Primera vez (3)
Otra nueva fantasía de como sería mi primera vez con aquella amante imaginada.
PRIMER ENCUENTRO III
Has pasado bastante tiempo sola en tu casa, leyendo, escuchando música y esperando que yo aparezca en cualquier momento, un día antes te llamé y te dije que no soportaba más las ganas de verte y estar un tiempo contigo.
Recuerdas todas las cosas que nos hemos dicho, todas las otras que nos hemos escrito y sonríes. Todos esos recuerdos te excitaron y te enfrentaste contra el espejo de tu cuarto. Puedes observarte todo el cuerpo. Acaricias tu cabello negro y te dices que no perderás un solo minuto a mi lado y te entregarás con toda esa pasión que te está quemando el cuerpo, la piel, tu sexo. Mi imagen volvió a tu mente. Te acaricias frente al espejo y de tu boca no se borra esa sonrisa, aquella sonrisa disimulada y excitada que me mostraste en aquellas fotografías. Sabes que eres muy bonita, muy bella, que me has enloquecido, que me gustas demasiado.
Como sabes que en cualquier momento puedo aparecer, te has puesto muy poca ropa, una camisa cubriendo tu ropa interior. Frente al espejo te sueltas del primer botón de tu camisa lentamente, como un rito extraño, afrodisíaco. Luego el otro y el otro. Tu dedo delicado recorre ese espacio de piel entre tus pechos. Después abres el otro y terminas por quitarse la camisa.
Introduces uno de tus dedos entre tu ropa interior. Luego haces lo mismo con un dedo de tu otra mano. Fue sólo un momento y tu ropa interior cae hasta tus pies. Sonríes y te sientes libre, desnuda, excitada, caliente. Sabes que la imagen que ves frente al espejo es el cuerpo que hace mucho tiempo estoy ansioso de poseer.
Esos mismos dedos son los que tocan tus pezones sólo por un segundo. Tiempo suficiente para que tomen una coloración parda y crezcan y se pongan muy duros. Alrededor de ellos la piel se torna de gallina y un escalofrío te sube por las piernas. Tu boca deja escapar un tímido gemido de placer. Vuelves a mirarte y te dices que te gustas, que eres hermosa y que comprendes lo mucho que me vas a excitar. Entonces, no tienes más remedio que frotarte los pezones con las yemas de los dedos. Tu cabeza se echa hacia atrás y esta vez el gimes más fuerte.
No te importaba que se escuchen tus gemidos. Tus manos siguen en tus pezones y los frotas con más fuerza aún. Súbitamente te das cuenta que tu mano izquierda ya no está sobre tu pecho sino sobre tus vellos púbicos (no me has contado como son, su color, su textura...) Te tocas y cada vez con más pasión. Tu dedo está bajando por tos labios húmedos. De la punta de tus vellos caen gotitas de tu miel. Todo el fuego de tus dieciséis años ha crecido hasta lo indecible. Tu pasión te quemaba, te quemaba mucho, demasiado. Tu dedo sigue explorando muy despacio. Hay un pequeño contacto con tu clítoris ardiente y todo tu cuerpo es un espasmo brutal y violento. Un espasmo salvaje y descontrolado. Caes sobre el suelo. Tus piernas no te responden. Todo tu cuerpo está empapado en sudor. Un sudor frío que se evapora inmediatamente al emerger hacia tu piel caliente.
Pero piensas que no vas a masturbarte. No vas a hacerlo. Vas a guardar toda esa excitación para cuando llegue a tu casa y no puedas hacer otra cosa que besarme, desnudarnos y soltar toda esa pasión que te está quemando.
Imaginas mientras esperas todas las cosas que vas a hacer para seducirme apenas abras la puerta. Vas a besarme mientras me metes mano por el pantalón y sacas mi pene fuera y me lo chupas con todas tus fuerzas. Cada vez está más convencida de que vas a hacerlo. Piensas en cubrirte el cuerpo con azúcar para que te lama la piel. Quieres hacerlo de todos modos aunque fuera sin azúcar. Piensas en mi pene entre tus piernas. Duro y algo caliente. Y luego mi semen blanco y espeso cubriéndote, regándose por entre tus nalgas. O en tu boca, después de una buena chupada. Y tragarlo, sentirlo bajar por tu garganta mientras mi mano se escabulle por entre tus vellos púbicos haciéndote estremecer... Todo por ahora es una mera fantasía. Pero sabes que en cualquier momento puedo aparecer para hacerlo realidad.
De pronto comienzas a desesperarte y tu mano baja automáticamente hacia tu vagina. Pero no quieres masturbarte, sino hacer el amor, de una manera tierna, apasionada, por momentos violenta, enérgica. Como estás segura que sólo yo puedo hacértelo.
Te acomodas en el sofá, luego de vestirte, miras hacia la puerta. Te sientas a esperar. Y de repente sobre la puerta, suena un golpe. Te mantienes quieta sobre el sofá. No te animas a abrir la puerta. Te pones nerviosa.
Sientes todo tu cuerpo tensarse. Te levantas lentamente, caminas despacio sin hacer ruido. Estás descalza. Una gota de sudor te recorre la frente, pero no tienes fuerzas para apartarla. Tu mano continúa temblando. Vas hacia la puerta ansiosa, con un calor que te entibia los muslos. Abres despacio. Tu corazón da un salto. Después de tanto tiempo prometiendo viajar para conocerte, por fin estoy frente a ti. Te ríes nerviosa, me abrasas, me besas, me acaricias el rostro.
Me permites entrar y puedo ver como tus manitos y tu cuerpo tiemblan.
Quedamos frente a frente. Al ver a quien tienes frente a ti no puedes dejar de tragar un poco de saliva que se te ha quedado en la boca. Por fin después de bastante tiempo estamos juntos, solos, para satisfacer toda esa ansiedad que hemos reprimido.
Puedo ver que tu cuerpo tiembla a través de tu camisa. Tienes tu cabello revuelto, ensortijado con los dedos. Sobre tu cuerpo no hay nada más que tu camisa algo grande y casi transparente. El triángulo de tu vagina se alcanza a notar un poco y puedo ver como están de excitados los pezones en tus pechos (tampoco me has contado como son tus pechos, en las fotos puedo ver que son magníficos, pero quisiera saber como son desnudos).
Te me acercas. Me rodeas con tus brazos por el cuello y me besas. Tu lengua recorre todos los rincones de mi boca. Luego es mi lengua. Comienzo por tu boca pero después voy hasta tu cuello y lo acaricio, lo lamo muy despacio. A ti se te erectan los cabellos de la nuca. Jamás habías sentido eso. Te duelen los pechos, pero es un dolor agradable. En ese momento descubres que tu vagina destila miel como nunca lo había hecho. Me desabrochas la camisa. Yo ya me he quitado los pantalones. En ese momento me coges con fuerza el pene y éste se erecta rápidamente. Ya te lo habías imaginado y lo acaricias como si siempre lo hubieras hecho. Me arrodillo ante ti y te lamo las rodillas. Me detengo un momento para observarte las piernas. Son bellísimas, como nunca las había visto, como las había imaginado... blancas, delgadas. Y tengo que tomarlas entre mis manos. Voy subiendo lentamente y con ellas tu camisa. Primero quedaron al descubierto tus rodillas, luego tus muslos. Ahí tus piernas tomaban forma redondeada, tus caderas un poco anchas, pero no demasiado. Llegó un momento en que tu vagina quedó al descubierto, mientras tanto mis manos continuaban subiendo. Mis manos y tu camisa.
Mis manos se pasaron por tu cadera y continuaron subiendo hasta que llegaron a tus pechos. Son redonditos y grandes. En su punta, los pezones que antes había visto por entre tu camisa eran ahora dos discos de piel más oscura y más dura. Un pequeño cono coronaba cada pezón. A su alrededor la piel de gallina crecía desorbitadamente. Me detengo allí, en la base de tus pechos y los tomo con ambas manos por ese lugar. Estoy entretenido en tus pechos hermosos. Los aprieto con fuerza y tus pezones parecen crecer aún más. Y los chupo. Pero sólo la punta entraba en mi boca, nada más que ella. Sigo subiendo y descubro que cierras los ojos y tienes los brazos en alto, esperando que terminara de quitarte la camisa. Tu mentón tiembla y mordisqueas tus labios.
Tienes una sensación violenta. Algo hay entre tus piernas, casi jugueteando con ellas. Es algo duro, largo y caliente. Es mi pene muy cerca de tu vagina. Ahora es tu turno. Te hincas en el piso. Aún mantienes los ojos cerrados. Cuando los abres ves mi pene frente a ti. Lo tomó entre tus manos y comienzas a chuparlo. Te gustó, te gusta demasiado. Descubres en ese momento que jamás podría vivir sin el, que siempre necesitaría tenerlo a mano. O mejor dicho a boca, porque ya está en ella. Desde la base lo vas recorriendo con la punta de tu lengua por el pliegue de la piel hacia arriba hasta llegar al glande. Lo introduces hasta que toca la campanilla de tu garganta. Casi me muerdes de las ansias. Ahora soy yo quien cierro los ojos. Súbitamente te detengo, te tomo de la mano y te conduzco hasta tu cuarto. Hasta tu cama. Te dejas caer de espaldas sobre la sábana. Abres las piernas y con ellas se abren los labios húmedos y brillantes de tu vagina. Alrededor, tus vellos ensortijados te dan un aspecto de cueva mágica. Son un cartel anunciando los secretos que se esconden allí dentro. Mantienes las piernas abiertas, pero, además, las levantas en el aire. Con ambas manos coges tus rodillas y vas bajando por los muslos hasta llegar a tu vagina. Utilizas dos dedos para entreabrir los labios y una pequeña gota de tu miel cae entre ellos.
Me pides que te haga el amor, que no soportas más. Sonrío y me acerco lentamente hacia ti. En mi mano llevo mi pene mojado todavía con tu saliva. Tu pecho sube y baja aceleradamente. Estás excitada, más de lo que has estado nunca. Tu lengua se retuerce sobre tus labios colorados de tanto chupar mi pene.
Pongo mi pene entre los labios de tu vagina jugosa. Introduzco sólo medio centímetro. Pero tu sientes desfallecer y me pides más, ya gimiendo entrecortadamente, igual que lo haces cuando te masturbas para mí cuando hablamos por teléfono.
Me retiro un poquito para tomar impulso. Luego, lo introduzco totalmente, de un solo golpe. Gritas ahogadamente, sientes que algo se mueve dentro de ti. Sientes un poco de dolor y placer a la vez. Tienes que aferrarte a mí porque crees que vas a desvanecerte. Tus uñas se clavan en mi espalda. Tu sólo gimes y gritas de placer mientras mordisqueas tus labios. Yo vuelvo a penetrarte. Esta vez para no sacarla de allí hasta el final. Tu te me acercas y comienzas a morderme la boca, la lengua, las orejas, el cuello...
Tu cuerpo de repente se arquea. Todo tu cuerpo está ardiendo de placer y siento como me quemas. Apoyas sólo la cabeza y las plantas de los pies sobre la sábana. Tu espalda y tu culito están en el aire. Es de lo mejor. Mi pene entra totalmente en tu vagina provocándote más placer. Con ambas manos te aferró a mis nalgas. Las sientes tensas. Descubres que el movimiento se hace más rápido y que tu también te mueves más excitada. Es algo que te dicta tu cuerpo, no tu razón. El choque de nuestros cuerpos es violento. Ambos estamos emparamados de gotas de sudor. ambos jadeamos y gemimos súper excitados. No soportas quedarte quieta. Necesitas moverte más y más. Tu espalda no toca la cama. Es como si algo te levantara en el aire. Como si levitaras.
En un momento, el movimiento se hace más rápido aún. Yo arqueo la cabeza y mi cuello se movía al compás de nuestros movimientos. Sabes que algo iba a ocurrir. Y de repente nos vinimos en un violento orgasmo.
Sientes que toda tu vida se te escapa por la vagina. Sientes un impulso caliente, una corriente de miel que te convirtió en una esponja. Algo te está llenando, algo cálido y viscoso. Pero yo continuo y tu también. Hasta que el movimiento comienza a detenerse y ambos quedamos exhaustos, agotados, felices. Es nuestra primera vez.
De repente tu dices que quieres seguir, otra vez, y así continuamos nuevamente...