Primera incursión

La primera incursión de Eric, uno de los hombres del norte.

Gruñidla vigilaba a sus dos hijos pequeños mientras que el mayor  tensaba su arco, el hijo mayor era cazador, acababa de cumplir los dieciséis años, pero cazaba desde los doce.

En ese momento un gigantesco hombre de mas de dos metros, con unas barbas que cubrían su rostro y su pecho y una mirada gélida se presentó, su presencia intimidatoria no afecto a la familia, sabían muy bien quien era.

-¿otra vez de viaje? Esposo – dijo Gruñidla.

-si, pero esta vez Eric me acompañará, es hora de que sea un hombre – dijo el barbudo guerrero.

Eric, el hijo mayor, ya terminó de tensar el arco y se puso al lado de su padre, pero Gruñidla fue junto a su hijo y le abrazó.

-llévate este pañuelo, no te olvides de que este es tu hogar – decía Gruñidla.

-¡por Tyr! Que no es un niño de pecho, ¡es hora de que traiga a esta casa algo más que comida! – dijo el barbudo

ambos hombres se fueron de la casa ante la mirada de tristeza de Gruñidla, que veía como su hijo se convertía en hombre.

Eric respiraba el aire de su tierra, Escandinavia, una tierra difícil y cruel, una tierra en la que solo se forjan los hombres más duros.

La mirada del joven Eric se cruzó con la de una jovencita de largas trenzas rubias, cuya mirada azulada encandilaría a más de un hombre, pero el padre de Eric riendo le dijo.

-ah, maldito bribón, definitivamente estas hecho un hombre, pero allá donde vamos, te aseguro que gozaras de muchas mujeres, bueno, no tan robustas como ella, pero ya tendrás practica.

Llegaron a la costa, había decenas de snekkars, barcos de 17 metros de eslora 2,5 de manga y 0,5 de calado, todos tenían en proa la cabeza de serpiente que tanto les caracterizaban, la primera vez que vio uno de esos barcos fue con su madre cuando se despedían de su padre, el tenia tres años y lloraba por aquellas cabezas de serpiente.

Ahora lo que más asustaban eran sus tripulantes.

Bersekers

había oído cosas horribles sobre esa gente, decían que lanzaban espuma por la boca, que ninguna arma les hacia daño y que sus almas combatían aunque sus cuerpos estaban muertos, oyó de amigos suyos que vio a uno convertirse en un hombre-lobo.

Pero su padre le empujó a conocerlos, parecían jocosos y conocían muy bien a su padre.

-¡Olaf! Hijo de mil lobas ¿a quien has traído? – dijo uno de los berseks.

-es mi hijo, es su primera incursión, así que tratadle bien ¡entendido! – dijo el padre de Eric con una voz potente pero jocosa.

-¿solo con un arco? ¡No me digas que se quedará en el barco cubriéndonos! – respondió el bersek

Olaf desenvolvió un paquete, descubriendo una espada, una hermosa y poderosa espada que conservó como botín con el único objetivo de dársela a su hijo.

-¡ah, maldito rompe cráneos! ¡¿Esa es la espada de aquel bravucón durante nuestra incursión a esas tierras calidas?! ¡Estas malcriando a tu hijo! ¿La marcaste para Tyr? – dijo el Bersek.

Olaf enseño la espada, tenía grabada una letra T, todos aplaudieron ese gesto, Olaf entregó a Eric el arma y le dijo.

-mientras esté esta T, estarás protegido por el poderoso Tyr – decía Olaf de forma afectuosa.

Le pusieron el equipamiento de uno de los vikingos caídos, arrastraron la embarcación y partieron.

Eric hizo buenas migas con los bersekers, a pesar de su terrorífico aspecto, eran jocosos y se reían, cantaban y contaban historias.

Les contaron porque los hombres del sur llamaban a sus barcos Drakkars.

Que tierras habían visto en sus viajes

Y la tierra que encontró más allá del mar

La joven imaginación de Eric suspiraba por ver esos lugares.

Pasaron varios días, ya estaban cerca.

Sacaron unos barriles llenos de cerveza de beleño, se quitaron los cascos, los hundieron en la cerveza y bebieron de sus cascos con sediento deseo.

Eric fue animado por su padre, hundió su casco y bebió la cerveza.

Era deliciosa, sentía deseo de tomar otro trago, pero se lo impidieron.

La ciudad ignoraba que cientos de barcos sin luz se les acercaban.

A medida que se acercaban, Eric notaba cierta ligereza, como si su cuerpo no pesase, es más, creía que podía volar.

Después sintió un odio intenso, como si le quemase el alma, se contenía mordiendo su escudo.

¡Drakkars!

¡Los hombres del norte están aquí!

¡A las armas!

Varios Berseks se habían bajado del barco al oír los gritos de la gente, se dirigieron a la ciudad, con un propósito, el pillaje y el saqueo

Eric también bajó, con la espada desenfundada, si no hubiera bebido la cerveza, seria consciente de todo el dolor que había hecho.

Su espada fue regada con sangre de la gente de la ciudad, gente desarmada que morían en sus casas.

Los más desafortunados ardían vivos en los incendios que provocaban los vikingos.

Eric vio con una sonrisa como sus compañeros arrastraban por los cabellos a mujeres y niñas, les arrancaban la ropa y las violaban hasta matarlas.

Cuando llegaron los soldados, la población estaba diezmada, los gritos de dolor de la gente y el rugir de las llamas fueron sustituidos por los choques de los aceros.

Los soldados no podían hacer nada, habían venido lo más rápido posible, sin plan ni estrategia, la fuerza superior de los vikingos y sus terribles hachas rompían las espadas y lanzas de los soldados y las armaduras no podían hacer nada contra sus terribles golpes.

Eric combatió como si fuera el mismísimo Fenris.

Alcanzó un monasterio, el objetivo de la incursión.

Los monjes no eran rival para el, uno tras otro caía bajo la espada y la carcajada de Eric.

Lo primero que vio eran los cuerpos inertes de las monjas, se habían suicidado para que no las violasen.

Lo siguiente que vio eran las reliquias, hechas de oro, plata y gemas, los ciudadanos apenas tenían comida, pero aquí había riquezas ¿por qué no las usaban para comprar comida para la gente?

-bah, que ellos sigan sus costumbres, ahora este oro es nuestro – decía Eric en voz alta.

De repente oyó un sonido ¡alguien quedaba con vida!

Fue a por el.

Las pisadas eran ligeras y su figura esbelta ¡una mujer joven!

La novicia se metió en el bosque, con la única intención de despistarle, Eric sonrió y fue en su busca.

Ella estaba escondida, se sentía a salvo, su corazón latía a una velocidad desmesurada.

Eric veía cada señal que dejó su presa tan claramente como su fuera la luz del día.

-señor protégeme de estos demonios, protege mi vida y mi virtud – decía la novicia.

Eric se colocó detrás, como un animal a punto de saltar sobre su presa

Las manos de Eric agarraron los pechos acompañados de los gritos de la novicia, ella pateaba, arañaba, pero un golpe en el vientre de la chica la dejó sin sentido.

Miraba ese cuerpo cubierto por el hábito religioso, era muy delgada y enclenque comparándola con las mujeres de su tierra, pero a pesar de eso, muy apetecible.

Pero la voz de su padre llamándole desde el monasterio le detuvo, pero no iba a dejar su "premio" tirada, la cargó en sus hombros y fue hacia su padre.

Al llegar, vio los berserkers meter el oro y las joyas en sacos.

-¡¿dónde estabas?! ¡Tenemos que cargar con el tesoro! – gritó Olaf encolerizado.

Eric enseñó a la novicia inconciente.

-¡ah! ¡Maldito! ¡Veo que el tesoro que buscabas era otro!, tráela aquí – dijo Olaf.

Todos veían a la novicia, era realmente bonita, más que las otras chicas que habían forzado, Olaf la puso en el altar y la ató de manos y pies, formando una X.

Los bersekers en un acto de jocosidad bajaron los pantalones de Eric.

El se acercaba, ella se despertaba, los vikingos gritaban dando ánimos.

En cuanto ella se dio cuenta de la situación, gritó, intentó quitarse las cuerdas, pero no podía.

Eric arrancaba las ropas de la novicia con sus manos, el sonido de la tela rasgándose le excitaba.

Pero mas le excitaba el cuerpo desnudo de la novicia, sus pechos jóvenes y descubiertos, su concha juvenil aún sin pelo, estuvo varios minutos contemplándola, sus manos agarraron con rudeza y crueldad los jóvenes senos de la novicia, ella reaccionó con gritos de espanto, la boca del vikingo empezó a morder el pezón izquierdo de la joven.

Ella le dolía, tanto que pensaba que había muerto y ahora estaba en el infierno.

La excitación de Eric era tal que arrancó el pezón de la novicia.

El grito de la chica resonó por toda la ciudad, acompañado por las risas de los vikingos.

Eric apuntó su herramienta a la concha de la novicia.

-¡no! ¡Delante de él no! ¡Os lo suplico delante de él no! – gritaba la novicia refiriéndose a la imagen de cristo que había colgada.

A Eric le importaba poco, empujó con fuerza, haciendo gritar a la novicia, notaba como su himen se rompía, como la sangre de su virgo lubricaba su polla, pero la verga de Eric era enorme.

-déjame ayudarte muchacho – dijo uno de los vikingos.

El bersek puso un pie en el culo de Eric y empujó con fuerza.

Lenta pero de forma firme la verga entraba completamente dentro de la novicia, la cual gritaba y lloraba.

La cara deformada y mojada por el dolor y la tristeza de la chica excitaban de sobremanera a Eric. Que aumentó de forma más rápida y cruel, el vaivén parecía destrozar el interior de la religiosa, que solo alcanzaba a susurrar rezos.

Eric gritó, echó toda la simiente dentro de ella, ella no sentía nada, hacia tiempo que se desmayó.

Con dificultad, Eric sacó su herramienta de la novicia, después de sacarla, vio como la concha manaba sangre y semen.

Olaf felicitó a su hijo dándole una palmada en la espalda.

Los vikingos se retiraban, volvían a casa.

Mientras en el monasterio, un joven cobarde que se mantuvo oculto de la masacre, encuentra a la monja.

Se baja los pantalones.

La penetra.

El vaivén es corto, se corre enseguida dentro de ella.

Se sube los pantalones y huye del lugar, dejando a la humillada novicia atada y preguntándose a Dios porqué.