Primer amor
Nada de sexo ni fantasías, sólo un relato de la primera vez que me enamoré, ojalá les guste.
Bueno, pues este relato que narro a continuación es 100% verídico. No es la gran cosa pero me animé a escribirlo al leer la historia de otro autor. Se trata de mi primer amor verdadero.
Rápidamente el contexto: Yo descubrí mi homosexualidad a una edad típica de 14 años pero tardé más en explorar ese lado de mí, ya que por un lado siempre estaba metido en la escuela o atendiendo a mi familia. Yo sabía cuáles eran mis gustos pero no tenía mayor prisa por manifestar ni vivir esos gustos. Cuando por fin inicié en el sexo, a los 18 años, lo hice más por curiosidad. Mi primera vez fue totalmente aburrida y me decepcionó. Aún así, seguí buscando sexo de vez en cuando, a través de internet principalmente y adquirí cierto placer por ello, aunque pronto me di cuenta que a diferencia de mis compañeros (gays y bugas, como les decimos a los heterosexuales en México), yo no parecía gozar casi nada con el sexo y llegué a creer que yo tenía algún problema por sentir tan poco. Hasta que cumplí 21 años y sucedió lo que les voy a contar.
Como dicen, les cuento el milagro pero no el santo, así que usaré nombres ficticios. Fuera de eso, todo es totalmente real. Primero, ¿cómo soy yo? Sobresalgo por mi altura, 1.85 m, soy moreno, de pelo y ojos negros, cejas muy pobladas, delgado y de músculos algo marcados, si bien en esa época todavía no hacía ejercicio como ahora. No me considero feo pero tampoco tengo esa belleza de revista que atrae a los gays como moscas a la miel. En fin, así soy y me siento feliz. Mi coprotagonista, al que llamaré Daniel, es más bajo que yo, unos 170 cm. Tiene la piel blanca y muy suave, se le nota de lejos, salpicada de lunares y pecas. Es muy delgado, él si no tiene nada de músculo. Es 2 años menor que yo (19 cuando yo tenía 21, pero parecía tener todavía menos). Tiene el cabello y los ojos castaños, labios finos y una pinta de niño bueno que no puede quitarse con su ropa holgada y medio rota.
A Daniel lo conocí en circunstancias poco usuales. En esa época yo me sentía muy mal por ese sentimiento de vacío. Yo sabía que era gay y no me dolía en lo más mínimo pero sentía que no encajaba en el mundo de promiscuidad y sexo rápido que parecía tan ligado a la condición homosexual. Entré a un grupo de chavos que se reunían para hablar de eso y de otros temas más allá del sexo y el desmadre y ahí lo conocí. Daniel al igual que yo, tenía una familia que sin rechazarlo abiertamente, no lo veía como antes. Él se decía bisexual, pero nadie se lo creía. En todo caso, nos hicimos amigos rápidamente.
Debo decir que la primera vez que lo vi, me atrajo la mirada como nunca antes me había ocurrido con ningún hombre. Como dije, yo no era muy dado a hacer cosas que casi cualquier otro chico de 20 años, poco más o menos, hacía, como quedarse viendo a muchach@s en la calle, lanzar piropos o hacer chistes sexuales entre los amigos. Con Daniel, en cambio, desde un principio sentí un deseo enorme de estar con él, mismo que creció muy pronto conforme nuestra amistad se asentaba.
Yo empecé a pensar en él. Estaba en la universidad y pensaba qué estaría haciendo, donde, si se sentiría bien, si no tendría problemas. Una parte de mi mente se reía de mí por ser tan cursi, pero no me detenía. Luego empecé a pensar por primera vez en querer, realmente querer hacer el amor con él. No cogerlo, no penetrarlo, no tener sexo, sino en hacerle el amor. Imaginaba que besaba su cuerpo delgado, que le acariciaba el cabello mientras le susurraba al oído. Deben saber que él aún era virgen a sus 19 años y en ese momento tenía mucho miedo al encuentro sexual, no por el hecho en sí sino porque ¡¡temía no saber qué hacer!! Eso a mí también me excitaba, ya que lo imaginaba tierno pero a la vez curioso, quizá hasta ávido de experimentar lo que todos comentaban como lo más delicioso en la tierra, como yo alguna vez me sentí.
A los pocos meses, se dio la oportunidad que esperaba casi de rodillas. Un amigo, Ignacio, daría una fiesta en su departamento y nosotros estábamos invitados. Días antes, yo le había platicado a Daniel sobre un libro, mi favorito y había quedado en prestárselo. El día de la fiesta, un viernes de principios de noviembre, quedamos de vernos para tomar algo y darle el libro antes de ir a casa de Ignacio. Así fue, nos reunimos y estuvimos platicando como otras veces. Sin embargo, en esa ocasión la plática se desvió y pronto estuvimos hablando de lo que sentíamos. Lo que más me sorprendió fue que todo lo que decía yo lo había sentido antes en algún momento (recuérdese que yo ya tenía un poco más de experiencia en muchos sentidos). Mientras hablaba, me fijaba en su expresión, en sus ojos, en su boca, hubiera querido besarlo cuando caminábamos rumbo a la fiesta. Pero no me atrevía. Y no crean que yo soy tímido, pero lo que sentía por Daniel era tan nuevo que no sabía cómo reaccionar.
En la fiesta, éramos pocos invitados al inicio. Empezamos a tomar y a charlar de cualquier cosa. En algún momento, Daniel y yo estuvimos en el mismo sillón y al llegar más gente, él terminó con su cabeza recargada en mi hombro, abrazado a mí. En ese punto, dejamos de conversar con los demás y sólo nos dirigíamos la palabra mutuamente. De pronto, su celular sonó y él se paró y salió de la sala para contestar. Para mí eso fue una señal, era ahora o nunca. Lo seguí al pasillo, sin que me viera. Lo observé y esperé mientras hablaba por teléfono. Cuando acabó, se dirigía de nuevo a la sala y yo salí a su encuentro. Lo intercepté con mi brazo contra la pared y sin más lo besé. No miento si digo que ha sido uno de los besos más excitantes, deliciosos y satisfactorios que he tenido. Y no es que Daniel lo hiciera muy bien, ya que pocas veces había besado a alguien, No sé si me entiendan, cuesta trabajo describirlo, pero creo que el amor real sólo ocurre cuando se mezcla lo físico y lo sentimental en la justa medida. Hay quienes dan más importancia a lo físico o a las emociones. En ese momento, nosotros estábamos en el equilibrio ideal.
Daniel y yo empezamos a salir juntos, paseamos, nos divertimos, seguimos conociéndonos y después ese equilibrio se apagó sin más, sin tristeza ni alegría, pues fuimos incapaces de mantenerlo por nuestras propias condiciones. Nunca tuve sexo con él, ya que él no se sintió preparado sino hasta mucho tiempo después de que lo nuestro acabó e incluso entonces, él cometió el mismo error que yo y le resultó decepcionante. Todavía hoy pienso lo mucho que hubiera querido hacer mi fantasía realidad y darle una primera vez con esa misma magia del primer beso, pero ni modo, la vida es así. Hoy Daniel y yo somos buenos amigos. Yo estoy satisfecho del tiempo que pasamos juntos y le agradezco haber sido la primera persona que me hizo ver que el amor existe y que no hay nada que se le compare.
En la actualidad, he aprendido a disfrutar más del sexo, pues ya he aprendido que, sin estar peleados, el amor y el sexo dan tipos diferentes de placer y conviene gozar ambos.