Primera experiencia bisexual
Por instancias de mi esposa, me atrevo a tener un encuentro con otro hombre.
Mi pareja y yo decidimos entonces, hacer un trío HHM. Pero por ser una ciudad pequeña, nos daba miedo ir a bares gay o swinger, aunque nos gustaba mucho la idea y teníamos curiosidad por ese tipo de lugares. Decidimos entonces que buscaríamos en Internet, contactos para realizar esta fantasía que ya nos tenía locos. Mi mujer ya me había metido objetos, y frutas como pepinos y zanahorias de buen tamaño para que no me doliera cuando fuese un pene de verdad. A mí me gustaban especialmente los pepinos y los consoladores grandes porque llenan bastante y no se salen con facilidad, aunque después me quede ardiendo el culo, por días, mientras lo hacemos lo disfrutamos mucho. A pesar de todo esto, a mí aún me daba vergüenza que ella me viera conquistando un hombre, así que medio confidencialmente fui chateando en salas gay y bisexuales, y dejando mensajes en ese tipo de foros. Lastimosamente la mente de la mayoría de estas personas, es deficiente, o están realmente desesperados, y no tienen buenos cuerpos o resistencia. Un poco aburrido de eso, me encontré con un tal Jaime, que parecía compartir mi opinión. Nos mandamos mensajes en privado y empezamos a conversar, acerca de la opinión que teníamos de los otros de la sala. Congeniamos bastante y hablamos de música, negocios, arte, política, como si de dos amigos se tratase. La conversación no fue muy intelectual, solo de "¿Qué opinas de...?" Y eso. Poco a poco fuimos hablando de nuestras experiencias sexuales, a lo que me comentó que era bisexual tanto activo como pasivo.
--Eso no es muy común, le dije. --No me importa mucho. Lo que me importa es disfrutar y hacer disfrutar. --Nosotros estamos buscando a alguien fijo, para estar con nosotros. --¿Cómo así fijo? --Somos una pareja estable, y no nos gustaría estar un día con uno y un día con otro, aunque nos gustaría ver una orgía, preferimos algo más íntimo. --si claro, te entiendo, yo estuve en una relación así, pero no creo que funcione. --Por... --El tipo era un policía, y estrictamente activo. Aunque no la tenía muy larga, si era muy gruesa y me dio duro, mientras yo le daba a la mujer. Mientras estabamos culiando, no mostró problema, pero cuando se le pasó la calentura, me acusó de que me estaba aprovechando para levantarle la mujer. --Medio loco, ¿no? --Creo mas bien que le dio vergüenza, o algo, y lo expresó en enojo. Pero fue feo. Me tiró la ropa a la calle y todo. --¿Y te tocó vestirte en la calle, o te fuiste en cueros? --Jaja, no me vestí.
Le explique que dudaba que este fuera el caso, porque me gustaría ser pasivo con él, y aunque mis intenciones eran de darle a mi mujer una doble penetración o por lo menos una chupada entre los dos, no se lo dije para no emocionarlo, no fuese que después no me la quisiera meter a mí. Mientras lo pensaba me daba nervios admitir que deliberadamente estaba consiguiéndome un puyón como le decimos aquí. Le comenté a mi mujer que había hablado con alguien agradable y accedimos a contactarlo. Lo llamé, y quedamos en que hablaríamos en un sitio público. "Para correr si somos muy feos". Él nos había ofrecido su casa pero me pareció muy "en su terreno", y me intimidaría. No es que quisiera dominar la situación, pero no me gusta perder el control. Nos vimos y hablamos muy bien. Ella bailó con él, y él se comportó como un caballero. Propuso ir a una discoteca gay para poder bailar conmigo sin miradas de extrañeza, pero le explicamos nuestros miedos, y además yo no sé bailar.
--¿Y tu mujer no te ha enseñado? --Es que las lecciones me las da en una residencia, por que me da vergüenza, y siempre terminan en otra cosa. --Siendo así yo te enseño, a ver si terminan igual.
Esto lo dijo con el típico tono de piropo, a lo que le respondí rápidamente para conservar el control de la conversación: --Si no terminan igual, te hago que las termines igual. Se sorprendió de mi respuesta, y riendo dijo que no se lo esperaba. Yo disfrazaba mis nervios con una actitud de James Bond, que lo desconcertaba, porque evidentemente quería ser él el conquistador. Nos encontramos para chatear otro día, y fuimos un poco más directos. Le conté algunas de mis experiencias y mi afán de experimentar, pero sin desesperarme. Le excitó mucho mi relato sobre mi zoofilia y como había incitado a mi mujer a ella. Por mi trabajo, me pidió el favor de que le reparara el computador, cuando la conversación se iba enfriando.
Él vivía en una casa de conjunto residencial en el norte de la ciudad, pues su trabajo tenía muy buenos ingresos. Fui a la salida de mi trabajo, y solo pues no pude ponerme de acuerdo con mi mujer, aunque ella sabía que yo iba me hizo prometer que no haríamos nada "raro". En principio nuestras intenciones eran de trabajo, y después de repararle una falla menor, pero molesta, empecé a necear el computador de él, encontrando fotos que se había tomado. Tenía una verga impresionante. Gruesa y larga. Dura como una piedra y llena de venas, que se notaban aún cuando el forro no descubría toda la cabeza. Aunque tenía fotos de varios lugares, no me pareció que fuera muy promiscuo, pues las fotos eran de solo 3 personas. Un hombre, una mujer bastante fea, y un travesti. Nunca al tiempo. Me explicó que habían sido parejas suyas y que todos sabían lo que él había hecho en el pasado y que no ocultaba nada. La conversación se calentó y empezamos a hablar de ropa interior. Yo le dije que usualmente no usaba pero que ese día llevaba un boxer.
--¿Puedo verlo? Sin decir nada me alejé de él, puse la bebida que estaba tomando cerca de la cocina, y me quité los zapatos que al ser mocasines se quitaron rápido. Me bajé la cremallera y me quité los pantalones sin mirarlo, como si pensara en otra cosa. --Pero esos no son boxers. Me acerqué a la bebida (nos separaban unos seis metros en la penumbra) y me la llevé al baño que ya sabía donde estaba. Cerré la puerta y respiré profundo para tranquilizarme, pues temblaba de los nervios. Me quité la camisa y me ajusté el boxer, que se había subido por todas las piernas y me daba un aspecto de pantaloncillo tanga. Estos boxers, le encantan a mi mujer porque son de lycra, y se pegan a mis nalgas, y mis piernas. Salí, y le dije:
--¿Ves que si son boxers? --No te los quites te quedan geniales. --¿Para qué habría de quitármelos?, Solo vine a reparar tu computador.
Se acercó hacia mí, hasta que estuvimos separados por milímetros. Ahí me di cuenta de que éramos de la misma altura. Me agarró las nalgas, pegándome hacia él, y me miró con mirada desafiante. Con toda la calma del mundo, tomé otro sorbo de la bebida, que no había soltado. Y lo aparté un poco agarrándolo por el pantalón, con el pulgar en la hebilla y los dedos dentro del pantalón. Le acaricié el pene por fuera de su ropa interior, y me acerqué a su boca. Cuando intentó besarme me alejé, lo volví a hacer un par de veces y súbitamente le saqué su pene erecto, me incliné y le di una profunda chupada. Se lo guardé en el interior, otra vez, le di una cariñosa palmada en la cara y dueño de un control que no tenía, terminé mi bebida.
--Y yo que pensaba que el que iba a cazar era yo. --Por algo soy el felino que soy. --Ya veo, ¿y por eso te dejaste penetrar por un perro?
El recuerdo del relato zoofílico que le había contado, me calentó la sangre.
--¿Y no te dejarías tú? --No lo sé, la verdad.
Le quité la camisa, aunque él ya había empezado a hacerlo. Tiró los zapatos y el pantalón, quedando en medias y calzoncillos, que eran tipo tanga. Dentro, su pene prometía una espléndida erección que me excitó mucho. Acaricié su torso, muy delicadamente, poniéndole la piel de gallina; me puse detrás suyo y le pasé la lengua por la espalda, la nuca, el cuello, las orejas, mientras restregaba mi pene contra sus nalgas. Le metí una mano buscando su hoyo, el cual encontré caliente. Me chupé un dedo, y comencé a acariciarle el hoyo, pero sin metérselo. Me puse en frente de él, completando el abrazo y lo besé.
No pudo más, y me puso contra la pared. Besaba mi boca como si se estuviera ahogando y quisiera sacar aire de ella. Me chupaba la lengua, y metía la suya para que la chupara. Me chupeteaba el cuello, mientras sus manos me recorrían el cuerpo, comiéndome con ellas. Él no sabía que me excitaba que me acariciaran las tetillas, así que no les puso atención. Pero si me amasaba las nalgas y el pene.
--Tienes un palo bien rico. --No es tan grande como el tuyo. --Pero está bien bueno, ¿Te lo puedo comer? -me preguntó bajando y chupándomelo no muy profundamente. Prácticamente me chupaba la cabeza en tanto que su mano me pajeaba. Con la otra me acariciaba los huevos, un poco rudamente, y buscaba el hoyo de mi culo. Intentó metérmelo en seco, pero naturalmente, no pudo. Yo hacía y me dejaba hacer lo que él quisiera, dejándome llevar de su intención de comerme entero. Me llevó a la habitación, a donde llegué con los ojos cerrados por sus besos, y me acostó boca arriba; me terminó de quitar los boxers y chupaba el pene, los huevos, las piernas, que levantó, hasta que me dejó con el culo al aire. Me dio una pequeña lamida, creo que para ver que tan limpio estaba, pues Jaime es fanático de la limpieza, y sintiéndose a gusto, me metió la lengua tanto como pudo. Se humedeció un dedo, y me lo metió lentamente. Como ya estaba acostumbrado a cosas más gruesas, no me impresioné mucho, pero lo movía bien rico, al tiempo que me chupaba. Se dio la vuelta para un 69 que agradecí, pues tenía muchas ganas de chuparlo como él me estaba dando gusto a mí. Imité sus movimientos, hasta el punto que comprendió que lo que me hiciera, yo se lo haría a él. Cuando se le puso más dura y caliente me la saqué, pues tenía miedo de que se viniera en mi boca, pero Jaime me empujó y me penetraba la boca salvajemente. Gemía y se veía que lo estaba disfrutando, apretó las nalgas y se quedó muy quieto. Me di cuenta de que no quería venirse y decidí traicionarlo. Apenas sacó la verga de mi boca lo pajee, y su leche cayó en mi pecho.
--Que malo eres, yo quería venirme dentro de ti. --¿Y tengo que esperar mucho? --No, no, yo soy rápido. Pues, para recuperarme, porque si te das cuenta aguanto bastante. Y a ti no te falta mucho ¿cierto?. --Mas o menos, dije, mintiendo.
Lo puse a tomarse su leche, que según me había contado le gustaba hacer. Como yo aún no me acostumbraba al sabor del semen, simulando pasión, le apretaba la cabeza contra mi pecho. Jaime se dedicó entonces a chuparme, y a darme dedo, estimulándome la próstata, pero no conseguía hacerme venir. A los pocos minutos, efectivamente, ya se le había puesto dura de nuevo. Me emocioné por saber que opinaría mi mujer de esto, pues yo demoro mucho tiempo entre cada erección, y procedí a pajearlo de nuevo. Lo puse boca abajo, y le comí el culo. A mi si me gustan como estén, y él lo tenía sudadito. Le metí primero uno y después otro dedo, dándole un masaje prostático, que lo excitó aún más si se puede. Se soltó y me puso a mí boca abajo, después de comerme un poco el culo, se tumbó sobre mí estimulando su pene contra mis nalgas y seguido, intentó penetrarme. Nuevamente no tuvo éxito. Le pregunté si tenía vaselina, o aceite. Respondió algo ininteligible, y fue a buscar. Regresó apresurado con un condón y un frasco de aceite para bebés. Me echó aceite entre las nalgas y me lo untó por todas ellas, en el hoyo, bien adentro, los huevos y las piernas. Me metió dos dedos de una vez, y viendo que no oponía resistencia me metió otro de la otra mano, para que entraran más. Ahora si sentía como se abría mi orto, y subía las nalgas empujándome esos dedos más y más adentro.
--Estas bien abierto. --Mi mujer le dedica su tiempo. --¿Entonces porqué no te entró mi verga? --Yo no quise así. Quería que fuera bien suavecito. --Espérate y me pongo el condón. --No por favor. Así es mejor. --¿Así te gusta más? --Quiero sentirla toda.
Me tumbó de nuevo, y se aceitó la verga. Me la fue metiendo despacio para abrirse camino, pues aunque estaba abierto, no es lo mismo dedos que verga. Cuando sintió confianza la empujó toda. La sensación me dio miedo. Era delicioso. Quería que nunca acabara. Quería que la metiera aún más, incluso cuando hasta donde la había metido era perfecto. Me entraba hasta donde me gustaba tanto. El hoyo se acomodaba y me latía con cada embate. La sacaba casi toda y la metía disfrutándome el culo, saboreándomelo con su palo. Gemía y me acariciaba, me pasaba la lengua por donde podía, y me decía que era el culo más rico que se había comido. Yo sentía tantas cosas nuevas y tanto placer que pensé que me iba a venir con eso en mi hoyo. Por mi parte, yo apretaba el hoyo cuando la verga estaba saliendo, y pujaba cuando estaba entrando, para que entrara más.
--¿Dónde aprendiste a hacer eso? Me dijo --Ay papito es que tu verga es tan rica que mi culo quiere complacerte. --Me encanta que me digas papito, ¿Te gusta mucho mi amor? --Ay sí papito rico, dame duro con tu verga, hasta que me sangre el culo. --Te gusta duro, ¿verdad, mi amor? --Si, mi puyón, quiero que me violes. Que me rompas todo. Que me llenes de tu leche. Que me abras ese orto hasta que te cague el palo.
Todo esto se lo decía, sabiendo que a mi mujer le gustaba que lo dijera cuando me la metieran. Estuve tan ansioso de que ella estuviera allí, que me sentí tentado en llamarla mientras nos penetrábamos. Yo sabía que después de oirnos así, buscaría la forma de venir hasta donde estábamos. Jaime avivó el ritmo y la violencia, la cama se quería partir, y sus gemidos eran gritos bastante delatadores, y penetrándome como si me quisiera atravesar, se vino. Dentro de mi culo, sentí que me entraba un chorro a presión como si de una manguera se tratase, llena de leche. Una palpitante, caliente y deliciosa manguera que se venía en mí como si me fuese a preñar. Jaime se quedó sobre mí, sin sacarla, mientras su pene rápidamente se iba encogiendo. El culo me ardía por el sudor, la violada y la leche que empezaba a salir, me refrescaba un poco. Yo la dejaba salir sin apretar el ano, primero porque me dolía apretar, y segundo, porque me gustó la sensación de la leche corriendo por mis piernas, pues han de saber que ya me había puesto de pié. Jaime estaba acostado con su pene, ahora más pequeño, "durmiendo" entre sus piernas.
--¿Te vas a lavar? --No, todavía no. Quiero sentir tu leche dentro de mí un poco más. --Todavía estoy muy caliente. Métemela.
Le chupé el hoyo como él había hecho conmigo al principio, levantándole las piernas, le pasé la lengua por los huevos y el pene sucio de su leche. No me desagradó, como pensé. El semen así, es mucho más agradable y soportable, que cuando está muy espeso. Me pajeé un poco para que se me parara el pene y lo lubriqué muy bien, lo mismo que su hoyo. Yo se la metí con más confianza, pues Jaime me había dicho que ya se la habían metido, pero aún así dio un respingo.
--Espérate, que la tienes gruesa. --No tanto, no seas exagerado. --En serio. Es la más gruesa que me han metido. --La tuya es la más grande que he visto, así que no te burles. --De veras, me estás rompiendo, pero me gusta, hacía tiempo que no me rompían. --Si eso es cierto, entonces mi mujer será la más beneficiada de esta relación. --Si te la comes como me estás comiendo a mí, mi amor, esa vieja no te va a dejar nunca. Es más si te arrepientes de hacer el trío, puedes contar con este culo cuando quieras. --Todo depende de Cereza, ella es mi dueña, la amo tanto que no creerías las cosas que he hecho por ella. --Ustedes son fantásticos. Ay Dios mío como comes de rico. Me llega hasta donde me gusta. Sí, hazme la paja así de rico. Cómo me haces disfrutar por los dos lados así, eres increíble.
Su culo estaba apretadísimo, y me costaba trabajo sacarla toda y volvérsela a meter como él lo había hecho conmigo, así que lo taladraba metiéndosela hasta el fondo, sacándosela muy poco y empujándola duro. Eran las penetraciones más profundas que había dado, y por el ritmo de los empujones, sus gemidos me hacían gracia.
--De que te ríes. --De cómo haces. --Ay esto es por ti, mi amor, cómo la metes de rico, me estás puyando todo el culo. MI AMOR QUE RICO, DISFRUTA A TU PAPITO, ASÍ, QUE RICO, QUIERO MÁS, LA QUIERO TODA. --Baja la voz que te van a echar del conjunto. --Es que esto es muy rico, mi amor. Me siento tan contento de darte mi culo. Hacía tiempo que no disfrutaba así. Pero ¿Porqué no te vienes? --Todavía me falta bastante así que aguántate. --Hace veinte minutos que estamos culiando, y yo ya me vine una vez. Y créeme, yo no demoro poco. --La vez que menos he durado fueron precisamente veinte minutos. Y créeme, no me vengo por ahora.
Le di verga hasta que se calló. Solo estaba con los ojos cerrados meneándo el culo y apretando el ano para hacerme venir, haciéndome disfrutar bastante, pero a pesar de que cambiamos de posiciones varias veces mi resistencia física no alcanza a mi resistencia sexual, y estaba exhausto. Sobre todo porque todo fue continuo, cada vez que me quería retirar, Jaime me halaba para que se la metiera otra vez. Su culo era insaciable. Pero era evidente que él también estaba muy cansado y yo quería que se viniera. Me solté con fuerza y caminé un poco por la habitación para recuperar el aliento. El culo me palpitaba de excitación e inflamación. Volví a acostarlo boca arriba, y me senté sobre esa delicia de carne de su verga. Entró mucho más fácil pero no por eso dolió menos. Sobre todo porque en esa posición entraba hasta el pegue, y me di cuenta que era tan larga que me lastimaba cuando me tiraba sobre ella. No por eso dejé de hacerlo, y moviendo mis nalgas hacia delante y atrás, a los lados, arriba y abajo, y en círculos, hacía que su delicioso pene me diera satisfacción por todo la superficie de mi culo. A veces me levantaba para que el borde de la cabeza, que aunque estaba recubierto por el forro no se veía pero se sentía bastante, me rozara el borde del ano, dejando dentro de mi orto, solo la cabeza. Bruscamente me dejaba caer, ensartándome con dolor y placer en ese sabroso palo de carne. Diez minutos más tarde, me regaló otra carga de su rica leche. Yo estaba tremendo. Me dolían y picaban desde las rodillas hasta el cabello, pero naturalmente, sobre todo el culo y la verga. Me la saqué, le puse mi verga para que la chupara pues estaba blanda, y es que como le expliqué a él, mientras me ensartan (con pene o consolador), solo se me para si es por mi mujer. El culo de Jaime pudo estar delicioso, pero no era nada comparado con ella. Él no se ofendió, y por el contrario admiró nuestros amores. Me confesó que le gustó cereza, no solo físicamente, sino por su manera de ser. De mí se sentía un poco intimidado por mi exceso de confianza que me hacían parecer presumido, pero que después de esto, yo le gustaba mucho. Me reiteró que lo volviera a ver aún si Cereza no quería que él se uniera a la pareja, así fuese solo para que se la metiera. Nadie me había dicho eso nunca y no supe que responder. Pero no me gustó demasiado. Me despedí mientras me bañaba, a lo que sorprendido me contestó que él pensaba que me quedaría a pasar la noche allí.
--Vivo con unos tíos, y no traje mis llaves. Ya es tarde y tendré que tocar para que me abran. --Mayor razón para que te quedes.
Me acerqué a él y lo besé largamente, mientras me terminaba de cambiar. Justo antes de salir le dije:
--No te preocupes que algo arreglo. Mañana hablo con mi mujer y después te cuento. Además me debes una venida.
Sonrió un poco inseguro pues me imagino que pensó que la despedida sería para siempre. No se imaginaba que él había sido el primero que me la había metido y mucho menos lo que sucedería a partir de allí. Al día siguiente, temprano en la mañana, fui a darle el beso correspondiente a mi mujer, me bajé los jeans, y llevé un dedo hacia mi culo sin decirle nada. Aún estaba muy dilatado por la faena de la noche anterior, y ella dedujo todo enseguida. Antes de que se molestara, le acaricié los senos mientras la besaba. Esos senos que tanto me gustan. Le quité el pantalón, pues no se había terminado de cambiar para ir a trabajar y acaricié sus nalgas. Cuando las cosas se estaban calentando sonó el reloj y nos dimos cuenta de lo tarde que era.
--Esta noche vas a disfrutar cosas que nunca habías imaginado. Le prometí. --¿Qué me van a hacer ustedes?
En realidad no tenía idea pero sí muchas ganas. Esa noche también fue memorable. Pero eso es otra historia.