Primera incursión en una cueva de lobos
Si estáis leyendo este relato, es probable que ya hayáis leído La Boca del Metro, que trata sobre mi afición a meterme en barrios y calles peligrosas para una chica a ciertas horas de la madrugada. Pues ahora voy a contar la primera vez que me dio por tener una de esas aventuras, mi debut en el juego de adentrarme en una cueva de lobos.
Si estáis leyendo este relato, es probable que ya hayáis leído La Boca del Metro, que trata sobre mi afición a meterme en barrios y calles peligrosas para una chica a ciertas horas de la madrugada. Pues ahora voy a contar la primera vez que me dio por tener una de esas aventuras, mi debut en el juego de adentrarme en una cueva de lobos.
Eran las cuatro de la madrugada, y aquella noche me iba a casa sin haber tenido sexo, lo cual es extraño. Siempre que salgo con mis amigas, vamos cayendo una a una y yo siempre acabo en los WC del local de turno, en una casa ajena, en un coche ajeno, o en algún callejón con cualquier baboso/s que haya conocido esa misma noche. Pero aquella vez me dediqué a bailar, a perrear, a calentar braguetas y a conseguir copas gratis, y para cuando me quise dar cuenta ya cerraba el bar. Como siempre que salgo de fiesta, iba divina de la muerte aunque no recuerdo exactamente cómo iba vestida aquella noche. Pero pongamos que iba con un short vaquero blanco (los shorts y los culottes le sientan muy bien a mi culo, grande y respingón), unas botas de tacón blancas, un top negro y encima una chaquetita blanca, con un coqueto bolso negro colgando del hombro. Dudé si llamar a un taxi o volver a casa caminando, pues me esperaba una andadura de unos 40 minutos, pero me apetecía ir tomando el aire para recuperarme un poco de la borrachera, que no era muy indecente pero me tenía algo mareada, así que me eché a andar. Desde la zona de fiesta en la que había estado, el camino hacia mi piso atravesaba un conjunto de calles que es mejor evitar a altas horas, sobre todo para una chica joven y medio borracha. Lo lógico habría sido dar un rodeo y tardar unos 10 minutos más, pero precisamente la borrachera que me convertía en una presa fácil también me envalentonó, así que pensé "Qué carajo, ¿qué me va a pasar?".
Llegué a una de esas calles, y me cruzaba con hombres solos y en grupos, en cada esquina o en algún banco sentados, todos extranjeros y sin nada que perder, hombres que me miraban con caras que mezclaban desprecio y lujuria, y que a mi paso se decían entre ellos comentarios que me empezaban a inquietar. Sabía que era cuestión de tiempo que alguien me dijera algo, y tomé la determinación de no dejarme intimidar. "Si no huelen el miedo, me dejarán en paz" pensé, y así lo hice. Dos tipos dominicanos, con pinta de chulos o de traficantes de película y sentados en el escalón de un portal me empezaron a decir guarradas, invitándome a mirar lo que tenían debajo del pantalón, preguntándome si no quería probar unas pollas latinas, diciéndome que después yo no iba a querer otra cosa, que era una blanquita con culo de mulata y me lo iban "a ponel colorao"... soltaron un buen repertorio de frases de machito latino, que correspondí enseñándoles mi puño y levantando mi dedo Corazón. Entonces recularon un poco, suavizaron el discurso con frases como "no te pongah así mamita", "sólo ehtamo vasilando", y me volvieron a invitar a "diveltinnoh un rato". Yo creía que la victoria ya era mía, así que quise recrearme un poco. Volví sobre mis pasos y me acerqué a ellos. La inquietud que tenía la perdí por completo y me dejé llevar. Me planté de pie delante de ellos y empezé a contonearme, me puse de espaldas, saqué culo y le empecé a dar palmaditas y a sobarlo mientras les miraba y les decía que lo miraran bien, que era lo único que le iban a hacer "a ehte culo sumbón". Ese fue mi primer error, pero yo aún no me había dado cuenta. Al responderles así y reírme de su acento, su actitud despectiva y vacilona se volvió más seria, y me dijeron que tuviera cuidado con lo que decía, a lo que yo les respondí poniéndome de nuevo de cara y diciéndoles que no creía que tuvieran nada que me impresionara bajo el pantalón. Ese fue el segundo y definitivo error. Se levantaron y ahí me dí cuenta de que acababa de cagarla, que ahora la cosa iba en serio. Correr no serviría de nada con los tacones y la borrachera que llevaba, y estaba tan nerviosa que no se me ocurrió gritar, aunque en esa zona quizá habría sido peor. Así que lo único que hice fue dar unos pasos atrás antes de que me atraparan y me empezaran a manosear, cómo no, volviendo a sus audaces comentarios machistas. Para mi sorpresa, la expectativa de lo que esos dos hombres me iban a hacer, y saber que lo iban a hacer quisiera yo o no fue tal subidón de adrenalina que en cuanto me empezaron a pasar sus manos por la entrepierna y a apretarme el culo y las tetas (especialmente el culo) me puse tan cachonda que dejé escapar un pequeño suspiro de placer que los dos tipos no pasaron por alto. Seguían manoseándome y besándome mientras se comentaban lo guarra que resultó ser la pijita blanca. Me metieron en el portal donde habían estado sentados y subimos hasta el piso donde supuse que vivía alguno de los dos. Me seguían sobando y frotándome la entrepierna por encima del short mientras subíamos las escaleras y me susurraban que más me valía no gritar, que me mataban a golpes allí mismo. En lo que yo estaba pensando no era en gritar, sino en gemir como una perra de cómo me estaban poniendo con el frote que le estaban dando a mi coñito.
Entramos en el apartamento y me sentaron en el sofá de la sala de estar, donde se apresuraron a desabrocharse los pantalones mientras me decían que ya sabía lo que tenía que hacer. Me tomé aquella experiencia como un desafío, no quería darles el gustazo de convertirme en su víctima y me decidí a dejarlos secos, aguantar el tirón como una buena puta y salir airosa de aquella aventura. Al sacarles las pollas pude comprobar que las fantochadas que me habían dicho no eran un farol. La polla del bajito estaba muy bien, tamaño normal tirando a grande, pero la del alto era enorme. Hacer una mamada a un par de buenas pollas es algo que me pone a cien, y así es como estaba. Me encantaba escuchar sus gruñidos y sus comentarios, tan despectivos como los primeros pero ya no hacían sino mostrarme que les estaba gustando, y de paso subir mi calentura. Mientras les pajeaba suavemente a los dos, mis labios abrazaban la punta de uno de ellos con un recorrido hasta la mitad de la polla mientras mi lengua jugueteaba con el agujero de 'desagüe'. Cada 15 o 20 segundos cambiaba de miembro y les encantaba: me estaba volviendo loca pero más locos les estaba volviendo a ellos, que no tardaron en perder los papeles. En uno de los turnos con el alto, me agarró la cabeza y se puso literalmente a follarme la boca. Así estuvo penetrándome oralmente un rato hasta que empezó a empujar mi cabeza hacia sí y metiendo su polla lo más hondo que podía, hasta que la tuvo enterrada casi entera dentro de mi boca mientras me miraba entre desafiante y desquiciado. Me estaban entrando arcadas y se me saltaban las lágrimas (como cuando alguien vomita o le dan fuertes náuseas), pero le aguanté como pude la mirada desafiante. Cuando por fin sacó su polla de la boca no me llegaba el aire, sólo conseguía toser y soltar alguna flema. Me preguntó "te gustó?" y yo le pregunté si eso era todo lo que sabía hacer. Me hicieron quitarme la ropa, todo menos las botas, y ponerme a gatas sobre el sofá colocándose cada uno a un extremo del mueble: el alto delante de mi boca y el bajito se puso detrás para follarme a lo perrito. Esta vez el alto me dio tregua y dejó que se la chupara a mi ritmo, avisándome de que me asegurara de dejarle una buena capa de saliva, que la iba a necesitar para luego. Ya me imaginaba por qué, y seguro que tú, querido lector, también te lo imaginas. Estuvimos un buen rato en esa postura, mi boca jugaba con la enorme polla del alto mientras el bajito me estaba haciendo subir al séptimo cielo con un ritmo implacable, hasta que me preguntó si me gustaba 'la lechita rica'. Le dije que me la diera toda, y entonces se sacó la polla, el alto se apartó y me puse a chupársela al bajito hasta que noté los primeros espasmos que anuncian la llegada de la marea blanca. Dejé de mamar, saqué la lengua para apoyar su puntita sobre ella y dejé que el semen me cayera sobre la lengua sin dejar que cayera nada fuera de mi boca, y es que desde niña me enseñaron a no dejar nunca nada en el plato. Entonces fue cuando el bajito se fue al baño mientras se congratulaba de la guarra que se acababa de tirar, y nos quedamos a solas el alto y yo. "Te voy a hasel mucha pupa, blanquita. Quiereh empesal por alante o vamoh directo para atrás?". Elegí directamente el anal con la sonrisa más viciosa que me salió poner, y él se quedó asombrado porque pensó que le pediría el vaginal con la esperanza de que se corriera antes de follarme el culo.
Las pollas grandes las disfruto mucho a la hora de hacer una mamada, pero la penetración es diferente. Mi coño sufre demasiado cuando me follan pollas como la de ese dominicano, no tengo una cavidad muy grande. Por otra parte, normalmente no me gusta el sexo anal, me resulta muy molesto y no lo disfruto mucho. Necesito estar predispuesta y cachonda para pasarlo bien e incluso llegar a correrme. Pero cuando la calentura sobrepasa los límites del entendimiento, y aquel era uno de esos momentos, mi culito encaja cualquier tamaño y me da un placer indescriptible, provocándome escalofríos por todo el cuerpo. Es como si los nervios que salen de mi ano entrecruzaran sus caminos y el cerebro confundiera las señales de dolor con las de placer, haciendo que no deje de moverme y de pedir más aunque me estén matando de dolor. Es una explosión que culmina en un orgasmo brutal que me deja casi sin fuerzas.
Me coloqué de rodillas, con el pecho apoyado en el respaldo del sofa y con la espalda arqueada, ofreciendo mi culito en pompa, y esperando con una mezcla de ansia y de temor la llegada de aquella tuneladora que medía más de 25 centímetros con toda seguridad. Tuvo el detalle de coger algo de mantequilla y untársela para lubricar un poco. Mientras esperaba me puse a jugar con los dedos en el coñito y estaba tan absorta en el jueguecito que no oí llegar a mi verdugo. De repente noté la punta de su enorme pene marrón en la entrada de mi culito, y la mantequilla empezó a hacer su trabajo. Cada milímetro que resbalaba hacia dentro, yo sentía el anillo de mi ano ensancharse más y más. Me estaba doliendo muchísimo pero sentí un alivio cuando ya tuvo el capullo entero dentro de mí. Empezó suave, metiéndola poco a poco, embestidas cortas y lentas, pero en seguida empezó a subir el ritmo y la intensidad de la penetración, mucho más rápido que lo conveniente. Y empezó la función. Mi garganta no sabía si soltar gritos de dolor o alaridos de placer, él cada vez se estaba poniendo más violento en sus movimientos, embestía con rabia y no daba crédito a que yo le estuviera pidiendo que no parara, lo que provocaba que embistiera con más violencia aún, incluyendo unos fuertes azotes que me dejaron buenas marcas rojas en mis nalgas blancas. Como he dicho antes, no estaba dispuesta a darle el gusto de convertirme en su víctima, estaba cachonda como una yegua y ese masoquismo anal que he explicado antes entró en acción. Mis propios alaridos (casi nunca grito cuando tengo sexo, pero en momentos así no puedo evitarlo) me impedían oír cualquiera de los improperios que me decía el dominicano, cada embestida me daba escalofríos que se transformaban en espasmos que hacían más profundas las penetraciones, llegando sus testículos a rebotar contra la mano que yo tenía frotándome el clítoris y los labios vaginales. Mi cuerpo entero temblaba y me estaba acercando al clímax. Él ya no sabía qué hacer, sólo acertaba a seguir insultándome y ya no podía endurecer más sus movimientos: se estaba agotando, me embestía con muchísima fuerza pero descansaba dentro durante una fracción de segundo y salía más despacio, para volver a embestir una y otra vez ante la atónita mirada del bajito que con la escena se había empalmado de nuevo, cogió algo que le hiciera de tarima para colocarlo detrás del sofa, subirse, plantar su polla ante mi cara y metérmela en la boca. Yo seguía aguantando el tirón, dejé de masturbarme para poder atender mejor al bajito y me estaba entrando la ansiedad porque el ano me estaba doliendo muchísimo y el orgasmo estaba a punto pero no culminaba. El bajito se puso a empujar su polla contra mi garganta, aunque no me provocaba tantas náuseas como antes había hecho la polla del alto. Pero la falta de aire para respirar fue el resorte que necesitaba, y de repente mis temblores se hicieron mucho más fuertes, lo que hizo que mi coñito sufriera unas muy fuertes contracciones derritiéndome en un orgasmo bestial que duró los casi diez segundos más que estuve sin respirar por culpa del bajito, y en los que sólo acertaba a soltar gemidos enmudecidos por la polla que ocupaba mi boca. En mitad de mi corrida, el alto se puso a gruñir y sentí cómo un chorretón de semen entraba en mis entrañas. En seguida se sacó la polla y dejó que el resto de su leche se derramara sobre mi cuerpo, cayendo sobre la espalda y las nalgas y deslizándose por la rajita y las piernas. El bajito sacó su polla de mi boca y por fin pude respirar apoyando la cara sobre el respaldo del sofá. Ahí me quedé, inmóvil, cabizbaja, llena de semen, con mi dolorido culo en pompa y las rodillas que ya no las sentía, postura que aprovechó el bajito para darle más caña a mi conejito, aunque yo ya ni sentía ni padecía. No sé cuánto tiempo estuvo, pudo ser un minuto o pudieron ser diez, hasta que noté su semen instalándose dentro de mí, y lo último que oí fue algo así como "la puta blanquita, menuda guarra!" antes de quedarme dormida en esa misma postura. Cuando desperté seguía en el sofá aunque estaba tumbada y aún pringada de leche, pero no había nadie en el apartamento. Fui al baño, me limpié, me vestí y me fui a mi casa. Cuando salí del portal me sorprendió ver cómo cambian algunas calles de la noche a la mañana.