Primer Tiempo (1/2)

Me vi en un juego por no hablar las cosas claras.

Primer Tiempo (1/2)

1 – Entrenamiento

Una tarde de viernes llamé a mi amigo Fabián para salir a dar una vuelta y me encontré con la sorpresa de que estaba en una boda. Se me rompieron todos los esquemas, porque a los otros ya les había dicho, de broma, que tenía una cita muy importante. Pensé en decirles que la había anulado y acabé poniéndome muy guapo – lo que me da el tipo, claro – y yéndome solo a dar vueltas.

Dejé el coche cerca del estadio de fútbol porque me fue fácil aparcar allí y comencé a caminar hacia la parte del barrio que tenía más ambiente. Parecía que la gente se había ido toda fuera a pasar el fin de semana; casi no había tráfico.

Al pasar por el hotel que está casi enfrente, me detuve un momento en la puerta del restaurante. Miré adentro y observé que estaba lleno. El portero, con su uniforme y su ridículo sombrero de copa, me miró extrañado. Evidentemente no iba a entrar con aquella ropa en un restaurante de lujo.

Me di la vuelta y caminé en sentido contrario hasta llegar a la esquina. Por allí se entraba a la discoteca El Turbante, que también pertenece al hotel. Me miré los pies; no me había puesto las zapatillas de deporte por precaución. En algunos bares no dejan entrar con ese tipo de calzado o si llevas calcetines blancos. Lo pensé. No estaría mal conocer aquel sitio…

Creí que iba a tener que pagar una entrada y pregunté en el guardarropa. La señorita que me atendió me miró extrañada y se limitó a contestar lo que tenía aprendido…

  • Déjeme su chaqueta, señor. Es un euro.

Me quité el chaquetón (que no tenía tan mal aspecto) y se lo entregué. Cuando le di el euro me sonrió. Creí que había que pagar más adentro y pasé despacio por un ancho pasillo. Al final encontré a la izquierda unas escaleras que bajaban. La disco estaba en el sótano. La iluminación se fue haciendo cada vez más tenue, la música iba subiendo de volumen y comencé a ver las luces en movimiento.

Al entrar allí sentí vergüenza porque toda la gente vestía ropas muy caras. Me pegué a la pared y me desplacé hasta la barra mirando a la pista asombrado.

  • Buenas noches, señor ¿Qué desea tomar? – gritó un camarero -.

¿Era a mí? ¡Dios mío! ¿Cuánto me iba a costar una cerveza allí? Me acerqué a él sobre la barra y le grité.

  • ¡Una cerveza!

Me miró extrañadísimo y no supe por qué.

  • ¿De qué marca, señor?

  • ¡Ah, perdón! – miré al mueble del fondo - ¡Una de aquellas!

No sabía si iba a tener que dejar todo mi sueldo porque tampoco sabía qué cerveza había pedido.

Cuando puso el botellín allí junto al vaso, colocó también un plato pequeño de plata con el ticket de caja. Me daba miedo mirar el precio, así que, mientras sacaba la cartera miré alrededor disimulando. Un chico guapísimo me sonrió, levantó la mano con un botellín igual al mío y comenzó a acercarse despacio. Me temblaron las piernas.

  • ¡Hola! – me habló fuerte al oído - ¿Te diviertes? ¡Bebes lo mismo que yo!

  • ¡Ammm, sí! ¡Me gusta esta!

  • ¡No todo el mundo la bebe! – contestó acercándose - ¡Es muy buena y es cara…!

  • ¡Sí, sí! – contesté a gritos - ¡Me gusta!

Me observó sonriendo abiertamente mientras yo abría la cartera y, con la mano fría de haber sujetado la botella, me agarró las manos apretando con mucha fuerza.

  • ¡No! ¡No pagues! ¡Estás invitado!

  • ¿Por qué? ¡Déjalo, gracias!

  • ¡Ni hablar! – puso una tarjeta en el plato - ¡Invito yo! ¡Es mi cumple!

  • ¿Ah, sí? ¡Vaya! – me alegré muchísimo - ¡Felicidades!

Se rio tanto que tuvo que dejar el botellín sobre la barra.

  • Gracias, guapo – dijo con menos voz en mi oído -. Estás invitado a las que quieras tomar. Yo sólo esta. Tengo que conducir.

  • Ammmm, ya – no sabía qué decir -. Yo también tengo que conducir.

  • Si no quieres, no.

Toda aquella extraña conversación la mantuvimos acercándonos el uno al otro cada vez que queríamos decirnos algo. Era curioso y raro. Un ir y venir lógico si no queríamos seguir abrazados para poder hablar.

  • Es bonita esta música, ¿verdad?

No le oí muy bien y me acerqué a él peligrosamente agarrándome a su camisa.

  • ¡No te oigo! ¡Con esta música tan fuerte no se puede hablar!

No contestó. Hizo un gesto con su cabeza para que le siguiera hacia la entrada. Comenzó a subir escalones decididamente y le seguí. De pronto, se paró y se dio la vuelta. Lo miré desde tres o cuatro escalones más abajo y me quedé de piedra.

2 – Con tacto

Era un joven de mi edad – más o menos -, de piel clara, nariz y rostro afinados, cabellos cortos y oscuros como sus ojos, media barba, ojos chispeantes, cuerpo perfecto…

  • ¡Eh, amigo! – dijo - ¿Cómo te llamas?

  • Javi ¿Y tú?

  • Ismael.

Hubo un momento de silencio y no dejaba de sonreír y de mirarme. Supe que no me había dicho su nombre verdadero. Tenía un cierto acento extraño que no sonaba ni a inglés ni a francés.

  • ¡Ya!

  • ¿Qué haces por aquí? – bebió - ¿Quién te ha invitado?

  • ¿Invitado? Estaba dando un paseo.

  • ¿A dónde ibas? En este barrio no hay mucho que ver.

  • Iba… - lo pensé -. Iba a Paso Estrecho… Es la zona…

  • ¡Lo sé! – bajó dos escalones para acercarse -. Es la zona de ambiente, ¿verdad?

  • Creo que sí.

  • No vayas – me guiñó un ojo - ¡Quédate a mi cumpleaños! Estás invitado.

Quise que me tragara la tierra. Me había metido en una fiesta de cumpleaños de alguien que estaba hablando conmigo y que no conocía de nada… ¡Pero estaba buenísimo!

  • ¿No me conoces? – preguntó seguro -.

  • ¡Pues no! Lo siento. Me he colado en tu fiesta, creo.

  • ¡No! – bajó otro escalón -. Te he invitado yo mismo ¿No me lo vas a aceptar?

  • ¡Sí, sí, claro! – empecé a sudar -. Estoy… a gusto… aquí.

  • Yo no. Estoy cansado de fiesta y me voy ya a casa ¿Te vienes?

Me mató. El desconocido tan lindo que tenía delante me estaba invitando a su casa el día de su cumpleaños. No podía entenderlo.

  • ¡Eh! No te sientas mal. Sólo digo si quieres venir. Te daré una tarjeta de invitado si quieres seguir aquí bebiendo gratis. Me voy.

Bajó hasta mi escalón pasando por mi lado y mirándome insinuante. Vi cómo seguía bajando y le grité.

  • ¡Oye, espera! No he querido ser un desagradecido. Me gustaría mucho irme contigo.

Se volvió despacio y volvió a subir unos escalones.

  • ¿Te gustaría? – preguntó muy de cerca -. Me gustas, ¿sabes?

  • Tú me gustas, Ismael. Siento haberme colado en tu cumple.

  • Olvida eso, ¿ok? Vamos a dejar estas botellas y subimos.

Así fue. Lo seguí muy de cerca hasta que entramos en una zona muy concurrida. Echó su brazo hacia atrás y vi claramente que movía su mano como si quisiera que me agarrase a ella. La agarré y tiró de mí abriéndose paso. Ya estaba sudando a chorros.

Se acercó a la barra sin soltarme y le gritó algo a un camarero, se volvió hacia el otro lado y levantó el otro brazo agitándolo para despedirse. Oí unos vítores y aplausos. La música bajó de volumen y oí una canción.

«Happy birthday to you…»

¿Con quién coño me había tropezado?

Me apretó la mano, se volvió hacia mí y se acercó a besarme la mejilla. Lo besé temblando delante de toda aquella gente.

  • ¿Vamos?

3 – Buen viaje

  • Tengo el coche en el parking – dijo al llegar al guardarropa -. Entrega tu ficha si has dejado tu abrigo.

  • Sí, sí, claro…

Se dirigió al ascensor que había enfrente y lo seguí como un zombi. Le dio al botón y puso sus manos atrás para esperar haciendo un pequeño movimiento con sus piernas, como si anduviese.

  • No te preocupes – volvió a guiñarme un ojo -; te dejaré luego donde tú me digas ¿Estudias mañana?

  • No, no – me temblaba la voz -. Trabajo, pero mañana sábado no.

  • Yo tampoco – se volvió al ascensor -. Ya no entreno hasta el lunes ¡Descanso!

  • ¿Entrenas? – se cerraron las puertas - ¿Eres deportista?

Volvió a reírse y creí que estaba diciendo tonterías. Como nunca he sido aficionado a los deportes…

Se acercó a mí con toda seguridad, me abrazó y me besó peligrosamente cerca de la boca.

  • Estás sudando, Javi. Los nervios no son buena compañía. No importa; puedes ducharte cuando lleguemos a casa ¡Yo estoy también muy sudoroso!

  • ¡Qué vergüenza! ¿Qué vas a pensar de mí?

  • Voy a pensar que eres un chico encantador – susurró en mi oído -. Creo que nunca he conocido a alguien tan guapo como tú ¡Esos ojos! Tengo que ser prudente.

  • Usted también es muy guapo…

  • ¡Eh, oye! – exclamó - ¿Me vas a hablar ahora de usted?

  • ¡No! – intenté sonreír - ¡Se me ha escapado! Tú también me gustas.

  • Mejor así. Me alegro.

Su mano se colocó en mi pecho por dentro del chaquetón y fue bajando lentamente hasta mi cintura. No dejó de mirarme fijamente. Se abrieron las puertas.

  • ¡Hola, Chriss! – entró un matrimonio - ¿Ya te vas?

  • ¡Sí! – contestó con naturalidad -. Me voy a dar un paseo con mi amigo Javi. Estoy cansado de fiesta.

  • ¡Pasadlo bien! – dijeron los dos mientras salíamos -.

  • ¿Chriss? – pregunté -.

  • Perdona, Javi. Sabía que no eras un invitado ¡No te conocía y estabas en mi fiesta! Para mí eres un regalo muy bonito. Soy Chriss – me tendió la mano y la estreché -.

Siguió andando y fui tras él asustadísimo. Tenía que ser alguien muy conocido y de mucho dinero… Y yo no sabía con quién estaba…

Cuando nos acercábamos a un coche rojo deportivo se encendieron sus luces, sonaron unos pitidos y se oyó el desbloqueo de las puertas ¡Vaya coche!

Entró por la puerta del conductor y abrí la otra. El interior era increíble. Empezó a sonar la música poco a poco, arrancó y puso su brazo en mi respaldo para mirar atrás.

  • ¡Nos vamos!

Mientras sacó el coche y subimos hasta la salida no dijo nada y miró siempre al frente. Cuando salimos del edificio torció a la derecha y, aceleró de tal forma, que me quedé pegado al asiento.

  • ¡Vamos a casa, Javi! No está muy lejos.

  • ¿Por dónde vives?

  • En Prado Verde. Tengo una casa alquilada allí ¿Y tú?

  • Yo vivo en la esquina de Goya; donde está el cine…

  • ¡Ah, qué bien!

¡Prado Verde! El lugar más lujoso de la ciudad. Un sitio privilegiado y sólo para gente privilegiada. Me sentí como una mosca.

No recorrió las calles demasiado deprisa y fue canturreando y mirándome de vez en cuando. Estábamos muy cerca de la salida a la autopista, así que cuando entró en ella creí que iba en un avión. Su mano derecha se apartó del volante y vino a caer en mi pierna. Más sudor.

  • ¿Vas cómodo?

  • ¡Sí, muy cómodo! Me gusta tu coche.

  • También es tuyo…

Nos miramos con complicidad y seguimos recorriendo la carretera muy deprisa, comentamos la forma en que nos habíamos conocido y me hizo algunas preguntas sobre mi vida. Nada importante. No quise preguntarle sobre él.

Entramos por fin en la urbanización y comenzó a conducir muy despacio. Recorrimos algunas calles sinuosas y nos acercamos a una casa, no muy grande, pero sí muy lujosa. Se abrió la puerta automáticamente y metió el coche hasta el fondo de un amplio garaje. Tenía dos coches más.

  • ¡Voila! ¡Estamos en casa! Baja.

¿Cómo puedo contar lo que sentí? Todo era muy lujoso y, al mismo tiempo, minimalista. Conforme entrábamos en un pasillo o en una sala se encendían unas luces. Entramos por fin en un gran salón y, con un mando a distancia que había en una mesita, encendió las lámparas y un enorme televisor.

5 – El buen gusto

Ni siquiera sabía dónde ni cómo ponerme. Me sentí como un mueble estorbando en medio.

  • ¿Nos sentamos aquí o prefieres un lugar más acogedor?

  • Quizá más acogedor, Chriss – balbuceé -. Perdona que sea tan sincero… Es que no estoy acostumbrado a…

  • ¡Te entiendo! – me interrumpió - ¡Ven conmigo!

Extendió su brazo y cogí su mano. Tiró hasta acercarme a su cuerpo. Los dos estábamos sudorosos y no me importó nada; no sabía si le desagradaba que estuviese casi empapado.

Subimos por unas escaleras sencillas y, al llegar a la primera planta, entramos en algo parecido a un despacho. Se encendieron unas luces acogedoras y otra pantalla. Tiró de mí y nos sentamos en un cómodo sofá.

  • ¿Te gusta mi casa, Javi? – me miró muy de cerca -. Dime qué quieres tomar; yo ya sólo tomaré zumo.

  • Ponme uno como el tuyo ¿Te importa? ¡La casa es preciosa!

  • ¿A que sí?

Se levantó un momento y abrió un pequeño frigorífico. Cuando volvió a sentarse con dos zumos de manzana se echó hacia atrás y estiró los brazos.

  • Estaba cansado de fiesta, ¿sabes? Comprendo que te sientas… raro. Supongo que no te pasa esto todos los días…

  • ¡No! – reí -. Todavía me parece que estoy soñando ¡No sé qué hago aquí!

  • ¡Conmigo! Y yo contigo, que no es poco ¡Eres tan guapo…!

  • No lo creo, Chriss. No soy tan guapo como tú.

  • Eres el más guapo de todos los amigos que tengo. Si acaso… digamos que yo puedo ser interesante.

  • Bueno – me eché atrás también -; lo dejamos así. Tú eres interesante y yo soy guapo ¿Qué más da?

  • ¡Qué más da! ¿Tú estás a gusto?

  • ¡Siiii! – miré al techo -. Lo que me apura es estar sentado aquí sudado.

  • Yo también estoy sudado, Javi. No he querido decirte que pasaras a la ducha tan pronto pero puedes pasar cuando quieras. Te daré toallas y ropa – se levantó -; yo me ducharé cuando salgas.

Era rarísimo. Había pensado que Ismael – o Chriss – iba a meterme mano en cuanto llegara a su casa… y lo deseaba; pero no fue así. Me dejó ducharme a solas en su lujoso cuarto de baño y entró, ya en boxers, cuando yo salí con unos suyos puestos. Creo que tuvo que notar mi espanto al ver su cuerpo. Para mí era el hombre perfecto.

Me dijo que lo esperase en el sofá y eso hice. Me senté con su ropa interior allí y no tuve que esperar casi nada. Apareció por la puerta como yo, con sus boxers, y no pude disimular mi alegría.

  • Ya, ya, ya sé que mi cuerpo te parece muy bonito y todo eso… A mí me gusta el tuyo ¡Es lógico! Podría decirte que no me gusta un cuerpo musculoso.

Asentí y seguimos mirándonos. Sentados muy juntos, comenzó a hablar y no mencionó nada de su trabajo. Estuvimos dialogando mucho tiempo y de cosas muy agradables. Era alguien increíblemente educado.

Mientras tanto, sólo hubo unas caricias en la pierna, un besito en la cara, nos cogimos las manos… Pensé que me había equivocado.

  • ¿Vamos a dormir? – preguntó canturreando -. No suelo acostarme muy tarde.

  • Como quieras…

Me levanté con él, nos cogimos de la mano y fuimos al dormitorio bromeando ¡Estaba fuerte! Se agachó de pronto, me empujó un poco y me tomó en brazos hasta ponerme sobre la gigantesca cama. Luego, sin dejar de mirarme, se sentó junto a mí.

  • Eres muy bello; bellísimo.

  • Gracias, Chriss. A mí me pareces tú muy bello. Me alegro de haberte conocido; de que me invites a venir… y de estar aquí contigo.

  • Yo también me alegro.

Se echó algo sobre mí apoyado en un codo y sin dejar de mirarme fijamente. Cuando tuve su boca tan cerca de la mía no pude evitar apartar la cara y mirar a otro sitio.

  • ¿No vas a besarme? – pregunté asustado -.

  • Estás muy tenso, Javi – comenzó a acariciarme el pecho -; debes relajarte un poco. A ver ¡Mírame!

Volví la cara y lo vi muy cerca. Sólo tuvo que mover un poco su cabeza para rozar mis labios. Mi mano se fue sola a su cuello y, al ver que lo deseaba, empezó a besarme con dulzura y pasión. Su mano se fue directamente a mi polla – que estaba como una piedra desde mucho antes – y la mía a la suya. Tocar aquel cuerpo tan duro y tan suave me estaba haciendo salirme de mis casillas.

  • Haz lo que quieras – susurró - ¿Puedo yo?

  • Sí, sí – apreté con mi mano -. Dámelo todo ¡Me encantas!

Tiré del trapito que tenía puesto y él tiró del suyo. Se puso sobre mí, clavó su punta ardiente en mi ombligo sin separar su boca de la mía y comenzamos a movernos rítmicamente. En uno de esos movimientos frenéticos, se echó a un lado, se dio la vuelta para darme la espalda, me la cogí y la metí entre sus nalgas cálidas y prietas. Sus fuertes piernas rodearon las mías como unas pinzas.

Sólo pensé que estaba follando con el tío más dulce de la tierra. Lo masturbé cuando empecé a volverme loco de placer y comenzó a gritar como un desesperado, volvió su cara y nos mordimos los labios. Caímos agotados uno junto al otro.

No dejó de besarme y seguí el juego. Si hubiera querido correrse otra vez, yo hubiera seguido. Descansamos un rato hasta relajarnos.

6 – El secreto

  • ¿Estás cansado? – me mordió la oreja -. Podemos ducharnos juntos y dormir.

  • Como quieras – musité -. Contigo podría estar así toda la noche.

  • Y yo también. Haremos lo que tú desees. Es lo que más me gusta de ti. Si fueras otro, o ya habrías salido corriendo o pensarías que te he traído aquí por ser quien soy… Pero no lo sabes, ¿verdad?

  • ¡No! ¿He hecho mal en venirme contigo?

  • ¡No digas eso! No te arrepientas de nada porque yo no me arrepiento. Lo que más me gusta es eso; que no te gusta el fútbol.

  • ¿Cómo lo sabes?

  • Si te gustara – razonó -, sabrías con quien estás ahora mismo y quizá no te comportarías así. Por eso eres tan natural y por eso me gustas tanto.

  • ¿Y quién eres? ¿Puedo saberlo?

  • ¡Claro! Soy Chriss, un jugador del SDSFC. Soy rumano. Estuve bastante tiempo alojado en ese hotel donde nos hemos conocido… hasta que me prepararon esta casa. Por eso estaba celebrando mi cumpleaños allí; enfrente del estadio ¿Nunca ves la tele?

  • Sí, la tele sí, pero no el fútbol. Lo siento…

  • ¿Por qué lo vas a sentir? – me acarició la mejilla -. Mejor para los dos. Prefiero esto… y mejor si no le dices a nadie que tu amante es Chriss, el del SDSFC ¡Quizá no te creerían!

  • ¿Mi amante? ¡Claro! No te preocupes, Chriss. Diré que mi amante es Ismael. A mí no me importa que se lo digas a nadie ¡Yo soy un cero a la izquierda!

  • No digas eso ni en broma – me pareció serio -. Cada uno tiene una importancia en esta vida… y tú eres ahora lo más importante para mí.

  • ¿En serio? ¿De verdad quieres que seamos amantes?

  • ¿Tú quieres?

  • ¡Pues claro! – me volví hacia él -. Para mí no tiene importancia que seas Ismael o Chriss o Fulanito, sino que me encanta estar contigo. Yo soy un simple interiorista perdido que se ha encontrado con alguien que le gusta mucho.

  • Esta situación me hace muy feliz. Tú me haces feliz. Lo demás no importa.

  • No, no importa… ¿Nos amamos otra vez?

7 – El cero a la izquierda

Hicimos el amor toda la noche. Sí. Digo que hicimos el amor; no que follamos. Nos seguimos amando. Para mí sigue siendo amor lo que sentí aquella noche con él. Para mí no era Fulanito el del Club Tal.

Aquella mañana salimos de casa bastante temprano para ser un sábado. Me dio ropa suya de marca que me quedaba muy bien. Dijo que me la prestaba pero supe que me la regalaba. Se interesó – y mucho – en intercambiar nuestros números de teléfono y me llevó hasta donde había dejado mi coche. Prometió llamarme y no me lo quise creer del todo, así que por la tarde llamé a Fabián.

  • ¿Pero qué pasa, Javi? ¿Dónde coño has metido el teléfono?

  • Lo apagué anoche. Conocí a la persona más bonita de mi vida…

  • ¡Ay, qué romántico! ¿Follaste?

  • ¡Joder, no digas eso! – me enfadé -. No estuvimos follando; nos amamos.

  • ¡A ver, a ver! Vamos a quedar esta tarde y me lo cuentas, ¿vale?

  • ¡Venga!

Aquella misma tarde, no mucho después, nos vimos donde siempre; en la otra esquina del cine. Apareció con una sonrisa burlona que, normalmente, asoma a su rostro cada vez que no se cree algo ¡Eso me pasa por ser tan bromista!

  • ¿Dónde dices? – exclamó -.

  • En la disco El Turbante; en el hotel del campo de fútbol. Me colé allí y allí estaba.

  • ¡Je! Eso es muy caro… ¿Y esta ropa?

  • ¿No me crees? Te lo presentaré algún día… si es verdad lo que me dijo.

  • ¿Y por qué dices que no me lo voy a creer? – preguntó dudoso - ¿Es un político o algo así?

  • ¡Anda, anda! – no pude aguantar la risa - ¡Es un futbolista! A ti te gusta el fútbol, así que si todo es verdad, debes conocerlo ¡Pero no vayas a ir diciéndolo por ahí, cabrón! ¡Que te conozco!

  • ¡No! – cambió el gesto - ¿Por qué iba a hacerte eso? ¿Sabes que si eso fuera cierto y se lo dijera a alguien podría hacerte mucho daño? ¡A ti y a él!

  • ¿A mí también? – me asusté -. Mejor no decirte nada. Se llama Ismael y es del SDSFC. Punto.

  • ¡Ah, no, no! – me agarró del chaquetón – Ismael no es un jugador del SDSFC. Ahora voy a saber si es verdad o te estás quedando conmigo otra vez. De fútbol no sabes nada porque no hay un Ismael en ese equipo… así que… a ver qué te inventas…

  • Se llama Chriss…

  • ¿Qué? – dio un paso atrás - ¡No te pases, Javi! Una broma, vale, pero estooo…

  • Sólo puedo decirte cómo es…

Le di algunas explicaciones y no me creía, así que acabé desistiendo.

  • Es Ismael. No sé con quién juega. Me gusta mucho y… he notado que le gusto. Otra cosa es que vayamos a seguir y no se quede todo en un polvo. Tal vez se vaya a su país… Él es rumano, ¿sabes?…

  • ¿Cómo? – me puso la mano en el pecho - ¿Sabes que Chriss es un jugador rumano? ¡La primera vez que te interesas por el fútbol!

Me encogí de hombros ¿Para qué iba a darle más explicaciones? Hablamos de otras cosas y preferí abandonar el tema. Él me dijo que también había conocido a un chico muy agradable en la boda y que habían quedado en verse a solas. Me alegré.

Cuando menos lo pensaba noté que mi teléfono vibraba en mi bolsillo, lo saqué y vi la foto de Chriss en la pantalla. Volví el teléfono hacia Fabián sin moverme y no pudo abrir más sus ojos mirando la foto.

  • Dime, Chriss – contesté - ¡Qué alegría de oírte!

  • ¿De verdad te alegras? – se emocionó -. Quiero verte… si tú quieres.

  • ¡Claro que quiero verte! ¿Cuándo?

  • Ahora. Voy para tu casa. En cinco minutos en el cine…

Cuando corté la llamada Fabián no se había movido. Yo tampoco.

  • Dime que te estás quedando conmigo, Javi. Has puesto esa foto ahí a propósito. Sabes que me gusta el fútbol y ese tío está de muerte. Ya vale de bromas, ¿no?

  • Sí – dije serio -. Ya vale bromas. Vamos a cruzar; hemos quedado en el cine dentro de cinco minutos…

  • ¿Me dejas conocer a ese… Ismael?

  • ¡Claro! Ven conmigo.

Cruzamos a la esquina del cine y esperamos mirando a la avenida.

  • ¿Qué coche tiene tu amigo?

  • Tiene tres... que yo sepa -  dije con naturalidad -. El de anoche era el rojo... No sé si traerá el mismo.

  • ¡Bueno! Algo sí parece claro; tiene mucha pasta.

En pocos instantes vi su coche aparecer por la avenida y le hice señas a Fabián.

  • ¡Ahí viene! Trae el rojo.

  • ¡Madre de Dios! - exclamó - ¡Qué cochazo tiene el tío! ¿Es un Ferrari?

  • ¡Y yo qué sé!

Paró justo delante pegado a la acera y bajó el cristal. Fabián y yo nos agachamos para poder verlo por la ventanilla. No tuve que mirar a mi amigo para notar que se le desencajaba la mandíbula.

  • ¡Hola, Chriss! - saludé -. Estaba con mi amigo Fabián ¿Nos vamos?

  • ¡Claro, amor! - nos saludó con la mano - ¿Vas a dejar a tu amigo solo?

  • ¡Coño, es él! -  oí a mi lado -.

  • Subid los dos. Cabréis en el mismo asiento. Voy a dejar el coche en ese parking de la esquina ¡Vamos, no puedo parar aquí!

Abrí la puerta y entré primero y, mientras besaba a Chriss, Fabián se sentó encima de mí y cerró la puerta.

  • ¡Hola, chaval! ¿Cómo ha dicho Javi que te llamas?

  • So... soy Fabián...

  • ¡Encantado! Me da la sensación de que tú sí me conoces.

  • Pues sí - balbuceó -; soy un fanático de... - no pudo seguir -.

  • Voy a dejar el coche aquí y tomamos algo, ¿ok? ¿Cómo has estado, guapo?

  • Bien ¿Y tú? - nos miramos -. Fabián ya se iba, Chriss; estaba conmigo cuando llamaste...

  • ¡No lo despidas ya, Javi! Vamos a tomar algo juntos... Seguro que a tu amigo le gusta.

Fabián me miró con disimulo totalmente asustado. En poco tiempo estábamos bajando del coche y Fabián seguía mudo.

8 – El dilema

Entramos en una cafería muy buena que hay allí cerca. Fabián y Chriss fueron todo el camino hablando de fútbol, así que no me enteré de nada. Nos sentamos.

  • Mañana no hay partido – me dijo -. Fabián ya lo sabe… pero os voy a dar algo…

Metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó unas cuantas tarjetas. Apartó dos y se las dio a Fabián.

  • ¡Toma! Son para el domingo que viene. Quiero que lleves a Javi al partido.

  • ¡Ostras! – se le escapó - ¡Son para un palco!

  • Sí, sí. Allí estaréis mejor. Ve aficionando a Javi ¿De acuerdo?

  • ¡Claaaarooo! ¡Gracias!

Lo miré sonriente y empezó a hacer planes para nosotros con Fabián delante.

  • Bueno, os dejo – se levantó mi amigo -. Gracias por todo, Chriss. Espero verte allí.

  • Seguro – le contestó levantándose -. Y cuando acabe el encuentro bajáis a los vestuarios. Con esa papeleta os dejarán pasar. Pregunta por mí y recuérdame que te dé algo.

Se dieron la mano y Fabián salió de la cafetería como despistado; mirando de vez en cuando a nuestra mesa.

Sus planes eran sencillos; quería que pasáramos la tarde juntos en su casa. Como es lógico no me negué…

Echados en la cama desnudos acariciándonos, me di cuenta de que aquello iba en serio.

  • No quiero ser un aguafiestas, Chriss. No vamos a poder seguir esto. Tú estás ahora aquí, mañana allí…

  • No te voy a dejar, Javi. Estaré aquí unos años, creo. Ya veremos qué hacemos, ¿ok?

  • Es que… - lo pensé muy bien -. Vamos a pasarlo mal.

  • ¿Por qué? Tengo mi trabajo y tú el tuyo. Yo hago entrenamientos, tenemos concentraciones, ruedas de prensa, viajes… pero esta es mi casa ¡Es mi ciudad!

  • ¡Ya!, pero un día te irás con otro equipo o a otro país…

  • ¡No importa! – exclamó -. Quiero estar siempre contigo.

  • Sabes que eso no puede ser…

  • Sí puede ser… ¡Verás! – se incorporó un poco -. No voy a ser siempre joven y este negocio se acaba. Algún día podría plantearme ser entrenador o tener mi propia empresa… ¡Establecerme! ¡Vamos a intentarlo!

  • Sí. Tú tienes que aprovechar estos años. Mi trabajo no se acaba. Tengo una pequeña empresa de decoración y no va mal.

  • Pues yo no tengo ideas de negocios – rio -. Montaremos una cadena de tiendas de decoración de lujo. La llevaremos los dos…

  • Tendrás que convencerme. Eres tan…

Fue una tarde increíble. Ya sabía que nuestra relación no era un juego de una noche de cumpleaños. Me entregué a él ciegamente sin pensar en nada más. Sólo en él.

No nos vimos muy a menudo esa semana. Fuimos al estadio a verlo jugar y Fabián me fue aficionando. Bajamos a los vestuarios sin problemas y nos dejaron entrar. Él salió a saludarnos, se volvió unos instantes y nos regaló un balón y unas camisetas firmadas por todo el equipo. Mi amigo puso su autógrafo en un marco en su dormitorio. El domingo siguiente, cuando jugó fuera, me fui a casa de Fabián para verlo juntos por televisión. Acabamos sentados en la alfombra.

  • ¿Lo haces por su dinero, Javi?

  • ¿Qué? – me extrañé - ¡Sabes que eso no me importa nada! Él me buscó a mí y estamos juntos.

  • Perdona – agachó la cabeza -. Es como si te dijera que una mujer se casa con un hombre para que la quite de trabajar. He visto vuestras miradas… Veo que soy el mismo para ti y un amigo más para él ¿Sabes? Ahora lo veo a él como el novio de mi amigo Javi y no como… un ídolo inalcanzable objeto del deseo ¡Tienes suerte!

  • ¿Y tú? – le sonreí sinceramente -. Me dijiste que habías conocido a alguien en la boda. Y fíjate en las miradas que te echa Dian. Ese amigo de Chriss en un encanto. Al final, acabarás siendo su novio ¡No está nada mal! Y no es broma… Me ha dicho que le gustas.

  • ¡No! ¡No está nada mal!

Me pareció poco convencido. Estuvo cabizbajo y callado durante bastante tiempo y supe que le pasaba algo. Levanté su cara despacio con la punta de los dedos y observé su mirada perdida en unos ojos llenos de lágrimas.

  • ¡No, Fabián! ¿Te sientes mal? ¡Sé que algo te pasa!

Me miró con tristeza intentando sonreír y no tuvo que decir nada. Su mano se aferró a mi brazo. Lo comprendí todo.

  • Mi amado amigo… - agarré su mano -. Aquel viernes por la tarde les dije a todos que tenía una cita muy importante ¡Era una broma! Había pensado en quedar contigo y decirte ya de una vez por todas que no quería seguir siendo simplemente tu amigo. Los engañé a todos y… estabas en una boda. Me fui solo a dar paseos…

  • ¡Ya! Las cosas salieron así. Tuviste suerte.

  • No lo sé – me acerqué a él -. Depende de cómo lo mires. Te conozco hace años y nunca me he atrevido a decirte nada ¡Tú tampoco me has dicho nada!

  • Claro. Hemos sido tontos. Ni siquiera nos hemos insinuado nada; ni siquiera lo hemos hecho juntos. Siempre temía rozarte para no molestarte – me miró de cerca -. Lo que más me gustó de conocer a Chriss fue que pude sentarme encima de ti en el coche.

Lo que estaba oyendo me heló la sangre. Llevaba años pensando en él a solas; soñando con él sin atreverme a decirle nada… Y a él le había estado pasando lo mismo conmigo. Creí que íbamos a acabar los dos llorando, así que me eché en sus brazos y lo apreté con fuerzas. Sus manos subieron lentamente por mi espalda. Todo fue instintivo. Nos unimos en un beso largo y apasionado.

  • ¿Para qué nos sirve esto ahora, Javi? – se separó algo de mí -.

  • Para decirnos que nos amamos; que nos hemos amado siempre en silencio.

  • Sí, pero ahora es tarde.

  • ¿Tarde? – exclamé -. He deseado esto desde hace mucho tiempo. Podría irme con cualquiera y siempre te tendría en la cabeza.

  • Te has comprometido con Chriss, Javi ¿Vas a cambiarlo ahora todo? Quedarás como un mentiroso.

  • No, Fabián; no es así – tomé su rostro entre mis manos -. Lo hemos hablado. Es verdad que me quiere. Sabe que no me fui con él por ser quien es, pero también sabe que no acaba de convencerme tener a un amante futbolista. No sé dónde va a estar mañana…

  • ¿Sabes lo difícil que es eso?

  • ¡Claro que lo sé! – puse su cabeza en mi pecho -. Se lo aclaré desde el principio. Sabe que aún no me he decidido… y ¡quiero estar contigo!

  • Le vas a hacer una putada, Javi. Es muy buena persona y creo que no se lo merece.

  • Pues déjame que lo piense con calma. Te quiero, Fabián. No puedo estar con nadie más ahora.

Lo empujé despacio y caímos en la alfombra. Por primera vez pude acariciar su rosto, su cuello, sus brazos… Por primera vez pude poner mi mano sobre su polla dura y comenzar a hacerme una idea de cómo era su cuerpo. Lo había tenido siempre conmigo y no podía imaginármelo.

Por primera vez sentí sus manos acariciándome con temor y con respeto. Comencé a desabrocharle botones mientras me miraba con espanto… Por fin pude ver cómo era su pecho y cómo la tenía ¡Había intentado imaginarlo tantas veces!

  • Te quiero, Javi. Te quiero.

  • ¿Por qué no nos hemos dicho nada? ¿Por qué ahora?

(continua)