Primera cita

Decidirse a quedar. Hablar, cenar y ver qué pasa.

"Me imaginabas diferente, ¿no?"

Lo dijo con naturalidad, sin rastro autocompasivo, como quien constata un hecho lejano y aséptico. Noticias de internacional en el periódico.

"¿Me imaginabas más guapo?, ¿más alto?..."

"Más alto", respondí saliendo al paso.

"Ya te lo dije, que no llegaba al metro setenta."

"Lo sé, lo sé..."

"Son las fotos, que engañan ...", agregó mientras pinchaba una anilla de calamar y se la llevaba a la boca. Yo todavía estaba un poco tensa sin saber muy bien si acercar la silla a la mesa o huir de aquel extraño de quien hacía una semana desconocía incluso la existencia. "Todos ponemos fotos en las que estamos favorecidos, y... no sé, al final todos queremos ver el reflejo de nuestro deseo, ¿no?"

"¿Tanto me ha cambiado la cara cuando te he visto?", pregunté agradecida por aquel relámpago de sinceridad cruda que había il·luminado la conversación.

"Tanto no, sólo lo justo para saber que te esperabas alguien diferente", cogió un par de servilletas de papel. "Y las piernas cruzadas no indican comodidad."

Ni siquiera me había dado cuenta, pero en efecto, mi posición corporal era un escudo que lo único a que invitaba era a mantener las distancias.

El camarero llegó con mi bocadillo vegetal y su brascada humeante que, haciendo caso a su mirada, esperaba con ansia. Nada de cenas formales, como habíamos quedado la víspera. Un par de bromas y alguna insinuación casi adolescente hicieron que me decidiera.

"Tres veces", dije finalmente. Él pareció no entender. "Tres citas de internet. Tú eres el tercero."

Él me miró de reojo y sonrió, giró su plato 180 grados y cogió con fuerza el bocadillo.

"¿Y qué tal?"

Dudé.

"Diría que... no sé, por un lado no he repetido cita con ninguno de los dos, un poco desastre, mirando el reloj al poco tiempo... Pero también supongo que he visto alguna esperanza, y que por eso estoy aquí", concluí cogiendo también yo mi cena. "Quizás no sirvo para esto…"

"¿Para los hombres? ¿Para ligar? ¿Para cenar?", y dio un gran bocado sin dejar de esperar mi respuesta.

"Para ligar con hombres mientras ceno", dije, y me hizo gracia.

Acabábamos de pasar unos días calurosos, casi de pleno verano, y después de una semana era la primera noche en que la brisa marina llegaba a la ciudad. Yo iba vestida con una camiseta de tirantes color marfil y una falda turquesa hasta las rodillas. Había buscado una ropa que sin ser demasiado atrevida, me ciñera la silueta y destacara mis atributos, aunque por el momento él sólo me mirara a la cara y ni siquiera me hubiera dicho nada del colgante que con una pequeña llave y un anillo se balanceaba en medio de mis pechos. Eran cerca de las diez, pero aún se adivinaba la tenue luz del día entre los edificios de tres y cuatro plantas que nos rodeaban, la mayor parte en espera de una buena rehabilitación. A nuestro lado, a unos metros de distancia, el camarero acompañaba a dos parejas hacia una mesa mientras quitaba la plaquita de Reservado .

"Tú tampoco eres como en la foto", apuntó él entonces, y de nuevo lo hizo sin malicia, sin reproche oculto. Yo no supe si esperaba que le preguntara. "Estás mejor", dijo. "Más carnosa, si me lo permites", y continuó haciendo camino con su bocadillo.

"No sé cómo tomarme eso", dije simulando una prevención que en realidad no sentía, porque me había gustado.

Esperó unos instantes hasta que engulló.

"En la foto, en las dos, en realidad, pareces más delgada", me aclaró, y cogió la copa de vino y dio un breve sorbo. Su naturalidad en los gestos, en las palabras, con ese matiz de suficiencia, me tenía sorprendida, pero al mismo tiempo me inspiraba una creciente tranquilidad. Como cuando vas de excursión y aunque te desorientas no te importa porque sabes que tu compañero conoce la ruta. A medida que pasaban los minutos, su silueta, su rostro dejaban de resultarme extraños y empezaban a parecerme vagamente familiares. "Los hombres queremos tener donde agarrar...", dijo. "No queremos tener cien quilos para agarrar, claro, pero ... tú me entiendes."

"¿Tú cuántas veces lo has hecho? ¿Cuántas veces has quedado con chicas como yo, conocidas por internet?"

Él se echó atrás sin soltar la mitad de bocadillo que aún le quedaba, y que no iba a durar ya mucho. Dejó perder la mirada, un instante.

"Nueve o diez... u once", dijo mientras aparentaba hacer cuentas mentales. Se acercó de nuevo a la mesa y me miró. "No sabría decírtelo con certeza", y para concluir dio otro bocado. "Mmmm ... Me encanta", añadió aún con la boca llena. "Siempre pido lo mismo."

Me divirtió. Aunque no sabía si se refería a siempre , o siempre-que-quedaba-con-alguna . Mi bocadillo, en cambio, a duras penas lo había empezado.

"¡Comes muy rápido!", exclamé de manera inocente. Él, en cambio, dibujó enseguida una sonrisa maliciosa en la comisura de los labios, que me hizo caer en el juego de palabras.

"Siempre que me dejan", respondió. "Pero no me dejan tanto como podría parecer. Fíjate el hambre que tengo", y me mostró el poco pan que le quedaba ya entre las manos. "Y tampoco devoro lo primero que me ponen en el plato, todo hay que decirlo. A ti en cambio parece que te sobra la comida, aún no has comenzado."

Yo decidí participar de aquello.

"Me gusta saborearlo, supongo. Me gusta que dure."

Él alzó las cejas y asintió en señal de aprobación. A continuación acabó el poco vino que ya le quedaba en la copa, y miró mi copa. Me quedaba más de la mitad.

"Debería haber pedido cerveza. En realidad he pedido vino sólo para seguirte", alzó la mirada en busca del camarero, pero no lo localizó enseguida y no insistió demasiado. Volvió al bocadillo.

Verlo disfrutar de aquella manera me satisfacía también a mí y me daba hambre. Las dobles parejas de nuestro lado ni siquiera habían pedido. Se habían sentado de manera especular, enfrentándose ellas y ellos de manera paralela.

"¿No me preguntas cómo me fue? En las citas, digo."

En realidad sí que tenía curiosidad.

"¿Cómo te fueron las citas?"

"Me alegra que me hagas esta pregunta…", respondió de manera teatral, y yo le reí la broma de manera sincera. Cada vez me sentía más cómoda. "De todo, he tenido de todo. Tuve una cita que duró sólo diez minutos, porque ella desapareció después de ir al baño. Tópico y fácil, lo sé, pero así fue... Tuve citas normales, como la que estamos teniendo tú y yo ahora, pero que no se repitieron. Una pena. Tuve una novia que me duró un año. Tuve sexo ocasional... Tuve malentendidos. De todo." Tomó la punta del bocadillo y empujando con el índice, lo hizo desaparecer. " C'est fini ", dijo con la boca llena.

"Entonces, ¿la nuestra es una cita sólo normal?", pregunté un poco coqueta.

Él me miró, giró ligeramente la silla en mi dirección, y se acercó sin perderme de vista los ojos.

"Estoy intentando evitar el colgante entre tus pechos desde el primer minuto", dijo en voz baja. "Esto quiere decir que para mí, está yendo más que bien. Pero claro, esto es un juego de dos."

Sentí como una ligera rojez inundaba mis mejillas. Él me hizo un guiño, y volvió atrás, aunque en el episodio, nuestra distancia se había reducido a casi la mitad.

"Pero soy un escéptico", remachó. "No respecto a ti, sino… en general."

Lo había elegido casi al azar en medio de aquel catálogo interminable de rostros, descripciones y nombres de películas y libros favoritos que se parecían tantos los unos a los otros. Su correo al menos no me había sonado a ropa de segunda mano, y me había hecho sonreír: tengo un gran corazón, pero lo tengo en la barriga . Al día siguiente, en el chat, me aclaró que tampoco era para tanto, y en efecto, ya en persona, ni tan solo me habría fijado si no hubiera sido la primera descripción física que me había hecho de sí mismo.

"Tengo un problema", añadió. "Como has visto, como muy rápido… Y no lo digo con segundas... o sí", y sonrió. "Y cuando termino no sé muy bien qué hacer… "

"¿Me estás pidiendo que te dé parte de mi bocadillo?"

"Si no hubieras pedido un vegetal es posible que ya te la hubiera robado…"

"Pero no ha sido el caso…"

"No ha sido el caso…", hizo un sobreactuado gesto de frustración, y al paso de una silueta alzó la mirada de nuevo hasta que sus ojos se cruzaron con los del camarero. "Una caña", dijo sólo moviendo los labios y fingiendo coger una imaginaria jarra con la mano.

"Tendremos que inventar algo para que te distraigan mientras la lenta que tienes al lado se acaba el bocadillo…"

"Sería lo ideal…", dijo. "Podría contarte de qué van esos cuatro, por ejemplo", y señaló las dos parejas que teníamos al lado. "Tú por qué crees que se han sentado así, los chicos por un lado y las chicas por otro…"

No me lo había preguntado, pero era cierto que había algo de gesto forzado en aquella posición, como una rigidez que se pretende disimular.

"No sé. ¿Casualidad?"

"Podría ser… pero…", y entonces se inclinó ligeramente hacia mí y con la punta de los dedos me tocó la rodilla por debajo de la mesa. "Yo creo que en realidad alguno y alguna de ellos están liados en secreto y que se han sentado así para evitar miradas comprometidas. Como yo con tu colgante."

Aquella referencia me alteró de nuevo, pero hice como si nada, y luego me di la vuelta de manera disimulada y lenta. Él apartó sus dedos de mi piel. Uno de los dos hombres, el que nos daba ligeramente la espalda hablaba en voz alta de un viaje que tenían previsto o que ya habían hecho, no quedaba demasiado claro. Volví a mi posición.

"No creo que sea éste que habla", dijo adelantándose a mi pregunta. "Es el otro, el de gafas", y de nuevo rozó los dedos en mi rodilla. "Tiene una aventura con la novia del amigo, o la mujer, tal vez ya están casados​​, que tampoco ha abierto la boca desde que han llegado."

Yo no me había dado cuenta si había o no hablado esa mujer, pero la historia me interesaba.

"¿Y cómo empezaron? ¿Cuándo?"

"No hace tanto", respondió lanzándoles una nueva mirada de reojo. Sus dedos ya no me abandonaban. "Quizás se encontraron de casualidad, una tarde, en el centro, y en lugar de saludarse y punto, se acompañaron durante unas horas… O quizás tuvieron que quedar para ayudarse en algún asunto laboral… El caso es que se sintieron extrañamente a gusto, y esa noche, al volver a casa, los dos desearon por un instante que quien durmiera con ellos no fuera su pareja, sino el otro. "

Me puse un poco nerviosa. Sentía en las primeras temblores de excitación. Bebí un poco de vino. El camarero trajo la cerveza y él se lo agradeció con una sonrisa. Encima de la ceja izquierda tenía una pequeña cicatriz en la que al principio no había reparado.

"Y volvieron a quedar…"

"Claro, bajo cualquier excusa", confirmó él después de un trago de cerveza que había cogido con la izquierda. La derecha ya me acariciaba con la palma extendido. "Hicieron un paseo, supongo, o irían a una exposición, un café-teatro… cosas de esas que haces en los prolegómenos de una relación, con el fin de confirmar los sentimientos. Y se despedirían en una boca de metro, sin decir nada, pero ya sabes, sabiendo los dos lo que está pasando, que no ha sido sólo una cita entre amigos… Hasta el punto que seguramente volvieron calientes a casa, e hicieron el amor con sus respectivas parejas, pero pensando en otro cuerpo. "

Tenía calor. Me volví hacia los protagonistas de nuestra historia. Uniendo algunas frases se deducía que el viaje aún no se había hecho. Los amantes continuaban atendiendo y a duras penas intervenían. Yo acerqué mi silla a la mesa. Descrucé las piernas. Él abrió la mano y lenta lentamente avanzó hasta rozarme el interior del muslo.

"¿Les cuentas estas historias a todos tus ligues?", le pregunté.

"¿Quieres que lo deje?"

"¿He dicho eso?"

"No sé…"

"Si quieres te doy mi bocadillo para que te distraigas…"

Él lanzó una mirada irónica y descreída a mi vegetal. Nos quedamos en silencio, como si nos desafiáramos a hacer el siguiente movimiento. Y entonces, como por instinto, cerré lentamente las piernas atrapando su mano.

"¡Oh!", dijo.

"Oh…"

Esperé unos segundos en aquella posición. No sabía si alguien podría estar mirando como nosotros mirábamos las dobles parejas de nuestro lado, pero esa idea sólo me ocupó de manera fugaz. El juego me divertía y en esos instantes ya tenía claro que no habría cambiado esa plaza y esa mesa por ningún otro lugar. Sin dejar de mirarnos separé lentamente las piernas, liberándolo. Él aprovechó para ganar algún centímetro muslo arriba, aún lejos de mí, pero ya claramente en la zona de influencia.

"Y claro, quedaron un tercer día…", retomó con naturalidad. "Supongo que nerviosos. Ella se arregló como si se tratara ya de una cita, aunque por dentro se decía que nada tenía que pasar."

"Pero sí ocurrió…"

"Sí que pasó. Él apareció con el coche, lo que no estaba previsto. Y los coches son peligrosos para los amantes que dudan. Ya sabes, la intimidad del espacio cerrado. La música que suena. Los silencios. seguramente se dirían poco. Él la invitó a dar una vuelta para hablar, tal vez era uno de los primeros días de primavera. Pero ella callaba y él fingía fijarse en el tráfico. Hasta que él tomó un camino inesperado y terminaron en un aparcamiento junto a la playa. Él apagó el motor y se quedaron allí en silencio un par de minutos. Ella le preguntó qué quería hacer… Él suspiró, nervioso, pero le diría que al menos un día, o esa misma tarde, quería estar con ella, que llevaba las llaves del piso de su hermano, por ejemplo, y apenas haberlo dicho, a los dos les llenó la culpa y el deseo. "

Inspiró, se hizo atrás dejándome huérfana de su mano. Estuve a punto de pedirle que no lo hiciera, pero de mi boca no salió palabra. Tomó su cerveza y dio un breve sorbo.

"Tantas veces van juntas esas palabras, ¿no? El deseo y la culpa. Es una pena."

Dudé de si hablaba de su relato o si se estaba refiriendo a alguna verdad que le hubiera asaltado de repente los pensamientos. En cualquier caso su rostro había ganado trascendencia y perdido alegría, como en medio de una pasión.

Un ruido de platos caídos vino del interior del local. No hicimos caso.

"Ven", le dije.

Él volvió a inclinarse. Estaba guapo, e incluso aquellas entradas que le dibujaban la silueta de los cabellos empezaban a parecerme atractivas, con personalidad. Su mano resbaló sin impedimento bajo mi falda hasta situarse a cuatro dedos de mi sexo ya cálido y húmedo.

"¿Qué decidieron?", pregunté.

Él hizo esperar la respuesta, aunque ya la sabía.

"Tenían la tarde por delante y una cama vacía que les esperaba. Ya sabes, uno de estos lugares extraños donde cada rincón es una novedad y tú te desnudas porque confías en la otra persona…"

"Seguro que les costaría", apunté. "Estarían demasiado nerviosos."

"Sí, pero… Se tenían ganas desde hacía tiempo. Y follaron suave. Con besos larguísimos. Mucha lengua y mucha piel. Él lamió los pechos, mientras una mano descendía para acariciarle el sexo", y finalmente entonces sus dedos llegaron a rozar mis bragas totalmente empapadas, y me arrancó un suspiro. "Ella se la comió de arriba abajo, con muchas ganas de hacerlo bien, como hacía muchos meses que no se la comía a su marido."

De nuevo con el índice hizo un movimiento. Yo estaba quieta y encendida. Cualquiera que se fijara en nosotros sabría perfectamente qué estábamos haciendo. Sentía mis pezones endurecidos dibujando su silueta en la tela.

"Y sabes qué", continuó, serio. "Volvieron a casa más tranquilos de como habían salido. Casi sin culpa. Contentos de la decisión tomada. Saben que la actual situación no se puede alargar, que los pillarán o deberán abandonar, porque eso sí, no se ven con corazón de dejar sus parejas. Pero hasta que ese momento llegue, piensan disfrutarse hasta el último centímetro cuadrado. "

Hizo una pausa. Me hizo un guiño, y haciendo flotar la mano sobre mi muslo, volvió atrás sin dejar de mirarme. Mi bocadillo continuaba a medias. Hacía mucho calor. En mi nuca una gota de sudor resbalaba hasta llegar a la camiseta. Estaba toda mojada, ya era verano. Una pareja cruzó la plaza entrelazando sus dedos. El camarero estuvo a punto de acercarse pero finalmente retrocedió.

"¿Qué quieres hacer?", me preguntó. "¿Querrás postre?"

Las dobles parejas continuaban hablando de países lejanos y trámites burocráticos, aunque dos de ellos callaban desde el inicio. Yo tenía hambre, pero ya no me apetecía lo que había pedido. Me recliné también yo. El colgante tintineó. Respiré profundamente.

"Ahora veremos qué hacemos", dije. "Pero para empezar, podrías mirarme las tetas."