Primavera en otoño
Estaba semi retirado. Hasta que conoció a un macho llamado Pipi, y ya no lo quiso soltar.
Cuando Margarita, mí única hija, vino aquella tarde a decirme que se casaba, me pareció que mi misión en la vida se había acabado. La felicité, nos abrazamos, lloramos un poco de emoción pero al rato salí al patio, y me quedé callado, como si el silencio pudiera ahuyentar mi tristeza.
Me casé a los diecinueve años con Isabel, ella esperaba un hijo, y yo sentía que ese ser humano inocente nacido de un corto noviazgo, tenía que venir al mundo en el seno de una familia. Por eso nos casamos, alquilamos una casa muy pequeña y nos dispusimos a vivir juntos para siempre.
Pero "para siempre" sólo duró unos tres años. Un día ella se fué dejando una carta donde me pedía que cuidara a nuestra hija y me pedía perdón. No sé qué fue de ella. Nunca más tuve noticias. Desapareció de la faz de la tierra, o por lo menos eso es lo que decía su familia. Muchos me dijeron n que se fue Europa con una nueva pareja. Un ex novio que la había dejado cuando me conoció y que por despecho, se acostó conmigo. Sea como sea, yo a los 22 años, ya era padre a cargo del cuidado de una hija de diecinueve meses.
Viví para Margarita, me dediqué a ella. No sé de dónde saqué ese amor enorme hacia esa criatura inocente que tanto me necesitaba. Yo no había nacido en un hogar seguro y amoroso. Pero, sin aprendizaje ni ejemplos previos, me dediqué a amar y a cuidar a mi hija apasionadamente. Pero no soy un héroe. Así fue mi puta vida durante muchos años. Bien puta y difícil. Trabajo, papilla, sueños interrumpidos, llantos, berrinches, caprichos, golpes, lastimaduras, pañales, sarampiones, toses convulsas, colegio, fiebre, anginas, boletín de calificaciones, trenzas, papi dónde está mamá, juegos, juguetes, vitaminas, ropas, delantales, cuadernos, libros, trabajo ,. Mucho trabajo y soledad. Mi libido se centró en esa hija hermosa que crecía y crecía, mientras mi vida iba pasando de largo. Cuando yo no estaba trabajando como visitador médico, estaba con mi hija. Sacándole fotos, cientos de fotos, miles de momentos únicos e irrepetibles robados a la vida. A veces miro las fotos dónde estamos juntos, y me veo joven, serio, demasiado apagado y con cara de infeliz.
Por lo menos fue así esos primeros años de paternidad precoz obligada, responsable y culposa.
A los 30 años, me acosté con un hombre. No sé ni cómo pasó. Ni tampoco quiero acordarme de las circunstancias previas. No sé quién conquistó a quién. Sólo sé que le chupé la verga a un médico amigo y él me cogió después. No quiero contestar la célebre pregunta de si siempre fui tragasables, puto, joto, o maricón. No me interesa. Creo que a nadie le importa. Pero a los 30 años supe y confirmé, que me gustaba coger con machos. Gran revelación. En esa puta vida que llevaba, me hice puto. Si ya sé que es un juego de palabras.
Desde aquella primera vez, pasó mucha agua bajo el puente, y llevé lo que suele llamarse una doble vida, pero para mí no era doble; era la vida que yo podía llevar, la única que podía permitirme y de la que no me arrepiento: de día y durante la semana yo era un padre ejemplar e intachable dedicado a mi hija, y durante algunos fines de semana, siempre de noche, siempre en las sombras, venía el desahogo, la búsqueda nunca inconclusa de sexo por ahí ..
Me descubrí cachondo, calentón, siempre dispuesto al sexo, con malos pensamientos circulando por mis venas todo el día, seductor, caradura, promiscuo, tal vez. Me gustaba y me sigue gustando la pija y no me privaba de nada. Viví los años locos con mucha intensidad. Y al mismo tiempo que llevaba esa vida, durante el día tenía puesta la máscara que todos esperaban de mí.
Siempre sin mezclar las cosas. Separando mi condición de padre y "ejemplo de la comunidad", con la de gay ardiente y nunca satisfecho. De puto descarriado y salvaje y de padre piadoso y dedicado. Porque debo aclarar que yo era y soy puto, pero no boludo. Puto pero no irresponsable. Además más allá de mis cogidas con cualquiera, de tantos polvos anónimos, yo he sido un buen padre porque amaba a mi hija. Amo a mi hija. Daría cualquier cosa por ella, hasta mi vida.
Durante años, mientras ella crecía, me hice la promesa de no enamorarme, de no pensar ni remotamente en comprometerme sentimentalmente con nadie. Yo no podía permitirme poner en peligro la parte "normal" de mi vida. La que podía exhibir al mundo con orgullo. Porque la otra parte, la que yo vivía en secreto, no la hubieran entendido. Tuve amigos, algunos compañeros sexuales, aventuras, historias, revolcones con desconocidos sin apellido, citas a ciegas, encuentros clandestinos, conquistas callejeras: pero todas eran sombras sin pasado ni futuro pero con vergas y culos tibios disponibles.
Al fallecer mi padre heredé un corralón de materiales de construcción, dejé mi trabajo en el laboratorio y la tentación de tanto médico joven, alienado y caliente, en la intimidad de sus consultorios privados, enfermeros y otros auxiliares médicos disponibles para el sexo, y con mucho trabajo y dedicación saqué el comercio adelante, progresé y hasta pude darme algunos gustos. A mi hija nunca le faltó nada material: las mejores ropas, juguetes, colegios, vacaciones. Ni tampoco mi amor incondicional. A mí me faltó siempre la esperanza. La ilusión de encontrar a alguien con quien compartir en pareja todo lo que tenía.
Después vino la peste y el miedo. Muchos tenían HIV y eso tuvo un impacto tremendo en la vida de los gays de Buenos Aires en esos primeros tiempos. Dejé de ir a los boliches, usaba protección doble, huía de los saunas, seleccionaba bien a quienes llevaba a la cama. Vivía pendiente de los menores síntomas. El miedo o mejor el terror hizo de mi vida algo todavía más gris, más rutinario, y más peligroso Se había terminado la "alegría", "la fiesta" como decía una loca conocida.
Prefería casados, porque suponía que eran menos susceptibles al contagio. Era una idea falsa pero me daba tranquilidad.
Así conocí a José Luis, un arquitecto unos años menor que yo, que ya tenía 42. Él era casado, tenía dos hijos, y le calentaban los hombres más grandes y más altos que él. Yo mido 1,85 y eso fue lo primero que vió en mí en aquella fiesta de cumpleaños de una conocida común: una decoradora lesbiana que nos presentó. Intercambiamos miradas, sonrisas, un par de copas, alguna charla menor y terminamos en mi departamento de soltero, desnudos, borrachos, y cogiendo como conejos si los conejos cogieran toda la noche hasta decir basta.
Pasó la noche conmigo porque la mujer estaba de vacaciones con los hijos, pero me dijo que él de todos modos, llevaba una vida bastante independiente. Camas separadas, vacaciones cada uno por su lado, amantes tolerados. Dijo tener una "pareja abierta" con su mujer. Todo muy moderno y evolucionado. Se lo creí. Nuestra química sexual era tan extraordinaria que yo también le hubiera mentido. Con tal de retenerlo. Con tal de que no se fuera de mi vida. Me enamoré perdidamente. De su cuerpo trabajado por el deporte, de sus espaldas, de su audacia, de sus pezones salientes y erectos como pijas minúsculas, de sus piernas, de la fuerza de sus abrazos, del milagro de su risa, de su juventud y por supuesto de su verga maravillosa que despertaba hasta la última célula, el poro más escondido de mi piel, la más mínima extensión de mi alma.
Por primera vez me permití , pensar en mí, hacer planes para el futuro, concretar algunos, viajar acompañado, encontrar en otra persona, la parte de humanidad que me completara, que me contuviere, que compartiera mis horas. El también se enamoró de mí, dijo que como nunca le había pasado. Vivíamos pendientes el uno del otro. Era casi una historia de adolescentes que conocen el amor y el sexo por primera vez. Pero también era un castillo de naipes, construido sobre la base de la mentira, vivido en la marginalidad, y a escondidas.
Un día la situación lo superó, el hijo mayor había tenido un accidente que no pasó a mayores y muerto de culpa le contó lo nuestro a su mujer: habían prometido ser absolutamente sinceros: podían tener relaciones con terceros pero no comprometer los sentimientos. Si eso ocurriera había que cortarla o la pareja se terminaría. La revelación tuvo efectos "devastadores" para Claudia su mujer, me dijo él: una cosa era coger con otros, y otra enamorarse de un tercero. Ella no lo pudo aceptar. Sabía que a él le gustaba coger con machos, y eso no lo veía como un peligro para su matrimonio, para su pareja, para su vida familiar burguesa y acomodada: pero de ahí a que el padre de sus hijos se enamorarse de otro macho, eso le resultaba intolerable. Claudia le pidió el divorcio, sabiendo que una amenaza tan fuerte le iba a hacer cambiar el rumbo. José Luis no quería perder a sus hijos, ni ese vacío confortable, la nube de algodones que le daba, una vida familiar "normal" y aceptada por el mundo. Hicieron terapia de pareja, reflexionaron y llegaron a un acuerdo.
Para evitar el divorcio, José Luis le prometió, dejarme. No me lo dijo nunca. Pero fue evidente. Jamás se atrevió a enfrentarme y a decírmelo en la cara. Simplemente se fue alejando, espaciando los encuentros, callando sus sentimientos, faltando a las citas, o llegando tarde a ellas, sin ganas de sexo, ni de hablar, y dedicándose a beber todo el alcohol que podía Hasta que un día no volvió. Cambió el teléfono, canceló su correo electrónico, vendió la casa, el auto, la oficina, y se fue a vivir al sur de Chile, con toda su familia. Eso pude averiguar, pero sin mayores detalles. Era la segunda vez que alguien me abandonaba, y en esta oportunidad, sin pedir perdón ni dar explicaciones.
Seducido y abandonado como el título de aquella película italiana. Pero yo no era Stefanía Sandrelli como en la cinta, sino Rafael Hugo Miguel Rinaldi, cincuentón, padre de familia, un pobre diablo.
Yo quedé destruido pero de verdad, porque lo había perdido todo, estaba confundido, el fracaso me pegó fuerte, demasiado fuerte. Lloraba por los rincones, me quedaba callado frente a la comida, pretextaba dolores de cabeza, inflamación de los párpados, resfrío, alergias. Que nadie supiera que el dueño del corralón de materiales, estaba haciendo el duelo porque el amor de su vida, otro hombre, lo había dejado sin dar explicaciones. ¿Cómo hace un hombre gay que no tiene amigos que lo entiendan, que ha escondido sus inclinaciones, que ha vivido una vida oculta y secreta, para poder contarle a alguien que está sufriendo por amor? Por esa clase de amor que muchos desprecian y otros ignoran siquiera que existe.
La secretaria del negocio lo vio. Se dio cuenta. Tal vez lo intuyó. Hasta se atrevió a preguntar pero no obtuvo una respuesta convincente de mi parte. Alergia, resfrío, blefaritis. Sé que no me creyó, y que algo sospechaba. porque seguramente yo había sido el único que no le había alabado el par de tetas que tenía
Lo que siguió no lo recuerdo en detalle, hay una época de mi vida que deseo olvidar. Olvidar las crisis nerviosas, de llanto, el pánico. Para que insistir en revolver mis miserias. Caminé por la cornisa durante un tiempo, hasta que un día amanecí y dije, se terminó, ahora voy a ser feliz. Aunque me tenga que hacer la paja todos los días de mi vida, no quiero ningún macho más.
Aclaro que no me hice heterosexual, que jamás me dejé de calentar por una bragueta abundante, por un video porno, un culo paradito, alguna historia erótica . Soy humano. También soy de carne y hueso.
Los preparativos del casamiento de mi hija, movilizaron a todos, a los novios, a la madre del novio, a mi hermana, a una prima, pero era asunto casi ajeno a mí. Yo tenía sentimientos encontrados, por un lado estaba contento que Margarita formara una familia, el novio me caía bien, se notaba que estaban muy enamorados, pero yo temía la soledad que me esperaba, el otoño. Un día me fui a cortar el pelo, y no podía creer la cantidad de mechones blancos que cortaba el peluquero: estaba envejeciendo sin atenuantes.
Los padres de Guillermo mi futuro yerno estaban divorciados. La madre venía seguido a mi casa, era una mujer muy moderna, ejecutiva, enérgica y práctica. Tenía una agencia de trabajo temporario y era una persona muy pudiente. El padre brillaba por su ausencia. Cada vez que le preguntaba a Margarita, ella no sabía qué contestarme. No sabía nada de él.
Un día lo encaré a Guillermo mi futuro yerno y le dije que porque no invitaba a su papá. Que quería conocerlo antes del casamiento. Puso algunas excusas, pero cuando mi insistencia se le hizo insoportable, se vio obligado a preguntar:
¿ En serio que lo querés conocer Rafael? No te lo recomiendo. No tiene mucho que ver conmigo; te podés llevar una mala impresión. Es ¿ Cómo decirte?, un bohemio, un tipo que a los casi sesenta es rebelde, contestatario, contra cultural. Raro. Un loco .
No me asustes, le dije. Me estás pintando a tu papá como un desequilibrado, y yo sin conocerlo ya tengo un prejuicio por el pobre hombre, pará la mano, le dije Dejame que yo te de la opinión Guillermo, confiá en mi . Yo no me asusto ya de nada, estoy curado de espanto, le dije,
El se puso colorado y bajó la mirada, No había más remedio, había que exhibir al viejo, mostrar al veterano, rebelar a su progenitor tan bien guardado por las normas de conveniencia social y de buenas costumbres: al autor de sus días, al loco.
- Traelo a comer el domingo. Sin falta le dije. A él solo, a tu vieja dale franco. Me fatiga tu mamá.
- Si mi vieja es muy hincha pelotas, afirmó riéndose, y se fue al balcón donde lo esperaba Margarita.
La madre hincha pelotas, metida, mandona, chismosa, mirándome siempre con interés como si quisiera levantarme (misión imposible ,vieja), siempre peinada de peluquería, las uñas larguísimas pintadas color rojo sangre, medias de red negras como las bailarinas de tango, tacos de doce centímetros, pollerita de conquista cuando venía a visitarnos y el padre una incógnita: alguien medio lejano, bohemio (será borracho, drogón, pastillero me pregunté), rebelde, contestatario, raro ,contracultural, me decían. De esos dos, este chico no puede haber salido tan normal pensé, pero no se lo dije.
El domingo me levanté temprano. Preparé el fuego para la parrilla, las verduras para la ensalada, la mesa, el pan, las bebidas. Se pasó volando la mañana
- Así que vos sos el famoso Rafa, afirmó, el hombre maduro y alto, cuando entró a mi casa con un ramo de gladiolos el domingo a eso de las doce y cuarenta y cinco. Estos gladiolos son para vos. Tuve que disimular para contener la carcajada. Traerme flores a mi
Y encima eran gladiolos lilas y rosados.
Rafael mucho gusto y vos sos? Dije extendiendo mi mano derecha.
Juan Alberto Mendieta, el padre de Guillermo, encantado, pero podés llamarme Poroto, Paco, Palo, Pipi, lo que te venga en gana, porque yo no me llamo, a mi me llaman. Aunque me gusta Pipi .agregó. Hablaba hasta por los codos.
Quise reírme hasta que le vi los ojos: hasta que me detuve en su mirada celeste, en sus pestañas rubias y espesas, en la belleza de su cara sin una arruga y bien bronceada.
Entonces si a vos te gusta, te voy a llamar Pipi, le dije con una sonrisa.
LLamame Pipi o como quieras, pero llamame , me gustaría que me llames. El viejo este se la come, pensé. Remerita sicodélica con dibujos fluorecentes, aritos en las dos orejas, dos anillos en cada mano, anteojos oscuros hollywoodenses, pantalones bermudas blancos que le marcaban bien el bulto y el culito, ojotas sin medias.
No sabría explicar lo que sentí ante un tipo de mi edad, pero mucho más joven de espíritu, bien mantenido, sonriente, perfumado, pulcro con esos ojos celestes y esas canitas tentadoras, y esa piel bronceada y esas manos bien cuidadas, y ese cuerpo atlético para su edad sin un gramo de grasa. Y ese tipo me decía llamame, me gustaría que me llames
Claro que te voy a llamar Pipi, pensé. Te voy a llamar a los gritos. Pero prométeme que sos de verdad y que, como me parece, como sospecho, como quisiera, como espero con una esperanza conmovedora e infantil, sos gay, puto, trolo, joto, te gusta la carne en barra etc. etc. El tipo me parecía que "entendia". Si el radar no me fallaba, el hombre gustaba de otros hombres, Pero a seguro se lo llevaron preso. Y he visto tipos con apariencia de gay que son locos por las mujeres.
El veterano progenitor de mi futuro yerno estaba para comérselo entre dos rodajas de pan, no sé si me explico. Eso lo confirmé cuando le miré allí donde su bermudas blanco se hacía un paquete, allí donde se guardaban sus joyas naturales, allí donde mis ojos presintieron una verga hermosa, gorda, rotunda y anhelante y unos huevos colgantes y descomunales. Pipi me gusta tu pipi, pensé que flor de pipi tiene el señor . Fuimos hasta el quincho que tengo en el fondo de casa, y él me seguía los pasos y no sé porque sentí sus ojos recorriendo mi culo. Sentí esa mirada libidinosa que a veces yo también solía mandar frente a un par de nalgas prominentes y redonditas como las mías. El culo se me dilató de solo pensarlo y casi tropiezo.
Se recostó en la reposera con las piernas bronceadas bien abiertas, y yo no podía sacarle los ojos de encima de aquel bulto desmesurado que se exhibía entre las piernas perfectas, ni de aquellos gestos que hacía de vez en cuando para acomodarse la poronga , para que no se notara que estaba "contento". Se puso a cantar, tenía buena voz, e imitaba a Raphael , no sé si porque era mi nombre también , o por la letra de la canción: "Digan lo que digan, digan lo que digannnnnnnnnn digan lo que digan los demás "
¿Te ayudo con el asado? Su voz de barítono resonó en la parrilla y el perro viejo que me hacía compañía se asustó y salió corriendo.
Gracias Pipi, con el asado me arreglo yo, si querés andá abriendo el vino. Se incorporó, se ajusto el paquete sin ningún disimulo y me guiño el ojo. Este viejo me quiere seducir pensé.
Abrió el vino, llenó dos vasos y me trajo uno hasta la parrilla, y mientras se acercaba, con su andar sensual y seguro, él iba sorbiendo traguitos de vino. Cuando me lo entregó se demoró demasiado en mi mano, y el contacto me puso a mil, no voy a negarlo, se me re paró la pija. El veterano rebelde me calentaba a rabiar.
- Relajate Rafita, me dijo casi al óido y sentí sus labios casi pegados a mi oreja y eso me estremeció. ¿Qué me estaba pasando?
Y me miró como si me quisiera absorber, como si se quisiera meter en mi vida, y apropiarse de mí. Esos ojos celestes tan brillantes, y esa mirada tan dulce . No, si yo ya estaba hecho un viejo verde pero, ese tipo me estaba enloqueciendo, me hacia picar la garganta, temblar, sentir mariposas en la barriga.
- Relajate, Rafa. Relajate decía .
Comió por dos y bebió por tres, y nos reímos como si fuera una película del Gordo y el Flaco.. A cada rato me miraba con intención y se le notaba la vena celeste de la frente, o la nuez en l garganta. Pipi no me mires asi pensaba yo, que no soy de hierro
Así que vivís solo Rafa. Me dicen que últimamente no se te conocen mujeres, ni nada que se le parezca. Su pregunta era intencionada, me había estado investigando antes de venir. Quería conocer los detalles de mi vida sexual .
Nada, contesté mientras sorbía un poco de vino.
Mejor perderlas que encontrarlas a las mujeres dijo, sin inmutarse,
Si vos lo decís, comenté mientras mordisqueaba un pedazo de asado.
Si, yo me retiré de las mujeres a los 35 años, me cansé del olor a pescado, agregó.
¿Y cómo te las arreglás? , le pregunté yo con picardía, expectante y a punto de confirmar mis más locas esperanzas.
Me miró, con esos ojos celestes que le bailaban en la cara brillosa del sol del verano y sin mayores problemas, se toco la verga y me dijo:
- Me hice puto, y largó una carcajada de esas que resonarían en el valle desde la cima de la montaña. Si Rafa, así como me ves, tu futuro consuegro," se la come" y ojo que soy más macho que la mayoría. Pero entre vos y yo, que quede entre vos y yo, agregó.
Me estás cargando, dije. No podía creer que un tipo de mi edad, de mi generación, reconociera tan libremente que era gay. Lo miré con sorpresa parece. O con incredulidad. Tendría yo flor de cara de boludo porque él, se me acercó y poniendo su brazo sobre mis hombros, me hizo mirarlo a los ojos.
- Si nene, completó, cuando yo ya quería desviar la vista, - yo también soy del mismo gremio que vos, terminó.
Por poco me desmayo. Semejante macho en celo, sin camiseta y en bermudas, que me calentaba a rabiar, me decía en mi casa y a plena luz del día no sólo que era gay sino que sabía que yo lo era.
Me quedé callado, mientras él, ya más serio me contaba su propia vida, quizás entonado por el vino. Mientras se abría a mí como si fuera nos conocierámos de toda la vida y yo, también me sinceré después con él. Era por primera vez que podía hablar de lo que me pasaba con otro tipo. Cuando largué toda la mierda de mi conciencia, mientras sacaba toda la furia de mi vida, el pasado volvía para irse, para dejarme en paz.
Algo me dice que podemos ser amigos, me dijo. Me levanté de la sillita baja donde estaba sentado, lo miré a la cara y caminando hacia el lo abracé y él me besó en la mejilla. Sé que sus labios se mojaron con mis últimas lágrimas.
Vamos a ser parientes, dije. Y el me miró largamente a los ojos antes de responder.
Yo creo que vamos a ser cómplices y después nos vamos a casar vos y yo. Pero no sé quien va a ser la novia, dijo en tono de broma, mientras me sentaba sobre sus piernas en el banco del quincho.
Después lavamos todo, Rafa, ahora vamos a coger , me dijo sin rodeos, acariciándose la pija y tocándome el culo y yo le agarré la mano peluda y lo llevé despacito hasta la pieza, bajé las cortinas, encendí el acondicionador, retiré el cubrecamas y me dispuse a conocer a mi futuro consuegro. Conocimiento bíblico. Desnudos y sin máscaras.
En bolas él es un milagro. Tiene esos pechos suaves y brillantes y esas tetitas grandes y gorditas que invitan a chuparlas con delectación. Sus manos son peluditas pero suaves y grandes y saben acariciar muy bien esos puntos que te hacen calentar con velocidad. Le gusta hablar mientras lo hace y dice cosas zafadas y subidas de tono, como, qué lindo culo tenés Rafita, lo quiero todo para mi , que orto hermoso habías tenido, si agárrame la chota, asi por favor, mas fuerte, apretala que no se rompe, chúpame los huevos putito lindo, si asi con mucha lengua, asi chupale los kinotos a tu macho porque desde hoy coges solo conmigo, si así, que lindo lo haces mi nena putita, y me besa, se calla, y me besa, y me chupa todo el cuerpo, deja su saliva en mi pecho, en mis orejas, describe un rombo en cada una de mis axilas, lame mi ombligo, chupa mi verga con delectación y se la mete hasta que ya no queda nada afuera de sus labios, y mientras hace bailar su lengua caliente por mi glande, me acaricia el culo de un modo que me hace gritar de deseo. Su dedo largo se mete en mi orto y quiero gritar, pero no me sale el grito.
Me mete dos dedos y entonces, grito, grito cada vez más y me doy vuelta y hacemos un sesenta y nueve maravilloso. Por momentos me ahoga con el tamaño de su pija, y cuando la saca le digo cosas chanchas, lo trato de calentar para que siga, le apretó la pija y se la masturbo y también le aprieto las pelotas y le pongo yo dos dedos en el culo y el putea, insulta, gime, jadea, se rie.
Me pone en cuatro patas, me lubrica y se calza un preservativo, y así, a la fuerza, a lo macho. me la pone, fuerte, como desafiando a la selva, como venciendo los obstáculos de mi culito apretado, y cuando lo siento dentro mío, es como si tuviera un matafuegos en el orto, como si me empomara con un tubo de óxígeno antiguo y el bombea y bombea, y cada vez que entra y sale respira agitado, se convulsiona, y me grita que me va a romper el culo, si putito te lo voy a romper, te voy a partir como a un queso, sentime papito, sentí como tu macho te coge, asi , sentime, ahhhhhh
Me cambia de posición boca arriba , levanta una de mis piernas sobre sus hombros y yo le pido que me coja, desesperadamente , mi orto dilatado solo quiere pija, su pija, y él me da el gusto, y responde a cada cogeme, cogeme mío, con un te cojo, te cojo , te gusta mi amor y se hunde en mi cuerpo como si quisiera llegar hasta lo más profundo antes de deshacerse en leche, antes de venirse con todo su semen en el condón pegado a mi culo irritado y caliente, antes de salirse de mi culo conquistado para siempre.
Tira el condón al suelo y me aprieta la pija, me pajea, me la chupa, la besa, la mordisquea, repite esas palabras que me excitan, que me enloquecen, que convocan a mi leche desde el fondo de mi ser, donde estaba guardada bajo siete llaves.
Y finalmente, acabo, es un torrente de leche, varios chorros seguidos que manchan las sábanas, mi pecho, su cara, y y con un dedo levanta la leche que resbala por su mejilla y me la entrega en mi boca, para que beba el producto de mi sexo, para que sienta el gusto de mi leche y también para que sepa que él es el dueño intelectual y físico de este polvo maravilloso.
Nos bañamos y él me abraza, y yo lo abrazo. Nos besamos. Por primera vez siento que quiero besarlo otras veces, que no quiero que esto termine en este momento. El me devuelve los besos y me abraza, es tan alto como yo, pero más fuerte.
Nos recostamos de nuevo. Nos besamos una y otra vez, y el mucho más serio y concentrado, me abraza para que no me vaya, para que su corazón retome el ritmo normal, para que su piel se una a la mía y nuestras piernas desnudas se entrecrucen. Me mira a los ojos, están tan celestes como antes, pero húmedos, emocionados, alegres, sorprendidos, se los acaricio y el me besa la mano y yo le beso la suya. Somos dos viejos tiernos, al fin.
Te dijeron que yo era bohemio, rebelde, contestatario, contracultural, loco, ¿no? Pregunta mientras acerca sus labios gruesos y tibios a los míos y yo asiento con la cabeza, porque no puedo ni hablar mientras recibo y devuelvo sus besos y acaricio su pecho, mientras recorro con mis manos su garganta sus hombros, su vientre.
Son maneras de no llamarme puto, porque yo lo único que soy de verdad es eso, puto. O si querés mejor gay. O si te gusta más, Pipi, tu Pipi. Desde hoy soy tu Pipi.
- Si vos sos mi Pipi, contesto mientras mi mano pordiosera acaricia su verga gorda y húmeda que se endurece de alegría. Digan lo que digan, digan los que digan, digan lo que digan, los demás.
galansoy. Agradecido por tantos comentarios tan amables. Un abrazo de g.