Primer día de esclavitud (Capítulo 3)

Otro relato de la vida de sumisión de Pablo frente a Marcos. En esta ocasión, Pablo se instala en casa de Marcos y empieza su tarea como esclavo, obedeciendo todos los deseos de su amo.

Me apresuré. No iba muy bien de tiempo y recordaba las palabras de Marcos: ‘’Si llegas tarde tendré que castigarte…’’ Iba a paso rápido, sin pararme a observar nada de mí alrededor. Sentía dos sensaciones: una de miedo al saber que me tenía preparado Marcos para estos dos días de convivencia, y la otra de tremendo placer al saber que podría observarle y adorarle, hacer todo lo que él me pidiera. No llegaba a tiempo. Corrí la calle quedaba justo su casa con tan mala suerte que tropecé. Me hizo daño. Me quité el polvo y me recompuse y seguí corriendo hasta su casa. Llamé al timbre. Una voz robotizada preguntó: ¿Quién es? Respondí: Pablo. Se abrió la puerta que daba a la entrada de la casa. Observé. La casa poseía un jardín amplio y verde, cuidado y anivelado. Subí tres peldaños y observé que la puerta principal se había dejado abierta. Entré. La casa era grande, pero tampoco enorme. Estaba bien decorada, sin mucho mueble. Silencio. Mis pisadas en el parqué de madera de la casa crujían con un sonido un tanto fuerte.

-¿Marcos?

-Sigue recto y gira a mano derecha.

Seguí sus instrucciones. Recorrí el pasillo y atravesé, girando, una entrada. Me lo encontré estirado en un sofá de tres plazas fumando un cigarrillo. Vestía una camiseta ajustada blanca y unos pantalones de gimnasio de una apariencia aterciopelada, juntamente con unas bambas skaters desabrochadas. Se podía ver su calcetín blanco.

-Llegas un pelín tarde.

-Solo un minuto, lo siento, tropecé y…

-No hables si no te doy permiso.

-Sí, Marcos.

-Decía que has llegado un poco tarde, un minuto para mi es tarde. Te dije que te castigaría, pero tranquilo, el castigo será muy leve y suave. Deja tus cosas aquí, luego ya las subirás. He preparado una cama hinchable para ti en mi habitación, para que te sientas cómodo, cerca de mí. Te comentaré mis normas mientras estés aquí, en mi casa. Comerás, te sentarás, o harás cualquier tipo de acción si yo te doy permiso. Aquí, tú eres mi esclavo, y harás cualquier cosa si te lo ordeno, sin rechistar. Son dos normas fáciles y muy claras. Si no las cumples, tendrás un castigo. Fácil. ¿Alguna pregunta?

-No, todo muy claro

-Señor.

-No, todo muy claro, señor.

-Bien, empecemos.  Me duelen los pies, además, los tengo algo sudados. Ven aquí y lámelos. Hazme un masaje también.

-Si señor

Me dirigí hacia él y me arrodillé en el suelo. Respiré hondo y pensé que todo esto solo era el comienzo.

Le quité las zapatillas y las olí con mucha fuerza. Olían a pie sudado y mojado, un olor que me ponía muy caliente.

-¿Te gustan perra? Luego te las haré limpiar con tu propia saliva. Continua.

Empecé a tocar sus pies con calcetín. Estaban algo mojados y mis manos se estaban humedeciendo del sudor de estos. Cogí el pie derecho y me lo restregué por la cara. Empecé a lamerlo. Mi lengua se volvió áspera al chupar el calcetín. Luego, hice lo mismo con el otro pie. Quité los calcetines y empecé a masajear sus pies, uno por uno.

-Mmmm, lo haces bien puta. No puedo esperar a que me los lamas. Hazlo.

Comencé a chupar su pie. Mientras, podía oler el fuerte aroma de sudado que hacían. Mi pene se puso erecto. Primeramente, lamía su planta lentamente, de abajo a arriba. Luego, Introducía sus dedos en mi boca y jugaba con mi lengua con ellos. Él empezaba a gemir apaciblemente. Hice lo mismo con el otro pie, y también me puse todos los dedos de los dos pies posibles en mi boca.

-Túmbate con la cara arriba.

Hice lo que Marcos me ordenó. Me puso los dos pies sobre el terso, y luego, puso uno en mi cara, descendiendo hacia mi boca, para que lo sabrosease. Con el otro pie, jugaba con mi pene metiendo su pie por debajo de mi pantalón y acariciando mi bulto suavemente.

-Siempre he soñado con un esclavo. Me encanta que sigan mis órdenes a rajatabla y que yo pueda jugar con ellos como si de un juguete se tratase.  Sé que quieres mi poya, pero te haré sufrir.

Se abalanzó sobre mí de modo que quedó su cuerpo a pocos centímetros del mío. Acercó su boca a mi oreja y me susurró:

-¿Te pone verdad? Te encanta que yo juegue contigo. Quieres que te bese, pero eso son mariconadas para maricones reales. Yo solo quiero satisfacerme a mí mismo.

Me besó suavemente mi cuello y mi torso. Jugó con su jugosa y pícara lengua con mi pezón. Quería masturbarme pero no podía hacerlo. Revería un castigo.

-Túmbate con la cara en el suelo-dijo Marcos.

Me tumbé tal como él me había ordenado. Se quitó el pantalón y bajó el mío. Me besó la nuca ya la espalda. Sentía escalofríos de placer. Lentamente, colocó su paquete en mi culo protegido por un bóxer amarillo y empecé a restregarlo arriba y abajo, simulando una penetración. Mi pene estallaría.

-Te ha gustado lo de este mediodía,  ¿verdad? Te mueres de ganas que te vuelven a follar el culo salvajemente, puto marica. Pero aún no te daré ese placer máximo de tu amo, esclavo.

Aumentó la velocidad, y su paquete fue creciendo. Me estampó la cara sobre el suelo y me empezó a tocar la espalda y las nalgas.

-Te encanta que te follen, ¿verdad puta barata? Te encanta que los chicos te den polla por el culo y por la boca, que te follen brutalmente para que tú te mueras de placer y luego puedas pajeártela como un puto mono. No es así, ¿marica? ¡Asiente esclavo!

-¡SÍ!

Marcos vibró de una forma brutal. Se había corrido sin tocársela. Yo creía que también. Se levantó y me dijo.

-Mira que has conseguido esclavo.

Se toco el pene y lo sacudió, haciendo así que goteara de semen. Lo depositó en mi calzoncillo.

-No te es permitido cambiar de ropa interior. Irás por la casa manchado de semen o de orina, me da igual. Ahora, te ordeno que cojas estos calzoncillos míos y los lamas hasta que no quede nada de semen. Tampoco masturbarte hasta que yo te lo ordene. Voy a cambiarme arriba. Hazlo aquí mismo,  no te es permitido sentarte en el sofá. Hazlo derecho o en el suelo. No tardaré.

Me sentía muy, muy caliente. Creó que nunca en la vida tanto. Cogí sus calzoncillos del suelo y los olí rudamente. Olían a semental, a pene sudado, a semen. Empecé a lamer el semen, saboreándolo en mi lengua y sintiendo como descendía por mi gola. Acabé, los plegué y los dejé sobre la mesa. Oí que Marcos bajaba por las escaleras. Lucía el torso desnudo y fuerte, con su tableta de seis. Llevaba puestos unos pantalones parecidos a los anteriores, esta vez azules eléctricos, de la marca Hollister. Su pelo corto y moreno dejaba ver su oreja pequeña donde destacaba un pequeño pendiente negro. Sus cejas, simétricas, dibujaban un arco perfecto donde más abajo se situaban sus ojos de color miel intenso. Se relamía sus labios suaves y carnosos. Se aturó en la entrada de la sala de estar.

-Ven, te enseñaré donde se hace la colada.

Le seguí a pocos pasos detrás, observando así su divino trasero. Llevaba los pantalones un tanto bajados, como siempre, y se podría ver que había cambiado de calzoncillos, esta vez blancos.

-Aquí donde habrás de planchar y limpiar. Tengo previsto que te quedas unos dos días. Podrás ir a ver a tus padres y les dirás que te quedarás otra noche. No sé cómo funciona la lavadora, pero supongo que tu sí, supongo bien?

-Sí, mi amo.

-Bien, perfecto. Te enseñaré las otras instalaciones.

Me condujo hacia la cocina.

-Como ves, es una cocina grande, donde podrás cocinarme todo lo que me plazca. Ya encontrarás por tu mismo donde están los utensilios, ahora no me viene de gusto enseñártelo. Eres un esclavo listo.

Salimos y partimos hacia el baño.

-Aquí hay un baño, que poco lo usarás. Esa puerta de ahí al fondo es el despacho de mi padre, está prohibido entrar. Sígueme, te enseñaré la parte arriba.

Subimos las escaleras y me enseño la habitación de su hermana y la de sus padres, también la sala de juegos. Por último me enseñó su habitación. Era azul, amplia y grande. Tenía una cama ancha, y a su lado había una cama inflable para mí. Al otro lado de la habitación se encontraba su ordenador de sobremesa y su portátil, sobre el escritorio, donde también había su estuche y algunos libros del colegio. No tenía posters, cosa que me extrañó. Pude discernir algunos libros de su estantería: cómic, algún clásico y enciclopedias.

-No soy muy de leer-me dijo.

Luego pasamos a su baño. Su habitación contenía un baño pequeño pero útil y bonito, decorado con mosaico azul, a juego con las paredes de la habitación.

-Este baño lo podrás usar si te doy permiso. Como ves, no te puedes perder. Podrás usar la ducha y mi champús, no me importa. Lo único que no compartiré contigo son mis perfumes y mi cuchilla de afeitar.

-Tengo una pregunta, amo.

-Dime

-Si por la noche veo que está durmiendo y tengo ganas de ir al baño, ¿puedo usarlo?

-Sí, claro, no quiero que te mees encima, lo dejarías todo hecho un asco. ¿Alguna otra pregunta esclavo?

-No, gracias amo.

-Bien, porque quiero que cumplas otra de mis órdenes. Lámeme los sobacos. No me puesto desodorante, porque quiero que antes me los limpies tu.

Asentí. Levanto el brazo derecho y me dejó vía libre para que empezara. Tenía los brazos musculados y grandes. Cerré los ojos y empecé a lamerlos. Se los había limpiado, pero aún olían un poco a sudor varonil. Me encantaba el fetichismo por los olores fuertes. Tenía las axilas perfectamente depiladas. Concluí que era un poco metrosexual, cosa que me gustaba. Siempre había pensado que los chicos deberían ser un poco metrosexuales. Al terminar mi faena con sus axilas, él me indicó que fuera abajo y preparase algo de comida:

-Es temprano, pero tengo algo de hambre. Prepara algo de comer para picar, y luego ya cocinarás algo para cenar. Tranquilo, no te haré hacer mucha cosa esclavo, compré pizzas. Ahora, vete y hazlo.

Hice un último vistazo a su jovial y musculoso cuerpo que me había desvirgado en el mediodía y que había podido deleitar un poco. Descendí por las escaleras y fui a preparar un vermut con patatas, olivas y refrescos. Sentía el enorme placer de masturbarme, pero si Marcos me pillaba haciéndolo, me castigaría. Y yo sabía que lo haría. Aunque aún no sabía del todo que más cosas le ordenaría hacer. Me gustaba, sentía placer haciéndolo.

Era el principio de unos días largos de otoño. El mejor otoño de mi vida.