Primera putita Vol. 4 – Cogida por varios (final?)

Siguen las aventuras con Silvia. Cuento cómo la comparto con mi jefe de entonces y como las cosas casi se me van de las manos. Hay de todo: anal, humillación, oral, DP

Retomo después de mucho tiempo la historia con Silvia, mi primera relación D/s que tuvo lugar en Buenos Aires a mediados de los años 90. Para las que se suban al tren ahora, recomiendo leer las tres partes anteriores. Agradezco los comentarios recibidos, incluida una crítica de una perrita que se quejaba por lo extenso de mis párrafos. Entiendo que no todo el mundo ha leído, por ejemplo, a Proust o a Faulkner, no apunto a esos lectores ni estoy (ni de cerca) al nivel de estos autores. En cualquier caso, he intentado recortarlos algo, que adaptarse a los tiempos que corren no está mal. También aprovecho para contaros que no tengo más “vacantes” para adoptar nuevas sumisas online. Ha aparecido una que se llevará toda la atención que puedo dedicar a esto. Espero me de muchas alegrías que pueda compartir en relatos venideros. Ahora sí, la última entrega (por ahora) de la historia de mi primera putita.

Los meses que siguieron a mi primer encuentro a solas con Silvia fueron bastante moviditos y casi no la pude ver. Nos fuimos de viaje de egresados con mi colegio a Bariloche en vacaciones de invierno y después, en lugar de empezar las clases, me fui otra vez a Bariloche pero como coordinador junior (y tan junior). Otro día quizás cuente la historia de mi iniciación como coordinador porque el nombre del colegio, de por si, promete: Esclavas del Sagrado Corazón.

Pero bueno el “casi” está ahí por algo. No quería dejar pasar dos meses sin verla así que, entre un viaje y otro, tuve un contacto fugaz. La última vez que nos habíamos visto ya había sembrado la semilla de mi plan. Siempre fui de pensar en los próximos pasos. Para facilitar nuestros encuentros, le había dicho tenía que empezar a flojear en matemáticas. Yo estaba haciendo el CBC  (primer año de la Universidad) de Ciencias Exactas por un programa a distancia que se llamaba UBA XXI. No me costaba darme la chapa de profesor particular.

Era la manera de poder llamar a su casa y pedirle a su madre, padre, hermano o hermana, que me pusieran con ella. Eran tiempos de teléfonos fijos. Todos en la casa usaban el mismo. La prehistoria de las telecomunicaciones.

  • Hola, buen día, podría hablar con Silvia

  • Si, de parte de quién?

  • Soy Claudio, el profesor particular de matemáticas de Vanesa

  • Ah si, Claudio, ahora le aviso... ¡Silviaaaaa!”

Así fue mi primera llamada a su casa. Hablamos no más de cinco minutos. La madre creyó que habíamos quedado empezar las clases cuando volviera de Bariloche y en realidad habíamos quedado que esa noche, antes de salir con su novio, iba a dar una vueltita por el parque.

El parque estaba a menos de 500 metros de su casa. Le di instrucciones precisas. Iba a bajar con cualquier excusa, con la ropa que iba a usar esa noche para salir con el cornudo. Tenía que ir hasta una zona algo oscura, entre unos arbustos y un pequeño lago artificial. Iba a encontrar un par de antifaces de los que dan en los aviones y se los iba a poner. Se sentaría en el banco y esperaría.

No sé cómo convenció a su padre para bajar a las 10 y media de la noche , pero ahí estaba. Sentada con los antifaces puestos y temblando de excitación y supongo que también de miedo. La noche era algo fresca pero para ser agosto estaba bastante bien de temperatura. La puta llevaba una falda ajustada, por debajo de la rodilla, unas botas altas de tacón y una especie de cardigan o sweater de lana gruesa negra que no dejaba ver lo que había debajo. El pelo lo tenía recogido en un rodete con varios palos de esos chinos. Con los ojos tapados y los labios entreabiertos temblando estaba para comérsela. Me senté a su lado.

  • ¿Sos vos?

  • Shhh putita, no quiero que vuelvas a hablar. Obedecé y dejate hacer.

  • Si, Señor.

  • No me digas señor por defecto, si no te lo pido no lo uses más, ¿ok?

  • Ok

  • Ahora callate y obedecé – asintió con la cabeza.

Le subí la falda hasta medio muslo. La zorra llevaba medias tres cuartos, sabía lo que me gusta y venía preparada. Acaricié unos instantes sus muslos y empecé a masturbarla haciendo a un lado su tanga. Ya estaba hecha un charco antes de que la tocara. Como era mi costumbre, alternaba mi trabajo de dedos abajo con el ofrecimiento de sus propios jugos para que los saboreara, acompañados de frases que constataban lo perra que estaba, lo mojada que estaba, lo puta que era. Cada palabra la ponía más en mis manos. Más maleable. Más sumisa.

Cuando la tenía a punto caramelo le dije algo que la descolocó:

  • Putita, me voy a apartar un poco para ver cómo se la chupás a mi amigo. Ni se te ocurra sacarte el antifaz ni hacerme quedar mal.

No llegó a articular una queja porque le puse el dedo en los labios silenciándola.

Me aparté un poco, unos 10 metros hasta donde estaba de mi mochila, hice como que hablaba en voz baja y cogí una sudadera que había embadurnado de perfume de mi padre y me acerqué a ella. Pude notar cómo se sobresaltó cuando me sintió de pie delante de ella. Me bajé el cierre, saqué la polla y se la acerqué a la boca. La abrió y empezó a chupar sin mucho convencimiento. La agarré fuerte del pelo y empecé a llevar el ritmo. Ella estaba como ida. Se dejaba hacer y estaba excitada pero no tomaba la iniciativa, estaba en shock. Y era justo lo que quería. No me demoré mucho en correrme como una bestia descargando todo en su garganta. Saqué mi polla y se la froté por la cara. Reconduje la leche que le chorreaba hacia su boca y le cerré la boca con la mano en señal de “traga perra”. Cosa que entendió perfectamente.

Me volví a alejar. Me quité la sudadera y me puse la mía con mi perfume. Volví a sentarme a su lado.

  • Estuviste bárbara mi amor. Ni se te ocurra lavarte los dientes. No te voy a besar porque me da asco la leche de otros.

  • Pero...

  • Shhh... hablamos en dos semanas, contá hasta 100 despacito, sacate los antifaces y volvé a tu casa. Sé buena.

Y me fui. Tenía un subidón tremendo, estaba alucinado por lo bien que había salido todo. Aunque siempre sospechó que esa noche me comió la polla a mi, nunca pudo estar 100% segura. Mucho tiempo después me lo volvió a preguntar varias veces. Nunca lo admití.

Silvia había dado otro paso y eso me allanaba el camino para empezar a compartirla con otros, que era lo que más me ponía y el siguiente paso que me había trazado. Me podía ir tranquilo a “trabajar”, que a la vuelta de Bariloche, me quedaba mucha tela que cortar.

Vanesa, la chica de la primera parte de esta historia, fue una pieza clave en mi relación con Silvia. Aunque el nabo de Luis se puso celoso y me hizo jurar que no me la iba a volver follar (putos posesivos), lo convencí de que el premio podía ser que le dejara follarse a Silvia algún día y con eso bastó para que no me pusiera pegas. A instancias mías Vane y Silvia se hicieron íntimas amigas de la noche a la mañana. Vanesa sería mi cómplice en mil situaciones. Fue ella la que le recomendó a Silvia, delante de su madre, un profe particular de mates que estaba haciendo el CBC (yo). También iba a usar bastante el recurso de que Silvia “se iba a quedar a dormir en lo Vane”, de cara a sus padres y a su novio.

Nuestro siguiente encuentro fue a principios de septiembre. A la vuelta de mi viaje estuve durante un mes follándomela en los rellanos de la escalera de su edificio cuando me bajaba a abrir después de sus clases de matemáticas. Una tarde ya casi de noche , mientras le follaba el culo en el descansillo del primer piso, oímos la puerta de calle y el ascensor que subió hasta uno de los últimos pisos. Ella me dijo: “puede ser mi padre, deberíamos salir”. Menos mal que le hice caso porque efectivamente era el padre y cuando el tipo entró a su casa y le dijeron que Silvia había bajado a abrirle al profesor de matemáticas el tipo sospechó algo raro porque - según me contó ella después- había subido a buscarla primero a la terraza, y después había bajado los 10 pisos por la escalera a ver si la encontraba infraganti. Nos estábamos despidiendo en la puerta cuando lo vimos aparecer al fondo del pasillo de planta baja, con el tiempo justo para llegar a decirle a ella: “decile que me acompañaste al kiosko de la vuelta a comprar cigarrillos”. El tipo nos preguntó enfurecido “¿Dónde estaban que no los vi cuando llegué?”. La coartada bastó para disipar las sospechas de su padre y otorgarme varios años más de vida. Lo que no pude evitar fue hacer todo el viaje en autobús de vuelta a mi casa con la polla “embarrada” por lo abrupto de la interrupción.

En el consultorio de mi padre también pasamos alguna tarde, cuando la hacía escaparse de sus clases de educación física y practicábamos distintas cosas que aprendía en las revistas de mi padre, además de nudos marineros. Fui entrenándola para que respondiera cada vez mejor a mis órdenes. Mi control sobre ella crecía día a día. Había empezado a tomar la pastilla por lo que le había empezado a coger el gusto a correrme en su coño calentito, húmedo y apretado. Solía mandarla de vuelta a su casa con las piernas chorreando leche.

El siguiente movimiento fuerte fue a mediados de octubre. Marcelo, uno de los coordinadores de más rango en la empresa de viajes en la que trabajaba – ya no me acuerdo si era jefe de zona, manager o qué cuernos – era relaciones públicas de una disco under. Era un lugar lleno de freaks, enanos, artisteo, drogas y perversión. En Bariloche le había comentado a “mi jefe” que tenía una chica que quería que conociera, que era una bomba y muy muy puta. Enseguida se interesó por conocerla, claro. Me dijo que para no tener problemas en la entrada, no nos olvidemos que era menor en aquel entonces, lo mejor era que Silvia fuera vestida como una reventada. Así que, un sábado, le pedí que se preparara un kit muy subido de tono, lo pusiera en un bolso, y le dijera a sus padres que se iba a dormir a lo de Vanesa.

Pasé a buscarla por ahí en el Renault 12 de la mujer de mi padre sobre las 11 y media . Estaban en la casa de Vane ella, Luis y Silvia. Los padres de Vane se habían ido el finde al country y tenía la casa para ella sola. Aunque tenía en mente follármelas a las dos , eso iba a tener que esperar.

  • Vamos Sil, que los tortolitos tienen muchas ganas de quedarse solos para hacer chanchadas. Ponete la ropa que trajiste y nos vamos.

Cuando la vieron salir del baño Vanesa y Luis se quedaron con la boca abierta. “¿Así vas a salir?” espetó Vane desde lo profundo de su asombro. No era para menos. Llevaba un vestido corto al cuerpo, la falda, como una segunda piel, apenas cubría hasta la mitad del muslo, justo hasta donde llegaba la media y empezaba el encaje del liguero. La parte superior era recta, justo por encima de las tetas, aprisionado lo justo pero haciendo imposible que usara sujetador. Un par de tirantes finos impedían que las tetas vencieran por gravedad a la tela que las tenía prisioneras. Todo lo completaba con unos tacones aguja rojos, por abajo, y un rodete en el pelo, por arriba, que dejaba algunos mechones sueltos en plan salvaje.

No tuvimos problemas para entrar. Marcelo estaba en la puerta, nos hizo pasar y nos llevó a una zona con sillones donde tenía preparada una botella de champán y unas copas. Estuvimos ahí hablando un rato de tonterías. Hasta que le dije a Marce que me dejara un rato solo con ella que la iba a poner a punto. La puse contra una columna y la fui cociendo a fuego lento. Le fui recordando lo bien que se había portado en el parque, lo mucho que me gustaba lo puta que era, mientras le había pasado la mano por atrás y por debajo de la falda le había corrido el tanga para acariciarle la rajita. La puta se mojaba enseguida. Le daba a probar sus jugos y volvía a surcar los bajos. Como ya era mi costumbre, usaba sus fluidos vaginales para lubricarle el culo y, poco a poco, iba aumentando la cantidad de dedos. Índice en el culo, Silvia me chupaba el índice. Índice y mayor en el culo, Silvia me chupaba el índice y el mayor. Índice, mayor y anular en el culo, etc. A la puta ese juego le encantaba y se ponía como una moto. Cuando empecé a alternar esos juegos con toques de clítoris, vi que no le faltaba mucho para correrse.

  • ¿Querés acabar putita?

  • Siiiii, por favor – me susurraba

  • Dale, dale, acabá para mí…

Pero claro no la dejaba. La tuve varias veces en el borde. Cuando estaba a punto y notaba que se venía, dejaba de pajearla y, al instante, le pellizcaba fuerte un pezón, o le pegaba con la mano abierta en la cara.

  • Qué malito sos – su cara de puta era un poema.

Cuando volvió a aparecer Marcelo le dije a Silvia que quería ver cómo bailaba un poco con él. Que lo calentara bien. Me hizo un gesto entre de disconformidad y lascivia que me indicaba que la situación no le desagradaba del todo. Marce era un tipo más bajito que yo, no pasaría del metro 70, Silvia con los tacones era más alta. Era moreno, llevaba el pelo corto rapado y la cara bien afeitada. No era feo, no era un galán de telenovelas pero tenía su público. Tendría unos 40 o 45 años. Aunque estaba un poco entrado en carnes se mantenía fuerte, iba al gimnasio, tomaba cama solar, se preocupaba por su aspecto. Estuvieron bailando un rato, Marce la agarraba de la cintura, le pasaba una pierna por entre las de ella y empezaban a menearse. Todavía no se había inventado el perreo pero podríamos decir que era un proto-perreo. Una cumbia-salsa que no era ni cumbia, ni salsa, era una excusa para tontear y frotarse un poco. Cada tanto Silvia miraba a donde yo estaba como buscando mi aprobación. A la tercera o cuarta me levanté mirándola a los ojos y me sumé al baile. Se la “saqué” a Marcelo ocupando su lugar pero dejando que él la aborde desde atrás. En ese momento por la mirada de sorpresa que me dio entendí que le había calzado el paquete en el medio del ojete. Para que no pusiera resistencia empecé a besarla intensamente mientras bajaba una mano a su entrepierna y guiaba la mano de Marce para que, desde atrás, le agarrara una teta. Su reticencia inicial duró lo que tardé en apartar su tanga y jugar con su rajita. Estaba empapada y entregada.

  • Estás empapada puta, te morís de ganas de que demos entre los dos, ¿no?

No me contestaba pero no hacía falta. Estaba desatada. Marcelo le mordía suavemente el cuello desde atrás y ella echaba la cabeza hacia un lado para facilitarle la tarea. Yo le daba a chupar sus jugos e insistía.

  • ¿Vas a ser nuestra putita hoy sabés? ¿Te encanta no?

Marcelo en un momento nos agarró a los dos de la cintura y casi que literalmente nos arrastró hasta un pasillo por el que se iba a unos baños. Nos dejó pasar primero y enfilamos para adelante. Él se quedó diciéndole algo al guardia de seguridad que estaba en la entrada. En menos de 30 pasos estábamos dentro de un cuartito de baño bastante espacioso, con un inodoro con tapa negra, ideal para meterse rayas entre varios. Marce puso unas lonchas. Yo había probado por primera vez en Bariloche y le había cogido bastante respeto por las resacas horribles que me daba. Pero no le iba a hacer un feo. Para Silvia fue su debut con la nieve. Un saque cada uno más tarde, Silvia estaba en cuclillas comiéndonos la polla a ambos. El petiso tenía una poronga bastante considerable y eso parecía motivarla más a Silvia que intentaba tragarla entera pero le era imposible. Desde su posición rebajada, hizo un alto en la mamada y, sin dejar de pajearnos en sincronía, levantó la mirada y nos suplicó:

  • Necesito que me cojan por favor.

Ahí Marcelo tomó el mando, era mi jefe, el más experimentado y jugaba de local. “Claro nena, ahora la vas a sentir hasta la garganta. Tomá nene, tenela así”. Quedé yo contra una pared y Silvia con una mano en cada uno de mis hombros, mientras yo la sujetaba por las muñecas. La situación era tremendamente excitante. Empezamos a besarnos sin que me de tiempo a pensar que un instante antes tenía la pija de mi amigo en la boca. Pasó por alto. Vi como Marcelo desde atrás le subía el vestido hasta la cintura, le bajaba el tanga hasta quitárselo, para lo cual contaba con la colaboración de la puta de Silvi que levantaba sus pies para que saliera sin problemas. Ya con el camino despejado, Marce enterró su cara entre sus nalgas lo cual hizo que Silvia empezara a gemir sin control.

  • ¿Qué pasa putita? ¿Te está gustando? – Quería que empezara a hablar.

  • Ay mi amor, qué lindo lo que me hace tu amigo.

  • ¿Si? ¿Qué te hace?

  • Me está chupando toda amor. ¡Ay! Me mete la lengua en el culo. Me está cogiendo con los dedos. Ah, ah, ah, me encantaaaaaaa

Yo le había juntado las dos muñecas y con mi mano libre le había soltado las tetas para podérselas morder y chupar. Cuando vi que Marcelo se ponía de pie, saqué una tira de condones que traía y se los di.

  • Sin forro nada eh, es la única condición.

  • Tranquilo nene, te la voy a cuidar.

Se lo fue poniendo mientras yo le trabajaba el coño con mis dedos. Marce parece que también se había estado entreteniendo con el culo porque me entraron dos dedos sin problemas. Estaba preparando el terreno bien. Cuando lo sentí en la puerta, saqué la mano de abajo y le agarré el rodete con fuerza para que me mirara a la cara. Quería verla en primer plano mientras le entraba el pollón de mi amigo.

  • Ahhh ahhhh ¡me muerooooo!

  • Si puta, si, gozá para mi.

Marcelo la empezó a embestir con fuerza y yo fui maniobrando para que bajara a comerme el rabo. La situación era muy, muy excitante pero también riesgosa. Era la primera vez y no quería que se extendiera mucho por lo que quise acelerar el desenlace. Le dije a la puta que se tragara todo y me corrí en su boca mientras mi amigo la taladraba. La cerda no pudo tragar todo porque a la vez estaba acabando ella.

  • Mirá qué bien como acaba la putita esta. ¿Te gusta no puta de mierda? ¿Te estás acabando toda hija de puta no?

Marcelo la insultaba mientras le daba fuerte y le azotaba los cachetes. Cuando hube sacado mi pija, mi amigo también paró y me dijo:

  • Nene, haceme un favor, dejámela un ratito que si no voy a poder acabar con toda la papusa que llevo. Necesito concentración. Esperanos en la mesa, ¿dale?

Su pedido me descolocó un poco, pero tuve que acceder. Hasta cierto punto me daba más morbo. Él se acomodó en la tabla del inodoro y se la sentó encima. Cuando iba a salir del baño Marcelo me pidió otro favor más.

  • Decile al patova de la puerta que me traiga agua para enjuagarle la boca a la puta esta que me da asco comerle la boca con tu leche.

Los dejé con Silvia cabalgando como una jineta experta. El tipo que estaba custodiando la puerta se había cambiado de sección y estaba cuidando que no pasara gente a la zona de los baños donde estábamos nosotros. Me dijo que le pidiera el agua a su compañero que estaba, ahora si, en la puerta de los baños. Me trajo una botellita. Se la fui a llevar a Marcelo. ME encantó volver a entrar y ver cómo Silvia acababa otra vez sobre la pija de mi amigo, retorciéndose sobre él como una babosa con sal. Marcelo le sostenía los cachetes separados y a mi me entraron ganas de meterle la pija en el culo. Se me puso dura al instante, pero no quería seguir demorando el polvo de mi amigo así que salí de ahí y volví a las mesas.

No aguanté mucho sentado y me puse de pie a un metro, contra una pared. Desde donde estaba recostado podía ver la entrada que llevaba a los baños. No sacaba el ojo de ahí. Estaba un poco nervioso la verdad. A los diez minutos o así hubo un “cambio de guardia” en la puerta. El segurata que estaba se metió para adentro, y ocupó su lugar el que estaba custodiando el cuartito del baño. En total pasó algo menos de media hora hasta que vi a Marcelo asomarse y llamarme, pero para mí fue una eternidad.

  • ¡Qué pedazo de puta! Espectacular papá – fue lo primero que me dijo – espero que no te la hayamos reventado mucho. Si querés vamos a buscarla antes de llamen al resto de los patovas.

El hijo de puta no se la había quedado para él solo sino que había “invitado” a la fiesta a los dos tipos de seguridad que cuidaban la zona de los baños.

  • Pero eso no fue lo que acordamos.

  • Papi si no los invito no me liberan la zona, era más seguro así. Si no ponen ellos un poco de orden te la garchaba medio boliche.

No quise entrar en discusiones inútiles, estaba un poco nervioso. Más allá de que él era mi “jefe”, los seguratas eran dos armarios empotrados con los que no me convenía nada tener problema alguno.

  • Bueno, espero que esté bien entonces.

  • Se portó como una campiona, muy gauchita la piba de verdad, una flor de puta. Esto te lo voy a pagar nene, te debo una grande.

  • Bueno, bueno, ahora dejame solo, solo con ella, después hablamos.

Fuimos hasta la “zona liberada” de los baños. Uno de los mastodontes custodiaba que no pasara nadie y el otro, como suponía, estaba adentro del cuartito del retrete con Silvia. Marcelo abrió un poco la puerta y pude ver que Silvia estaba en cuclillas mientras el orangután le follaba la cara. Todavía tuvimos que esperar algún minuto más en la puerta a que acabara. Marcelo me ofreció un cigarrillo y nos quedamos ahí los dos mirando al suelo, fumando en silencio. Un grito ahogado por la música nos dio la señal de que el maromo se había corrido y a los treinta segundos se abrió la puerta y el tipo salió. Chocó las manos con Marcelo y salió comentando algo con su compañero de trabajo.

  • Bueno, ahí te la dejo – Marcelo me abrió la puerta, pegó una mirada y se fue.

Silvia estaba recostada contra la pared, en cuclillas, con los ojos cerrados y la cara chorreante de lefa. Agarré un poco de papel y limpié los restos que tenía por ahí. La ayudé a levantarse y a acomodarse el vestido que lo tenía enrollado en la cintura. Bragas hacía rato que no llevaba. Ni siquiera las busqué. Me abrazó y se empezó a estremecer. Se apretaba fuerte contra mi hombro, la música no me dejaba oír si lloraba o qué le pasaba. Intenté un par de veces separarla para mirarla a la cara pero hacía fuerza para no dejarme. Estuvimos así un par de minutos, hasta que acercó su boca hacia mi oído:

  • Sos un hijo de mil puta – me dijo entre sollozos. La miré a la cara, era claro que estaba llorando a más no poder.

  • Si, puede ser… ¿Nos vamos ya? – Asintió con la cabeza.

La hice recostarse sobre mi hombro y la acompañé haciendo un poco de soporte, primero hasta el guardarropa y después hasta el coche. En el viaje quise preguntarle un par de veces qué había pasado pero me cortó tajante cada vez que lo intenté. Era la primera vez que la sentía marcando su terreno. Internamente estaba desesperado, pensaba que había jodido todo, que me iba a denunciar, que le iba a decir a su padre y me iba a matar, y mil cosas más. Pero no quería demostrar dudas frente a ella, así que simplemente volví a simular que tomaba el control, garantizándole su espacio.

  • Entiendo que no quieras hablar y te propongo que dejemos que se calmen un poco las cosas antes de que hablemos. Te voy a llevar a casa de Vane, los chicos seguramente estarán durmiendo ya – tenía copia de la llave – Te voy a ayudar a bañarte y a acostarte. ¿Te parece bien?

Tenía la mirada perdida pero los ojos bien abiertos. Llovía un poco y su mirada a veces parecía seguir a las gotas que se formaban en la ventanilla. Le volvía a preguntar si le parecía bien y esta vez asintió sin mirarme.

  • Perfecto. Solo quiero que sepas que este paso que acabás de dar para mi es increíble, estoy muy orgulloso de vos, no importa lo que haya pasado ahí adentro.

La llamé el lunes a la tarde. Me lo cogió ella y me dijo que quería verme el sábado a la tarde para hablar. Esa semana se me hizo larga, eterna. No paraba de darle vueltas a las cosas que habían pasado, intentaba sopesar si ella se lo estaba pasando bien, si me había equivocado, me reafirmaba, me arrepentía, era un cúmulo de contradicciones. Le escribí varias cartas que nunca llegué a darle. Era mi vía de escape ante situaciones de estrés en aquella época. Escribía cartas que rara vez entregaba y, cuando las entregaba, todo se torcía para peor. Por eso cuando nos vimos el sábado y ella me dio una carta fue una linda coincidencia. Nos encontramos a tomar un café en un McDonalds, cosa bastante común en aquella época. Vivía en el McDonalds de mi barrio. Me dijo que no quería hablar de lo que había pasado, que me había escrito una carta – que me entregó como si fuera una correspondencia secreta, deslizando el sobre sobre la mesa – y que quería que la lea cuando ya se hubiera ido, que por una vez quería solamente charlar conmigo de tonterías. Accedí. Hablamos durante una media hora, sabía que tenía que ir a entrenar y no teníamos mucho tiempo. Antes de despedirnos le dije que quería ir al baño y me gustaría que me acompañe, y ella vino conmigo. Nos morreamos un poco y eso sirvió para tranquilizarme. Seguía teniendo el control. La lectura de su carta no hizo más que confirmármelo.

La conservé durante mucho tiempo, se extravió quizás en alguna de mis mudanzas internacionales. Cuando la volvía a leer no dejaba de sorprenderme lo profundo que iba en la descripción de sus sentimientos una chica de 17 años. Sin embargo, había un aspecto que la ponía el contexto de su edad: la carta estaba escrita en un papel de agenda que tenía pegatinas de Garfield. La voy a reproducir aquí debajo, tal y como la recuerdo:

“No sé ni por dónde empezar esta carta. Ni siquiera sé cómo llamarte. ¿Amor? ¿Amo? ¿Hijo de puta? Desde que apareciste en mi vida hace unos meses todo me da vueltas, siento como si todo lo que sabía de mi se tambaleara pero, también, tengo la certeza de que no puedo parar de pensar en vos y cada vez que pienso, me excito, me siento más viva que nunca. Creo que los hombres lo notan y me siento poderosa, deseada. Es muy confuso todo porque con vos me siento pequeña y con los demás poderosa.

Siempre busqué afirmarme, cuestionar la autoridad de mis viejos, de mis profesores, de mis hermanos. Siempre pensé que en cuanto pudiera me iba a ir de casa, que siempre iba a tener las riendas de mi vida. Pero en cuanto aparecés me vuelvo de cristal. Me gustaría que no hubieras aparecido nunca en mi vida pero ahora que sé que estás no puedo parar de pensar en cuándo vas a volver a aparecer.

El sábado en ese baño sucio me sentí tan liberada. Cuando empezaron a compartirme con tu amigo el petiso entré en un estado como de máquina, no podía pensar, solo hacía lo que me pedían y me dejaba hacer. Y eso me liberó una energía tremenda. No me acuerdo cuántas veces acabé. Y cada vez que acababa, en lugar de quedarme muerta, como me pasaba antes, quería más pija, más duro, más placer. Me hiciste entrar en una espiral de vicio que me dio miedo. Mientras me estaban cogiendo no podía sentirlo, no había lugar. Solo pensaba en que me llenaran. Me da vergüenza decirlo pero cuando te fuiste me desilusioné porque quería más y cuando entró el patova al baño, más allá de la sorpresa, cuando me di cuenta que venía a cogerme también me entró una felicidad inexplicable. No me importaba que tu amigo el petiso me humillara con sus comentarios e insultos. En cuanto me dijo que se la chupe al patova me tiré de rodillas y le empecé a desabrochar el pantalón como si estuviera poseída, necesitaba pija y si hubieran dejado entrar a más chicos me los hubiera cogido a todos. Estaba fuera de mí. La pija del tipo era de un tamaño que no te puedo decir. No me entraba toda en la boca. El tipo me daba cachetadas con la pija y yo me volvía loca. El petiso hijo de puta acabó enseguida que te fuiste pero se le puso dura al toque. Me tenían ahí arrodillada chupándolos a los dos. Me decían de todo, se reían pero a mí me importaba un carajo. Cuando la tuvo bien dura el alto, le pedí que se sentara en el inodoro y lo monté para cabalgarlo. Tu amigo me empezó a escupir el culo y a meterme dedos, se me vino la imagen a la cabeza y acabé como una perra.

Te juro que, a mí, tu amigo Marcelo me cae como el culo, pero cuando me entregaste a él me excitaba vencer esa resistencia para vos. Pensaba que era tu juguete y que me podías prestar y eso me alcanzó para excitarme. Pero nunca hubiera imaginado que iba a terminar suplicándole que me la meta en el culo, pero estaba en esa caída sin fin. Deben haber flasheado. Me pidieron que lo repita fuerte. Acabé gritándole: rompeme el orto hijo de puta. Qué vergüenza. Espero no te enojes ahora al leerlo. No sé cuántas veces acabé. Fue increíble sentirme tan puta, tan llena. Cuando acabaron los dos y me la sacaron casi a la vez me sentí vacía. Había perdido la conciencia totalmente. Me alivió que se pusieran de acuerdo para hacerme tomar toda la leche que había quedado en sus forros. Me los vaciaron en la boca y me la tomé toda como si fuera nesquik. Estaba tan caliente. Caliente y aliviada, porque si no hubiera usado forro no me habría dado ni cuenta.

Me dejaron ahí y pensé que había terminado pero entró otro patova más. Ya estaba sin fuerzas pero me hubiera gustado que me coja también. Pero éste se limitó a sacar la pija para que se la chupe. No tenía fuerzas para pedirle que me haga nada. Me agarró la cabeza, me entró con todo, y acabó en mi boca. Tragué. Me escupió un par de veces y me dio algún bife con la mano abierta. Eso fue todo.

Después ya entraste vos y en ese momento fue cuando me entró una mezcla de pánico y tristeza. Me imaginé que si me querías vender como esclava para un harem no podría negarme. Sentí miedo de hasta dónde podría llegar. Siempre quise ser otra, huir de la vida que tengo. Mi viejo es un milico hijo de puta, un mentiroso empedernido,  y le importamos una mierda porque tiene una segunda familia con su amante. Mi mamá es una idiota depresiva. Mis hermanos se suman controladores a la paranoia de mi viejo y son unos negadores. Siempre quise irme a la mierda, al menos desde los 13 cuando empecé a ser consciente de toda la mierda esa. Y de repente, cuando entraste, en ese baño, me vi fuera, pero no como lo había imaginado, no sé, estaba vacía, deshecha.

Después me gustó que me apoyaras, que respetaras mi necesidad de llorar y no hablar. Y cuando me dijiste que estabas orgulloso de mí, por dentro me estremecí. Entendí que soy tuya. Que voy a llegar hasta donde quieras que llegue. El miedo lo sigo sintiendo. Pero confío en vos. Quiero que me sigas descubriendo este mundo nuevo que llevo adentro y no conocía.

Sos un hijo de puta, pero te amo.

Sil”

Revivir estas historias es increíble y tengo muchas más para contar con esta putita. Siguiendo el orden cronológico digamos que he llegado hasta el primer tercio de nuestra relación. Tengo en mente un par de escenas en el subte. Un día que la hice acompañarme a la popular de River, jugándome la vida. Un par de servicios que me hizo en su colegio para el hermano de un amigo. La sesión con Vane, Silvia y Luis en el consultorio de mi padre. Una muy divertida en una pizzería en Cabildo, en frente de un boliche heavy que se llamaba Margarita – los pervertidos de la pizzería tenían un agujero en el techo del baño de mujeres. Y la apoteosis que fue en el viaje de egresados de ella en Bariloche. Quizás saque tiempo más adelante para acabar de contar las vivencias que quedaron en el tintero. Pero ahora no. Ahora es momento de empezar otro hilo de historias más recientes.

Silvia dejó a su novio poco después de volver de su viaje de egresados. Conoció a otro chico y me pidió parar. Al poco quedó embarazada y se casó. Todavía sigue con el mismo pibe, después de más de 25 años. Tienen dos hijos y son una familia hermosa.