Primera cita...

Tras un tiempo chateando por fin decido conocer a Alfonso...

Llevábamos hablando por Internet un tiempo prudencial cuando me propuso quedar, una cena en un restaurante céntrico, algo tan inocente como eso… ¿por qué no? pensé. “ Alfonso parece de fiar, y es un sitio público…”

Quería ir sexy pero cómoda, así que me enfundé mis vaqueros ceñidos favoritos, una camiseta con algo de escote, unos tacones negros y mi cazadora de cuero cortita… El pelo suelto, con el flequillo tapando mi ojo derecho ligeramente que se que los vuelve locos…

Al llegar al restaurante estaba esperándome en la entrada, era más atractivo que en foto, sus ojos se clavaron en mí  me recorrieron con una mirada de aceptación y deseo. Me acerqué a él y su olor me embargó, una suave colonia mezclada con un aroma personal indescriptiblemente masculino… “Brujita… al fin” susurró en mi oído mientras me daba dos besos rozando las comisuras de mis labios “Hola Alfonso” fue lo único que acerté  decir.

La cena comenzó con normalidad, charlando, riéndonos y sus ojos clavándose en mí como si quisiera desnudarme, como si con ello pudiera leer mi mente… A medida que pasaba el rato estaba más cómoda, quizá el vino que tomamos estaba ayudando, pero a la vez algo parecido al miedo se adueñaba de mí, miedo de mí misma, de lo que empezaba a sentir al estar allí, a su lado… y a la vez una especie de ansiedad porque se acabase la cena y me llevara con él al fin del mundo…

En los postres comenzó a preguntarme por los temas que tantas veces habíamos hablado en Internet, mis experiencias como sumisa, mi interés por el BDSM… charlábamos animadamente cuando con una mirada maliciosa me hizo la tan temida propuesta: “Estarías dispuesta a ser mía hoy? Harías lo que yo te dijera? Mostrarías una obediencia ciega?” No pude contestar, me ruboricé y bajé la mirada hacia mi plato.

“No contestes, ve al baño y piensa. Si estás de acuerdo te quitarás el tanga que llevas y lo dejarás aquí a mi lado en la mesa. Te prometo que no olvidarás esta noche…”

Como pude, presa de los nervios, me levanté de la mesa y me dirigí a los aseos. A pesar de que casi no lo conocía la influencia que sus ojos y sus palabras provocaban en mí era más de lo que podía soportar. Sin siquiera tocarme sabía que mi tanga estaría completamente húmedo por la excitación…Y sabía que lo obedecería como si no hubiera otra cosa que pudiera hacer, sabía que mi cuerpo obedecería a sus palabras incondicionalmente, como si funcionara independientemente de mi cerebro. Así que me introduje en uno de los aseos y me quité el tanga negro que llevaba.

Volví a la mesa, curiosamente el ponerme en manos de alguien me da siempre cierta seguridad, así que con algo de altanería deposité el tanga sobre la mesa, encima de su servilleta. “Bien, zorra, ahora el sujetador” con cara de desgana hice ademán de levantarme de nuevo, pero me interrumpió diciendo “Hay que bajarte esos humos, hazlo aquí, ya” Sin pensarlo y tan discretamente como pude quité mi sujetador y lo saque por mi escote. Se lo pasé por encima de la mesa y él lo dejo sobre el tanga, estirado, de modo que se sabía perfectamente lo que era.

Hizo un gesto al camarero para que trajera la cuenta, el cual cuando se acercó a la mesa y vio la lencería allí expuesta no pudo ocultar la cara de asombro. Sus ojos iban de mi ropa a mi escote y cada vez se ruborizaba más, incluso cuando se llevó la cuenta no dejó de mirar hacia atrás.

“Nos vamos? Demos un paseo” Se levantó y yo, obediente le seguí. Me sorprendió ver que dejaba allí mi ropa interior, pero no me atreví a protestar.

Sabía que le gustaban las motos, así que no me sorprendió que me llevase hacia una impresionante Yamaha negra que estaba allí aparcada. Se subió y me hizo un gesto para que me subiera detrás, me tendió un casco y arrancó.

Conducía rápido pero seguro, abrazada a él seguía notando su olor, un olor que me volvía loca, tan personal… Sin darme cuenta habíamos entrado en un parque, fue a la parte más oscura y paró la moto. No había farolas, así que apenas había luz, la luna estaba casi llena, así que al menos su claridad me permitía ver algo.

Bajé de la moto y mientras mis ojos se acostumbraban a la penumbra Alfonso se movió. Lo busqué y no lo vi, así que me quedé inmóvil, pendiente de algún sonido.

Una mano tapó mi boca, no me asusté, tenía que ser él, pero noté como me recorría un escalofrío de placer. Su otra mano se coló por dentro de mi camiseta y comenzó a magrear mis pechos, a pellizcar con fuerza mis pezones, girando sus dedos al mismo tiempo.

Quitó la mano de mi boca y la coló por la cinturilla de mi pantalón, acariciando suavemente mi vientre. Me empujo de espaldas contra un árbol, y con destreza bajó mis pantalones hasta la rodilla. Mientras mordía mi cuello, comenzó a sobar mis nalgas, mis caderas…

Estaba excitadísima, y apenas me había tocado. Su mano se introdujo entre mis piernas y tanteó mis labios, sus dedos resbalaban con facilidad debido a la gran cantidad de flujo que me mojaba. Sus labios recorrieron todo el camino besando y lamiendo toda mi piel, mientras sus manos seguían acariciándome suavemente.

Su lengua juguetona se abrió paso entre mis labios y comenzó a acariciar mi clítoris, en círculos primero, presionando de vez en cuando. Lamió mi coño de un lado a otro y en la entrada de mi vagina trató de introducirse en ella todo lo que pudo. Mis jadeos se convirtieron en gemidos, no podía creer el placer que me estaba dando, la destreza que mostraba jugando con su lengua combinada con sus dedos que de vez en cuando perforaban mi coño me estaban llevando a un grado tal de placer que pensé que las piernas no me soportarían.

Debió intuirlo, porque se separó y pese a la mirada de desesperación que le dediqué, se limitó a susurrar con una voz más grave de lo normal debido al deseo “Gírate, has practicado sexo anal alguna vez?” Yo negué con la cabeza nerviosa, sin atreverme a hablar. “Tranquila, tendré cuidado”

Comenzó a besar mi cuello mientras humedecía sus dedos en mis fluidos para llevar uno al ano y comenzar a masajearlo en círculos. Siguió besando mis hombros, recorrió mi espalda dando pequeños lametazos y mordiscos, dedicó un tiempo a mis nalgas mientras su dedo cada vez presionaba un poco más haciendo que mi esfínter cediera poco a poco.

Se separó y noté como sus manos separaban mis nalgas a la vez que tiraban de mí para separar un poco mi cuerpo del árbol y estar así más abierta para él. Su lengua comenzó a lamer mi ano, recogía el flujo de mi coño y lo llevaba al año con maestría, mezclándolo con su saliva. Presionaba tratando de penetrar mi ano, mientras lamía mi vulva era su dedo el que pugnaba por entrar en mi apretado culito.

Finalmente el índice entró, quizá fue porque me dejé llevar por el placer que me daba con su lengua y me relajé, poco más tarde el corazón se unía y ya eran dos los dedos que me penetraban en un movimiento cada vez más frenético. Los sacó y me sentí vacía, pero por poco tiempo, note como se incorporaba y escupía abundantemente en mi ano. Se acerco a mi oreja y mientras mordisqueaba el lóbulo sólo dijo “Prepárate…”

Noté su capullo apuntando, duro, grande, haciendo presión como si de un taladro se tratase, sin retroceder, sin perder un centímetro, avanzando pausadamente y haciéndome creer que me partiría en dos. Un último golpe que me arrancó un aullido de dolor y note como estaba toda dentro de mí, su vientre tocando mis nalgas. Espero un momento y mientras sus manos acariciaban mis tetas comenzó a moverse dentro y fuera de mí. Poco a poco el dolor comenzó a mezclarse con el placer, sus manos se repartían entre mis pechos y mi clítoris, sus jadeos en mi oreja acompasados con los míos me estaban volviendo loca de placer. Sus embestidas cada vez más fuertes y rápidas me empujaban contra el árbol y contra sus manos que me acariciaban. Giré mi cabeza y nuestros ojos se encontraron, una mirada llena de fiereza animal se clavó en mis ojos y su boca hambrienta comenzó a devorar la mía a la vez que comenzaba a vaciarse dentro de mí, presa de un orgasmo salvaje. En ese momento cedí a mi placer y me dejé ir, llegando a un clímax rápido y violento, mientras los últimos espasmos de placer recorrían su polla aún dentro de mí.

La sacó, me ayudó a subirme los pantalones y me besó de nuevo a la vez que me abrazaba con sus fuertes brazos.

“Te atreverías a tener otra cita conmigo brujita?” dijo mientras me llevaba de la mano de vuelta a la moto. “Me atrevería a no tenerla?” me limité a responder…