Primer trío a los cincuenta

Una simple reunión de trabajo con mi ex, termina en una fantasía cumplida.

Y al final, me tocó. Me separé. Aunque en buenos términos, decidimos continuar nuestra vida por separado con mi esposo.

Sin hijos a cargo, pero con un negocio mutuo nuestro vínculo se mantendrá por mucho tiempo.

Infidelidades de ambos lados han marcado estos últimos años y la decisión era previsible.

Una vida en común y un negocio familiar nos obliga a mantener reuniones semanales, generalmente fuera del horario laboral  para establecer estrategias, coordinar cosas de la casa y de nuestros hijos, ya adultos.

Los viernes de noche es la casi obligatoria cena y la puesta a punto de nuestras vidas.

Ésta historia corresponde a una de ellas, la última.

Mi esposo eligió el lugar, un conocido restaurant donde el whiskie es la especialidad de la casa.

Llegamos cerca de las 22:00 y la noche recién comenzaba. Me extrañó la cantidad de hombres solos y en grupos que poblaban el ambiente con sus risas y alentaban a un equipo de basquetbol en las enormes tv del local.

Elegimos un lugar alejado del bullicio y charlábamos animadamente cuando ingresó al local un grupo, encabezado por un conocido nuestro. Era Alejandro, dueño de una empresa proveedora a la cual accedió luego del fallecimiento de su padre.

Alejandro no pasa los 35 años y siempre se caracterizó por ser muy amable conmigo, a veces hasta demasiado.

Estaba con dos chicos y dos chicas más, pero parecía ser el centro del grupo. Era el más alto y su cabello parecía salido de una siesta muy larga.

Al vernos, se acercó a saludar y sin pensarlo se sentó en nuestra mesa.

Dueño de una hermosa sonrisa, ojos encantadores y buena charla, nos envolvió en risas y carcajadas en pocos minutos.

De pronto todo cambió, en la charla surgió el tema de nuestra separación y que en esa semana cumplíamos 3 meses de soltería.

Ahí cambió su atención hacia mí y buscó en mis ojos complicidad en sus bromas.

Me sentía bien con ese estado, pero no olvidaba que tengo casi 20 años más que él.

Cada tanto, mi marido me hacía algún gesto de sorpresa incitándome a continuar con el coqueteo.

Del contacto visual, pasó al roce casual de manos y bromas subidas de tono, algo como, “vinimos tres y nos vamos dos” “terminemos esto en mi casa”.

Mi ex entendió el mensaje y fue al baño con el fin evidente de dejarnos solos.

Me estaban usando, pero no me desagradó. Estaba fuera de onda y este flirteo me hacía sentir viva otra vez.

Apoyó su mano en mi pierna que lo corto del vestido desnudaba hasta muy arriba. Hablaba de negocios, de vacaciones, de amigos, pero sus ojos me miraban directamente y me obligaban a bajar mi vista. El coqueteo estaba en un punto que ya no sabía cómo seguirlo.

Volvió mi ex y él se retiró ante el llamado de su grupo. “Vete con él” me dijo. Desde el otro lado del local Alejandro seguía buscando mi mirada y eso me gustaba.

Regresó con una oferta imperdible. Vámonos a seguirla en mi casa, dijo casi como una orden.

Yo sin Carlos (mi ex) no voy a ningún lado, dije esgrimiendo mi falta de aventura y mis inseguridades.

Está bien, dijo, pero vamos ya, que mañana madrugo.

Hermoso auto, barrio privado, alguna vez fui a retirar algo de lo que era la casa de sus padres.

Surcamos las calles de Montevideo enfrascados en un silencio incómodo y cómplice.

Su mano apoyada en mi pierna me daba una sensación de desnudez que jamás había sentido.

Ingresamos al garaje y de allí al ascensor que nos depositaría en su piso. Como algo natural, tomó mi cintura y me condujo hasta la puerta principal. Mi esposo venía detrás y imaginaba su sonrisa la situación.

El living dominaba el espacio y en él un enorme sillón de terciopelo blanco, todo era blanco. La vista del mar desde el piso 16 era gigantesca y penetraba la noche estrellada. No había luna.

Pregunté por el baño, mientras los hombres se instaban en el bar y me dirigí a él a ver como estaba toda la “mercadería”. Bragas en su lugar, uñas en perfecto estado, retoque de lápiz de labios y un poco de rubor en las mejillas, algo de revuelto en el pelo y los rulos en su lugar. Lista.

Caminaba por el pasillo cuando oí mencionar mi nombre. Me detuve a escuchar, Alejandro le pedía permiso para avanzar a mi ex y él se reía de la proposición. Le escuche mentir sobre que siempre él me había gustado, pero que el casamiento no me permitía ni pensarlo. Mentira, pero eso habría el paso para que el joven siguiera con su plan de conquista.

Que pensaba yo?

No me lo había preguntado en toda la noche. Hacía varios meses que no estaba con un hombre y mi cuerpo lo sabía.

Aparecí en la escena como la reina de Narnia, sonrisa, escote, pelo lindo labios excitantes….

Ellos tomaron sus whiskies y se sentaron en el gran sillón dejando un espacio para mi. Tomé el mojito que me habían preparado y ocupé mi lugar, el que me habían adjudicado. Cosa de machos.

Sonaba Celia Cruz en la tv y la cálida noche montevideana invitaba a bailar, cosa que con mi ex hacíamos bastante bien.

Nos levantamos y ahora bailamos un poco de salsa.

Alejandro adujo saber muy poco de baile, pero la insistencia de mi ex lo arrojó a mis brazos, realmente era bastante tosco, pero aprendía rápido.

Mi ex servía los tragos y la noche subía su temperatura a medida que avanzaban las insinuaciones, los roces y los intentos de mayor acercamiento.

Yo no jugaba, solamente no sabía cómo responder. La presencia de Carlos me daba confianza para estar, pero oficiaba de freno para seguir adelante.

Volvimos al sillón.

Mientras preparaban unos mojitos, la pregunta de Alejandro resonó en la noche “Y si ponemos una porno?”

Genial, gritó mi ex desde la barra y rápidamente nos proveyó de esos mojitos más que necesarios.

Ajena a las decisiones buscaron y buscaron hasta que encontraron una que en su portada era una viva imagen de los que estábamos viviendo.

Una pareja en un sillón y un tercero interesado.

Mi ex tomó la iniciativa dándome el mejor beso de los últimos años, mientras Alejandro volvía a poner su mano en mi pierna, esta vez más alto. Mi mini estaba ya arriba por el sillón y eso hizo que sus dedos rozaran mis bragas.

Abandoné los labios de mi marido, como para quejarme, pero los labios de Ale estaban demasiado cerca, me besó suavemente al principio, pero esta vez fui yo quien le ofreció mi lengua. Estaba en el juego, no había vuelta atrás.

Mi esposo luchaba con la cremallera de mi vestido, por lo que me paré y la bajé yo. parada ante dos hombres que me gustaban, dejé caer mi vestido rojo al suelo, dejando mi ropa interior y tacos, como única armadura.

Ambos se abalanzaron, arrodillados ante mí, besaban mis piernas, mi cola, mis bragas.

Duraron apenas un minuto en su lugar.

Los besos ahora eran más profundos, mas lengua, más  increíbles.

Mi sostén tampoco estaba (culpa mía) y mi desnudez sólo la vestía un perfume.

Carlos volvió al sillón y con tremenda rapidez dejó al desnudo su miembro, tan recordado en estos 20 años. Pero para ser sincera, nunca tan rígido ni amenazante. Me incliné sobre él y lo disfruté al principio suavemente y después con un salvaje ir y venir.

Desde atrás Alejandro, disfrutaba la vista de mi incómoda posición y de rodillas en el piso continuaba con su repertorio de besos y caricias, cada vez más profundas.

Sin preverlo sentí como una brasa caliente rosaba mis labios vaginales y sin miramientos ingresaban con un inmenso calor en mi vagina.

No había mejor lugar, no había mejor posición. Los sentía adentro mío y me completaban de una manera jamás sentida.

Cambiaron los roles, esta vez Alejandro se sentó en el sillón y me hizo subirme arriba. La energía de este chico de 35 años explotaba a través de su sexo. Era rígido, enérgico, mis senos danzaban a su música.

Terminó fuera de mí, mientras yo descargaba mi segunda explosión.

Mi ex me tomó de la mano, fuimos al bar, seguimos con mojito.

La acción cambió al dormitorio, ahora mi ex me hizo subir sobre él y otra vez cabalgué encima del placer.

La noche se hizo intensa, pero el amanecer nos marcó la hora de volver al trabajo.

La carroza  se convirtió en un taxi, el príncipe salvó con éxito su examen, el otro sigue siendo un sapo, jaja.