciar mi sexo en tu boca. Chupaste y absorbiste y reíste y parecías divertida y feliz. Atrapé tu cabeza y la apreté contra mi vientre.

Tú, tras un momento de descanso, te incorporaste de tal manera que quedaste penetrada por mi pene. Tu vagina de vellos delicados lo apretaba con fuerza. Comenzaste a cabalgar sobre mí con una risa divertida en tus ojos, en tu frente, en tu boca. Gritabas casi y saltabas sobre mi que en ese momento sentía que el mundo se abría, se abría y me hundía en el placer total y completo.

Tú, mi preciosa amante, con tus cabellos largos y rubios, desordenados alrededor de tu carita que iba sonrosándose cada vez más, risa en tus ojos y una manera de cabalgar sobre mi cuerpo, meciéndote mi sexo cada vez más allá, más allá, siempre un poco más y en medio de aquella locura pensé que tú me absorberías por completo, te tragarías mi sexo completamente, sentí que me perdería para siempre en tus abrazos; y pensé que no importaba, que era lo mejor que me había sucedido en el mundo; hundirme, perderme en tu cuerpo femenino, en ti mi mujer-niña. Luego atrapé entre mis manos tus pequeños pechos y me aferré a ellos enloquecido cuando uno de tus saltos me llevó al orgasmo, un orgasmo lento, feroz, tremendo que me hizo vaciar desde mi cerebro hasta mi sexo, en oleadas enloquecidas, arduas, lentas.

Ahora tenía que tomar la iniciativa y me olvidé de mí mismo y te coloqué boca abajo en la cama y comencé a lamerte, a besarte desde los pies. Esos pies pequeños y suaves, y fui subiendo lentamente por tus muslos, hasta llegar al orificio de tu sexo, que levemente toqué apenas y puse mis dedos con suavidad sobre tus nalgas suaves y acaricié durante mucho rato aquellas nalgas, tu sexo que se abría para mi, mientras sentía tu respiración regular, suave, cansada sobre las almohadas y pensé que podría amarte así durante mucho rato. Pero me quedé dormido con la cara pegada a tus bellas nalgas, te dormiste boca abajo, con el sol reflejándose en el suave vello de tu espalda.

Salí del sueño y caí en tus brazos descansados de mujer eficiente y dinámica, me hiciste perder entre tus senos pequeños y hermosos.

Cabalgué sobre ti, mientras te corrías y corrías sobre la cama, y tu sexo me atraía desde lo alto de tus muslos blancos, perfectos que se dejaban ver entre las sábanas. Amé con ternura tu figura tímida. Traté de ser tu amante perfecto y poseí tu cuerpo de mujer, de piernas largas y cuerpo excitante. Tenías los muslos abiertos, y el culito levantado por las almohadas que había puesto debajo de tu sexo.

Te hice el amor una y mil veces. Otra vez, otra vez. Estabas hambrienta de sexo y todos mis dedos, mis manos, se introdujeron en todos tus rincones, tú me dejabas entrar. Y te convertiste en un orgasmo tras otro.

Me calentaba cada vez más, mientras tu acariciabas tus propios pechos para excitarme. Te masturbabas y me ofrecías tu sexo abierto de par en par con tus propias manos. Te abracé con todo el amor que podía contener en mi cuerpo.

Me incliné sobre ti y besé nuevamente tu cuello, tu nuca, tus sienes, tus orejas. Mi lengua entró en tu oreja. Mi lengua chupó con suavidad y placer tus pezones y bajó luego a recorrer tu vientre. Hundí mi lengua en tu sexo y separé los labios para chupar tu clítoris que se ofrecía como siempre. Luego mis manos recorrieron un largo camino por tu espalda, debajo de ti. Y llegaron a tus nalgas, que acaricié durante un rato. Mis dedos se introdujeron en tu culito, te dejabas hacer lo que quisiera e igual pedías hacer todo lo que te excitaba.

Mis manos separaron tus labios e introduje mi pene, fuerte, en tu vagina. Soñé con quedarme a vivir en tu sexo. Durante un momento, nuestros ojos se enfrentaron v te miré y tu me miraste. Sonriente. Comencé a moverme acompasadamente en tu vagina que me recibía con ternura. Tocaste levemente mi ano, y comencé a sentir oleadas de placer que me hundían en un cielo. Te penetré más fuerte y sentí que mi sexo chocaba contra las paredes de tu vagina que me aprisionaba. Nuestros movimientos se acompasaron juntos, como tantas veces llegamos al placer. Sentí que mi leche se volcaba en tu cuerpo al mismo tiempo que tu te retorcías bajo mi peso.

Espero que esta historia se cumpla algún día y muchas veces.

Manuel Alejandro