Primer trío con matrimonio bisex, maduro y vicioso

Tras diversos tríos con parejas y matrimonios heteros, ansiaba encontrar un matrimonio bisex, y resultó ser una pareja madura y enormemente viciosa, con la que sobrepasé cualquier expectativa.

En mi tercera entrega de relatos de mis experiencias de más de 35 años, voy a contar en esta ocasión el que fue mi primer encuentro con  un matrimonio en el que ambos eran  bisex, allá por el año 2008 si no recuerdo mal.

Hasta ese momento había tenido diferentes encuentros con momentos de sexo bastante variados, tanto individuales como en tríos, bien con hombres y mujeres, pero nunca había experimentado un trío en el que, al menos él, fuera bisex. Eran ya muchas las ganas que tenía de comerme una buena polla delante de una mujer e idealmente que fuera de una pareja casada. Me daba un morbo especial y me sugería enormemente la idea de poder jugar con un marido delante de  su mujer, estando los tres totalmente entremezclados. Los tríos que había tenido anteriormente habían sido siempre heteros, ambos con ella, pero en más de una ocasión me habían asaltado unas tremendas ganas de, con sumo gusto, haberme lanzado por algunos de los buenos rabos que tuve tan cerca de mí y no me atreví ni a tocar. Había llegado el momento de desquitarme y quería iniciar mi nueva experiencia por todo lo alto.

Antes de continuar, y para aquellos que no han leído alguno de mis relatos anteriores, me describo de nuevo. Soy de constitución normal-delgada, deportista, moreno, con barba arreglada de 2- 3 días, de  1,83 y casi 80 kg. de peso,  una polla de 18-19 cm. dispuesta a todo y unos huevos grandes y gordos, normales en mi edad, de 57 años.

En aquella ocasión estaba una vez más de viaje de trabajo y disponía de tiempo a partir de media tarde para intentar quedar con alguna pareja. Desde tiempo atrás tenía puesto un anuncio en una conocida página de contactos, en la que buscaba parejas, preferiblemente maduras, abiertas a momentos de sexo sin ningún tipo de tabúes.

Semanas antes de mi viaje me contestó un tío, Pedro, - nombre ficticio-, maduro de unos 55 años, casado, interesado en mi anuncio. Tras un primer email de respuesta, empezamos a intercambiar diversos correos acerca de las posibilidades de poder vernos en alguna ocasión en la que yo viajar a su ciudad,  a la vez que íbamos hablando de cuestiones con contenido sexual, gustos de cada uno, gustos de su mujer, Amparo, - su nombre real es otro -, descripción física de cada uno de los tres, etc. Conversaciones cada vez más subidas de tono que a cada email que nos cruzábamos me ponían más y más caliente. Por lo que me contaba Pedro, era un matrimonio con experiencia, con hijos mayores, por lo que tenían en general bastante disponibilidad, y ya desde hacía muchos años  tenían encuentros de sexo duro de distinto tipo, tanto en locales de intercambios, como encuentros más privados con parejas, hombres y mujeres. Vamos, que por lo que me iba contando Pedro, eran bastante guarros los dos, cosa que me inflamaba solo de pensarlo.

Durante esas semanas previas a nuestro encuentro, y según nos íbamos escribiendo por correo,  teníamos cada vez más claro que era solo cuestión de tiempo el que nos conociésemos. Nos caímos bien desde el principio y sintonizamos casi a la primera. Nos veíamos recíprocamente como personas serias respecto al sexo, sin malos rollos, discretas, formales... pero a la vez enormemente guarros y abiertos a todo tipo de situaciones. Recuerdo que a Pedro le inquietaba siempre, a pesar de su enorme experiencia, el hecho de que tanto él como su mujer fueran algo gorditos y con sobrepeso, algo que a mí no solo no me importaba sino que incluso me excitaba aún más. Algo de lo cual Pedro estaba encantado cuando se lo dije, ya que en alguna ocasión había perdido alguna oportunidad por esta cuestión. Yo en este sentido he de decir que nunca he dejado de estar con nadie por su físico y soy tan guarro que los físicos alejados de los estereotipos, digamos “perfectos”,  son los que más me motivan. Me gusta la gente normal, de la calle. Pedro y su mujer, eran así.

Por fin, tras varias semanas que se me hicieron interminables, surgió el tan ansiado viaje de trabajo y que tanto estaba esperando. En cuanto dejé cerrada la agenda - era un viaje de varios  días - avisé a Pedro inmediatamente para que tuvieran tiempo de organizarse y poder quedar. Me alojaba en un hotel muy céntrico de una ciudad grande de Cataluña. Al ser entre semana lo tenían algo más complicado pero eran tantas las ganas que tenían ellos también de que nos conociéramos que lo arreglaron para que finalmente pudiéramos quedar.

Llegó el ansiado momento. Pedro y yo hablamos de quedar en la cafetería del hotel, que  era grande y discreta, estaba lo suficientemente concurrida para pasar desapercibidos, y perfecta para hablar con “calma” sin que nadie nos molestara.

Estos momentos previos a quedar con alguien siempre son extraordinarios... ese picorcillo que te entra cuando estás a punto de encontrarte con personas con las que sabes que casi con toda probabilidad vas estar un rato después en absoluta intimidad, desnudos, saboreando y llegando al punto más íntimo de cada uno de ellos, no tiene precio. Morbo, en definitiva, un momento enormemente morboso.

Por más encuentros que uno haya tenido, siempre aparece ese punto de tensión nerviosa previa a ese instante de la  primera aparición de las personas o persona con la que quedas.

Así estaba yo cuando Pedro y Amparo llegaron a la cafetería, nerviosito. Hasta ahora les había visto de cuerpo entero, semidesnudos, en una foto que me envió Pedro,  pero nunca les había visto de cara. Pedro, un tío alto, un poco más alto que yo, como de 1,85 y, efectivamente, grande ,calculo que pesaría algo más de 100 kg., con tripita - confieso que me pierde lamer las tripas gordas, tanto de ellos como de ellas -. Pedro era moreno, con bastantes canas, pelo bastante largo y barba rasurada de varios días. La verdad que tenía un punto atractivo que me cautivó desde el principio. Y Amparo... descomunal. De mediana estatura, unos 50 años, pelo largo, morena, elegante, y también, como ya me dijo Pedro y pude ver previamente en la foto, rellenita pero sin exagerar. Recuerdo que nuestro encuentro fue en invierno, y ella llevaba un abrigo negro, que al quitárselo, alumbró una poderosa figura, con un precioso vestido, también negro, que dejaba asomar unas caderas rotundas, un culo amplio y redondo y unas espectaculares tetas, con un impresionante canalillo. No pude por menos que “despistarme”, quedándote perplejo ante semejante par de tetazas. Ella se dio cuenta y claramente me pilló mirándoselas, ante lo cual ella esbozó una tímida y discreta sonrisa, sin decir nada.

Desde el primer momento creo que los tres nos sentimos muy a gusto. Ellos,  amables, cordiales, de conversación fácil, muy naturales. Se les notaba acostumbrados a este tipo de situaciones, lo que facilitaba aún más los primeros comienzos de nuestro encuentro. Empezamos tomando una cerveza y hablando en un primer momento de cosas generales acerca de cada uno de nosotros, trabajos, familia, etc. para ir poniéndonos en contexto. Todo en un ambiente de mucha relajación y naturalidad, sumamente agradable.

Según íbamos hablando, nos fuimos adentrando poco a poco en contenidos más íntimos, acerca de cómo nos habíamos introducido cada uno, ellos y yo, en el mundo de los encuentros sexuales con otras personas y cómo fuimos conociendo distintos ambientes. Por lo que iban contando, sin que entraran en detalles, dejaban entrever que a lo largo de todos estos años no se lo habían pasado nada mal y que habían tenido momentos muy, pero que muy calientes. Comentamos también cosas que yo compartía totalmente, en especial cuando Pedro comentó que para ellos todo tiene cabida en sexo, incluso la utilización de un lenguaje “fuerte” si es un determinado y adecuado contexto, algo que yo interpreté como una invitación al desparrame total si se daba el caso de subir a la habitación, como parecía que iba a ocurrir.

Conforme avanzaba nuestra conversación fuimos profundizando en terrenos aún más reservados y calientes, en particular cómo descubrimos cada uno nuestra bisexualidad. Sin entrar tampoco en detalles, y hablando de forma genérica Amparo me confesó que su primera experiencia lésbica databa de su adolescencia, lo cual solo imaginarlo, ya me ponía absolutamente inflamado de excitación, además de hacerme recordar que mis comienzos con tíos fueron también con una edad similar a la de Amparo, hecho que yo también les conté y por el que se mostraron muy interesados. Pedro no se quedó atrás contando sus inicios, cuando tenía poco más de 20 años.

La complicidad entre los tres, llegados a este punto era ya total.

Tras la larga conversación, en la que terminamos picando algo en la misma cafetería del hotel con un buen vino, llegó el momento de la verdad. Ese instante en que se entrecruzan las miradas esperando que alguien diga algo para iniciar el punto de arranque para subir a la habitación. Sobre todo, en lo que se refiere a la toma de decisión final, en la que ella, en este caso Amparo, es quien tiene la última palabra. Se puso encima de la mesa la típica excusa de lo bonito que era el hotel y lo cómodas que eran las habitaciones. Salió de la manera más natural subir a la habitación para verla, a lo que Amparo dijo que sí.

Había llegado el momento.

En el ascensor, de camino a la habitación, apenas podía contener la excitación, asomando ya por los pantalones el bulto de mi polla morcillona.

Nada más pasar la puerta, Amparo pidió entrar al baño, a continuación entró Pedro y yo pasé en último lugar. Recuerdo que al ir a mear, tenía ya mi glande totalmente pringoso por el líquido preseminal que había estado echando durante toda la cena, fruto de mi creciente calentura. Tan caliente estaba que dispersé con mis manos todo el líquido pringoso del capullo por el resto de mi polla, algo que siempre me ha gustado hacer y que me pone muy cerdo.

Cuál fue mi sorpresa que al salir del baño, vi que Amparo y Pedro no habían perdido el tiempo. Sin más preámbulos, Pedro, sentado sobre la repisa donde se deja la maleta, aparecía con el pantalón medio bajado y Amparo, aún sin haberse quitado nada de ropa, de rodillas comiéndole la polla. No me lo podía creer. En ese momento pude apreciar mejor el escultural cuerpo de Amparo y a continuación no pude por menos que fijarme en el tremendo grosor del rabo de Pedro. No era excesivamente largo, pero era muy grueso y con eso para mí era más que suficiente. Me encantan las pollas gordas.

Mientras Amparo se la chupaba, nada más verme, me clavó su mirada para invitarme a mamarle la polla junto a ella. Me puse a su lado y me planté ante la gruesa verga, que además tenía mucho pellejo, lo cual me pone a mil, solo de ver cómo se descapulla, hasta notar todo su glande amoratado al descubierto. En medio de la polla de Pedro, Amparo y yo sentimos por primera vez nuestras lenguas entremezcladas, tremendamente húmedas y agitadas, peleando a la vez por lamer el prepucio de Pedro, que a su vez, se iba desabrochando la camisa para dejar salir su tripa gorda. No me importó, al revés, he estado con hombres muy muy gordos que me han puesto muy cerdo y guarro, sobre todo cuando me entra la vena sumisa. En algún otro relato contaré alguna de estas historias.

Sin quitarnos Amparo y yo la ropa, terminamos de desvestir a Pedro hasta dejarle totalmente en pelotas. Era efectivamente grande y regordete. Me dispuse a lamerle su tripa mientras le pellizcaba sus enormes pezones. Mi bulto estallaba ya en mis pantalones cuando Amparo se dispuso a liberarme de semejante presión. Poniéndome de pie, me bajó nerviosamente todo lo que llevaba de cintura para abajo, apareciendo ante ella mi cipote enloquecido, duro, tieso y con el capullo brillante. Nada más verlo, Amparo exclamó: “joderrrr Carlo, vaya polla que tienes”, a la vez que la tomaba con sus manos dispuesta a tenerla toda para ella. Sin dilación se la metió en la boca, empezando a chuparla con una maestría inigualable, repasando con su lengua toda la extensión de mi verga, mirándome a los ojos. Mis manos nerviosas se repartían entre los pezones de Pedro y una de las tetas de Amparo, que aún con la ropa puesta, me dispuse a tocar, dándome cuenta de las enormes tetas con las que iba a disfrutar a continuación.

Pedro, simulando estar celoso por no poder tener aún mi verga en su boca, hizo un gesto para reclamar mi nabo, y se puso de rodillas junto a Amparo. Entre los dos empezaron a mamármela a la vez que se besaban entre ellos. Empecé a distinguir su vena guarra y salvaje cuando ambos comenzaron a escupirme en la polla y me la meneaban con las manos pringosas,  a la vez que me masajeaban los huevos. La escena era indescriptible. Estaba con un  matrimonio realmente vicioso y guarro, que no me había imaginado ni en el mejor de mis sueños.

Tras la serie de mamadas cruzadas de nuestros rabos, llegó el turno de satisfacer a Amparo, que hasta ese momento solo se  había quitado el abrigo. De pie, mientras la besaba y acariciaba  sus grandes mamas, empezamos a desvestirla. Al quitarle el vestido, apareció su poderoso cuerpo en ropa interior, negra de encaje, con unas medias negras autoajustables y un tanga transparente y sujetador a juego. Amparo tenía un cuerpo increíble, ajustado a los cánones de belleza de décadas anteriores, gordita, con tripita respingona, un culo grande y unas tetazas enormes con grandes pezones, oscuros. Cuando por fin le quitamos las bragas y el sujetador entre Pedro y yo, llegó la sorpresa total... un pubis extraordinariamente peludo y oscuro, que me volvió loco nada más verlo. En la foto que tenía de los dos, ella aparecía de cintura para arriba y Pedro no me  había llegado a hablar de cómo lo  tenía exactamente. Me explicaron en ese momento que Amparo alternaba el pubis depilado en algunas ocasiones pero en otras, a petición de Pedro, lo llevaba totalmente natural, sobre todo cuando era invierno, como era en nuestro caso. En ese momento me hicieron el tío más feliz del mundo, porque me encantan los coños peludos.

Recuerdo un detalle que me cautivó al bajarle las bragas a Amparo, y es el cómo las tenía, absolutamente empapadas, con un increíble grumo de flujo espeso, en las que resaltaba su blancura entre el color negro de la braguita. Nada más verlo no pude reprimir mis deseos de sacar mi lengua y lamer esa enorme mancha viscosa y tan abundante. Al verme Amparo me dijo: “qué guarro eres cabrón, me encantas”. Para ese momento, con toda una sesión de sexo total por delante, yo ya desfallecía.

Con la mujer de Pedro totalmente desnuda, nos apresuramos a tenderla en la cama, boca arriba. Pedro, taxativo, casi que me ordenó: “cómele el coño”. Ella se abrió inmediatamente de piernas, invitándome a que inundara mi boca, cara y lengua en su empapada y boscosa vulva. No tengo palabras para describir su coño, grande, largo, con unos labios oscuros y gordos. Comérmelos así es algo que siempre me ha vuelto loco y soy incansable, no tengo fin, así que no paré hasta que ella tuvo su primera gran corrida en mi boca. Sus gemidos y gritos de placer los apagaba Pedro, ya que estaba sentado sobre la cara de Amparo, que succionaba a partes iguales la polla, los huevos y el culo de su marido. Esa fue una de las numerosas fotos que se me quedó en la retina.

Tras el primer orgasmo de Amparo, los tres éramos ya un torbellino de lujuria y lascivia. Sin apenas descanso, ella soltó esa palabra total, única, llena de morbo, sobre todo por la forma guarra y viciosa en la que me lo dijo.: “Fóllame”, acertó a decir, aún con la cara enrojecida tras haber frotado Pedro sus enormes huevos y culo por encima de ella. Sin esperar apenas unos segundos, me dispuse a ponerme un preservativo ultra sensible que tenía preparado en el cajón de la mesilla. Para el momento en que ya tenía mi cipote preparado para penetrar a Amparo, ella se puso a 4 patas, dejando a la vista su despampanante culo peludo y oscuro, que me apresuré a lamer antes de meter mi dura polla en su coño. Mi éxtasis era total, más aún cuando Pedro se acercó hasta mi, acercando su gruesa verga hasta mi boca para que se la chupara. El momento no tenía precio. Mi rabo follando a Amparo sin piedad hasta golpear mi pubis en su culo, mientras Pedro me follaba la boca, llegando con su pene erecto hasta mi garganta, que estaba al borde de la arcada por su tremendo grosor. Mis manos atendían a todo lo que podía en ese instante, desde las brutales tetas colgando de Amparo, que estrujaba como podía, hasta los huevos gordos de Pedro, que masajeaba con mi otra mano y que cada vez se volvían más pringosos de mi saliva,  que iba cayendo sobre ellos. Pedro no paraba de decirme: “así, así, sigue, sigue cabrón, cómeme el rabo”, algo que me invadía y animaba a seguir haciéndolo sin parar. Amparo para ese momento seguía en la gloria, iniciando su segundo orgasmo, brutal, donde ella misma cogió la mano de su marido para taparse la boca y acallar los gritos que salían de sus entrañas.

A partir de ahí, siguieron de manera continua las mamadas mutuas, las penetraciones, los besos entrecruzados entre los tres, en un sinfín de orgasmos continuos de Amparo. Los dos eran especialmente morbosos besando, con sus lenguas empapadas de saliva, que inundaban mi boca a partes iguales. Fue otra de las muchas fotos se se me quedaron en la retina, los tres besándonos como si no hubiera un mañana, “peleándonos” por llegar cada uno con nuestra lengua a la boca de los demás. Cuando era Pedro el que se follaba el coño de Amparo, yo tampoco desaprovecha la oportunidad para que Pedro lamiera mi cipote en estado de máxima erección. Me encendía, en especial cuando en algún momento me escupía la polla y me la dejaba totalmente brillante. Otra instantánea que se me quedó en la retina.

Otra foto más para el recuerdo fue un momento en que Amparo tomaba aire y descansaba unos minutos.  Pedro y yo nos liamos en un abismal 69, estando yo encima de él, lamiendo sin parar su falo y su paquete, a la vez que él me lamía el culo metiendo su lengua por mi agujero. Ufffff, me tuve que contener para no correrme ahí mismo. Amparo gozaba como una loca con la imagen de su marido entregado a otro tío.

Pasaba ya la media noche y las expectativas, sin haber llegado aún al momento final, ya estaban totalmente cumplidas. Quedaba el momento final, ese que siempre llega como el gran postre tras todos los platos anteriores.

Pedro quería follar a Amparo a 4 patas conmigo debajo, haciéndome yo un 69 con ella. Amparo se puso sobre mí en la típica posición invertida del 69, dejando ante mis ojos su enorme culo abierto y su coño chorreante que me dispuse a seguir chupando y lamiendo sin descanso a la vez que ella cogía mi paquete y mi polla, me masturbaba con sus manos y me la chupaba con virulencia. Pedro se prestaba a penetrar el boquete de Amparo lleno de flujos, pero antes de eso metió su polla en mi boca para que se la chupara y lubricara con mi saliva, dejándola preparada para meterla en el coño de su mujer. La escena no pudo ser más brutal. Amparo jadeaba como una perra mientras la penetraba sin piedad ante mis ojos, a la vez que sacaba puntualmente su rabo para seguir follando mi boca, al punto de alternarse entre la vulva de Amparo y mi boca abierta. Cuando no le chupaba la polla a Pedro, le lamía su tremendo paquete, que golpeaba mi cara con las fuertes sacudidas al coño de Amparo.

No podíamos más que sincronizar el orgasmo de los tres a la vez, que notábamos que era perfectamente posible. Los gemidos de mi guarra  pareja así lo atestiguaban, así como los míos. En el instante en que Amparo gritaba “Me corroooooo” Pedro y yo entramos en climax total. Pedro empezó a tener las fuertes contracciones que denotaban que se estaba corriendo dentro del coño de ella y que yo estaba viendo en primera persona, a muy pocos centímetros de mis ojos. Ese fue mi momento. Amparo me chupaba y me recorría mi polla con sus manos hasta que estalló mi brutal corrida sobre su cara, justo en el instante en que Pedro sacaba su polla, en el instante supremo en el que cayó todo el esperma mezclado con los jugos de su vagina chorreante sobre mi boca, con la que me dispuse a limpiar de semen toda su vulva hasta no dejar ni una gota.

Ahí no acabó el éxtasis. Confirmando lo guarra que era Amparo, con su boca llena de mi leche, se vino hacia mí a compartir su boca con la mía , que estaba llena del semen de Pedro. El morreo fue único, algo brutalmente nuevo y excitante para mí, al máximo.Nuestras bocas y lenguas entremezclando la lefa caliente y abundante de los dos, junto con los flujos de ella, en un desenfreno total, que no quiso perderse Pedro, que se sumó a nuestro beso largo y desesperado por saborear toda la mezcla de los fluidos de los tres.

Fue el punto culminante a una sesión que salió mejor aún de lo que prometía, y a partir de la cual volvimos a encontrarnos en varias ocasiones durante los años siguientes y que culminó con un encuentro organizado por Pedro con motivo de su 60 cumpleaños, en el que llamó a sus amigos más guarros y algunas de sus amigas más viciosas para “felicitarle” cómo se merecía.

Esa historia, en otro relato.