Prima, tía, las vecinas y ¡mi mamá también! VII

Agapito, le ha agarrado un gusto tremendo al placer de coger, follar, o como lo digan en tu país, sus amantes le han enseñado los secretos del sexo sin reservas y sin límites. Pero el estar con su madre, la mujer que más ama en la vida le acaba de regalar una mamada, y van por todo... (final)

Agapito del Mazo Duro, disfruta de su condición médica de priapismo isquémico intermitente, el trastorno que le permite tener la verga parada por horas, así que se coge a su prima, a su tía y a las vecinas que al enterarse de lo rico que clava, lo quieren entre sus piernas.

El muchacho, le ha agarrado un gusto tremendo al placer de coger, follar, o como lo digan en tu país, sus amantes le han enseñado los secretos del sexo sin reservas y sin límites.

Le encanta mamar chiches, puchas, culos, disfruta cuando le maman la macana que soporta largo tiempo lo que le quieran hacer y principalmente, se enloquece cuando tiene el placer de ensartar una buena pucha, bueno, también los culos lo ponen como burro.

Pero el estar con su madre, eso sí que no ha tenido precio, la mujer que más ama en la vida le acaba de regalar una mamada inolvidable y los dos saben que el placer los espera para que se entreguen a él con toda lujuria.


Después de aquella sabrosa mamada, Mariana, lo soltó de su boca, relamiéndose los labios para chupar las gotas de leche que se habían escapado por las comisuras de los mismos, mientras su mano seguía apretada al tolete que con las palpitaciones que lo recorrían, mantenían firme la calentura de la hembra que se sentía ardiendo.

—Antes de juntarme con tu padre, nunca estuve con otros hombres y más me había sucedido una cosa como esta... me calentaste tanto que cuando te la estaba chupando, tuve dos orgasmos divinos y todavía me siento muy caliente —le dijo la morena mientras se ponía de pie junto al catre— Quiero que me hagas tuya plenamente, anhelo sentir tu garrote hasta lo más profundo de mi pucha para gozar como loca. ¡Eres sensacional, mi amor, mi muñequito lindo!

—¡Te deseo como a nadie, con toda mi locura, Mariana, eres la mujer más bella que conozco! —le respondió Agapito con verdadera excitación al tiempo que colocaba sus manos sobre la estrecha y bien formada cintura de la hembra.

Ella lo abrazo por el cuello y le ofreció sus carnosos y sensuales labios, se dieron un pasional beso que encerraba todo el deseo que ambos sentían por llegar a la culminación del acto sexual que les esperaba en aquel cuarto donde se habían refugiado para dar rienda suelta a su lujuriosa pasión, ya que en ese momento no pensaban en otra cosa que no fuera eso.

Al separarse después de aquel beso, los dos se dejaron caer sobre el catre.

No habían transcurrido ni cinco minutos cuando Agapito, que siempre había sido tímido y medroso, ahora ya sabía lo que quería de una mujer y sobre todo como conseguirlo, así que en esa ocasión su madre, también tendría lo suyo.

Sin decirle nada, se volteó hacia ella y se aferró a sus hermosos melones, los que tenían los pezones a reventar, los acarició con ambas manos, y comenzó a pasar la punta de su lengua en sus duras chichotas, se empeñaba en darle fuertes lametones sobre sus pezones erectos, delgados, duritos y puntiagudos.

Los lamía de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, al tiempo que se los apretaba y estrujaba, su mamá, tenía las chichotas en verdad deliciosas.

—Si… así mi vida… así Agapito… ¡qué rico los chupas! ¡Me vuelves locaaaahhh! se te ve la experiencia que has agarrado… —decía Mariana, mientras que él, no la soltaba ni para respirar, estaba más caliente y excitado de lo que nunca antes había estado, ni con su prima la primera vez— Dime, mi amor ¿así es como les chupaste las chiches a tu prima y a tu tía? ¿Así tratas, a esas calientes que te buscan…? ¡Oh cielos, lo haces divino…!

Agapito no dejaba de mamar aquellos sabrosos pechos, por eso no le contestaba, pero se daba cuenta que su madre se calentaba imaginando la forma en que él trataba a todas las otras, así que para ella tenía que ser muy especial el momento.

Las palabras de su madre lo ponían más caliente, sentía una necesidad terrible por poseerla de una vez, sólo que, aquellas chichotas le sabían a gloria y no las quería dejar tan rápido.

Además, no era cosa de precipitarse, su madre se le estaba ofreciendo, dispuesta a todo lo que él quisiera, para complacerse y tenía todo el tiempo del mundo para gozar como se debe a una hembra como ella que se merecía todo.

Vio de reojo, como Mariana, tenía una de sus manos metida entre sus piernas, masturbándose con fuerza, acariciando su dulce vagina debajo de esa pelambrera de pelos oscuros. Gemía y respiraba con fuerza, estaba fuera de sí misma.

¿Estás bien mami? – le pregunto

¡Si!… ¡sí!… ¡mucho, Agapito!

Se separó un poco de ella y tomó sus redondeados tobillos, se quedó embelesado mirando como ella se abría los pliegues de su sexo, ya chorreante, con el clítoris erecto y los labios inflamados.

Le pareció increíble, aquella gruta rosada y enrojecida, abierta como una rosa en primavera, no se parecía en nada a las de las otras con las que había cogido, a lo mejor si era igual, pero para Agapito, aquello era lo más bello que había visto jamás.

Su vulva se abría completamente, mostrando todo el canal vaginal, en su plenitud y grandeza, palpitaba como invitándolo a penetrar en ella.

Definitivamente su madre tenía una pucha maravillosa, y ahora estaba ahí, para lo que él quisiera hacer con ella, le pertenecía, se la estaba entregando, completamente a sus antojos y caprichos, era un regalo grandioso.

—¡Estoy más caliente que nunca antes en mi vida! —le dijo su mamá— mirame la papaya bien, mi vida, ¡te quiero aquí dentro!… ¡Dame ese rico garrote, dámelo!

Ante aquella orden, bajó con determinación y clavó la cara en medio de ese rico biscocho lleno de mieles, que salían de esa cueva mojada. Su sabor lo desquició, ¡qué sabor! Sabía a miel, a pasión, a lujuria, a mujer caliente y él la paladeó, goloso y enajenado, chupando, lamiendo, succionando, absorbiendo.

Con la derecha, Agapito le metió un dedo, su lengua nadaba libremente en todos lo contornos e interiores, jugaba con su clítoris, acariciaba sus labios mayores y menores. Besaba esa maravilla de vulva, además le daba pequeños mordiscos que la estaban poniendo más caliente y volviendo loca.

Mariana, gemía y resoplaba fuerte, más fuerte aún cuando se estremeció, presa de un intenso orgasmo, que la impresionó, por la facilidad con la que lo alcanzó.

Siguió chupando por un ratito más, muy pronto, ella ya lo estaba surtiendo de flujos otra vez, lista para un segundo clímax. Pero Mariana, no quería terminar así, lo detuvo y levantó la cara, de Agapito, sacándola de su sexo.

—Mi amor… —le dijo jadeando y sudando— ¡quiero tu verga dentro de mí, ya!

Él, completamente desquiciado y caliente, se incorporó del lecho y la vio tendida sobre el colchón, boca arriba, con los muslos separados, se colocó entre esas maravillosas y acariciables piernas, Mariana, se sometió dócilmente a los deseos de su joven amante, que se mostraba hábil y experto.

Hábilmente colocó la cabeza de su reata a la entrada de la vagina, con su cintura había podido centrar la longaniza perfectamente bien y cuando la punta de su macana hizo contacto con los labios menores de aquella ardiente vulva, sintió que de ella chorreaba una baba espesa, indicio claro de que estaba completamente caliente y dispuesta, en el punto preciso de la pasión para que la ensartaran.

Así que con un ágil movimiento, el cachondo hijo, introdujo la cabeza y parte del tallo dentro de aquella estrecha vagina, la rica mamada que le diera a la pucha de su madre, sólo había servido para aumentar la excitación en él, que lucía su garrote completamente parado, inflado a su máxima capacidad.

La reata continuaba a la entrada de la pucha y Mariana, levantaba sus exquisitas nalgas en un desesperado intento para que la penetración se produjera, Agapito, la abrazó contra su pecho antes de dejarle ir toda la mazacuata de un firme empujón, aquella intempestiva embestida, provoco que la ardiente Mariana, gimiera ansiosa y gustosa de poder gozar de aquella manera tan rica.

—¡Que rico chile tienes, papacito!... Así... ensártamela toda... quiero sentirla completamente dentro de mí... Ooohhhh.

El ya experto, Agapito, empujó y metió su pinga hasta la raíz dentro de aquella tibia y húmeda vagina que lo recibió con gusto, se encontraba tendido sobre el cuerpo de la hembra, así que le resultaba fácil comenzar a bombear rítmicamente sobre la rajada. La ardiente Mariana, completamente entregada a sus emociones y sobre todo al placer que disfrutaba en su panocha, siguió los movimientos de su macho con las caderas agitándolas.

El movimiento se iba haciendo más y más rápido y Mariana, levantó las piernas para ponerlas sobre los hombros de su picador y empujando sus nalgas hacia arriba para recibir más dotación de ñonga, de tal manera que pudiera llegarle hasta los pulmones si era posible y estaba segura de que si se lo proponían esa rica longaniza le iba a cruzar el cuerpo de lado a lado con toda facilidad sin que nada ni nadie la detuviera en sus avances potentes y definitivos que la hacían gozar como loca.

Cada vez que aquella moronga le penetraba chocando con su matriz, ella se agitaba y se convulsionaba enloquecida de placer y deseo, nunca la habían montado de aquella forma y cada movimiento de la cintura de su hijo, era una agonía de placer para ella que clavaba las uñas en la espalda y hombros de su jodedor.

Las caderas del macho seguían bombeando rítmicamente, cada vez con mayor intensidad, él metía y sacaba la reata de la verija que, por momentos le daba unos apretones deliciosos, mientras que la mujer se arqueaba hacia adelante implorando con la voz enronquecida por la lujuria:

—¡Así!... Jodeme más... Chingame... destroza mis entrañas... dame toda tu reata

hasta que me mueraaaaahhh... oooohhh que rico garrote tienes papacitooooohhh...

Chingame toda... toda... assiiiii.

Mariana, se apretó al cuerpo de Agapito, atenazándolo con sus manos y jalándolo hacia ella, sus piernas flexibles se doblaron levantando más sus nalgas, ahora la penetración era plena y total, y el movimiento los acoplaba mejor.

Agapito, aceleró la ondulación de sus caderas y sintió que su madre, se ponía muy tensa, justo en el momento en que alcanzaba el clímax, el cual le llegó en un intenso orgasmo que le arranco jadeos y juramentos, gritando, al tiempo que se agitaba frenética en la estaca que la atravesaba brindándole un placer nunca antes vivido.

—M-me vengoooohhh... ooohhh cabrón que rico parchas... bien me lo dijo tu tía, coges deliciosooohhh… me estoy vaciando toda... aaaahhh, disfruta de mi lechita ricaaaahhh....

El chavo la animaba a vaciarse con frases obscenas y secas que, para ella eran un acicate convincente, pero él no dejaba de moverse, por el contrario, realizaba sus movimientos de cadera con mayor rapidez, hacia adelante, hacia atrás con ritmo y firmeza, hasta que sintió que todo su cuerpo temblaba y se ponía en tensión al momento justo en que el miembro le palpitaba dentro de Mariana.

—¡Ahí te va todo lo miooooo!... ¡Gózalo como tu sabes!... ¡Eres sensacional, mamita lindaaahh! tienes unas nalgas divinas, magnificas únicas me encantan... no quisiera dejarte nunca.

Y mientras su camote soltaba un borbotón de leche espesa y caliente en las entrañas de la Mariana, ella se vino también intensa y abundantemente.

Los jugos íntimos de la pucha se mezclaron con el semen de Agapito, inundando la vagina que fue incapaz de retenerlos todos y se desbordaron por las comisuras.

Un chorro de líquido blanco y pegajoso salió de su interior y corrió por sus nalgas hasta ir a detenerse en las sábanas en donde formo un pequeño charquito.

Por las palabras de ella y sus reacciones, Agapito, supo que la había satisfecho plenamente, en su experiencia sabía, que nunca había encontrado una mujer tan plena y total como su madre, le había brindado un palito rico y delicioso, como nunca antes lo disfrutara, estaba casi seguro de que para ella también fue magnifico, no necesitaba preguntárselo ya que por su larga experiencia en las camas del pueblo así se lo hacían conocer al verla tan satisfecha.

Abrazados se quedaron dormidos, la lujuria apenas comenzaba para los dos, ya que, a partir de ese día, Agapito se la cogía en la noche, para que durmiera bien y en la mañana, para que se fuera contenta y satisfecha a las labores.

A su prima, a su tía, a Olga y a María, se le fueron sumando otras mujeres del pueblo que también querían conocer y probar aquella deliciosa verga.

¿Y quién era Agapito, para negarse ante los ruegos de esas cachondas?

Fin