Primer regalo de navidad (3)
Como estas navidades cambiarían mi vida.
PRIMER REGALO DE NAVIDAD (II)
Llegó el día 24 de Diciembre; Marta, no soltaba prenda sobre la conversación telefónica que tuvo con Berta, y la verdad, la curiosidad me estaba matando. Ella esquivaba el tema cuando yo lo sacaba, y eso me hacía estar en una disyuntiva: ¿habría pasado algo malo?, o tal vez ¿algo bueno?; no sabía que pensar.
La noche la pasamos fuera de casa. Reunión familiar para celebrar la noche buena. La cena, los regalos, las copas,... Con todo ello fue avanzando la noche; como cada año, vaya. Mi cuerpo estaba ahí, pero no mi mente, y ella, esto lo sabía. De vez en cuando, si nos cruzábamos nuestras miradas, ella me mandaba una sonrisa maliciosa, y supongo que, mi cara de interrogante, aumentaba por momentos. La velada se me hizo interminable, y no se si los demás notaron en mi una aptitud un tanto extraña, pero, yo a todos ellos los estaba viendo tediosos, pesados y aburridos.
Eran cerca de las 4 de la madrugada, cuando cogimos el coche para volver a casa. Volví a sacarle el tema a Marta, preguntándole, si de verdad no me iba a contar lo que sucedió en la conversación con Berta; a lo que ella me respondió un seco: Y a ti que te importa. Entonces, ya no pude aguantar mas, y entramos en una discusión que cada vez iba aumentando de tono. Subimos a casa, enzarzados aún en la discusión. Entramos, nos aseamos, y para mi sorpresa, y todavía discutiendo, ella me corto una frase que estaba diciendo, tapándome la boca con la mano. Me abrazó, y con voz bajita, me pidió por favor que no siguiéramos discutiendo, y que solamente podía decirme que lo que había sucedido días atrás, fue parte de mi primer regalo de navidad, y que pronto recibiría el resto, por lo tanto, que no me impacientara.
Su tono de voz dulce y conciliador, me hizo frenar, e incluso, cambiarme el estado de ánimo. Nos empezamos a besar como dos adolescentes, y estuvimos haciendo el amor hasta que empezó a amanecer. La verdad, fue maravilloso, ambos llegamos al orgasmo varias veces: ella en mi boca, en mis dedos, siendo penetrada por mi; y yo, también en su boca y en su coñito.
Nos quedamos dormidos bien abrazados, pero, yo tengo el sueño muy profundo y horas después, ella, sin yo enterarme, se levantó para empezar a preparar lo que para mi sería una velada memorable.
Me empecé a despertar, notando que estaba en una posición extraña. Algo me impedía mover los brazos y las piernas, por lo cual, abrí los ojos de golpe y alarmado. Estaba totalmente desnudo, y tenía las manos y los pies atados a cada una de las esquinas de la cama. Las ligaduras eran fuertes, ya que forcejeé, pero fue imposible librarme de las cuerdas. Quería llamar a Marta, pero estaba sin aliento.
El panorama de la habitación había cambiado también. Las persianas estaban totalmente bajadas. Habían un montón de grandes velas encendidas, y unas barritas de incienso quemando. No es que estuviera asustado, ni mucho menos, ya que muchas veces habíamos creado ambientes así, pero si algo inquieto, mas que nada, por la incomodidad que me estaba produciendo estar en esa posición, y el dolor que me estaban provocando un par de las ataduras. Eso sí, tenía una erección enorme: la situación, verdaderamente, me había excitado.
No habían pasado ni cinco minutos desde que desperté, cuando entró Marta a la habitación, diciendo: Huy, si ya se ha despertado; dibujándosele en su cara una maliciosa sonrisa. Estaba preciosa. Solamente llevaba un camisoncito, totalmente transparente, que le llegaba poco mas abajo de las ingles y un tanguita diminuto; el pelo suelto, y a pesar del incienso, me llegaba el olor de su perfume, ese que tanto me gustaba. Al advertir que ya estaba despierto, puso una música suave, y volvió a salir de la habitación, sin darme tiempo a que le preguntara nada. Mi excitación aumentaba por segundos.
Un minuto mas tarde, volvió a entrar, se dirigió a mi, y me susurró al oido: Feliz navidad, cariño; este es tu regalo de navidad; disfrútalo. Y acto seguido, empezó a besarme en los labios muy suavemente, sin tocar con sus manos ninguna parte de mi cuerpo, y solamente, recibiendo un cosquilleo en mi cara, de su pelo.
Ella se aparto ligeramente, para que pudiera ver bien la puerta de la habitación, y la sorpresa fue mayúscula: En ese momento, entraron Berta y Sandra. Iban vestidas como Marta, únicamente con un pequeño camisón transparente y un mini tanga. Se dirigieron sin pronunciar palabra hacia mi, y ambas, me dieron unos tiernos besos en las mejillas. Acto seguido, se acomodaron en la cama, en posición contraria a mi, situando las dos, sus pies desnudos a la altura de mi cabeza.
Las dos chicas, miraron a Marta, y esta, les guiñó un ojo, como si eso fuera el pistoletazo de salida de una carrera. En ese mismo momento, empezaron a acariciarme con las plantas de sus pies: la cara, el cuello, el pene, los testículos,...; cada vez que alguna de las dos pasaba alguno de sus pies por mi nariz, y podía oler aquel maravilloso aroma, o cada vez que podía saborearlo con mi boca, provocaba que mi excitación fuera subiendo mas y mas.
Así estuvieron unos minutos; ¿la verdad?, no se cuantos, porqué estaba disfrutando de lo lindo. El siguiente paso, lo dio Marta: Mientras ellas dos me hacían gozar con sus pies, ella, medio echada, fue colocando su cara a la altura de mi pene, empezando en pocos segundos a darme suaves besos en el glande. Solo podía tener los ojos cerrados. Para mi, era una situación que superaba cualquiera de mis fantasías, y deseaba que nunca terminara.
Cada vez que su lengua rozaba mi glande, me retorcía de placer como jamás lo había hecho. Deseaba y les imploraba que me desataran, ya que tenía necesidad de tocar, agarrar con fuerza esos pies, para liberar mis mas salvajes instintos. La felación era cada vez mas intensa; tanto, que mi primer orgasmo no tardó en llegar. Inundé la boca de Marta, aún después de haber tenido una larga sesión de sexo la noche anterior. Después de eso, Sandra y Berta, dejándome de lado por poco tiempo, se dedicaron a besarle la boca, para que compartiera con ellas el resultado de mi orgasmo.
Las tres se levantaron de la cama, y se despojaron de sus ligeras prendas. Marta, volvió a susurrarme algo al oido: Mi amor, debes dejar que yo lleve las riendas de esto; y con suma suavidad, empezó a desatarme. En ese punto, desde luego que tenía muy claro que me iba a dejar llevar, y a decir verdad, aún no salía de mi asombro: la situación en la que me encontraba, era mucho mejor que cualquier otra que hubiera podido llegar a soñar.
Sandra, por orden de Berta, abrió el armario de la habitación y de ahí sacó una bolsa grande de color rojo. ................ (continuará)
José ( sexsuccess@hotmail.com )